Entre las personalidades fundamentales de la historia de Galicia encontramos la figura de Diego Gelmírez, obispo y señor de Santiago. Alternó el báculo con la ballesta en su afán por reforzar la estructura feudal de la sociedad de su tiempo y ordenar el mundo. Gelmírez además se nos ofrece como la figura más importante en la tarea de impulsar la actividad constructora en Santiago.
Dedicamos esta publicación a recopilar una parte de la biografía del eclesiástico gallego Diego Gelmírez, quien fue obispo y primer arzobispo de Santiago de Compostela durante los reinados de los reyes castellano-leoneses Urraca I y Alfonso VII.
Si bien se trata de un personaje del que hay muchísima información para intentar reconstruir su perfil histórico, lo cierto es que la mayoría de ellas han llegado hasta nosotros por tratarse de información transmitidas por encargo del mismo.
Era un gregoriano convencido, al que su buena relación con la Orden de Cluny y sobre todo su contacto estrecho y constante con Roma y con el rey Alfonso VII, le ayudó a conseguir que la diócesis alcanzara el rango arzobispal en 1120, así como amplios poderes eclesiásticos y civiles, como administrar justicia o rasgo insólito en la España cristiana, que lo separa de los nobles y lo acerca a los monarcas acuñar moneda en Santiago.
Su pontificado fue el punto de partida de la ascensión política y religiosa que durante los dos siglos siguientes se operó en la sede compostelana. Fue un importante señor territorial que participó activamente en la política de su tiempo, señor de su propio ejército que, como cualquier señor feudal, utilizó contra sus enemigos. Pero también fue un gran impulsor de la cultura, que logró para su sede el privilegio del Año Santo, y contribuyó en gran medida a que la ciudad alcanzase una enorme importancia como centro de peregrinaciones, haciendo del Camino de Santiago la principal vía de entrada de ideas y culturas procedentes de Europa.
Pero vayamos por partes…
Empecemos por conocer la biografía de Diego Gelmírez
Nació en el año 1067 y falleció en 1139. Sus padres eran Gelmirio, un caballero gallego de estirpe, señor de la fortaleza de Torres de Oeste, en Catoira, que estaba al servicio del obispo Diego Peláez, y de una mujer celta. El joven Diego pasó sus primeros años en Santiago y completó su formación en la curia del obispo Diego Peláez, donde destacaría por su erudición.
En el año 1093 Gelmírez fue nombrado administrador de la sede e Iria-Compostela, un tiempo en que ya ostentaba el cargo de canónigo de la iglesia de Santiago y ejercía las funciones de canciller, secretario y notario del conde Raimundo de Borgoña (esposo de la infanta, hija de Alfonso VI, y futura reina, doña Urraca).
A la muerte de Dalmacio (primer obispo exclusivo de Santiago) en 1095, se le encomienda a Gelmírez la administración de la Iglesia compostelana, puesto que ocupa hasta el año 1100. También por influjo de Doña Urraca y Raimundo de Borgoña, además de por el apoyo con el que contaba entre la Orden de Cluny, fue nombrado obispo de la sede compostelana en 1100. Su ascenso en los estratos de poder culminará en 1120, al ser designado arzobispo y legado pontificio.
Diego Gelmírez es elegido obispo el 1 de julio de 1100 y consagrado el 21 de abril del año siguiente.
Con la finalidad de seguir incrementando el rango de la sede compostelana, Gelmírez viajó a Roma. Visita primero la abadía de Cluny y coincide con san Hugo, el Grande. Este le advierte de aguas pasadas que predispondrían al pontífice para recibir a un obispo compostelano con recelo, por un historial amplio de demandar demasiado en manejo de bienes terrenales y honores eclesiásticos. Tras la advertencia, Gelmírez se prepara para convencer al papa Pascual II de que las cosas han cambiado y promete compromiso y fidelidad. En consecuencia, el papa autoriza a los obispos de Santiago a usar el palio, un ornamento reservado normalmente a los arzobispos.
Esa labor en procura de incrementar la dignidad de su sede hizo que a lo largo de los siguientes años hiciese varios viajes a la sede pontificia, además del envío de repetidas remesas de oro y plata, que sin duda contribuyeron a sumar voluntades y agilizar trámites.
