El Cid Campeador. Un caballero de leyenda. Cual héroe enmascarado de la familia Marvel, El Cid es un superhéroe hispano, o al menos así nos lo han contado durante mucho tiempo.
El Cid Campeador fue un líder militar castellano, protagonista de un buen número de gestas. Luchó en su propio beneficio a las órdenes de distintos caudillos, sirviendo tanto a castellanos como a musulmanes.
El Cid fue en vida un guerrero temido y un poderoso señor de la guerra con grandes aptitudes como estratega y como diplomático. Los apodos por los que es conocido los obtuvo por méritos propios: “Cid” proviene del árabe y quiere decir “señor”; “Campeador” proviene del latín “campidoctoris” que viene a significar ducho o maestro en el campo de batalla.
Contexto histórico
La trayectoria del Cid se enmarca en el mosaico político que constituye la península ibérica en el siglo XI, donde encontramos numerosos reinos cristiano y musulmanes combatiendo entre sí. Había un clima de tensiones entre castellanos, leoneses y navarros.
Desde el año 1031 en el que una rebelión depuso al último califa y Al-Ándalus se fragmento en numerosos reinos de Taifas (en árabe: facción o bandería), dominados por familias de diferentes etnias que se repartieron el control del territorio. Pero la realidad es que tenían litigios permanentes entre ellos. Desde el principio eran económicamente muy potentes y militarmente débiles, hecho que facilitó el avance de los reinos cristianos. Los reinos más importantes fueron los de Zaragoza, Toledo, Granada, Sevilla, Murcia… Estos reinos desaparecen en el año 1086.
Entre tanto en 1034 Castilla se convirtió en reino. Fue con Fernando I, hijo de Sancho II el Mayor.
De vital importancia es el reinado de Fernando, era propietario del condado de Castilla, pues se lo legó su padre, Sancho III el Mayor de Pamplona quien lo había adquirido en el año 1028. Además, tras enfrentarse al rey Bermudo III de León, y derrotarlo en la batalla de Tamarón, pasaría a ser ungido como rey de León en el año 1038, pues el derrotado rey era su cuñado. Pasaría a la historia como Fernando I el Magno. En su reinado y a partir de él se enmarca la historia del protagonista de nuestra historia de hoy.
Además, a finales del siglo, ante el avance de los reinos cristianos, que en el 1085 conquistan Toledo, los reinos de Taifas reclamaron el apoyo de los almóravides musulmanes y ultra ortodoxos que habían formado un gran imperio en el Norte de África.
Biografía del Cid Campeador
Su nombre era Rodrigo Díaz de Vivar. Nació, según una tradición constante, aunque sin corroboración documental, en Vivar (hoy Vivar del Cid), un lugar perteneciente al ayuntamiento de Quintanilla de Vivar en la provincia de Burgos, muy cerca de la capital de la provincia. Este dato se documenta por primera vez en el Cantar del Mío Cid (en torno al 1200).
Nació, posiblemente, en el año 1043 (pero hay diferentes opiniones pues según las fuentes su año de nacimiento estaría entre el año 1041, defendido por Menéndez Pidal, y el año 1057, según Ubieto Arteta). Falleció en Valencia en el 1099. Aunque su origen familiar es discutido en varias teorías, parece que fue miembro de la baja nobleza, pues sería hijo de Diego Laínez, descendiente del semi-legendario Laín Calvo. Rodrigo quedó huérfano muy joven (1065), siendo a partir de entones educado junto al infante Sancho, hijo del rey Fernando I de Castilla y León, Y futuro Sancho II. Fue instruido en el manejo de las armas, aunque también sabía leer y escribir, algo no muy frecuente en esa época.
Primeras batallas del Cid
Sancho II nombró a Rodrigo alférez real. Y a partir de entonces se reveló como un militar capaz en las distintas batallas en las que participó. Su primera batalla posiblemente fue la de Graus (Huesca) en el año 1063 para apoyar al rey moro de Zaragoza, protegido del rey Fernando I de Castilla y León contra los avances del rey Ramiro I de Aragón.
