En nuestro repaso por los diferentes aspectos que conformaban la vida en el Medievo, hoy os presentamos este breve resumen sobre la consideración de El mar durante la Edad Media.
Durante la Edad Media, el mar siempre fue mirado con respeto, y hacia el él se fue generando un temor reverencial, en el que la realidad y la superstición convivían. A través del mar llegaba una fuente de riqueza: pesca y comercio, pero también por el mar llegaban los piratas, se producían naufragios, eran escenarios de guerras, truncando vidas y fortunas.
El Océano Atlántico en la Edad Media
Antes de la conquista de América, sin lugar a dudas, el Atlántico cumplía una función limítrofe fundamental. Era una especie de gigantesca frontera líquida entre lo que se conocía y el vacío, la oscuridad absoluta. Y esa mirada del Atlántico como lo ignoto perduró en Europa por mucho tiempo. Hasta que Colón se embarcó hacia “las Indias” desde el puerto de Palos en el verano de 1492.
La representación geográfica, y por tanto cartográfica, del Atlántico en el período precolombino le debe muchísimo a la herencia clásica. A partir de las teorías de, sobre todo, Isidoro de Sevilla (que a su vez se basaba en autores tardoclásicos como Plinio), los geógrafos medievales coincidían en que el orbe estaba rodeado circularmente por el océano, en un concepto de continuidad y de eternidad que tiene un claro trasfondo cristiano.
Los autores diferenciaban el Océano, en términos generales, con los océanos, desde un punto de vista particular. Así, incluso en ocasiones establecían una subdivisión dentro del océano occidental (es decir, el Atlántico). De esta forma, nos encontramos no solo con el Atlántico, sino a su vez con el Océano Británico, Galo, Etíope, etc.
Había una mentalidad medieval que centraba en el Atlántico una cierta oscuridad, metáfora del desconocimiento, lo que explicaría que abunden las referencias al Atlántico como “mar pedregoso”, “mar verde de la melancolía”, etc., siempre incidiendo en su carácter violento, amenazador y continuamente cambiante por las mareas.
El peso de este recuerdo del mar y, por extensión, del océano exterior (como también se le llamaba, en contraposición al mar interior, al mare nostrum, es decir, al Mediterráneo) resulta evidente en varios dichos populares presentes en determinadas fuentes, tales como “elogiad el mar, pero permaneced en la orilla”, o “quien se echa a la mar aprende a rezar”.
El Mar del Norte en la Edad Media
El mar del Norte es un mar marginal del océano Atlántico, situado entre las costas de Noruega y Dinamarca al este, las de las islas británicas al oeste y las de Alemania, los Países Bajos, Bélgica y Francia al sur.
Desde la antigüedad el Mar del Norte se conocía como Oceanum o Mare Germanicum. El nombre actual se cree que surgió desde el punto de vista de las islas Frisias, desde donde quedaba totalmente al norte, y por oposición al mar del Sur.
El Mar del Norte, una región marginal hasta cierto punto, va ganando peso a partir del siglo XIII hasta convertirse en un punto clave en las rutas marítimas del comercio Europeo. Esta ruta comercial favoreció un intercambio comercial, tecnológico y cultural, convergiendo en un germen de una cultura “paneuropea” si lo queremos denominar así, ya para aquella época.
En estos flujos tan marcados, la influencia de la zona de Países Bajos como elemento central que catalizaba los flujos del Mediterráneo y los del Báltico tenían tal importancia que se peleó durante siglos por su dominio. Una vez cristalizado su independencia esta zona llegó a dominar el comercio mundial pese a su reducido tamaño y carencias intrínsecas.
Cabe recordar así la Ruta de Flandes, los grandes flujos comerciales que desde el Mediterráneo o desde la costa Atlántica peninsular llegaban a Flandes, donde confluían los productos Mediterráneos, ingleses, franceses y los cargamentos de la Hansa. Una historia que casi no se cuenta, y que para Portugal (sobre todo para Lisboa) y para el caso concreto de mi tierra, Galicia, tenía una importancia capital, mucho mayor de lo que pudiera tener todo el movimiento de aquel Mediterráneo en guerra.
