Sin duda la Casa de los Trastámara conforma una de las dinastías más celebres que reinaron en los territorios de España a lo largo de la historia.
La Casa de Trastámara era una rama menor de la Casa de Borgoña, a la que acabarían sustituyendo. La Casa de los Trastámara toma su nombre del Condado de Trastámara (nombre que proviene del latín Tras Tamarís –más allá del río Tambre-, que se encuentra en el noroeste de Galicia. Se trata pues de una casa noble, originaria del norte de Galicia y que se asentaría como dinastía real de las Coronas de Castilla, Aragón, Navarra y Nápoles.
La dinastía ocupó la Corona de Castilla entre 1369 y 1555.
Hay que empezar diciendo que el título aparejado al Condado de Trastámara ya lo ostentaba Enrique II de Castilla antes de acceder al trono en el año 1369, año que marcaría el inicio del reinado esta Dinastía en el reino de Castilla, ya que le fue concedido por su padre, Alfonso XI de Castilla.
En Castilla, las hambrunas de los años 30 y 40 del siglo XIV, dejaron a la población muy debilitada para afrontar el azote de la gran epidemia de peste de 1348-1350. Si a la situación de hambre y la desolación causada por la peste, le añadimos el permanente estado de guerra, nos encontramos con un contexto en que la generalización de los llamados malos usos del señor sobre sus vasallos vino acompañada por el intento de aquellos de acercarse al poder real para obtener beneficios en forma de nuevas donaciones señoriales. Debemos tener presente que debido al talante autoritario del rey Pedro I, se iniciaron movimientos entre los nobles que apoyando la causa, en contra del citado rey, de su hermanastro, Enrique de Trastámara, encontraron la oportunidad para satisfacer esas pretensiones.
La dinastía de los Trastámara se inició el 14 de marzo de 1369 en una sangrienta y trágica noche en Montiel, tras casi 20 años en guerra –donde Enrique de Trastámara y su hermano Pedro I El Cruel (o el Justiciero, dependiendo del bando) se disputaron la Corona de Castilla. «¿Dónde está ese judío hideputa que se nombra Rey de Castilla?», gritó Enrique de Trastámara, hermano bastardo del Rey, antes de enzarzarse en un duelo fratricida que dio a Castilla un nuevo Rey y origen a una nueva dinastía: Enrique El Fratricida de los Trastámara.
El nuevo rey Enrique II tendría que proceder a conceder prevendas a la nobleza terrateniente que le había apoyado en su camino hacia el trono.
Le sucedió en el trono castellano su hijo Juan I, quien tendría que defender su reinado contra una invasión portuguesa y las aspiraciones del duque de Lancaster, quien reclamaba sus derechos derivados de ser el yerno del fallecido Pedro I. Además se convirtió en aliado de Francia en la guerra de los Cien Años e intentó sin éxito someter a Portugal, reclamando los derechos al trono de su segunda esposa Beatriz de Portugal, disputa de la que saldría derrotado en la batalla de Aljubarrota, en el año 1385.
A su fallecimiento Juan I fue sustituido por su hijo Enrique III el Doliente (nieto pues del primer Trastámara), quien se casó con Catalina de Lancaster (nieta de Pedro I) con lo cual la dinastía obtuvo la legitimidad que les faltaba. Entre los acontecimientos que le tocó vivir hay que citar la conquista de las islas Canarias y la continuidad con la conquista de Granada (donde murió). Prestó su apoyo al Papa de Aviñón (de origen aragonés) en la rivalidad entre los dos papas durante el Cisma de Occidente.
El sucesor de Enrique III sería su hijo Juan II, durante un largo período, entre 1406 y 1454, y fue con él con quien se creó título de Príncipe de Asturias. Transcurrió su largo reinado, al que accedió con dos años, primero, durante su minoría de edad, bajo la regencia de su madre y de su tío el infante don Fernando (futuro Fernando I de Aragón), y más tarde por el valimiento del condestable Álvaro de Luna, gracias al cual, tras ser víctima de las confabulaciones de sus primos, Juan II, pudo derrotarlos finalmente, pero ello le supondrían numerosos problemas con el reino de Aragón (también de la Casa de los Trastámara).
En las dos décadas comprendidas entre 1454 y 1474 el reinado recayó en el hijo de Juan II, Enrique IV, quien fue atacado por un importante sector de la nobleza, que intentó imponer a su hermano el infante Alfonso, que falleció poco después de la farsa de Ávila. Se trata de un período de claro debilitamiento del poder de la monarquía, ya que se vio condicionada por el creciente papel que jugaban la nobleza y los validos, principalmente Juan Pacho y Beltrán de la Cueva.