Años más tarde, el papa Calixto II, hermano de Raimundo de Borgoña (como decíamos antes viejo conocido y amigo de Gelmírez) concede a Santiago, transfiriéndola desde Mérida, la dignidad metropolitana e hizo al antiguo notario del conde de Galicia primer arzobispo de Santiago.
Por otro lado, en el año 1105, el obispo compostelano consiguió de Alfonso VI la escritura sobre la concesión de moneda y con Alfonso VII llegó a un acuerdo beneficioso para ambos. El rey declaró el numerario de Santiago de Compostela de uso general en toda Galicia, y ordenó cerrar las cecas reales de este reino, reservándose a cambio la mitad de los beneficios que pudiese producir la ceca de Gelmírez. La población rural estaba sometida al patrocinium del obispo, es decir, continuaba adscrita la tierra como si fuese sierva. Sin embargo en los fueros dados por don Diego Gelmírez en el año 1113, la diócesis y tierra de Santiago se hace mención expresa de los mercaderes: “no se embargarán las cosas de los mercaderes”.
En 1113 estalló la guerra entre doña Urraca y Alfonso el Batallador por los excesos que el segundo había cometido en sus campañas contra Castilla. El punto de partida de esta guerra fue el hecho de que Alfonso el Batallador la emprendiera a bofetones contra la comitiva (formada por obispos) que la reina había enviado a parlamentar con el aragonés. De nuevo Gelmírez se alineó del lado de la reina y, junto con las tropas del conde de Traba, consiguió hacer retroceder al ejército aragonés hasta Villafranca de Oca. Doña Urraca prometió a Gelmírez respetarle sus territorios y su diócesis y éste insistió en que la reina se separase de don Alfonso, como había sido la voluntad de Pascual II. Pero de nuevo doña Urraca se reconcilió con el rey. Gelmírez lanzó una arenga desde la iglesia de Carrión de los Condes en la que llegó a excomulgar a cuantos aprobasen el incestuoso matrimonio de los reyes; el sermón puso a los habitantes en su contra y el obispo tuvo que huir para salvar la vida. A continuación regresó a Galicia y trató de acercarse al conde de Traba y a doña Teresa de Portugal. Las primeras negociaciones entre el obispo y la condesa debieron ser muy fructíferas, ya que Hugo, el secretario y confidente de Gelmírez, fue nombrado obispo de Oporto. La política gallega se fue desvinculando de Castilla mientras y doña Urraca, para evitarlo, trató de dividir a los gallegos ofreciendo al conde de Traba la mitad del señorío de Gelmírez a cambio de su juramento de fidelidad. Ante la negativa del conde, la reina intentó sobornar a Gelmírez ofreciéndole el señorío de Lobeira. El obispo también rehusó.
Hacia el año 1120, Gelmírez volvió a solicitar al nuevo papa, Calixto II, la dignidad metropolitana para la sede de Santiago. El nuevo pontífice, perteneciente a la casa de Borgoña y tío de Alfonso VII, accedió a sus peticiones y además concedió a Gelmírez el título de legado pontificio para las diócesis de Braga y Mérida. Las bulas llegaron en 1122 y la investidura de ambos cargos tuvo lugar el 25 de marzo de aquel año. Este nombramiento suponía arrebatar la diócesis de Mérida a la de Toledo y hacerla sufragánea de la de Santiago y causó la reacción del arzobispo de Toledo, Bernardo, que se opuso duramente a Gelmírez. Bernardo logró evitar que la sede de Braga traspasase su dignidad metropolitana a Compostela. Aunque no sin problemas, Gelmírez pudo consolidar el nombramiento. Después de este ascenso Gelmírez quiso ir más allá y solicitó al papa el primado de las Españas. Bernardo, enterado de los planes del arzobispo de Compostela, pidió a Calixto II que le confirmara como primado y lo consiguió. Sin embargo, desoyendo las órdenes papales, Gelmírez convocó un concilio nacional en Compostela (tal convocatoria era una prerrogativa del primado). Comenzó un nuevo enfrentamiento entre ambos prelados, en el que Bernardo exigió la devolución de la diócesis de Mérida apelando a las últimas decisiones papales; Gelmírez opuso las bulas recibidas en 1122. El papa terminó por dar la razón a Gelmírez. Ya como primado, convocó un concilio nacional en 1124, al que asistieron ocho obispos y veinticuatro abades. Los dos primeros concilios “xelmirianos” también fueron concebidos como un medio propagandístico y en ellos se trató un tema que interesaba tanto a moradores como a peregrinos: la paz; los peregrinos propagaron por Europa la ideología de Gelmírez sobre la supremacía de su sede, que provenía directamente del descubrimiento de las reliquias de Santiago (la propia Roma había basado su prestigio en el hecho de estar fundada bajo el sepulcro del apóstol Pedro).