El Mar Negro en la Edad Media
El Bósforo, el estrecho de treinta kilómetros que une el Mediterráneo con el mar Negro, es un estrecho corredor marítimo que serpentea entre altas colinas y que se formó durante la última Edad de Hielo, cuando el Mediterráneo entró en contacto con el mar Negro, que entonces era un lago.
Los griegos clásicos lo describían como placentero con la esperanza de apaciguar sus temibles borrascas y ominosas profundidades, pero el mar Negro tiene un corazón oscuro. Más allá de los doscientos metros de profundidad, el mar se hunde en el silencio. Estos estratos profundos albergan la mayor reserva mundial de sulfuro de hidrógeno, un gas tóxico. No hay oxígeno. El agua está muerta; la madera se conserva eternamente. Los fantasmales cascos de miles de años de naufragios marítimos permanecen incorruptos en el lecho del mar; solo sus partes de hierro –anclas, cabos, armas y cadena- han sido devoradas por las venenosas aguas profundas. Los venecianos los llamaban el mar Mayor y les asustaba. Su centro es un desierto; no hay islas que sirvan de escalones y que puedan aportar refugio frente a las tormentas, como en el Egeo; la mayoría de los barcos preferían costear por sus orillas o se arriesgaban a cruzarlo por un punto más estrecho.
Para los europeos, las orillas del mar Negro eran la frontera de la civilización; las estepas situadas más allá eran el dominio de bárbaros nómadas, una región en que las distancias sólo estaban marcadas por los túmulos de los antiguos escitas, enterrados con sus esclavos, sus mujeres, sus caballos y su oro.
Hasta la caída de Constantinopla en 1204 (por la cuarta Cruzada cristiana), los bizantinos mantuvieron el estrecho del Bósforo firmemente cerrado. El mar Negro aportaba el grano sin el cual la ciudad no podía sobrevivir, y los italianos tenían la entrada prohibida en él. Fue el saqueo de la ciudad en 1204 lo que abrió esa región.
El Mar Mediterráneo en la Edad Media
Poco a poco el mundo se va abriendo y el Mar Mediterráneo va perdiendo su importancia, aunque los grandes estados europeos siguen siendo países cercanos a sus aguas. Gran importancia tuvo el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes en las zonas cercanas a las aguas mediterráneas, cuya influencia afecto a todas las grandes regiones de la época.
Especial protagonismo tuvieron unas cuantas ciudades en las costas de los mares Tirreno y Adriático, sobre todo, que alcanzarían gran prosperidad merced al comercio marítimo y el poderío naval, de ahí proviene el nombre por el que se las reconoce: Repúblicas marítimas.
Repúblicas marítimas europeas en el Mediterráneo en la Edad Media
Estas repúblicas marítimas se extendieron a algunas ciudades costeras del mar Mediterráneo, en paralelo a otras ciudades de la zona que también gozaban de independencia.
A partir del año 1000 se produce una recuperación económica en buena parte de Europa, lo que unido a la creciente inseguridad que padecían las tradicionales rutas terrestres de comunicación entre estados y ciudades, coadyuvó al desarrollo de las rutas comerciales a lo largo del Mar Mediterráneo. Pero el importante crecimiento económico y de poder de estas ciudades, provocó también que quedaran sometidas a posibles incursiones de los piratas sarracenos.
La historia de las repúblicas marítimas se inscribe en el principio de la expansión europea hacia Oriente, estando en el origen del moderno capitalismo, entendido como un sistema mercantil y financiero. Además, las cruzadas también influyeron en el proceso de expansión de estas repúblicas. Así, Venecia, Amalfi, Ancona y Ragusa estaban ya implicadas en el comercio con el Levante, pero con las cruzadas el fenómeno se acrecienta.