Enrique IV, hermano de Isabel la Católica, tuvo dos esposas. La primera fue Blanca de Navarra con la que nunca mantuvo relaciones íntimas (según el cronista de Juan II, «quedó tal cual nació…»). Matrimonio que será finalmente anulado por no consumación el 2 de mayo de 1453, aduciendo Enrique que una “impotencia recíproca debida a influencias malignas” le impidió intimar con su esposa por algún “ligamento” o “hechizo”. La principal consecuencia de la no consumación era la invalidez del matrimonio al ser requisito imprescindible que se mostrará la sábana pregonera después de la noche de bodas para demostrar la “virtud” de la dama y la “hombría” del varón. Sin esa evidencia el matrimonio podría ser invalidado por alguna de las dos partes. Pero después de 13 años de matrimonio no fue tan sencillo. Para permitir la separación matrimonial se realizó una vista en la villa de Alcazarén (Valladolid) donde Enrique pretendía demostrar que esa imposibilidad era exclusivamente con su esposa, haciendo incluso testificar a prostitutas que relataran sus encuentros con él para debilitar las habladurías que se vertían sobre su persona y que aludían a su supuesta impotencia u homosexualidad.
Para rebajar la presión y humillación se eliminó la tradición de tener testigos la noche de bodas y mostrar la sábana pregonera. Aun así, la fama de Enrique siguió empeorando tras la boda con Juana de Portugal hasta su muerte.
Hay que tener presente que durante siglos se impuso la tradición de certificar que el heredero era de sangre real con la presencia de diferentes testigos cuando una reina daba a luz. Lo curioso es que esta tradición se estableció a partir de María de Portugal, madre de Pedro I el Cruel, ya que los partidarios de Enrique de Trastámara siempre insinuaron que Pedro era un impostor puesto que, según ellos, la reina dio a luz una hija y que ante el miedo de que Alfonso le repudiase intercambio la niña por el hijo de un judío (Pedro Gil) que había nacido el mismo día. Aunque posiblemente sólo fuera un rumor malintencionado, lo cierto es que a partir de entonces las reinas castellanas se veían obligadas a pasar por ese incomodo momento.
Para mitigar la vergüenza que les ocasionaba estar rodeadas de numerosos testigos algunas idearon pequeños trucos. Un ejemplo lo encontramos en Isabel la Católica que pedía a sus doncellas que le colocasen un velo sobre su rostro para evitar que nadie viera sus gestos de dolor. Sin embargo, no todas tuvieron que pasar por esta tradición ya que no olvidemos que Juana, hija de los Reyes Católicos, dio a luz a su hijo Carlos en un retrete.
Con Enrique IV, el Impotente, continuaron las rencillas con Aragón y le estalló una guerra civil en la cara por culpa de los problemas sucesorios. La nobleza, en un juego de poder, no quiso aceptar a su hija Juana como heredera, llegando a intentar despojar al rey de su título en la llamada Farsa de Huelva, donde coronaron a su hermano Alfonso, que poco duró, pero el conflicto no se resolvió y entró en juego su hermana Isabel.
La disputa entre la hija de Enrique IV, Juana, denominada la Beltraneja porque se atribuía que su paternidad correspondería a Beltrán de la Cueva, e Isabel, recordemos, hermana de Enrique IV, comenzó tras el fallecimiento de Enrique en el año 1474. Es entonces cuando Isabel se hizo proclamar reina imponiéndose a los partidarios de su sobrina Juana la Beltraneja.
Con el matrimonio de Isabel I de Castilla con el rey Fernando II de Aragón (también un Trastámara) se unificarían las Coronas de Castilla y Aragón.
Dado que Isabel y Fernando no tendrían hijos varones, su herencia sería transmitida la Casa de Hagsburgo, en la figura de Felipe I el Hermoso, esposo de la hija de los Reyes Católicos Juana I la Loca.
Muerta Isabel en 1504, Fernando se dedicó a meter mano en la política castellana, apartando a su hija Juana del trono. Ya bastante mayor se casó con una jovencísima princesa, Germana de Foix. Si el hijo de ambos no hubiese muerto al poco de nacer las coronas castellana y aragonesa no se hubiesen unido. Tras esto, dejó todo a su nieto Carlos de Austria.
Hay que recordar que tras varias peripecias, con el fallecimiento de Felipe, el “encierro de Juana” y la regencia de Fernando II, accedería al poder Carlos I de España y V de Alemania, dando paso al gobierno de España por reyes de la Casa de Austria.
