Hay numerosas leyendas vinculadas a la Orden del Temple, pero hay una historia, fruto de una conspiración que explica su final, el final de los templarios.
La Orden del Temple fue una de los grupos más poderosos del mundo cristiano. Si bien solamente pervivió apenas unos dos siglos, llegó a alcanzar una gran relevancia tanto en el ámbito militar como en el económico y religioso.
Sus miembros son conocidos como los caballeros templarios, quienes llevarían como distintivo un manto blanco con una cruz ancorada roja sobre él.
Hoy, con esta publicación vamos a recordar un poco su historia, y sobre todo como fue su trágico final.
Antecedentes
Hacia finales del siglo XI e inicio del siglo XII, los reinos occidentales inician un período de expansión, y empiezan a realizarse campañas para controlar las invasiones musulmanas y vikingas, ya fuese mediante la acción militar o mediante la creación de asentamientos en su camino.
Aunque se vivía una época de expansión, la fuerza de la autoridad que había logrado inculcar en aquellos pueblos unas ideas como la Paz de Dios o la Tregua de Dios, que pasarían a formar parte del ideal de la caballería para la protección y defensa de los más débiles.
Una época en la que los fuertes sentimientos religiosos que se vivían en todas las capas de la sociedad medieval, movía a las entes a efectuar peregrinaciones a lugares Santos, primeramente a Roma y luego se iría extendiendo la elección de nuevos destinos, fundamentalmente Santiago de Compostela y Jerusalén.
Por otro lado, la ocupación de Jerusalén por tropas turcas, propició que en el Concilio de Clemnot Ferrand, que tuvo lugar en el mes de noviembre de 1095, el papa Urbano II manifestase su preocupación por las amenazas que sufrían los peregrinos en sus caminos de peregrinación. Así nació la expedición militar que reconquistaría Jerusalén en el año 1099. Fue nombrado de Jerusalén, primeramente Godofredo de Bouillón, y a su fallecimiento, su hermano Balduino I.
Y es entonces cuando se produce la fundación de la Orden del Temple, llevada a cabo por mueve caballeros, liderados por Hugo de Payens, en el año 1118. Su objetivo inicial era proteger los caminos que llegaban a Jerusalén.
Aceptaron los votos de pobreza, castidad y obediencia. Se denominaron “Pobres Caballeros de Cristo” e incluyeron en su nombre la mención al Templo de Salomón, en cuyas cercanías se instalaría la Orden.
A la Orden del Temple se le impuso la regla de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro, regla conocida también como la Regla latina.
Sería reconocida por el Concilio de Troyes en 1128, iniciando a partir de entonces una enorme progresión y crecimiento, en gran parte debido a Robert de Craon. Fruto de este creciente poder, los templarios consiguieron importantes privilegios y la independencia en relación con los obispos. Los templarios vivían bajo la regla de San Agustín, que en el concilio se sustituyó por la Regla Cisterciense. La regla primitiva constaba de un acta oficial del concilio y de un reglamento de 75 artículos, entre los que figuran algunos como:
Artículo X: Del comer carne en la semana. En la semana, si no es en el día de Pascua de Natividad, o Resurrección, o festividad de Nuestra Señora, o de Todos los Santos, que caigan, basta comerla en tres veces, o días, porque la costumbre de comerla, se entiende, es corrupción de los cuerpos. Si el martes fuere de ayuno, el miércoles se os dé con abundancia. En el domingo, así a los caballeros como a los capellanes, se les dé sin duda dos manjares, en honra de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contenten con uno y den gracias a Dios.
Necesitados de fondos para el mantenimiento de la Orden, varios caballeros templarios, comandados por Hugo de Payens recorrieron tierras europeas en la procura de donaciones y el alistamiento de nuevos caballeros.
Por otro lado, las Bulas Omne Datum Optimun del año 1139, Milites Optimun del año 1144 y Militia Dei del año 1145, confirmaron los privilegios de la Orden. Por ellas, se otorgaban a los caballeros templarios una autonomía formal y real respecto de los obispos y quedaban sujetos tan solo a la autoridad papal. Entre otros beneficios se les otorgó:
- La exclusión de la jurisdicción civil y eclesiástica, lo que les permitían tener sus propios capellanes y sacerdotes pertenecientes a la Orden y les otorgaron el poder de recaudar bienes y dinero a través de diversas formas.
- El derecho de óbolo, las limosnas que anualmente recibían todas las iglesias.
- Derecho sobre las conquistas en Tierra Santa y la concesión de atribuciones para construir fortalezas e iglesias propias.
Estos beneficios le permitieron crecer de manera exponencial al tiempo que alcanzaban grandes cotas de poder e independencia.
Su número aumentó de manera significativa al aprobarse la regla, y ese fue el inicio de la gran expansión de los templarios. Unos cincuenta años después de su fundación, los caballeros de la Orden del Templo se extendían ya por tierras de las actuales naciones de Francia, Alemania, Reino Unido, España y Portugal.