La historia de las repúblicas marítimas es variada pues mientras que repúblicas como Venecia, Génova, Noli y Ragusa tuvieron una larguísima vida como entidades independientes que superaron el periodo medieval y perduraron hasta los principios del siglo XIX, cuando el desarrollo de los estados europeos se vio sacudido por las guerras napoleónicas.
El papel de la Hansa
A partir del siglo XII, el comercio en los mares Báltico y del Norte se había desarrollado considerablemente, gracias a la actividad de la Hansa que, en su época de su apogeo, agrupaba más de ciento cincuenta ciudades marítimas o continentales situadas entre el golfo de Finlandia y el Zuiderzee.
Unión comercial primero, la Hansa teutónica, aprovechando la carencia de una autoridad imperial, demasiado debilitada por las guerras italianas y las luchas contra el Papado, no tardó en convertirse en una potencia política. Sin embargo, todas estas ciudades continuaban bajo la dependencia del emperador o de sus respectivos señores. Nunca hubo fusión orgánica ni de personalidad jurídica: la Hansa no poseía ni marina ni ejército permanente.
Tras un período de declive por conflictos entre los diferentes estados y ciudades, ya en el siglo XIV se produjo el apogeo de la Hansa, debido en gran parte a la utilización de un nuevo tipo de nave: la Cogghe, un tipo de nave de unos treinta metros de largo por siete de ancho, que llevaba una sola vela, lo que lo hacía de él un barco manejable y rápido, y además era capaz de transportar hasta 300 toneladas, lo que representaba un mil por ciento más que los barcos anteriores.
Los barcos navegaban, generalmente, en convoy, para evitar los riesgos de piratería; esta práctica no sólo aumentaba los peligros de colisión sino que, además, tenía el inconveniente de obligar a los navíos procedentes de ciudades diversas a buscar un punto de concentración.
Uno de los riesgos que existían consistía en la “huida” del capitán, que, al llegar al extranjero, podía, con toda facilidad, vender su cargamento y desaparecer. Para evitar esto, el capitán debía estar casado obligatoriamente y ser padre de familia: los asociados podían, así, guardar a su mujer y a sus hijos como rehenes.
De esta forma, la Hansa, con su flota y sus poderosos mercaderes, era una muestra del esplendor de la civilización urbana, fundada en el comercio y el dinero.
Durante casi toda la Edad Media, los conocimientos europeos de navegación se reducían al mar Mediterráneo, el mar del Norte y las zonas costeras del Atlántico.
Entre las embarcaciones que se vieron en la Edad Media fueron fundamentalmente:
- Las Carracas: con la necesidad de aportar a los buques mayores tonelajes, surgieron las carracas, barcos que exigieron mayor superficie vélica, tanto que los constructores se vieron obligados a subdividir el paño o velas para hacerlas más manejables, naciendo por esta razón la gavia, vela que se izaba por encima de la cofa, con los puños de escota que se hacían firmes en los extremos, braceándose todas al mismo tiempo.
- La Naos: fueron diseñadas pensando en travesías prolongadas y en las difíciles condiciones de navegación del Atlántico. Las carabelas y las nâos tenían una combinación de velas cuadradas (de origen oriental) y triangulares (vela latina, que permitía navegar contra el viento), un timón largo y una quilla curvada y alta, que proporcionaba mayor seguridad y fortaleza al barco. Las nâos estaban dotadas de un mayor número de velas triangulares.
- Las Carabelas: Una característica que destaca en la definición de carabela, es que era un navío largo y angosto. Es, por tanto, interesante conocer, cuales son las relaciones entre las dimensiones principales del buque. La carabela es producto de la síntesis del modelo nórdico, que se conoció a mediados del siglo XIV, con los barcos que se usaban en el Mediterráneo.