Aunque siempre se ha considerado que los últimos Trastámaras fueron los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, sin embargo la última Trastámara en realidad fue la Reina Juana I de Castilla, aunque nunca llegara a ejercer el poder.
En cuanto a la valoración del reinado de la Casa de los Trastámara en Castilla, hay que tener presente que durante los diferentes reinados de los Trastámara en Castilla, se produjeron muchísimos cambios. Una vez en el trono, el primero de los reyes Trastámara recompensó el apoyo recibido de aquellos mediante una generosa política de reparto de señoríos, las llamadas mercedes enriqueñas, consistente en la donación de señoríos que llevaban consigo el ejercicio de amplias atribuciones jurisdiccionales, verdaderas subrogaciones de la potestad real, lo que generaba cuantiosas rentas. Estas concesiones supondrían en la práctica la consolidación de una oligarquía nobiliaria estrechamente vinculada al poder regio, que acarreó, en especial durante la última década del siglo XIV, una firme oposición antiseñorial en muchas villas.
Pero este movimiento no fue unidireccional, ya que el proceso de consolidación de la oligarquía nobiliaria no estuvo reñido con el paulatino reforzamiento del poder institucional de la Corona, a través de la consolidación del papel de instituciones de gobierno como el Consejo Real, órgano creado por Juan I en 1385, o la creación de la Audiencia en 1371, que permitió a la justicia adquirir paulatinamente su plena independencia.
Otro de los ejes del fortalecimiento regio fue el desarrollo progresivo de un ejército permanente vinculado a la Corona. Esta centralización fue posible gracias al fortalecimiento de la Hacienda regia, a través de organismos como la Contaduría Mayor de Hacienda, encargada de la recaudación de tributos, o la Contaduría Mayor de Cuentas, encargada de fiscalizar las cuentas reales y, por tanto, responsable de su saneamiento.
En cuanto a las Cortes Castellanas durante aquellos año, hay que destacar que alcanzarían su mayor plenitud durante el reinado de Juan I, a partir del cual iniciaron una inexorable decadencia hasta convertirse en reuniones casi exclusivas del tercer estado, como consecuencia del acercamiento de nobles e Iglesia a la participación en el Consejo Real. Desde ese momento, las Cortes estuvieron férreamente controladas por la Corona, debido al descenso del número de villas representadas en ellas y a la intervención en la elección de sus procuradores por parte de los corregidores, los representantes de la Corona en las ciudades.
Si nos referimos a cuestiones de economía, en primer lugar hay que decir que el siglo XV se caracterizó en Castilla por una notable recuperación demográfica tras la dinámica a la baja con que finalizó el siglo anterior. Aunque las epidemias y crisis de subsistencias no desaparecieron completamente, la tónica dominante del periodo fue el paulatino incremento de la población y, con ello, el relativo aumento de las tierras de cultivo y una subida generalizada de los precios agrícolas. Se produjo también una adaptación de la producción agraria a las necesidades de los mercados urbanos del entorno, que experimentaron cierto despegue gracias a la actividad textil. También hay que calificar como notable el crecimiento del comercio, tanto interno como internacional, que hizo que la alcabala (el tributo que marcaba el tráfico mercantil) un capítulo fundamental en los ingresos reales.
En ese desarrollo comercial hay que destacar dos cuestiones más: la importancia de la ganadería lanar, que llevaría a Castilla a ser el principal proveedor de lana en los mercados europeos, y la consolidación de un gran foco económico en el área situada entre la costa atlántica andaluza y Sevilla, ciudad en la que se instaló una importante colonia de comerciantes genoveses dedicados a la importación de especias y productos de lujo a cambio de mercurio o paños.
La inserción castellana en el comercio internacional fue pareja a una política exterior caracterizada por una ininterrumpida alianza con Francia y por la consolidación de Castilla como potencia hegemónica en el ámbito peninsular.
En definitiva, podemos decir que el período de los Trastámara en Castilla se caracterizó por el progresivo fortalecimiento de la nobleza en el ámbito socioeconómoco y el poder regio en el ámbito institucional, dentro de un contexto de desarrollo económico impulsado por la burguesía, pero también hay que recalcar que bajo sus gobiernos se desarrolló una política que llevaría más adelante hacia las llamadas monarquías autoritarias. Además, lograron involucrar a Castilla en la Guerra de los Cien Años, permitiendo a la diplomacia europea inmiscuirse en los asuntos del reino.
