Al hablar del Egipto de los Faraones en seguida nos quedamos fascinados con las historias de sus reinados, sus templos, los sarcófagos de oro y, sobre todo las enigmáticas pirámides. No obstante, hay un aspecto poco conocido y es el papel de la mujer en el Egipto de los Faraones.
Recordemos que al hablar del Antiguo Egipto nos estamos refiriendo a una civilización que se extendió en el tiempo por más de 3000 años. Hecho de importancia pues en tan dilatado espacio temporal hubo una evolución de la estructura y roles en aquella sociedad. No cabe por tanto generalizaciones ni afirmaciones taxativas, pese a todo con esta entrada vamos a intentar hacer una exposición resumida sobre el rol de la mujer en aquella civilización.
En primer lugar cabe señalar una diferencia importante, y es que pese a no existir una igualdad plena de sexos, lo cierto es que la mujer en la sociedad egipcia se encontraba con una mentalidad mucho menos rígida que en otras civilizaciones contemporáneas.
En el Antiguo Egipto, la mujer no era considerada, en un principio como alguien inferior al hombre, sino que era su compañera, su complementaria. Aunque hombre y mujer tradicionalmente tenían prerrogativas bien diferenciadas en la sociedad, no parece que hubiera una barrera insuperable para quien quisiera variar el esquema. Incluso se consideraba a ambos sexos iguales ante la ley, pero esta situación iría cambiando conforme avanzaban los años y llegaban nuevos pobladores. Debemos tener en consideración que la mayor parte de las fuentes existentes se refieren a las formas de vida de las clases privilegiadas, y por tanto cuanta información en dichas fuentes encontramos no es útil si nuestra pretensión fuese generalizar su contenido.
En principio hombre y mujer eran iguales ante la ley. Esto significaba que las mujeres podían administrar sus propios bienes y su herencia, llevar un negocio propio y trabajar en empleos más allá del ámbito doméstico.
Los signos usados para definir la palabra mujer, esposa, que son los mismos que para pozo o vaca, en su vertiente de dadores de vida, de fecundidad, cuya diosa Hathor, madre de Horus, es el símbolo máximo.
Durante la infancia, a enseñanza comenzaba a los cuatro años para las destinadas por sus padres a ser funcionarias públicas de los faraones. Su primera iniciación en la escritura comenzaba a los cinco años de edad. A los siete se pasaba a la composición: se estudiaban obras de imaginación inspiradas en la mitología egipcia. Para tener la categoría de escriba “que ha recibido la escritura” la joven tenía que pasar aun por un ciclo de matemáticas y geometría.
Tanto las niñas como los niños de alta alcurnia estudiaban en la llamada Casa Jeneret, una institución de gran importancia situada junto al palacio, y en la que habitaban la madre del faraón, la Gran Esposa Real, las esposas secundarias y los hijos e hijas de éstas. En esta institución aprendían a leer y escribir, al menos en las clases altas. Se instruían en las artes: tañer el arpa, el laúd o la flauta y aprender las danzas rituales. Para los egipcios, las danzas rituales y la música eran herramientas para apaciguar a las divinidades.
También se las enseñaba a tejer, y elaborar distintos útiles de belleza y aseo. Disponían de talleres de alfarería, carpintería y tejido, así como de graneros. Además arrendaban sus propios terrenos para obtener beneficios, en El-Fayum, tenían sus reservas de caza y pesca.
Las representaciones de niñas peleando o ayudándose mutuamente, identificadas por el mechón de pelo o trenza que las distingue de los muchachos, no son sino confirmaciones de su comportamiento, igual que el de las niñas modernas. Eran educadas por tutores y se las representa en ocasiones vestidas para alguna ceremonia, pero habitualmente desnudas y con pájaros en las manos, cosa natural dado el permanente contacto con la naturaleza.