Entre las mercancías que se transportaban en estas embarcaciones durante la Edad Media, se pueden clasificar las hierbas y especias en dos grupos, las que modifican, tanto el sabor, como el aspecto de los alimentos, en este grupo estarían el azafrán, la canela, el tomillo y el romero, entre otros; y las que excitan el paladar, entre las que se encuentran la pimienta, el pimentón, la nuez moscada y las diversas variedades de chiles. Se solían intercambiar por lanas, metales, maderas y manufacturas textiles y componentes del petróleo, de las propias ciudades italianas. Se logró que de nuevo llegasen a Europa la pimienta, el cardamomo, la canela, la nuez moscada y el azafrán.
Exploraciones y viajes marítimos en la Edad Media
Una característica particular de la población, hacia mediados del siglo XI, fue su constante movimiento. Durante el Medievo, mercaderes, conquistadores, misioneros y también aventureros hicieron numerosos viajes marítimos, explorando en muchos casos nuevas rutas.
En la Edad Media los viajes podían emprenderse por múltiples razones, desde un comerciante a un correo diplomático, desde un cruzado hasta un delincuente huyendo de la justicia. La gente dejaba su entorno cercano y se embarcaba en viajes, largos y cortos, que no contaban, sin duda, con las mayores comodidades.
El auge de las peregrinaciones tiene su origen en este mismo periodo. Aquí la religiosidad y la propia conciencia pasa a ser un acicate suficiente para que la gente también dejase su tierra y sus gentes para realizar largos desplazamientos.
Por otro lado, los pueblos árabes durante la Baja Edad Media, obtenían unos productos a los que llamaban especies, de agradable aromo y sabor, como era la canela, vainilla, pimienta, nuez moscada, clavo, etc. Estos productos procedían de zonas tan distantes para la Europa Occidental como la India.
Para poder traer los productos asiáticos hacia Europa, existían dos vías fundamentales, una marítima cuyo punto de partida era Egipto e Irak, y otra por tierra, más conocida como ruta de la seda o ruta de las especias, dependiendo de si se trataba de la India o China. La ruta marítima consistía en una verdadera aventura, donde el papel de los monzones era fundamental tanto para la llegada de los barcos hasta la India o China, como para la salida de vuelta hacia Europa.
Cuando los productos por fin llegaban a Europa, éstos habían duplicado el valor. La distribución por Europa corría a cargo de un monopolio formado por comerciantes venecianos y genoveses, quienes hicieron grandes negocios al revender aún más caros estos productos.
Pero con el cierre de los pasos fronterizos a las mercancías por parte de los turcos tras la toma de Constantinopla, en el año 1453, el comercio entre Asia y Europa se vio interrumpido.
En cuanto a los viajes de descubrimientos y exploración, a mediados del siglo XV se produjeron profundas transformaciones sociales, políticas y económicas que llevarían a los estados europeos a iniciar una carrera de exploración y descubrimientos. En este sentido Portugal y España emprendieron una fuerte expansión. Pero sus situaciones particulares diferían, ya que Castilla y Aragón hasta fines del siglo XV estuvieron luchando por expulsar de su territorio a los árabes. Portugal, que ya había logrado esto mismo en el siglo XIII, fue la primera nación que llevó adelante las expediciones ultramarinas.
Peligros y amenazas del mar durante la Edad Media
Vamos a centrarnos en, posiblemente, las dos principales:
La piratería en el Mediterráneo durante la Edad Media
Posiblemente el mayor peligro de los mares estaba conformado por la piratería o la guerra de corso, cuyo incremento a fines de la Edad Media fue espectacular, sin llegar a alcanzar la virulencia de la Edad Moderna.
El corso estaba protegido y tolerado por el estado que abanderaba el buque; por el contrario, la piratería siempre estuvo fuera de la ley.