La entronización en Castilla de los Trastámara se produjo como colofón a una larga crisis iniciada a finales del siglo XIII, que al igual que sucedía en la Europa tardomedieval, sus ingredientes principales habían sido la aparición de hambrunas y de epidemias de peste recurrentes, así como el recrudecimiento de los conflictos bélicos.
En cuanto a Aragón, los Trastámara ocuparon el reinado entre los años 1412 y 1555. En Aragón, a diferencia de lo que ocurría en Castilla, la dinastía Trastámara consiguió afianzar su poder e incluso fueron capaces de evitar en cierta medida la organización de las Constituciones y los Fueros, sobre todo bajo los reinados de Juan II de Aragón y Fernando el Católico.
El inicio hay que tomarlo en el Compromiso de Caspe (1412), con el que se daba por finalizado los conflictos y crisis originada tras la muerte, sin herederos, de Martín I el Humano. Allí, contrariamente a la pérdida de autoridad que sufrían los Trastámaras castellanos, la rama aragonesa luchó por afianzar el poder del Rey en unos territorios donde las Constituciones y Fueros de cada reino le limitaban la capacidad de acción.
Fernando I el de Antequera (apelativo procedente de su reconquista de la plaza de Antequera contra el reino musulmán de Granada en el año 1410), con quien arranca la rama aragonesa de la Dinastía de los Trastámara, manifestó su rechazo a estos fueros.
A Fernando I le seguiría Alfonso V el Magnánimo, quien logró incorporar a la corona a Sicilia, Cerdeña y Nápoles. Tras su fallecimiento se dividió parte de sus territorios entre sus hijos.
Con Juan II, y posteriormente con Fernando II el Católico, los Trastámara pudieron superar parte de los escollos de la peculiar organización feudalizante de la Corona de Aragón, aunque debido a la guerra entre Juan II y la Diputación del General, Aragón, y en especial Cataluña, quedaron atrás en la recuperación económica que se desarrollaba desde la debacle de la Peste Negra y la Crisis del siglo XIV.
En la Corona de Aragón, el reinado de los Trastámara estuvo condicionado por la persistencia a lo largo de todo el siglo XV de la crisis económica y demográfica iniciada a mediados del siglo XIV, lo que acarreó una serie de convulsiones sociales y políticas que entorpecieron la voluntad regia de imponer su primacía política sobre las diversas instituciones del reino.
Por el contrario, la magnitud del declive demográfico catalán durante esas décadas se vio reflejado en la pérdida de casi el 40% de su población respecto al primer tercio del siglo XIV, lo que lastró definitivamente las posibilidades económicas del Principado y condicionó la aparición de recurrentes conflictos sociales que culminaron en la guerra civil de 1460-1472. Por un lado, los campesinos de remensa vieron en la despoblación rural de finales del siglo XIV una oportunidad para mejorar sus condiciones a través de la apropiación de las tierras abandonadas, pero se encontraron ante ello con una violenta reacción señorial orientada a imponer sobre ellos un aumento de la presión fiscal y jurisdiccional, con la cual recuperar una economía nobiliaria maltrecha por la caída de las rentas que trajo consigo el despoblamiento rural. Esta actitud reaccionaria de los señores feudales catalanes respecto al campesinado encontró en la tradición pactista de gobierno una herramienta con la que intentar condicionar y frenar desde las instituciones la pretensión regia de centralización del poder político.
El precario equilibrio social entre señores, remensas, patricios y artesanos urbanos se vio de manera paulatina resquebrajado durante la primera mitad del siglo XV, al compás de una creciente crisis económica, con la retracción del comercio mediterráneo causada por la presión otomana en oriente y la guerra corsaria de genoveses y venecianos en occidente. Todo ello desembocó en un grave conflicto social y político que tuvo como elementos característicos el largo asunto remensa en el campo, el conflicto urbano entre los partidos patricio y artesanal (en Barcelona la Biga y la Busca) y la culminación del enfrentamiento entra la Corona y las instituciones de gobierno propias.
Desde un punto de vista estrictamente político, la entronización de los Trastámara en Aragón supuso una oportunidad abierta para la aristocracia urbana y rural de ruptura con la actitud filoremensa y popular que habían llevado a cabo los últimos monarcas de la casa de Barcelona. La creación en 1413 de la Diputación del General (la Generalitat) significó la aparición en Cataluña de una dualidad de gobierno, con el rey y la corte por un lado y la Generalitat por el otro, esgrimida por la oligarquía como organismo representativo del país e instrumento de sus intereses particulares.