De adolescentes, sus aspiraciones eran las mismas de cualquier joven de su edad, enamorarse, escribir poemas y esperar encontrar al amor de su vida entre los aspirantes. Ya desde esa edad, las mujeres egipcias se mostraban muy pendientes de su apariencia, de
su aseo y cuidado personal, consumidoras de mil y una esencias y afeites con que resultar agradables a quien las contemplara. Usaban pequeños frascos de aceites colocados sobre la cabeza, que iban derramando su contenido al paso de las horas creando una aureola de fragancias a su alrededor y usaban los kalasiri, túnicas largas de una pieza, ceñidas y sujetadas por tirantes cubriendo el pecho o no, casi siempre blancas aunque a veces podían ser de otros colores, y con muchos complementos; hasta la llegada del Imperio Nuevo, cuando aparecieron los vaporosos velos reflejados en las pinturas, en un alarde de primor demostrado por los artistas capaces de reflejar con sus cinceles y con sus pigmentos las etéreas prendas tanto en la áspera piedra de los templos como en las delicadas pinturas de las tumbas.
Legalmente la teórica igualdad jurídica se irá limitando con el tiempo, a medida que se vayan produciendo nuevas invasiones. No necesitaban de un tutor legal, ya que podían vender, comprar o emprender acciones legales. En este sentido, encontramos el himno a la diosa Isis, que se encuentra recogido en el papiro de Oxyrhinco, siglo II aC: “Eres la dueña de la tierra […] tú has dado un poder a las mujeres igual al de los hombres”).
Las mujeres podían disponer de su patrimonio y tener su propio negocio. De igual modo, podían decidir cómo dividir sus bienes entre sus descendientes.
En cuanto al trabajo, las mujeres tenían gran variedad de posibilidades. Aunque estaban excluidas de la mayor parte de los talleres, de modo que no fabricaban joyas o cerámica, por ejemplo, y tampoco participa en labores de pesca, caza o actividades militares.
La mujer no podía hacer trabajos duros. Podía en cambio ser doctora en medicina, intendentes en grandes talleres de hilado y tener bajo su obediencia a hombres de su edad o mayores. Su remuneración se equiparaba a la de los hombres en la misma situación.
Ejercían diferentes oficios:
- Sacerdotisas, llamadas Adoratrices, Mano del Dios o Esposas del Dios, que consagraban su vida al servicio de distintos dioses y diosas, como Amón o Hathor, aunque eso no impedía que se casasen o tuvieran hijos
- Funcionarias, como por ejemplo las escribas (aunque no solían tener altos cargos hasta la Dinastía XXVI)
- Plañideras, esto es, aquellas que acompañaban el cortejo fúnebre con danzas, lloros y lamentos. Se purificaban previamente masticando natrón, y se perfumaban con incienso; vestían totalmente de blanco o azul y usaban pelucas rizadas de las que se arrancaban los cabellos. También eran llamadas “Cantoras de la diosa Hathor”
- Comadronas: eran las encargadas de traer a los niños al mundo. Solían hacerlo en compañía de otras mujeres, no era habitual que interviniera el médico
- Campesinas: En la cosecha, según se ve en el arte de las capillas, ella traía comida o refresco a los hombres que trabajaban, pero no segaba.
- Artistas: aquellas que tocaban instrumentos musicales o danzaban, aunque muchas veces ésta era una ocupación de las esclavas del Imperio Nuevo
- Músicos y bailarinas: muchas de ellas eran esclavas
- Médicos, tejedoras, sirvientas,…
Para la mujer egipcia la coquetería era todo una arte. En primer lugar debía cuidar su figura. Las mujeres redondas que abundan hoy en la región no tenían la menor oportunidad de triunfar en el matrimonio si accedían a él. Los hombres preferían mujeres de piernas y figura alargada, poco pecho y pelo claro, según la autora del estudio. Tampoco en eso coinciden con las egipcias de hoy generalmente de talla mediana, bajas y piernas cortas. Los cabellos, trenzados u ondulados con esmero, naturales o cubiertos de finísimas pelucas, completaban o dulcificaban el rostro. En los pies sandalias con correas de cuerdo blanco y en el cuello un pesado collar de grandes perlas. En las manos brazaletes de oro, que cubrían hasta los nudillos.
La egipcia se pintaba los ojos, utilizaba polvos especiales para las cejas y conocía las pestañas artificiales. Se perfumaba mucho para atraer al hombre de la casa porque este podía terminar tomando como favorita a una concubina entre las empleadas y sirvientas. Eso requería una serie de ceremonias para distinguir el hecho del simple adulterio.