Desde la Antigüedad, el Mediterráneo ha sido testigo de actos de piratería y barbarie por todas sus costas, pero será en la Baja Edad Media cuando las costas levantinas españolas y especialmente, las costas alicantinas, se convertirán en un verdadero nido de piratas.
Catalanes, valencianos, alicantinos, musulmanes (Granadinos y africanos), genoveses, portugueses, etc; todos van a llevar actos de piratería en el mar Mediterráneo.
La Corona de Aragón será la primera en llevar a cabo estos actos de piratería y lo hará en las costas del norte de África por medio de piratas catalanes y valencianos. Con la intención de neutralizar los posibles salidas musulmanas que tuvieran como objetivo herir al reciente Reino de Valencia, salieron las primeras expediciones catalanas hacia el norte de África. A ésta causa, además de la intención expansionista del Reino de Valencia, se sumaron de muy buena gana los intereses de los mercaderes catalanes, quiénes veían en éstas salidas hacia el norte de África una vía para ampliar su mercado en el sur del Mediterráneo.
Por otra parte, corsarios valencianos fueron enviados a las costas granadinas y al estrecho de Gibraltar con el mismo pretexto: con la intención de neutralizar posibles ataques musulmanes o levantamientos.
Como reacción a éstos ataques, musulmanes del Reino Nazarí de Granada y berberiscos del norte de África azotarán las costas en tierras españolas, sobre todo a partir del XIV y del XV.
En éste contexto y en estas circunstancias en las que la Corona permitía éstos actos de piratería, nos encontramos ante una piratería disfrazada muchas veces con “patente de corso” y, con la aparición de un nuevo tipo de piratas con una dedicación mixta: se trata de marineros que alternarán su actividad comercial o pesquera con una piratería de bajo pillaje.
Será en estos momentos cuando, individuos de toda clase y de prácticamente todos los grandes enclaves marítimos del Mediterráneo, se lanzarán a la mar con intenciones poco honradas y cuyas acciones sembrarán el pánico tanto en alta mar como en las costas de todo el Mediterráneo.
Las medidas adoptadas por las autoridades estatales o municipales para combatir la piratería fueron inconexas, aisladas e insuficientes, consistiendo básicamente en el envío de correos avisando del peligro, buques armados de vigilancia, atalayas, torres costeras, etc.
Los naufragios en la Edad Media
Cuando los marineros se embarcaban hacia el océano, uno de sus mayores temores era ser víctima de un naufragio.
El Mar Mediterráneo era, por lo general, más benigno que el Atlántico, pero a veces, los barcos debían refugiarse durante días en algún puerto, debido a los vientos desfavorables. De ahí, el temor a los viajes largos y a la navegación en altura, prefiriendo el cabotaje que siempre ofrecí la posibilidad de buscar refugio en algún puerto en caso de peligro.
Hay que tener presente que nos estamos refiriendo a un tiempo en el que los marineros adquirían exclusivamente sus conocimientos náuticos a partir del hecho de haber estado navegando, y dado que la información y experiencia adquirida se transmitía fundamentalmente de manera oral, pues no había una producción habitual de documentos náuticos, lo que traducía en la escasez de mapas.
Algunos de los mapas existentes en la Baja Edad Media no eran auténticas cartas marinas destinadas a u uso náutico. Cabría decir que eran mapas de gabinete de interés estratégico y geográfico.
Por otro lado, en cuanto a los derroteros atlánticos corresponden a un tipo de documento náutico que los marineros del Mediterráneo llamaban portulanos. En ellos se reflejan los principales puertos y fondeaderos, al tiempo que explican cómo ir de una costa a otra, perdiendo temporalmente de vista la tierra, y calculando la ruta en alta mar a partir del rumbo a seguir y la distancia a recorrer.
