Como es fácil de intuir, los juegos y los juguetes componen el entorno material del niño desde los albores de la Humanidad. La información sobre ellos se puede localizar en relatos, libros, así como en los yacimientos arqueológicos.
Aunque para muchos niños la infancia simplemente no existió a causa de las largas y agotadoras jornadas de trabajo a que eran sometidos, otros pudieron disfrutar de juegos y bailes infantiles, canciones y fábulas como las de Esopo. Parece ser que en la Edad Media, había cierta tolerancia hacia los juegos infantiles y juveniles, ya que cumplían una labor didáctica además de la lúdica. Los chicos aprendían y se iban acostumbrando a las tareas que deberían desempeñar cuando fueran adultos. Pero también eran un entretenimiento.
Seguidamente repasaremos los juguetes más habituales.
- El caballo de madera era uno de los juguetes más populares para los niños, ya que les daba la capacidad de empatizar con las actividades de caballería propias del mundo adulto. El animal de madera podía ir acompañado de una vara alargada que simulaba una lanza y terminaba en un molinillo que giraría por efecto del viento.
- Para las niñas existían las muñecas que, a diferencia de las actuales, que pueden representar a bebés, las muñecas medievales representaban a mujeres jóvenes y adultas. Solían ser de fabricación casera, de trapo cosido o con nudos, estropajos envueltos en paños para los de procedencia más pobre, mientras que para las niñas de la noble y realice las muñecas era
n realizadas por artesanos y disponían de variedad de ropajes y zapatos. - El sonajero, con un carácter mágico y profiláctico –para cazar malos espíritus y calmar el dolor de los dientes de leche–, se remonta a la Antigüedad. Su función más lúdica llegó unos siglos más tarde. En los ámbitos de mayor riqueza era donde se podían encontrar, mientras que en los más humildes, era sustituido por un mendrugo de pan o una cáscara de adormidera con semillas.
- En cuanto al pajarillo, figuras con formas de aves, podía ser metálico, de barro cocido o incluso real (de carne y hueso), puesto que las representaciones que se conservan lo muestran atado con una cuerda.
Además de estos cuatro ejemplos, otros juguetes típicos de la Edad Media que han perdurado hasta la actualidad: peonzas, cazamariposas, pequeños teatrillos con marionetas y dados, el churro, pares o nones, la gallina ciega, el “Jeu de poume” (de origen francés, consistía en lanzar una pelota con la palma de la mano, ¿antecedentes del tenis y el frontón?), las tabas, el ajedrez, las damas… muchos.
¿Y los adultos?
Pues lejos de la concepción de oscuridad y aburrimiento que tenemos de esa época, las diversiones -sobre todo de la clase alta- podían encontrarlas en el propio adiestramiento de los caballeros, la caza y los torneos.
Un juego muy popular era el conocido como “soule”, en el que debían patear una pelota hasta el campo contrario. Existía una variedad del mismo en el que se empujaba a la pelota con un palo curvado. ¿Podría ser el antecesor de nuestro fútbol actual?.
Debemos tomaren consideración que para los adultos, los juegos, el entretenimiento, la diversión, el “deporte” –en el sentido medieval que posee el verbo “deportar”, es decir, divertirse, solazarse- son cuestiones muy a menudo tratados en los escritos medievales.
Además, los reyes, príncipes y grandes señores tenían numerosas diversiones, placeres y entretenimientos, como ver justas, arrojar lanzas, lidiar toros, ver esgrima de espadas, dagas y lanzas, jugar con la ballesta, la flecha y la pelota, ver juegos de manos y acrobacias, así como participar en juegos de tablas, ajedrez y dados, cazar en las orillas de los ríos con halcones y azores o en los campos con galgos y otros canes, persiguiendo liebres, zorros, lobos y ciervos. […] Pero, con todo esto, mucho mayor deleite, placer y diversiones reciben y toman los reyes, príncipes y grandes señores leyendo, oyendo y entendiendo los libros y otros escritos de los notables y grandes hechos pasados.
Además de los típicos torneos, justas y pasos de armas eran muy habituales los llamados “juegos de cañas”, en los que varias cuadrillas de jinetes se lanzaban cañas (en realidad, eran varas de madera de diferentes tamaños) que chocaban en el aire o contra los escudos, aunque, algunas veces, golpearan los cuerpos de los caballeros contendientes e, incluso, los hirieran o mataran.