La precaria situación de Fernando de Antequera al acceder al trono obligó al monarca a realizar concesiones a la oligarquía, cuya posición se consolidó durante el reinado de Alfonso V el Magnánimo, quien, empeñado en la empresa imperial mediterránea, mostró poco interés en los asuntos de los reinos peninsulares de la Corona y prefirió ceder a las peticiones oligárquicas para conseguir apoyos para sus proyectos de conquista de Sicilia y Nápoles.
Esta dinámica se rompió con el reinado de Juan II, cuya actitud autoritaria chocó con los intereses de una oligarquía decidida a no ceder ante la acometida del sindicalismo remensa y artesano. La guerra entre el rey y las instituciones, desatada a la par que la revuelta de los campesinos remensas, significó la ruina definitiva de Cataluña, que cedió su posición hegemónica en la Corona aragonesa al reino de Valencia.
El agotamiento del reino tras esa larga crisis permitió al rey Fernando II el Católico poner en marcha una política de enderezamiento político, social y económico a través de la implicación de los sectores moderados de los grupos sociales enfrentados, en una política de acuerdos fundamentada en el reconocimiento común de la posición de primacía del poder real.
En cuanto a Navarra, sería bajo el reinado de Juan II en la Corona de Aragón, cuando, frente a sus adversarios, impuso como reina de Navarra a su tercera hija, Leonor, casada con Gastón de Foix, de donde arranca la implantación en Navarra de la Casa de Foix. Pero el conflicto entre Juan II y su hijo Carlos se extendió a Cataluña, donde provocó una guerra civil (1462-72) entre el rey, los payeses de remensa y la facción popular de la Busca, por un lado, y la Diputación, por otro. La Diputación llegó a ofrecer la Corona de Cataluña a Enrique IV de Castilla, a Pedro de Portugal y a Renato de Provenza. El rey se impuso gracias a la ayuda de Luis XI de Francia, al que hubo de compensar con la entrega del Rosellón y la Cerdaña.
La Casa de los Trastámara reinó en Navarra entre los años 1425 y 1479.
Y en cuanto al Reino de Nápoles, la Casa de los Trastámara reinaría en Nápoles en dos períodos: entre los años 1458 y 1501 y 504 a 1555.
El reino de Nápoles había sido conquistado por Alfonso V de Aragón, quien se lo dejó a su hijo ilegítimo, Fernando I de Nápoles y Sicilia, dedicando casi todo su reinado a sofocar revueltas internas apoyadas por Francia.
Peor lo pasaría su hijo Alfonso II, el Guercho, quien sólo duró un año por los continuos ataques franceses, abdicando en su hijo y muriendo al poco tiempo.
Fernando II (1495-1496) se dedicó a combatir con los franceses, pero murió, sin descendencia, solo un año después de acceder al trono, pasando el trono a su tío Federico I (1496-1501), hijo de Fernando I. Fue depuesto tras la traición de su primo Fernando el Católico, que se repartió el reino con Francia, para convertirse en su rey en 1504 hasta su muerte, pasando entonces la corona a su nieto Carlos I.
En definitiva, la historia de los Trastámara es, en su conjunto, algo dramática. Al fin y al cabo, sus orígenes se enraízan en la familia bastarda, más cercana al propio padre progenitor, que fue Alfonso XI de Castilla, que a la legítima de Pedro el Cruel. Para que esta bastardía se transformase en una monarquía, digamos oficial, se llegó a una guerra entre hermanos y distintos grupos de la sociedad castellana. Toda persona medianamente culta conoce la tópica frase del bretón Bernard du Guesclin, al servicio del que sería Enrique II de Castilla, cuando afirmó en la lucha fratricida: «Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor». Así empezó la monarquía de Enrique II.
Carlos I de España creía que el único hijo varón de los Reyes Católicos, Juan de Castilla y Aragón, había fallecido por «desenfreno sexual» con su esposa. La prematura muerte del heredero, destinado a unir en su corona los dos reinos peninsulares más extensos, condenó a la dinastía de los Trastámara a la desaparición.
Tras la muerte Isabel de Aragón –la hija mayor de los Reyes Católicos–, la sucesión de Castilla y Aragón quedó en manos de Juana la Loca y Felipe el Hermoso. Un acontecimiento que supuso la llegada de los Habsburgo a España.
Libro recomendado:
Bibliografía:
Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Casa de Trastámara. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/trastamara.htm el 2 de marzo de 2021.
Ernest Belenguer. Los trastámara. El primer linaje real de poder político en España
Gran Enciclopedia de España, Ed. Enciclopedia de España, 2003.
Alderón Baruque, J.LosTrastámaras. Madrid. Ediciones Temas de Hoy.
Los Trastámara y la Unidad Española. Ediciones Rialp.