Así llega Gelmírez a su máxima acumulación de poder con su nombramiento como arzobispo y como legado pontificio para esta nueva provincia eclesiástica y también para todos los territorios de Galicia y de Portugal que dependían de la metropolitana de Braga. No había ninguna autoridad eclesiástica superior en la península. Además, ese año, doña Urraca le otorgó las atribuciones de conde de Galicia, lo que comportaba la prestación de homenaje y fidelidad por parte de la nobleza gallega.
Los Concilios convocados en Santiago en los años 1124 y 1125 constituyen la manifestación final del proceso de recepción, aceptación, maduración y elaboración propia del conjunto de ideas articuladas alrededor de la paz de Dios y de la cruzada. En la primera de estas reuniones, se despliega el programa de medidas concretas que corresponden al establecimiento de la paz y de la tregua de Dios. En la segunda, Gelmírez lleva hasta sus últimas consecuencias la aproximación, ya en marcha, de las nociones de reconquista y cruzada. En este sentido, Gelmírez, dirigiéndose “a los reyes, condes y otros príncipes y también a los caballeros y soldados de a pie”, propone que, así como los fieles hijos de la Santa Iglesia abrieron el camino hacia Jerusalén, “del mismo modo también nosotros hagámonos caballeros de Cristo y, vencidos los enemigos, los pésimos sarracenos, abramos hasta el mismo sepulcro del Señor con ayuda de su gracia un camino que a través de las regiones de España es más breve y mucho menos laborioso”. La Reconquista se concibe ahora como un instrumento para abrir el camino hacia Jerusalén; es decir, en el pensamiento de Gelmírez, la Reconquista es cruzada, incluso si ésta se entiende, en la acepción más restringida del término, como la guerra santa que tuvo como objetivo la liberación de Jerusalén.
En 1125, actuando aún como legado pontificio, el arzobispo de Santiago hizo un llamamiento la cruzada contra los musulmanes, desde el concilio reunido por su iniciativa en Compostela. El fondo de la ría de Arosa, a escasa distancia de Compostela, constituía un enclave estratégico para hacer frente a las incursiones normandas y sarracenas. Allí existía una fortificación, el Castellum Honesti, del que había sido teniente el padre de Diego Gelmírez, que constituyó objeto de atención preferente por parte del prelado. Fue el primer organizador del poder naval de Castilla y León, e instaló la primera cancillería: en 1128 Alfonso VII creó la del reino de León y nombró a Gelmírez canciller, vinculando el cargo a los obispos de Compostela. En 1133 se elaboró el Decreto de precios por representantes del cabildo compostelano, los jueces de la ciudad que encarnaban el poder señorial y por delegados del concejo, confirmados por el rey Alfonso VII y el arzobispo Gelmírez. Ya anciano sufrió la rebelión comunal de 1136, apoyada por la corona que aprovechó para recortar parte de su poder.
En términos generales, se puede afirmar que la política de entendimiento con Roma y con el rey Alfonso VI, le permitió a Gelmírez engrandecer la diócesis de Santiago, adquiriendo privilegios como el de acuñar moneda (potestad que ostentaban entonces los monarcas), la acumulación de la riqueza que las peregrinaciones aportaban a la diócesis compostelana, etc, riquezas que Diego Gelmírez destinaba a finalizar las obras del nuevo templo de Santiago. Pero, además, posibilitaron que Gelmírez llegara a ejercer como una especie de gobernador de Galicia, con amplios poderes eclesiásticos y temporales; reprimió varios intentos de rebelión de burgueses y nobles, armó barcos para defender las costas de las incursiones normandas y musulmanas, y desempeñó un papel importante en la transición del reinado de Alfonso VI al de Alfonso VII, tras el matrimonio entre , la entonces viuda, doña Urraca y Alfonso I de Aragón, apoyando Gelmírez la proclamación de Alfonso VII como rey de Galicia y sometiendo a los nobles reticentes.