Respecto a la vestimenta, las damas de alto estatus solían prestar mucha atención a su aspecto, mimando especialmente el peinado y maquillaje. En las pinturas que nos han llegado, mientras la piel de los varones se representa morena, la de las mujeres de clase alta es de tono más pálido. El gusto de la mujer egipcia por la utilización de las pelucas se remonta a las primeras dinastías. Durante el Imperio Antiguo, estas son de melena corta. Las sirvientas, no utilizaban pelucas, y el pelo de estas es largo.
A partir del Imperio Medio el gusto por el peinado cambia. Se siguen utilizando las pelucas, pero ahora la forma de estas es de rollo, imitando la iconografía de la diosa Hathor.
Durante el Imperio Nuevo son habituales las pesadas pelucas, con pequeñas trenzas, tirabuzones u ondas a media espalda. Muy adornadas con joyería o con simples coronas de nenúfares.
La utilización de las pelucas era un signo de distinción, pero al mismo tiempo, protegía a sus portadoras, de los fuertes rayos solares. En su mayor parte eran de pelo humano, pero también se han localizado de fibra vegetal. Se guardaban en cajas y se han localizado tenacillas con las que ondulaba el pelo y también en alguna de ellas, han sido localizados restos de cera de abeja que se empleaban para fijar las ondas.
Las teorías más fiables defienden que ello serviría para indicar su alta condición social y para indicar que permanecían resguardadas del sol en la casa, como que podían pagarse los cosméticos. Otras versiones, apuntan que la tez clara era un símbolo de pureza, belleza y de inactividad con respecto a los hombres, a los que se les representaba siempre con un tono más oscuro de piel.
Los tejidos más apreciados fueron en un principio el algodón, aunque más tarde se impuso el lino por la creencia de que era más puro. Había cuatro tipos: Lino real, tela útil fina, tela sutil y tela lisa. El color preferido era el blanco, aunque podía llevar algunos dibujos en los bordes.
En una primera época parece ser que iban igual tanto hombres como mujeres, con el torso desnudo, al menos las clases más humildes. Pero, a medida que va pasando el tiempo, la mujer se va cubriendo el cuerpo.
Las mujeres de clase alta llevaban un vestido largo y ceñido, llamado kalasiri, de una pieza y sujeto con dos tirantes que les cubrían los senos. También llevaban una especie de capa corta cubriendo los hombros, para evitar el sol.
En la última época o período nuevo, la vestimenta cambió ostensiblemente, en particular para las mujeres, debido al concepto de impudicia femenina que se introdujo a través de las dinastías ptolemaicas (de origen griego). Ello produjo como consecuencia, que las mujeres fuesen progresivamente tapando sus cuerpos. Los obreros iban desnudos o con un taparrabos, y las mujeres trabajadoras llevaban ropas amplias, aunque algunas iban desnudas también.
También es digno de mención que la realeza y los escribas reales iban siempre depilados en todo el cuerpo (tanto hombres como mujeres), pues el pelo y el vello corporal (incluyendo las cejas), dicen algunos autores que les alejaba de la divinidad, pues era el símbolo de la materia o materialización. Aun así, se encuentran casos como el del escriba real Imhotep, que han aparecido representados con bigote o con pequeñas barbas.
En cuanto al matrimonio, las mujeres egipcias podían decidir con quién casarse, puesto que no pertenecían a nadie ni tenían un tutor que decidiese por ellas. Si bien es cierto que solían pedir la aprobación de su familia, esto se hacía más como un símbolo de respeto que como una necesidad social. Esto es debido a que el matrimonio no tenía, realmente, una función religiosa, sino que era una manera de convivir con alguien y asegurar la separación de bienes. Por ello, la mujer conservaba también su nombre y el hombre tenía el deber moral de hacer que su matrimonio fuera satisfactorio. Al casarse, la mujer se convertía en Nebt-Het, que literalmente significa la Dorada (con el significado de grandeza, nobleza), esto es, Señora de la Casa, lo que significaba que era la que debía administrar el patrimonio.
No existía una ceremonia como tal, al menos como nosotros lo entendemos, aunque si se firmaba un contrato privado en el que se detallaban los bienes de cada uno. La boda se celebraba en familia porque era un asunto privado. Comenzaba por lo general cuando la pareja se iba a vivir junta. Las edades más frecuentes eran entre los doce y catorce años en ellas, y sobre los dieciséis en ellos.
Por documentación dispersa, fragmentos de contratos o de cartas, se han podido deducir algunas cosas, como que la mujer gozaba de una protección legal notable.