Monstruos marinos en la Edad Media
Desde tiempos antiguos la gente temía a lo desconocido e incluso en su imaginación, alimentada por relatos orales que más tarde quedaron reflejados en diversos escritos, aparecían monstruos raros y extravagantes, bestias que eran capaces de hacer las mayores atrocidades. Entre esos monstruos podemos citar algunos muy conocidos en la actualidad, como la sirena, criaturas mitad humanas, mitad monstruos. Eran mujeres muy bellas de cintura para arriba pero en vez de pies tenían cola de pez. Hay muchas historias sobre las sirenas tanto en Asia como en Oriente Medio. En algunas se dice que ayudaban a los navegantes pero en otros intentaban atraer a los hombres al agua donde los ahogaban.
En los mapas europeos de la Edad Media, aparece una criatura que denominaban zifio o búho de agua, que según creían tenía una anatomía que combinaba características de un ave y un pez. Esta criatura era temida por los marineros por su afilada aleta dorsal con la que se reía que podía perforar el casco de los barcos.
En las sagas y crónicas nórdicas de la Edad Media se menciona a un terrorífico monstruo marino del tamaño de una isla, que se movía por los mares entre Noruega e Islandia. La saga islandesa de Örvar-Oddr, del siglo XIII, hablaba del “monstruo más grande del mar”, que se tragaba “hombres y barcos, e incluso ballenas”. Este monstruo, conocido como Kraken, podía haber sido un esquivo calamar de hasta 14 metros de longitud que vive en las profundidades del océano.
La presencia de estos seres en los mapas originales de los siglos XII al XVII empezó por ser una advertencia sobre posibles peligros y evolucionaron después hacia lo artístico, con ilustraciones cada vez más elaboradas que aumentaban el valor económico de los mapas. Los gallos o los unicornios mitad serpiente acuática o las sirenas de cola partida y con pinchos pasaron a interesar más a los nobles, deseosos de imaginar travesías peligrosas en lugares remotos del mundo.
El mar en tiempos de guerra, en la Edad Media
Para no extendernos en demasía, sirva como ejemplo, lo que acontecía en el siglo XIV, con motivo de la guerra de los Cien Años, el mar era un escenario que podía determinar el devenir de la guerra entre potencias que combatían entre sí. La pugna por el control de los mercados, es decir de las rutas comerciales marítimas se convirtió en una necesidad para Francia e Inglaterra, pero también para otros poderes emergentes como Castilla, Portugal o Flandes.
Mediante el comercio marítimo se podía transportar mayor cantidad tanto de productos como de combatientes de una manera más rápida, efectiva y con menos obstáculos de por medio.
El mar, al tratarse de un escenario clave que reafirmaba la diplomacia y fomentaba el desarrollo de la economía, fue empleado por las coronas rivales como campo de batalla a todos los niveles; interrupción del tráfico comercial, confiscación de navíos, asedios de puertos, y por supuesto, batallas navales. En esta atmósfera era muy normal encontrarse con gente ruda, asalariados, pescadores, y mercaderes que conformaban unos grupos sociales cohesionados y fuertes ya que compartían unos intereses que trataban de defender. Además, los Estados no disfrutaban de una autoridad absoluta en el mar; era un terreno que se situaba al margen de la jurisdicción estatal y para las villas costeras, tanto vizcaínas como inglesas, muchas veces primaban más los intereses locales que las alianzas internacionales y se dedicaron a atacar naves de reinos con los que había firmadas treguas.
Los vikingos
En las costas escandinavas, desde mediados del siglo IX se inició una etapa de inquietud migratoria, en la que los movimientos por mar eran más bien pocos, debido a la limitada capacidad de sus embarcaciones. Sin embargo, lograron mantener en vilo durante muchos años a las costas occidentales de Europa y cualquier tierra del interior que fuese accesible de manera fluvial. Los imperios más poderosos de la época, el Carolingio y el Omeya en Al-Ándalus, tuvieron que soportar sus acometidas.