Por otro lado, Diego Gelmírez fue un pionero en la introducción de naves de guerra para luchar contra la piratería; impulsó la construcción de galeras y estableció la primera estrategia naval para defenderse de los ataques normandos y musulmanes, al coordinar las fortificaciones que había por la costa atlántica. De hecho su iniciativa marcó el punto de partida de la marina de guerra castellana. En un principio utilizó galeras genovesas, pero pronto hizo venir de Pisa y Génova, armadores para que construyesen dos naves rápidas de apresamiento. Desde 1115 se construyeron bajo sus órdenes naves en Padrón y hay autores que afirman que fue el creador del astillero de Iria, lo cual no puede ser asegurado con certeza, pero es seguro su desarrollo en tiempos del arzobispo. En 1121 Gelmírez desarrolló campañas para limpiar las costas gallegas de los piratas normandos y almorávides con resultados positivos, pues, las naves apresadas al enemigo pasaron a engrosar la escuadra gallega.
Gelmírez falleció en la segunda mitad del año 1139 o en los primeros meses de 1140. Amado y detestado a partes iguales, a quien la historia quiso borrar de sus anales, al punto de que, aún hoy en día, ni siquiera sabemos dónde descansas sus restos mortales.
Adelantado, pleno de sombras y de luces, este hombre a quien le achacan más vocación política que devociones religiosas, recorrió los más importantes centros culturales de Europa, empujado por la inquebrantable decisión de convertir a su ciudad en un punto de referencia obligatorio en cuanto a los cánones místicos establecidos. No vaciló en cometer “Pío Latrocinio” -robo de reliquias- en la Catedral de Braga, de donde hizo sustraer los santos cuerpos de san Fructuoso, san Cucufate, san Silvestre y santa Susana, con el propósito de restarle valores a esta plaza, colocándola en desventaja para la competencia.
En la imagen anterior se puede ver el palacio de Gelmírez es el antiguo palacio episcopal de la catedral de Santiago de Compostela, situado en el lado norte de la catedral hacia la plaza del Obradoiro. Fue construido por Diego Gelmírez, arzobispo de Santiago entre 1120 y 1136, aunque del edificio original solo se conservan las puertas de comunicación con la basílica: la puerta de Gramáticos, la puerta de la Torre y la puerta de la tribuna.
Veamos ahora algunas caras de su poliédrica personalidad y trayectoria…
Su perfil como personaje de vital relevancia…
Pero su trayectoria vital y política no fue una constante uniforme. Así, por ejemplo, aunque había cierta concordia entre Gelmírez y doña Urraca, esto no fue siempre así. En una ocasión, doña Urraca mandó al calabozo Gelmírez y al conocerse la noticia en Compostela, se preparó una sorpresa para la reina que había llegado para la solemnidad del Patrón: “Todos los canónigos, suprimiendo todo aparato y ornamento festivo, cubriéronse con capas negras y se presentaron con aspecto lúgubre manifestando tristeza; lo que fue molestísimo para la reina y sus cómplices”. Sirva como ejemplo para reflejar la popularidad y el poder del que gozó en Santiago.
Diego Gelmírez era un hombre sagaz y tenaz, dotado de una inteligencia práctica y una mentalidad feudal. Ansió autoridad y prestigio, de modo que prosiguió una vertiginosa promoción, en la que calculó siempre el grado de poder que poseía cada una de las persona de su ámbito, lo que por otra parte se considera una de las características más definitorias de su modo de ser. Su habilidad política y su intenso trabajo diplomático lograron que la sede de Santiago tuviese excelentes relaciones con las demás iglesias del reino, con los monarcas leoneses y con los principales centros de poder de la cristiandad occidental: el Papado y Cluny.
Pero como suele ser habitual, el triunfo de un hombre de este calibre—audaz, inteligente, lleno de ideas y resolución para llevarlas a cabo— terminó por despertar envidias. Ciertos grupos le afearon la libertad con la que gestionaba su archidiócesis y se le acusó de codicioso. Por ello, algunos canónigos compostelanos asaltaron su palacio cuando era ya. Aun así, conservó su poder hasta el día de su muerte, y se ha mantenido desde entonces un halo de fascinación y misterio en torno a su figura.
El Pio Latrocinio
El término Pio Latrocinio, es el nombre dado por el cronista de la Historia compostelana en lo relativo al pasaje que a continuación narramos.
El escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester, en su libro Compostela y su ángel, afirma que el prelado de Compostela aprovechó el camino para “arrebatar a la ciudad de Braga un buen número de reliquias que allí se conservaban para llevárselas a Compostela”.
En las iglesias de Braga se guardaban reliquias tan importantes como las de los santos Cucufate, Fructuoso y Silvestre, las de la Santa Susana y la cabeza de San Víctor. Las reliquias despertaron la codicia de Gelmírez, quien piensa que no hay mejor relicario que su Compostela, la ciudad santa de Finisterre, la que disputa a Jerusalén y a Roma las mayores glorias apostólicas.
Pedir a San Giraldo, por muy santo que haya sido, el traslado de las reliquias no tendría ninguna posibilidad de respuesta positiva. Seguro que el buen prelado portugués hubiese dado buenas palabras pero ni una sola reliquia. Acudir a litigios tampoco hubiera facilitado los planes del arzobispo compostelano, que bien sabía, como hombre pragmático, que envolverse en pleitos no acelera el cumplimiento de los deseos.
Por eso, conforme se iba afianzando la creencia de que, en la tumba venerada en Compostela, se guardaban los restos del apóstol Santiago el Mayor y, convertido ya en un centro de peregrinación muy visitado y de amplia proyección europea, Gelmírez empezó a idear la forma de aumentar el rango de su sede, labor para la cual no se anduvo con remilgos. En el año 1102 viajó a Braga con la aparente intención de visitar varias iglesias que pertenecían a la sede Santiago, pero el verdadero motivo no fue otro que hacerse con un botín de reliquias de santos, entre ellas las de los cuerpos de santa Susana y san Fructuoso.
El Pio Latrocinio tiene su lado gris, desde luego, sobre todo desde una visión moral actual, pero hay que considerar que hablamos de una Edad Media en la que todavía impera el feudalismo, y que Santiago es precisamente un Señorío que es gobernado por el Obispo, que debe actuar no solo como patriarca en la fe, sino como gobernante e incluso como líder militar. No es una cuestión de soberbia, sino de necesidad en aquellos tiempos.
En el año 1994 la Catedral de Santiago devolvió a Braga las reliquias de Santa Susana, San Cucufate y San Silvestre a la catedral de Braga. Previamente, en 1966 se habían enviado también las de San Fructuoso.
En cuanto a su papel como impulsor de la construcción de la Catedral de Santiago de Compostela…
Obra directamente relacionada con la peregrinación, se inició en el año 1075, según el proyecto aceptado por el obispo Diego Peláez. Estas obras serían continuadas por Gelmírez, a partir de 1093, dando continuidad a las lentas obras de la catedral de Santiago hasta construir la nueva iglesia catedralicia, para lo que se inspiró en las construcciones de Roma, Cluny y Toulouse. Se implicó de manera muy directa, revisando planos, consultando nuevas técnicas constructivas y procurando que el templo estuviese dotado con la mayor belleza posible. A partir de ese momento, se continuaron con regularidad durante las dos primeras décadas del siglo XII, hasta la colocación de la última piedra, que, si atendemos a las indicaciones del Códice Calixtino debió tener lugar en 1122.
Consagró los altares del deambulatorio de la cabecera, lo que indica que ya se había finalizado el crucero, con las puertas del Paraíso y de As Praterías. Derrumbó gran parte del primitivo mausoleo romano, identificado desde el siglo XI con la tumba de Santiago, para construir en el lugar un altar nuevo, lo que fue considerado casi como un sacrilegio por parte del cabildo catedralicio. En 1112, con la nave central levantada, derrumbó la iglesia de Alfonso III e instaló en ese espacio el nuevo coro. Ordenó, además, la construcción del pazo de Gelmírez, que se inició a comienzos del siglo XII, adosado a la catedral. Este edificio tuvo que ser reconstruido en 1120, tras las revueltas populares de 1117 contra el propio prelado.
Paralelamente, desarrolló para Compostela un proyecto arquitectónico y urbanístico que pretendía darle a la ciudad la estructura espacial de un gran burgo medieval. Además, promovió un programa de mejoras para la acogida de peregrinos, orientadas a solucionar las demandas de la población y del público devoto, y encaminadas también a prestigiar la nueva situación de la urbe y de la sede. Algunas de sus actuaciones más relevantes en este sentido fueron la creación de hospitales, la canalización de aguas y el abastecimiento hídrico público. Además, estableció la especialización profesional de los burgueses en actividades artesanales y mercantiles, trabajó en la dinamización de los burgos situados en las encrucijadas del camino de peregrinación (por ejemplo, Padrón) e incrementó el tráfico marítimo de mercancías.