Se podía divorciar, y entre las posibles razones de un divorcio están el adulterio, la esterilidad e incluso la fealdad. Además quedaba cubierta económicamente, podía trabajar de manera autónoma aunque no en todos los oficios pero sí para contribuir a la economía familiar, recibía herencias y las otorgaba.
Anecdótica e ilustradora e la carta en la que el rey de Babilonia expresa su extrañeza ante la negativa de Amenhotep II a otorgarle la mano de su hija para rubricar un acuerdo, alegando que las mujeres egipcias no se desposan con extranjeros como moneda de cambio.
La infidelidad estaba considerada como un gran crimen y el adulterio debía ser declarado por un tribunal. No había linchamientos ni apedreamientos por un adulterio, pero los jueces era implacables. Las penas oscilaban para los hombres entre la castración y el exilio, y entre las mujeres, la supresión violenta y sin miramientos de la nariz. Los adúlteros sabían que la pena les iba a seguir durante toda su vida. Si había circunstancias atenuantes la pena para él era la mutilación de la nariz o las orejas y para ella el destierro a Nubia… Y sin embargo todos los días había juicios por adulterios.
Si quedaba embarazada tenía que cubrir su cuerpo con una especie de varillas mágicas de marfil de hipopótamo que representaba la magia de los genios de la tribu. Dar a luz era una ceremonia religiosa en que ella se sentaba en un sitial especial donde era ayudada por una cohorte de hombres y mujeres. Si quería retener a su marido en casa y evitarle el cometer adulterio -lo cual era gravísimo- debía saber tocar bien el arpa el instrumento en boga entre la clase media y la alta, y llenar el ambiente de nuevos perfumes que ella misma elaboraba o compraba.
En los harenes vivían damas de muy diversas categorías. Bajo la preemiencia de la Gran Esposa Real, que debía vivir en el harén, a menudo con sus hijas todavía niñas, se encontraban situadas, en primer lugar, las mujeres o esposas reales secundarias, ya fueran egipcias o de origen extranjero, cada una acompañada por su progenia. También había estancias para las favoritas.
En lo que respecta a la familia, el modelo ideal era el de una pareja con sus hijos, y cuantos más tuvieran mucho mejor, aunque debido a la alta tasa de mortalidad de las mujeres en el parto, se usaban anticonceptivos para evitar embarazos seguidos.
No existía una dimensión moral en lo que a las relaciones monógamas o polígamas respecta. Estas prácticas eran una cuestión práctica, sin trascendencia jurídica o moral: al tener la esposa e hijos derecho a parte del patrimonio del marido, esta cuestión influía en la decisión de tener o no una segunda esposa, o que ésta fuese una esclava. Es más, incluso el incesto era habitual en la familia real y el adulterio por parte de la mujer no estaba penado por la ley, en el peor de los casos le costaba un divorcio, aunque se conocen casos en ciertas regiones de mujeres que han sido lapidadas por ello. El único tabú era el considerar la menstruación impura, al extremo de dispensar a ciertos trabajadores de acudir a su puesto durante los días en que la tenía su esposa.
Si el matrimonio fracasaba, la fórmula para el hombre era comunicárselo a la esposa ante testigos acreditados:
“Te abandono como esposa. Me voy de tu lado. No tengo nada que reclamarte. Te he dicho: “Búscate un nuevo esposo”.
En cuanto al ejercicio del poder, tradicionalmente el trono egipcio siempre eran para varones ya que el rol de la mujer egipcia no era en lo absoluto llevar el cargo de poder en el país, sino más bien era de ser guardiana y proteger su país, y eran una sombra de su esposo ante rituales egipcios y numerosas ceremonias como reinas egipcias. No obstante, si seguimos las afirmaciones de ciertos autores latinos, como por ejemplo Diodoro Sículo (quienes a su vez se basan en las informaciones dadas por Manetón, un sacerdote egipcio que ejerció bajo la Dinastía Ptolemaica y recibió el encargo de redactar una historia de Egipto), deberemos de aceptar el hecho de que tan sólo existieron cinco reinas-faraonas a lo largo de la tan dilatada historia egipcia:
- Neferusobek, quien reino entre los años 1777 a 1773 aC., adscrita a la dinastía XII
- Hatshepsut. Hija de Tutmosis Iy mujer de Tutmosis II, llegó a declarase hija primogénita del dios Amón. Gobernó entre los años 1479 a 1457 aC.