Los vikingos utilizaban unos barcos especialmente ligeros y maniobrables llamados drakkars, ideales para remontar el curso de los ríos y efectuar ataques relámpago, denominados strandhögg. Gracias a su capacidad de navegación en aguas poco profundas, consiguieron sitiar la ciudad de París a través del río Sena, y llegaron hasta Pamplona a través del Ebro.
Pero no solo de pillaje vivían los vikingos. También se establecieron en diferentes regiones costeras como Sevilla, el sur de Italia y Normandía, donde años más tarde se apoyarían para conquistar la isla de Gran Bretaña.
También navegaron hacia el Atlántico Norte, llegando a Islandia. Erik el Rojo llegó a Groenlandia en el 982, y su hijo Leif Erikson arribó el continente americano en la península del Labrador en torno al año 1.000, denominándolo como Vinland. En la isla de Terranova, los vikingos mantuvieron contacto con las tribus inuit, a los que ellos denominaban Skræling (“bárbaros” o “forasteros”), y se cree que las relaciones hostiles con estos nativos americanos fueron una de las razones por las que abandonaron la idea de colonizar el territorio.
Todas estas rutas fueron recogidas en las sagas nórdicas medievales, y sirvieron de gran ayuda a los geógrafos en siglos posteriores para elaborar los mapas de las regiones árticas.
Los árabes
El control musulmán de Oriente Próximo y su rápida expansión político-militar puso en contacto los confines de Oriente y Occidente, con La Meca como el centro del mundo islámico. La religión musulmana obliga a todos sus fieles a visitar la ciudad sagrada al menos una vez en la vida, y las autoridades se preocuparon de organizar caravanas y dotar de conocimiento geográfico a sus peregrinos a través de itinerarios y mapas sobre el viaje.
Este viaje, marítimo y/o terrestre, podía durar meses e incluso años y normalmente estaba lleno de complicaciones.
Por otro lado, la conquista árabe de los puertos mediterráneos del Líbano, les permitió usar su conocimiento y técnicas de navegación para ejercer el dominio en la parte oriental del Mediterráneo, manteniendo a raya la flota bizantina.
El deseo de prosperar y encontrar mejores oportunidades comerciales llevó a los árabes a rincones insospechados.
Y no debemos olvidar que fueron los navegantes islámicos quienes introducen en Europa un instrumento imprescindible para la navegación: el sistema de dirección del barco por medio de un timón adosado a la roda de popa.
Conclusión
Los viajes por mar en la Edad Media eran siempre una aventura. El hombre medieval sentía por el mar un respeto reverencial.
La evolución del tráfico marítimo vino marcado por la conjunción de un buen número de factores: los peligros que representaba el mar, en forma de temporales, piratería, etc, la evolución de los tipos de barcos y la fuerza motriz que los movía, ejemplo el remo en la galera y sus derivados y la vela en la nao, la coca, o la carabela. También los avances científicos y técnicos, como el astrolabio, la brújula, la difusión de la vela latina, el timón de popa, la cartografía, etc, tuvieron un importante impacto. Todo esto permite la navegación de altura y hará posible los largos viajes con pocas escalas.
Durante la Baja Edad Media la ruta comercial entre los diversos puertos mediterráneos y Flandes es cada vez más frecuentada; por otra parte, la aparición de los seguros marítimos impulsará enormemente el comercio.
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Referencias
Manual de Historia Medieval. De García de Cortázar, F. y Sesma Muñoz, J.A.
Enciclopedia de Historia Universal HISTORAMA Tomo IV La Gran Aventura del Hombre
Artículo Conocimientos náuticos y representación del mar en la Baja Edad Media. El ejemplo del Atlántico próximo. De Bochaca, M y Arizaga Bolúmburu, B.
Artículo Los viajes por mar en la Edad Media. De Molina Molina, A.L.
https://www.geografiainfinita.com/
https://historiaybiografias.com
https://www.webscolar.com/la-navegacion-en-la-edad-media
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