Un hito importante se produce en el año 1065, tras el fallecimiento del rey Fernando I, momento en el que, en base a sus disposiciones testamentarias, se reparten sus reinos entre sus tres hijos: Castilla pasa a Sancho, León a Alfonso y Galicia a García. Cada uno de ellos conllevaba el protectorado sobre determinados reinos andalusíes, por lo que recibían tributos de protección (parias). Esta situación produjo un equilibrio inestable que terminaría en guerra. Así, apenas tres años más tarde, los hermanos Sancho y Alfonso se enfrentan en la batalla de Llantada, con una victoria limitada de Sancho.
En 1071 Alfonso controla Galicia, territorio que reparte con Sancho, sin que ello suponga el fin de las hostilidades, pues al año siguiente ambos se enfrentan en la batalla de Golpejera o Vulplejera. En esa batalla destaca un joven Rodrigo. Derrotado Alfonso se exilia en Toledo. En ese momento Sancho controla en su totalidad los territorios que en su día regía su padre. Pero no hay alegría que dure cien años, en este caso, tan solo unos meses, pues un grupo de nobles leoneses, agrupados en torno a la infanta doña Urraca, hermana del rey, estaban descontentos con la situación y se alzaron contra Sancho. A Zamora acudió el rey para sitiarla con su ejército y fue en esa situación donde Sancho perdió la vida a manos del caballero zamorano Bellido Dolfos.
La Jura de Santa Gadea
En ese momento el trono pasa a manos de su hermano Alfonso, por lo que, según las leyendas del siglo XIII, Rodrigo, tomando la voz de los desconfiados vasallos de don Sancho, obliga a jurar a don Alfonso en la iglesia de Santa Gadea (o Águeda) de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, osadía que le habría ganado la duradera enemistad del nuevo monarca.
Pero parece que hay poca base real para esta afirmación, pues no habría tal juramento y Rodrigo gozaría de la confianza de Alfonso VI, hasta el punto de que lo nombró juez en sendos pleitos asturianos en el año 1075.
Familia de Rodrigo Díaz de Vivar
En ese tiempo, Rodrigo contrajo matrimonio, posiblemente en el año 1074, con su prima tercera doña Jimena Díaz, hija del Conde Diego Fernández, y juntos tuvieron tres hijos: María, Cristina y Diego, si bien a las hijas se les recuerdo como doña Elvira y doña Sol, nombres poéticos recogidos en el Cantar del Mío Cid, y que serían protagonistas del violento episodio de la afrenta de Corpes.
Nuevas campañas militares del Cid
En el año 1079 Alfonso pone a Rodrigo al frente de la embajada enviada a Sevilla para recaudar las parís que le debía el rey Almutamid. En ese momento el rey Abdalá de Granada, secundado por los embajadores castellanos con García Ordoñez al frente, atacó al rey de Sevilla, Almutamid, quien se hallaba bajo protección de Alfonso VI. El Cid se enfrenta a ellos y los derrota, haciendo cautivo a García Ordóñez.
Corría el año 1080 cuando, estando Alfonso VI dirigiendo una campaña para ayudar al rey títere, Alqadir, quien no contaba con el beneplácito de su súbditos, fue aprovechado por una partida andalusí procedente del norte de Toledo para adentrarse en tierra sorianas. Rodrigo les hizo frente, llegando a perseguirlos yendo más allá de las fronteras. Este hecho fue aprovechado como excusa por parte de los contrarios a Alfonso VI para quejarse de que poco servía pagar las parias, si no se les garantizaba la protección. Alfonso VI intenta salvar la situación desterrando al Cid.
A partir de ese momento se complicaría la vida del Cid de tal manera que viviría dos exilios o destierros.
El primer destierro del Cid
A comienzos de 1081, Rodrigo Díaz partió al exilio. Como otros muchos caballeros que habían perdido antes que él la confianza de su rey, acudió a buscar un nuevo señor a cuyo servicio ponerse, junto con su mesnada. Al parecer, se dirigió primeramente a Barcelona, donde a la sazón gobernaban dos condes hermanos, Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, pero no consideraron oportuno acogerlo en su corte. El Cid opta por encaminarse a la taifa de Zaragoza y ponerse a las órdenes de su rey. No ha de extrañar que un caballero cristiano actuase de este modo, pues las cortes musulmanas se convirtieron a menudo, por una u otra causa, en refugio de los nobles del norte.
