Los bufones ocuparon un lugar especial en la historia medieval. Ellos eran considerados “privilegiados” en la Corte. Elegidos por su sentido del humor o su sentido del absurdo para dar entretenimiento al rey y a la realeza. Ya que a los bufones se les daba libertad de acción para decir cualquier cosa en “broma”, ellos eran a veces los únicos miembros de la Corte habilitados para expresar una opinión honesta acerca de las situaciones locales.
Cuando los reyes y reinas europeos gobernaban imperios volátiles y en disputa, la risa era casi un lujo.
Hay diferentes versiones sobre el origen del término bufón; por citar uno, algunos entendidos lo considerar en la palabra de “buffo”, término latino que designaba a los que aparecían en el teatro con los cachetes inflados para recibir bofetadas y con el ruido del golpe exagerado obtener un efecto más cómico en la gente. No es lo mismo que los juglares y trovadores, siendo éstos músicos callejeros o gente más refinada cuya razón social no era la de hacer reír, exclusiva del bufón.
El origen inmediato del bufón está en el trovador cuya función era contar historias, cantar y tocar instrumentos. El uso y mantenimiento de los bufones en la corte o por señores surgió en la Edad Media, ya en el siglo V Atila llevaba uno. Vivían en sus castillos actuando en banquetes y fiestas como cómicos. Su esplendor fue a finales del medievo y durante el Renacimiento.
El bufón era una de las pocas personas que podía subir en la escala social en la Edad Media, a diferencia de los campesinos, herreros, que seguían en su profesión por generaciones. De hecho, los que venían de las clases más bajas solían proporcionar una perspectiva más fresca y divertida que los de la clase alta. Por último, el suyo era único oficio en el que tener una deformación física era un punto a favor, ya sea jorobado, enano, quemado.
En cuanto a su procedencia, hay que decir que los bufones podrían provenir de cualquier lugar, pero generalmente eran jóvenes miembros de familias rurales pobres. El rey o los miembros de la Corte podrían toparse con estos chicos graciosos en sus viajes y los reclutaban con el objetivo de que trabajaran para el rey. A veces un futuro bufón, con sus formas sin sentido, era una carga para su familia, al cual lo enviaban a vivir en el Palacio real con alegría. Algunos eran mujeres, algunos eran reclutados desde niños, y algunos eran enanos o jorobados, personas con anomalías físicas que les daban una apariencia “humorística”.
Algunos eran verdaderos atletas, gimnastas y malabaristas, magos en un modo simple, tocaban instrumentos… No había que tomarlos en serio, ya que su oficio era hacer reír. Pero los bufones expertos eran mucho más, ya que eran tan eruditos como los consejeros reales. Eran sumamente ingeniosos.
Aunque bufón y sabiduría parecen antitéticos, en esta época existía la noción del “tonto sabio”. Se pensaba que todos los bufones y tontos eran casos especiales a quien Dios había tocado con un regalo de locura infantil, o quizás una maldición. La gente mentalmente discapacitada a veces encontraba empleo brincando y comportándose de un modo divertido. En el mundo áspero de la Europa medieval, la gente que no podría ser capaz de sobrevivir cualquier otro camino así encontró un lugar social.
A menudo los bufones tenían habilidades para la actuación o para la música, y a veces también estaban entrenados en gimnasia. Usaban ropajes coloridos y entretenían a la realeza con su agilidad mental, bailando, haciendo malabares, cantando, haciendo acrobacias, y eran expertos tañedores de laud y flauta, declamadores de leyendas y gestas históricas. Por el contrario, tenían que aguantar insultos y humillaciones.
Los bufones a veces eran confidentes de confianza del Rey. Mientras otros en la Corte adulaban y halagaban al Rey, el bufón se animaba a decir la verdad. Dado que el bufón poseía un estatus social menor, el mismo no representaba una amenaza para el poder del Rey. Y ya que no era parte de la intriga política de la Corte, el rey sentía que era seguro confiar en un bufón.
Sus sombreros distintivos consistían en una gorra con campanas en cresta de gallo; hecho de tela, tenían tres puntos flojos cada uno con campana de tintineo al final. Los bufones eran aquellos de risa sardónica; debían ser de alguna manera exagerados o extraños, con deformidades físicas o mentales, aunque a veces éstas podían ser naturales o fingidas, jorobados o enanos, cuya sola presencia era motivo de jocosidad; debían contar con habilidades especiales, ser muy torpes o sumamente ágiles; ser graciosos.
El uso del humor es la base de su trabajo: acciones, bromas, chistes, imitaciones; su función es el entretenimiento y la diversión de los poderosos a cuyo servicio están; además de ser una especie de “actor”, muchas veces resultaba ser consejero y crítico, y podían decir verdades serias.
Algunos bufones eran muy conocidos en sus días. Sus bromas podrían ser repartidas y repetidas en todo el reino. Los mismos vivían en el lujo del Palacio, comiendo con el Rey y recibiendo frecuentemente regalos por parte de la reina o de los dignatarios visitantes. Pero sus vidas también podían ser arriesgadas. Los bufones podían insultar a la realeza como parte de sus actos, pero tenían que trazar una línea cuidadosa. A pesar de que muchos reyes era intensamente leales a sus bufones, ocasionalmente los bufones eran desterrados, o incluso ejecutados, por cruzar la línea y ofender al rey con sus burlas.
Era en la hora del banquete cuando el bufón le daba vuelo a su ingenio para divertir a los comensales. En aquella época la relación comida-diversión se tomaba muy en serio. “A descansar de racionales van los hombres a los convites”, dice el humanista valenciano Luis Vives.
Había bufones itinerantes y bufones de corte, pero el cargo de bufón establecido con título de oficio particular y pagado del bolsillo real aparece hasta los comienzos del siglo XIV con un tal Godofredo, bufón de Felipe V el Largo. Una de las marcadas diferencias era que el bufón de corte llevaba riguroso “traje de loco”, casi siempre el mismo para todos.
No todo era desventaja para el bufón. Por principio estaban exentos de ir a la guerra, pues como no tenían ningún tipo de honra, no había honor que defender. Acompañaban a su señor en la batalla, pero estaban exentos de irse a partir la crisma, así como de pagar impuestos. Tampoco había preocupaciones por el hospedaje y la manutención.
La Iglesia medieval era enemiga de la risa y desde su monolítica autoridad trató de erradicarla: durante el siglo IV Basilio —obispo de Cesarea y fundador del modelo conventual cristiano, basado en la separación entre el exterior y el interior de los muros conventuales como gesto de una separación con el resto del mundo— prohibió que se riera a carcajada suelta so pena de castigo corporal. La risa era cosa del diablo y no entraba en el plan de Dios: “El Señor”, dice Basilio, “ha condenado a los que ríen en esta vida”.
Sin embargo, en una época donde el aislamiento y la soledad eran pan de cada día en castillos, monasterios y villorrios, así como la dominante incitación a la seriedad inspirada en el temor (terror) a Dios, la gente quería rodearse a como fuera de quien los hiciera reír, y qué mejor que teniendo un bufón.
Excelente Artículo. Estoy construyendo la historia de la discapacidad y me ayuda a ilustrarme sobre el transitar histórico del mismo.
Gracias Alejandro por leernos. Un saludo,