Menos violento era la palma o juego de pelota, practicado, en una de sus modalidades, en un terreno dividido en dos espacios diferentes en cuanto a dificultad y dimensiones, y separados por una línea trazada en el suelo, generalmente con una hilera de piedras. El juego consistía en golpear una pelota con la mano o un palo y enviarla al campo contrario. El equipo que conseguía lanzar la pelota a un punto concreto de ese campo o hacía fallar al adversario ocupaba entonces el terreno de menor dificultad, lo que le daba una gran ventaja.
Las cartas o naipes se dice que las inventó un tal Nicolás Pepín, cuyas iniciales N y P figuraban en las primeras barajas; de ahí la palabra “naype”, según el célebre diccionario de Cobarruvias. Estas cartas se mencionan por primera vez en el mundo occidental en el siglo XIV, aunque es muy probable que tengan un origen oriental. Hubo muchas leyes que prohibieron los juegos de cartas; sin embargo, la imprenta contribuyó muchísimo, a partir de la segunda mitad del siglo XV, a difundir la baraja y, por lo tanto, sus diferentes juegos.
Sobre el juego de las damas se discute también su origen, que, tal vez, pueda estar en España, aunque no haya que descartar una posible procedencia francesa del mismo. En principio, por su práctica tranquila y sosegada, fue un juego muy apropiado para mujeres; de ahí, quizá, venga su nombre.
Pero fueron los dados uno de los juegos más populares que practicaron todas las clases sociales en la Edad Media. Por ejemplo, el rey Fernando el Católico fue aficionadísimo a ellos. Se jugaban en las calles y en las casas, pero, sobre todo, en las tafurerías o tahurerías, que eran las casas de juego. Solía jugarse con tres dados de seis caras, a veces con dos dados, que podían estar hechos de piedra, fuste, metal o hueso, aunque los mejores eran considerados estos últimos. Se jugaba con apuestas y había muchos tahúres que llegaban a empeñar hasta sus propias ropas en las partidas. Daban lugar a peleas y muertes, lo que hizo que se escribieran leyes para regularlos, así, a los que blasfemaban o insultaban durante el juego se les imponían diversas sanciones que llegaban incluso, cuando los blasfemos eran reincidentes, a castigos corporales como recibir cincuenta azotes o someterse al corte de la lengua.
Frente al azar de los dados, el ajedrez fue considerado el más noble y honrado de los juegos. Su origen se encuentra en el chaturanga de la India, que pasó a Persia con el nombre de chatrang y que llegó a España por medio de los árabes. El ajedrez medieval presenta algunas diferencias con el ajedrez de nuestros días: por ejemplo, la dama (que se conocía entonces con el nombre de alferza) podía mover solo un escaque o casilla en diagonal, mientras que el alfil solo podía hacerlo de tres en tres. Tampoco existía entonces el enroque. Las reglas actuales no fueron imponiéndose hasta fines del siglo XV y principios del XVI.
A toda esta variedad de actividades lúdicas se deben añadir las diversiones que se desarrollaban durante las numerosas festividades del año. En los últimos siglos medievales había hasta cien días festivos, entre domingos, fiestas religiosas, civiles y populares. En ellos, como hoy en día, siempre quedaba espacio para el ocio. También era muy frecuente celebrar con diferentes juegos las entradas de los reyes a una ciudad, una coronación, las bodas reales, los nacimientos de infantes, la llegada de un embajador, una victoria militar…
Sin duda, en la época medieval hubo otros muchos juegos, ya que el juego es considerado una actividad connatural y necesaria al ser humano. Como escribe Alfonso X: “Porque toda manera de alegría quiso Dios que tuviesen los hombres para que pudiesen soportar las penas y las dificultades cuando les viniesen, los hombres buscaron muchas formas para que esta alegría la pudiesen recibir sobradamente. Por esta razón encontraron e hicieron muchas maneras de juegos y trebejos con los que alegrarse”.
La presencia de este tipo de diversiones y la gran difusión que éstas experimentaron nos indican que la imagen del hombre medieval como un ser sufriente, que vive en un “valle de lágrimas”, no es totalmente verídica. El hombre medieval también juega y ríe.