Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Ma Afiri, más conocido como Almanzor fue un militar y político andalusí, caudillo del Califato de Córdoba y chambelán de Hisham II, el tercer califa omeya de Córdoba.
Este caudillo árabe ha pasado a la historia por sus campañas contra los cristianos.
Entre los años 977 y 1002 llevó a cabo un total de 56 incursiones en tierras cristianas sin conocer la derrota, razón por la cual recibió el sobrenombre de Al-Mansur billah (el Victorioso de Alá), con el que pasaría a la historia. Se trataba de razias rápidas y devastadoras, realizadas durante los meses de primavera y verano, que tenían por objeto sembrar el terror entre los habitantes de los reinos cristianos del norte peninsular.
Las riquezas y el reconocimiento no eran lo más destacable para Almanzor que estaba dispuesto a llevar la palabra de Mahoma a todos los rincones de la península Ibérica, aunque fuera por la fuerza de las armas. Sus continuas victorias sobre los reinos cristianos habían extendido la iniciativa de que era un brazo ejecutor de la intención suprema de Alá. La yihad o «guerra santa», inspirada por la ley islámica, era el medio para conseguir sus propósitos.
El célebre caudillo musulmán invadió Galicia, y fue el que logró llegar más al norte del territorio peninsular, rebasando Lugo hasta Ortigueira y penetrando en Santiago de Compostela. En línea con su intención de mantener su posición de fuerza en Al-Andalus, no había mejor escaparate que saquear uno de los centros de culto del cristianismo. Por eso, en el verano del año 997, asoló Santiago de Compostela, después de que el obispo Pedro de Mendoza evacuara la ciudad, dejándola desierta por el temor de sus moradores hacia la conocida crueldad de Almanzor.
Entró a caballo en la iglesias y quemó el templo prerrománico pero respetando el sepulcro del Apóstol. Esto permitió la continuidad del Camino de Santiago. Según cuenta Alfonso X el Sabio, Almanzor hizo 4000 prisioneros, a los que obligó a cargar durante 200 leguas con las campanas pequeñas de la iglesia. No sería hasta dos siglos y medio más tarde, que Santiago recuperaría sus campanas cuando Fernando III el Santo las recuperó, esta vez a hombros de los sarracenos.
Las crónicas musulmanas introducen otra leyenda que cuenta cómo se salvó del saqueo el sepulcro del apóstol Santiago. Según sus fuentes, al llegar a la localidad desierta, Almanzor encontró un ermitaño sentado sobre el sepulcro y le preguntó: «¿Por qué estás aquí?», a eso que el guardián respondió: «Yo soy familiar de Santiago». Entonces, puede que por respeto o por superstición, el héroe musulmán mandó que nadie hiciera daño al ermitaño y que se protegiera la tumba de su profanación. Ordenó la retirada y en Lamego se despidió a los condes cristianos que fueron premiados con magníficos vestidos. Semanas más tarde, llegaba a Córdoba con muchísimos cautivos, las campanas de la iglesia de Santiago y las hojas de las puertas de la ciudad.
Las campanas se utilizaron como lámparas para la mezquita y las puertas como armadura de los techos de las nuevas naves que se estaban construyendo en dicha mezquita mayor.
La presencia de Almanzor en Galicia dio pie a muchas leyendas, donde el caudillo musulmán adquiere un especial protagonismo. Una de ellas dice lo siguiente:
Al extenderse la noticia de que el temido caudillo avanzaba con sus numerosas y aguerridas tropas, las gentes de villas y aldeas huían abandonando sus casas, campos y ganado; los señores feudales, ante la inminencia de un peligro al que no podían resistir, cogidos por sorpresa por la rapidez del ataque inesperado, dejaban también sus castillos, alejándose hacia el Norte, para agruparse allí y emprender unidos el contraataque para rechazar a los moros.
Atravesando las montañas de Fuentefría, el ejército comandado por Almanzor se extendió por toda la comarca de Salvatierra, llevando a sangre y fuego su avance victorioso, apoderándose de ganados que habrían de alimentar a sus hombres y de todo lo que pudiera servirles para afianzar su poderío y defenderse de una recuperación por parte de los gallegos. Así llegó hasta los valles de Troncoso, San Pedro y Las Oliveiras, en las inmediaciones del castillo de Sobroso, y en este lugar su capitán Ab-del-Kader se adelantó para explorar el camino y observar las disposiciones y elementos de defensa con que contaba. Mas, el castillo se hallaba abandonado y aún más sorprendidos quedaron al comprobar que sus puertas estaban abiertas. Con cautela entraron algunos moros en el patio, y, convencidos tomaron posesión de él y enviaron la noticia a Almanzor.
Cundo Ab-del-Kader y sus hombres, instalados en los salones de la torre del homenaje y sus dependencias, se disponían a disfrutar de un descanso saboreando los vinos que habían hallado, oyeron, no sin inquietud, una suave y extraña música que acompañaba el recital de un romance. Ab-del-Kader y sus subordinados subieron hasta la plataforma de la torre, de donde venía la voz; allí un viejo ciego, sin duda juglar del señor de Sobroso, tocaba una zanfonía con la que acompañaba su canción, sin parar mientes en los soldados que habían hecho acto de presencia. Ab-del-Kader, considerando como un ultraje la indiferencia del anciano, indignado ante lo que consideró una burla, empuñó su cimitarra y descargó un rápido golpe sobre las muñecas del músico, cercenándole las manos; y de un segundo golpe, le decapitó.
Y mientras se izaba la bandera de la media luna en el castillo, los despojos del infeliz juglar fueron arrojados al pie de la muralla.
Inmediatamente llegó al castillo Almanzor, que utilizó a Sobroso como aposento de su cuartel general.
Desde una de las atalayas, el almuédano convocó a los soldados a la oración; después, Almanzor se reunía con sus capitanes en una de las salas de la torre para estudiar el plan a realizar en el avance sucesivo y cómo habría de efectuarse el asalto a la ciudad de Santiago de Compostela, que era su principal objetivo.
Pero sus deliberaciones se interrumpieron al escuchar un canto a la vez suave, melancólico y vigoroso, asombrándose a no comprender de donde procedía aquella extraña música.
Ab-del-Kader refirió entonces lo acontecido con el viejo y ciego juglar, ordenando entonces Almanzor que se repitiese el mismo castigo con el importuno músico que osaba mofarse de él y de sus guerreros.
Varios soldados moros registraron el patio, las atalayas, las murallas; pero no hallaron a nadie que pudiera ser músico y cantos tan impertinentes. El mismo Ab-del-Kader, guiándose por el sonido que no dejaba de oírse insistentemente y lúgubre en la noche, pudo hallar, al pie de la muralla donde arrojó el cuerpo mutilado del anciano cantor de la torre, su vieja zanfonía, que tocaban las dos manos cortadas; y era como un eco la voz del viejo músico, qué seguía cantando y canta aún, según se dice, cuando se presiente una gran calamidad para Galicia.