- Nefertiti, Esposa de Akenathón y reina de la Dinastía XVIII (1370-1330 aC.)
- Tausert, última de las reinas-faraón, estuvo en poder entre los años 1188 a 1186 aC.
- Cleopatra VII, perteneciente ya al Período Helenístico, fue la última de los gobernantes del Antiguo Egipto (51 a 30 aC.), ya que después cayó en manos de los romanos.
El hecho de que una mujer pudiese llegar a convertirse en Faraón es un argumento adicional para confirmar lo lejos que podía llegar una mujer en aquella sociedad, aunque también es cierto que si hubiera sido indiferente a la hora de acceder al trono que se tratara de hombre o mujer, nos encontraríamos seguramente con muchas más faraones.
También en el gobierno encontrábamos a las mujeres como figuras de poder, aunque no siempre al mismo nivel que los hombres.
El Antiguo Egipto era una sociedad teócrata y por ello el derecho al trono era, a su vez, divino. La transmisión de éste venía por parte de la mujer. Era ella la que transmitía la legitimidad y era más importante tener sangre real que el hecho de que sólo gobernaran los hombres. Es por ello que o bien gobernaba el esposo o hijo de la Gran Esposa Real, o bien, si ninguno de éstos podía, lo hacía la mujer.
La religión egipcia era politeísta. En ella, la presencia de las diosas era habitual, y normalmente se vinculaban con la fertilidad así como con la vida. Por ejemplo, Ma-at es la diosa de la verdad; personifica el principio del orden cósmico y representa el concepto por el cual tanto hombres como dioses se gobiernan. Hathor era la diosa del amor, de la danza y las artes musicales; Bastet, la diosa protectora del hogar. Isis, la “Gran Maga”, era la diosa Madre y diosa de la maternidad y el nacimiento. Se relaciona con los ritos funerarios por la muerte de su esposo Osiris y su cualidad de madre la vincula con la que da la vida: muerte y la vida se unen en ella. Hay que decir que para los egipcios los ritos funerarios evitaban una segunda muerte al difunto en otra vida y, por tanto, la muerte no era más que el paso a otra vida como parte de un renacimiento eterno. El himno a la diosa Isis recogido en el papiro de Oxyrhinco, del siglo II aC. dicta: “Eres la dueña de la tierra […] tú has dado un poder a las mujeres igual al de los hombres”.
La mujer como divinidad nos transmite fundamentalmente la idea de una mujer madre, que es fuente de vida y de fecundidad.
Las diosas Netert y Ma-at personifican el principio del orden cósmico. Ellas mantienen el equilibrio, el orden y la armonía del universo. Su fuerza cósmica es la fuente sin la que otros dioses y diosas no serían nada.
Si nos centramos en las necrópolis de las reinas es evidente que la Gran Esposa debía tener una “residencia de eternidad” acorde con su rango. En modo alguno se trataba de contar con un lugar secundario en la sepultura de su regio esposo. Durante el Reino Antiguo encontramos en Abidos un agrupamiento de edificios funerarios de las Damas de la Corte durante la primera Dinastía. A partir de la IV las reinas fueron enterradas en conjuntos piramidales en la zona que circundaba la pirámide del faraón. Con el Reino Medio, que comenzó con la XI Dinastía, de origen tebano, las momias de las princesas de la familia real, reinas y esposas secundarias fueron acogidas en el interior de los complejos funerarios de Deir el-Bahari. Ya a partir de la XII Dinastía las reinas son enterradas en pirámides de reinas y princesas, más pequeñas que las de los faraones pero, con el mismo sistema de construcción a base de ladrillo sin cocer revestido de losas de caliza. Con la XVIII Dinastía cabe hablar sobre todo del Valle de las Reinas.
En la literatura egipcia, desgraciadamente, la insistencia de los moralistas egipcios en recordar al hombre sus deberes hacia sus mujeres, como puede ser el respeto, el amor y el cuidado en la enfermedad, hace suponer que no fue raro en la práctica que los varones abusaran de sus esposas. Conviene no olvidar que la visión que nos llega es la de las clases más favorecidas, pues es poco lo que conocemos sobre las clases más humildes. Los escritores no dudan en hacerla aparecer como el origen de distintas desgracias y la culpable de varios pecados, lo cual no nos debe llevar a pensar inmediatamente en un desprecio general. Pero si parece probable que los escritores como hombres de su tiempo, recogieran al menos en parte cierto imaginario colectivo presente en el momento de la obra.