La reconciliación con Alfonso VI
En 1086, Alfonso VI, que por fin había conquistado Toledo el año anterior, puso sitio a Zaragoza con la firme decisión de tomarla. Sin embargo, el 30 de julio el emperador de Marruecos desembarcó con sus tropas, los almorávides, dispuesto a ayudar a los reyes andalusíes frente a los avances cristianos. El rey de Castilla tuvo que levantar el cerco y dirigirse hacia Toledo para preparar la contraofensiva, que se saldaría con la gran derrota castellana de Sagrajas el 23 de octubre de dicho año. Fue por entonces cuando Rodrigo recuperó el favor del rey y regresó a su patria.
Alfonso no empleó al Campeador en la frontera sur, sino que, aprovechando su experiencia, lo destacó sobre todo en la zona oriental de la Península.
Después de permanecer con la corte hasta el verano de 1087, Rodrigo partió hacia Valencia para auxiliar a Alqadir, el depuesto rey de Toledo al que Alfonso VI había compensado de su pérdida situándolo al frente de la taifa valenciana, donde se encontraba en la misma débil situación que había padecido en el trono toledano. Tras su victoria, el Campeador volvió a Castilla, donde se hallaba en la primavera de 1088, seguramente para explicarle la situación a don Alfonso y planificar las acciones futuras. Éstas pasaban por una intervención en Valencia a gran escala, para lo cual Rodrigo partió al frente de un nutrido ejército.
Mientras tanto, las circunstancias en la zona se habían complicado. Almustaín, al que el Campeador se había negado a entregarle Valencia el año anterior, se había aliado con el conde de Barcelona, lo que obligó a Rodrigo a su vez a buscar la alianza de Almundir. Los viejos amigos se separaban y los antiguos enemigos se aliaban. Así las cosas, cuando Rodrigo llegó a Murviedro, se encontró con que Valencia estaba cercada por Berenguer Ramón II. El enfrentamiento parecía inminente, pero en esta ocasión la diplomacia resultó más eficaz que las armas y, tras las pertinentes negociaciones, el conde de Barcelona se retiró sin llegar a entablar combate. A continuación, Rodrigo se puso a actuar de una forma extraña para un enviado real, pues empezó a cobrar para sí mismo en Valencia y en los restantes territorios levantinos los tributos que antes se pagaban a los condes catalanes o al monarca castellano. Tal actitud sugiere que durante su estancia en la corte, Alfonso VI y él habían pactado una situación de virtual independencia del Campeador, a cambio de defender los intereses estratégicos de Castilla en el flanco oriental de la Península. Esta situación de hecho pasaría a serlo de derecho a finales de 1088, después del oscuro incidente del castillo de Aledo.
El segundo destierro
Sería el definitivo. El Cid no solo rompe con Castilla, a la que jamás regresaría con vida, sino que también rompe con todo lazo de vasallaje con cualquier otro rey. Ya solo peleará por su propia fortuna, como un señor de la guerra independiente.
Los acontecimientos se iniciaron cuando los reyes de Taifas del Levante pidieron ayuda al emperador de Marruecos, Yusuf ben Tashufin, que acudió con sus fuerzas a comienzos del verano de 1088 y puso cerco a Aledo.
En cuanto don Alfonso se enteró de la situación, partió en auxilio de la fortaleza asediada y envió instrucciones a Rodrigo para que se reuniese con él. El Campeador avanzó entonces hacia el sur, aproximándose a la zona de Aledo, pero a la hora de la verdad no se unió a las tropas procedentes de Castilla, desconociéndose el motivo. Alfonso VI consideró este hecho inadmisible, por lo que lo acusó de traición y lo condenó de nuevo al destierro, llegando a expropiarle sus bienes.
El Cid caudillo independiente
A partir de este momento, el Campeador se convirtió en un caudillo independiente y se dispuso a seguir actuando en Levante guiado tan sólo por sus propios intereses.
Seguramente en otoño de 1090, el conde de Barcelona y Rodrigo establecieron un pacto por el que el primero renunciaba a intervenir en dicha zona, dejando a Rodrigo las manos libres para actuar en lo sucesivo. En principio, el Campeador limitó sus planes a seguir cobrando los tributos valencianos y a controlar algunas fortalezas estratégicas que le permitiesen dominar el territorio, es decir, a mantener el tipo de protectorado que ejercía desde 1087. Con ese propósito, Rodrigo reedificó en 1092 el castillo de Peña Cadiella (hoy en día, La Carbonera, en la sierra de Benicadell), donde situó su base de operaciones.