Diego Gelmírez se nos ofrece como la figura más importante en la tarea de impulsar la actividad constructora en Santiago. Gelmírez, siempre preocupado por el prestigio de la sede compostelana y también por resaltar el suyo propio como cabeza de la misma y señor de la ciudad, vuelve a ser punto de referencia obligado. Nos dice la Historia compostelana, a propósito de la construcción de un nuevo palacio episcopal: “Cuando él subió la dignidad del episcopado, no sólo faltaba casa decente y congrua para un prelado, pero ni aun clérigos pudo encontrar en ella que no fuesen rudos y sin sujeción alguna la disciplina eclesiástica.”
El europeísmo de Gelmírez…
Hombre de extraordinaria visión política, fue un adelantado del europeísmo, ya que perfeccionó el proyecto de una peregrinación internacional en torno a la tumba apostólica. Elaboró su diseño en base a los viajes realizados a varias ciudades francesas claves en la peregrinación, como Toulouse, Moissac e incluso al monasterio de Cluny, donde se entrevista con su abad Hugo el Grande, y toma todo tipo de ideas para aplicar en Santiago. Pero, sin duda, la gran referencia de Gelmírez fue Roma, en la que también se inspiró para mejorar la Iglesia compostelana, procurando organizarla de manera semejante.
En consecuencia, Compostela pasó a ser uno de los centros de mayor trascendencia espiritual, eclesiástica, política y cultural del Occidente medieval. En este sentido, fue muy importante que los máximos responsables de la Iglesia occidental -el abad de Cluny, el papa de Roma y el arzobispo de Santiago- impulsaran unidos la peregrinación jacobea y el culto al apóstol Santiago, con una vitalidad que duraría hasta los tiempos de la Reforma luterana. Sabedor de que el apoyo de Roma y de Cluny eran decisivos para promover la peregrinación, Gelmírez, como obispo de una de las iglesias cristianas más ricas, habría enviado a ambos lugares ingentes cantidades de oro y plata con el fin de contar con su ayuda en todo momento.
Las fuentes documentales con noticias más abundantes del período de Gelmírez, de su figura y actuaciones, las encontramos en el libro V del Liber Sancti Iacobi y la Historia Compostelana.
El Registrum de su pontificado, más conocido como Historia Compostelana, es una crónica de su vida que él mismo ordenó redactar, en la que se recoge su participación personal en el difícil contexto en el que se encontraba tanto a nivel gallego como peninsular e incluso en el ámbito de la cristiandad occidental. Para esta labor empleó a los más prestigiosos clérigos e intelectuales en el trabajo de redacción.
También ordenó elaborar el Códice Calixtino que, en su libro V, indica los diferentes itinerarios jacobeos procedentes de Francia, que se reúnen en España en Puente la Reina, las jornadas del Camino, los pueblos por los que pasa, los santuarios que se deben visitar y describe ampliamente la ciudad de Compostela, entre otros temas.
Y para finalizar, recuperemos lo que Murguia dejó dicho que Gelmírez “dio ley a la ciudad, rey a Galicia, Marina militar a la patria, fuerza al trono, a su iglesia episcopal la primacía, justicia a los desvalidos, seguridad al comercio, a la ciencia hogar y protegió las artes y la poesía”.
Referencias
RUIZA, M., FERNANDEZ, T. y TAMARO, E. (2004). Biografia de Diego Gelmírez. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/g/gelmirez.htm el 4 de septiembre de 2021.
MURGUÍA, M. Don Diego Gelmírez: [Estudio histórico crítico de este insigne prelado]. Coruña, 1898.
PÉREZ DE URBEL, J. “Los comienzos de la Reconquista”, en Historia de España Menéndez Pidal, vol. VI. Madrid, Espasa Calpe. 1994.
XAVIER, A. Diego Gelmírez. Reino de Galicia, siglos XI-XII. Barcelona, 1985.
http://mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=gelmirez-diego
https://dbe.rah.es/biografias/10647/diego-gelmirez