En Egipto, esta visión es mostrada en la literatura sapiencial de Ptahotep, ministro de la V dinastía, donde escribe tanto un pensamiento “misógino” con estas palabras:
“las mujeres han sido la perdición de miles de hombres. Sus bellos cuerpos hechizan, pero después de un breve instante de felicidad, pierden su atractivo: un momento de placer y, luego, la muerte como remate«, como otro más cariñoso o amatorio pero siempre dentro del contexto general: «cuando alcances una posición desahogada, cásate y ama a tu mujer más que al mundo entero. Dale alimento en abundancia y bonitos vestidos […] úntala con tus perfumes embalsamados y hazla feliz hasta la muerte. La mujer es un buen campo para su dueño, pero hay que saberlo cultivar”.
También encontramos referencias a la mujer en la poesía y la música. La poesía amatoria fue muy importante durante toda la Historia egipcia. Destacó sobre todo en el ambiente palacial y de la corte, en las familias ricas y allá donde se pudieran contratar los servicios de músicos como arpistas, flautistas, poetas que componían, bailarinas y actores que escenificaban. En este tipo de poesías, la amada es llamada “hermana”, ya que en la familia real estuvo la costumbre de las bodas entre hermanos para mantener la estirpe regia.
Los arqueólogos y arqueomusicólogos han logrado recomponer o, por lo menos, hacer una posible reconstrucción tanto de los instrumentos como de la métrica y del sonido de estas canciones y poemas cantadas por la mujer en el antiguo Egipto. Sus estudios demuestran que la sensibilidad amatoria está en una de las civilizaciones más antiguas de la Tierra. Y esto a pesar del contexto de la preponderancia masculina en las instituciones de Poder y del Estado.
Las canciones y poemas más famosos son los que se compusieron durante el Imperio Nuevo, período en el que vivieron dos reinas: Nefertiti y Hatshepsut.
En la representación de la mujer en la decoración funeraria, observamos que ésta tiene un papel importante al lado del esposo, pero es éste el que tiene la preponderancia en la escena. Escenas de ofrendas, de tema amatorio o simplemente de compañía nos dan códigos y claves para entender el papel femenino en la sociedad.
En la pintura, el color con el que se representa a hombres y mujeres da una pista de ello. La fémina es pintada en tonos claros (muy usual el amarillo), si bien las faraonas o reinas se pintaban con colores más claros todavía. En el caso del hombre se utilizaba el rojo, dado que éste pasaba más horas al Sol, trabajando en el exterior. Si bien la mujer en el antiguo Egipto no tenía la libertad del hombre en cuanto a movimientos, hay épocas en las que tuvo más que en otras, como se lee en un texto de Ramsés III: “Yo hice posible que la mujer de Egipto siguiera su camino, que sus viajes se extendieran hasta donde ella quería, sin que ninguna persona la asaltase en la ruta”.
Según su importancia, las mujeres se representaban con diferentes tamaños: podían ser muy grandes (reinas) o muy pequeñas (esclavas).
Aunque las obras de arte se caracterizaban por ser representaciones religiosas, de la monarquía y la tradición, la mayoría de las pinturas reflejan la vida cotidiana de las mujeres de la nobleza, en el cual se resaltan las hermosas joyas y vestidos que se utilizaban.
Como conclusión cabe afirmar que parece confirmarse que el grado de influencia de la mujer egipcia, notable en el Imperio Antiguo, decreció notablemente en el Imperio Medio para resurgir de nuevo en el Imperio Nuevo, llegando incluso algunas a detentar cargos importantes en la administración. Pero en todo caso, el lugar de la mujer en la sociedad egipcia de entonces es una de las mejores demostraciones de la modernidad de esta civilización, que supo hacer de la madre, la esposa o la hija, objeto de un nivel de igualdad que incluso la mujer europea de comienzos del siglo XX estaba lejos de alcanzar.
Bibliografía:
La mujer en tiempos de los Faraones. De Christiane Desroches Noblecourt
Reinas de Egipto, el secreto del poder. De Teresa Bedman González
La mujer en el Antiguo Egipto. De Davinia Alabat