Mientras tanto, Alfonso VI pretendía recuperar la iniciativa en Levante, para lo cual estableció una alianza con el rey de Aragón, el conde de Barcelona y las ciudades de Pisa y Génova, cuyas respectivas tropas y flotas participaron en la expedición, avanzando sobre Tortosa (entonces tributaria de Rodrigo) y la propia Valencia en el verano de 1092.El ambicioso plan fracasó, no obstante, y Alfonso VI hubo de regresar a Castilla al poco de llegar a Valencia, sin haber obtenido nada de la campaña, mientras Rodrigo, que a la sazón se hallaba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de dicha taifa, lanzó en represalia una dura incursión contra La Rioja.
A partir de ese momento, sólo los almorávides se opusieron al dominio del Campeador sobre las tierras levantinas y fue entonces cuando el caudillo castellano pasó definitivamente de una política de protectorado a otra de conquista. En efecto, a esas alturas la tercera y definitiva venida de los almorávides a Al-Andalus, en junio de 1090, había cambiado radicalmente la situación y resultaba claro que la única forma de retener el control sobre el Levante frente al poder norteafricano pasaba por la ocupación directa de las principales plazas de la zona.
La conquista de Valencia
En el otoño de 1092 el Cid puso cerco al castillo de Cebolla (hoy es El Puig, cerca de Valencia), consiguiendo su rendición a mediados de 1093. A partir de ese momento asedia Valencia, que capitularía el 15 de junio de 1094. Desde entonces, el caudillo castellano adoptó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador» y seguramente recibiría también el tratamiento árabe de sídi «mi señor», origen del sobrenombre de mío Cid o el Cid, con el que acabaría por ser generalmente conocido.
La conquista de Valencia fue un triunfo resonante, pero la situación distaba de ser segura. Por un lado, estaba la presión almorávide, que no desapareció mientras la ciudad estuvo en poder de los cristianos. Por otro, el control del territorio exigía poseer nuevas plazas.
La muerte del Cid
En mayo de 1099, el Cid moría en Valencia de muerte natural, cuando aún no contaba con cincuenta y cinco años (edad normal en una época de baja esperanza de vida).
“in Hispania apud Valentiam Rodericus comes defunctus est de quo maximus luctus christianis fuit et gaudium inimicis paganis”.
Así recogía el Cronicón Malleacense la muerte del Cid Campeador el 10 de junio de 1099, cuando, según cuenta la leyenda, en lo alto de las almenas que defendían la ciudad de Valencia fue atravesado por una flecha perdida.
A la muerte del Cid, su esposa, Jimena, mujer de vigoroso carácter, prolongó la resistencia local, con la ayuda de su yerno, el conde Ramón Berenguer III de Barcelona, dos años más antes de rendirse al empuje musulmán. Abandonó Valencia con los restos de su esposo, que enterró en el monasterio de Cardeña para posteriormente, y tras muchas vicisitudes, ser enterrado junto a ella en la catedral de Burgos, donde hoy puede visitarse su tumba. Aunque algunos historiadores creen ese traslado proviene una de las leyendas cidianas más famosas: que fue capaz de ganar una batalla después de muerto. Probablemente, tras desenterrar su cuerpo, un embalsamador recompuso su rostro y ojos. Y, para dar mayor ceremonia al ritual, es probable también que el cadáver hiciese el viaje desde Valencia hasta Burgos vestido con su armadura y a lomos de su caballo, Babieca. Según esta hipótesis, cualquier pequeña escaramuza en el camino –pues no consta ninguna batalla digna de tal nombre– habría bastado después para asentar ese cimiento histórico sobre el que suelen levantarse las leyendas.
Acababa así la vida de uno de los más notables personajes de su tiempo, pero ya entonces había comenzado la leyenda, y es que tras la muerte del Cid comenzó a propagarse su leyenda de boca en boca gracias a juglares y poetas.
El Cantar del Mío Cid
Su vida y su historia inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española: El Cantar de mío Cid. Se trata de la primera obra poética extensa de la literatura en España, y también el único que se conserva casi completo, porque le falta la primera hoja del original y tres interiores del códice. Se conservan 74 de las 78 páginas originales
El códex original de esta obra se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid desde el año 1960. Su estado de conservación es bastante delicado, debido a que en muchas hojas hay manchas de color pardo oscuro debido a los reactivos a los que ha sido sometida.
A pesar de ser una obra anónima, algunos especialistas se lo atribuyen a Per Abbat un jublar o copista que lo escribió en 1207.
Para otros investigadores el autor pudo ser Abu I-Walid al Waqqashi, un famoso poeta y jurista árabe.
Se divide en tres partes:
- el Cantar del destierro que canta la heroicas batallas libradas por el Cid durante su exilio,
- el Cantar de las bodas que narra la historia de la fallida boda de las hijas del Cid con los infantes de Carrión,
- y el Cantar de la afrenta de Corpes que aborda la ofensa que sufren las hijas del Cid y la vindicación del burgalés contra los infantes de Carrión.
El Cid en la literatura y el Cine
Si se tratase de un personaje de la historia (o ficción) americana, el Cid habría protagonizado decenas de creaciones en el mundo del comic, del audiovisual, televisión, literatura, etc. Pese a no serlo, en tierras hispanas, su figura, historia y leyenda han inspirado un buen número de obras, desde series de dibujos animados sobre su infancia, series de ficción, largometrajes, novelas, etc. Veamos algunas de ellas:
En el mundo audiovisual, una coproducción italo-estadounidense, producida por Samuel Bronston y dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren como la pareja protagonista, se estrenó en 1961. La película, una de las grandes películas épicas, consiguió, ente otras nominaciones y premios, tres nominaciones a los premios Óscar de Hollywood.
Otros largometrajes: Las hijas del Cid, de Miguel Iglesias (1962), el Cid, de Pavo Haspra (Eslovaquia) de 1973, la dramatización sobre El Poema del Mío Cid, de Arturo Pérez Castillo (1974), Ruy el pequeño Cid, una serie de dibujos animados, producida por Nippon Animation con BRB internacional y TVE en el año 1980, el Cid: la leyenda, una película animada, premiada con el Goya en el año 2004, o por citar la última (al menos que tengamos constancia), la serie El Cid, de Amazon Prime Video, del año 2020.
A nivel literario, y por citar un magnífico ejemplo, el Cid es el protagonista de “Sidi, un relato de frontera”, novela escrita por el español Arturo Pérez Reverte. El propio autor afirma que “se nos ha vendido siempre un concepto de ‘Reconquista’ en torno a su figura, pero ese concepto no existía en aquella España”. Y que en la historia del Cid hay un 20% de realidad y un 80% de leyenda. Otros ejemplos serían: El Cid histórico, de Gonzalo Martínez Díez, Mío Sidi de Ricard IBañez, El Camino del Cid de José Manuel Lechado o El Cid de José Luis Corral.
Por si fuera poco, la fuerza del Cantar de Mío Cid fue tan grande que muy pronto traspasó las fronteras y fue “adoptado” por los franceses, especialmente desde la publicación de la obra teatral del Cid, de Corneille, en el siglo XVII.
Conclusiones
Héroe y villano al mismo tiempo. Tal vez por eso, su biografía sigue despertando fascinación.
No deja de ser irónico que el héroe castellano por excelencia, el paladín cristiano más legendario de la reconquista, deba su sobrenombre a una palabra del dialecto árabe andalusí: “Sidi”, que significa “mi señor”. La mayoría de los historiadores aceptan esta hipótesis como el origen del popular apelativo, aunque discuten sobre si Rodrigo Díaz de Vivar se lo ganó durante algunos de sus recibimientos triunfales en la taifa de Zaragoza, tras una victoria contra el cristiano conde de Barcelona o el no menos católico rey de Aragón; o si el “Sidi” mereció ese título durante sus años como señor de Valencia, como príncipe cristiano de una ciudad regida bajo la ley del Corán. Lo que es seguro es que el Sidi, el Cid, existió realmente, y no como un personaje menor en la historia de Castilla. Sin embargo, su verdadera biografía está mucho más llena de claroscuros que esa radiante imagen del héroe recto, que antepone la fe y el honor del reino a su destino, creada primero por el Cantar de Mío Cid y otros cantares de gesta y más tarde por el romancero. El Cantar, tan importante para la literatura castellana como lo fue el propio Díaz de Vivar para la historia de la Península, está escrito más de un siglo después de la muerte del Campeador. En él probablemente cristalizan muchas leyendas orales que nacieron tras una vida más interesante incluso que su propio mito.
Probablemente, el Campeador nunca persiguió a ese tal Vellido Dolfos hasta el Portillo de la Traición (o de la Lealtad, según se mire). Es muy dudoso que hiciese jurar a Alfonso VI en Santa Gadea, o que ganase batalla alguna después de muerto. También está descartado que sus hijas fuesen azotadas y abandonadas desnudas en un robledal por los infantes de Carrión, que de joven participase en una invasión de Francia o que matase en un duelo al padre de Jimena para conseguir su mano. No se sabe si tuvo entre sus antepasados a un tal Laín Calvo, pero lo que parece seguro es que ese Laín no fue uno de esos dos míticos jueces de Castilla que a mediados del siglo IX presuntamente ejercían como si fueran independientes del reino astur. No están perfectamente documentados todos los motivos que provocaron sus dos destierros de la corte castellana, pero parece que en ellos pesó más el gusto del Cid por el oro musulmán que su honor de caballero; esa épica virtud que ensalzó la numerosa literatura cidiana, que tantas imaginarias batallas le hizo ganar a don Rodrigo después de muerto. Tampoco está probado que sus espadas se llamasen Tizona y Colada, y aún existen más dudas sobre esa supuesta Tizona que ha estado durante años expuesta en el Museo del Ejército de Madrid.
A pesar de todas las mentiras y de las exageraciones míticas, la importancia del Cid en la historia de Castilla sigue siendo indudable. Fue el primer caballero cristiano en conquistar Valencia, y si su heredero varón no hubiese muerto, traicionado en Consuegra, la historia podría haber sido otra. Tal vez el hijo del Cid, Diego Rodríguez, sí hubiese sido capaz de mantener ese territorio –que no fue recuperado por los ejércitos cristianos hasta casi siglo y medio después, por Jaime I el Conquistador–, por lo que el reino de Aragón no habría podido expandirse mucho más al sur del Ebro.
Pero la aportación más importante del Cid a la historia castellana no fueron ni sus muy diluidos genes ni tampoco las conquistas o batallas. Su principal herencia es su leyenda, su épica; esas medias verdades sobre las que toda nación inventa su identidad para buscarle un sentido a su navegación en el caos de la historia.
«Dios, qué buen vasallo si tuviera buen señor», rezaba el Cantar de Mío Cid.
El Cid encarna todos los valores del caballero y el héroe legendario que llenarán páginas de literatura décadas después, algunas hablando de su figura. Justo, prudente, templado, leal hasta el sacrificio y temerario en el combate. Pese a las muchas leyendas que deforman su figura, sus estudiosos afirman que el personaje histórico supera con mucho al héroe épico. Quizás no ganase batallas después de muerto, pero en vida no tuvo rival capaz de ensombrecerle.
La tradición literaria pinta la jura de santa Gadea como un acto clave de la historia de Castilla, casi como un hito en la historia de la humanidad, un relato universal. Estaríamos ante toda una revolución simbólica: el vasallo leal, cabal, humilde y honrado se rebela contra el rey opresor, fratricida, usurpador del trono, y le pide cuentas en público aun a sabiendas de que su gesto le va a traer la ruina y la desgracia personal.
La tumba del Cid en la Catedral de Burgos, uno de los lugares que ver en Burgos en un día, está ubicada en el crucero del templo pero no destaca por nada. De hecho, sólo está señalada por una lápida grabada, rodeada por un cordón rojo. En la lápida se puede leer, en latín, su nombre de pila, la fecha de su muerte y la leyenda “Regali genere nata”.
En el interior de la Catedral de Burgos, la primera catedral gótica de la Península Ibérica, se conserva también el llamado ‘Arcón del Cid’, que supuestamente utilizó el Campeador, aunque todo parece indicar que fue utilizado para conservar documentos del cabildo.
Aunque la casa de Rodrigo Díaz de Vivar desaparece como tal con la muerte de su único hijo varón, su familia sí sobrevive. Tiempo después, se acuñó la expresión ser “de la pata del Cid” como una burla a aquellos que, sin serlo, se consideran de noble estirpe.
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Referencias
El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra. De Porrinas González, D.
El Cid histórico. De Martínez Díaz, G.
La Castilla del Cid. Cuadernos de Historia 16, nº 7
https://www.biografiasyvidas.com/
https://historia.nationalgeographic.com.es/