Alrededor de 1220 ya era la fuerza económica más importante de Europa y también contaban con unos 30.000 caballeros, sin contar con el resto de personal de la orden. En el mayor momento de esplendor, tenían miles de propiedades, solo en Tierra Santa acumularon 53 fortalezas, y el mapa de posesiones en las islas británicas, Francia y la Península Ibérica se encontraba repleto de enclaves de la Orden.
Además de los réditos de estas posesiones, el Temple multiplico sus beneficios cuando entró en el negocio de la banca. Desde el Concilio de Letrán de 1179, la Iglesia había condenado los préstamos de dinero como usura, pero se hizo una excepción con los templarios, que se convirtieron en importantes banqueros en Europa.
Adicionalmente, hay que tener en cuenta la crisis que por entonces vivía el Papado. Tras una agria disputa entre el Papa Bonifacio VIII y el rey de Francia, Felipe IV, ya que lo que en principio era un conflicto por el cobro de tributos al cero francés, terminaría siendo uno de los mayores contenciosos entre los poderes temporal y espiritual de la Edad Media. La disputa alcanzaría un tono mayor tras las primeras calumnias y bulas, llegando a la amenaza de excomunión del rey francés y en respuesta, a la detención forzada del Papa en su corte italiana de Anagni. Aunque posteriormente, el Papa fuese liberado, terminaría falleciendo, siendo sucedido por el efímero Benedicto XI y el débil Clemente V.
Cuestionado por el monarca más poderoso de la época, estaba además desprestigiado por sus trifulcas en Italia y Sicilia y su incapacidad para socorrer a los cristianos latinos de Oriente. Por si fuera poco, la situación política en Roma era tan crítica que Clemente V no tuvo más remedio que aceptar la oferta de Felipe IV de refugiarse en Francia. Se instaló en Poitiers, bajo la atenta e interesada mirada del rey.
Por si fuera poco, Clemente intentó reabrir el debate de la reforma de las Órdenes militares, pero Jacques de Molay se oponía a la posible unificación de las mismas, ya que entendía que de la rivalidad entre ellas surgía una mejor defensa de la cristiandad.
El final de los Templarios
El creciente poder de la Orden del Temple fue el principio de su final.
Ya en el año 1299 la Orden del Temple había hecho un préstamo de 50.000 libras al rey francés Felipe el Hermoso, quien precisaba fondos para la dote de su hija y para atender los numerosos gastos de su guerra en Flandes.
El rey de Francia, Felipe el Hermoso, de quien Bernard Saisset, obispo de Pamiers, dijo “no es ni un hombre ni un animal, sino una estatua”, organizó la redada con mano de hierro. Planeó sus jugadas cuidadosamente. Redactó una lista de acusaciones, basada en parte en los informes de sus espías infiltrados en la Orden y en parte en la confesión voluntaria de un supuesto renegado.
En el año 1307, el rey Felipe deseaba iniciar una nueva cruzada, pero la endeudada economía de su reino le obligó a pedir un nuevo préstamo. A ello hay que unirle el recelo del monarca por el hecho de que los templarios no accediesen a unirse con la Orden del Hospital y el hecho de que cada vez tuviesen una mayor fortaleza militar y económica. Ambos fueron motivos suficientes para que el rey francés recurriese a poner en marcha una campaña de desprestigio contra ellos, con el fin de quedarse con sus posesiones. El primer paso era presionar al Papa Clemente V.
Para la puesta en marcha de sus intenciones, el rey utilizó espías e inició una campaña de difamación, achacando que pecaban de orgullo y vicio. Estas difamaciones llegaron al Papa Clemente V, quién mandó que se llevase a cabo una investigación para averiguar la verdad de tales rumores. El verdadero artífice de estas operaciones fue Guillaume de Nogaret, el canciller del soberano francés.
Pero la Corona francesa no tenía potestad para juzgar a los miembros de una Orden religiosa que dependía directamente del Papa, por lo que Nogaret con la ayuda del dominico Guillarme de París, inquisidor de Francia y leal confesor del rey, pusieron en marcha su plan.
El viernes 13 de octubre del año 1307 todos los templarios de Francia serían apresados por los hombres del rey y quedarían detenidos; sus preceptorías serían incautas en nombre de la corona, y sus bienes confiscados.
En tanto, el gran maestre de la Orden el Temple, Jacques de Molay había viajado a Francia con la intención de reclutar nuevos caballeros, pero al encontrarse con las acusaciones vertidas por el monarca, decidió ponerse en contacto con el Papa Clemente V. El rey reaccionó inmediatamente y las primeras consecuencias fueron la detención de un gran número de templarios en los meses de octubre y noviembre de 1307.
Entre las acusaciones, más de cien, se encontraban renegar de Jesús, adorar a otros ídolos, escupir en la cruz e intercambiar besos obscenos (en el trasero el preceptor) durante la ceremonia de ingreso en la Orden, adorar a un ídolo, deshonrar la misa y practicar la sodomía. Según estas acusaciones, los templarios, al entrar en la orden, tenían que negar de Cristo tres veces, escupir sobre su imagen, quitarse la ropa y permanecer desnudos ante su receptor, que celebraba su incorporación besándolos “conforme al rito odioso de su orden, primero debajo de la espina dorsal, segundo en el ombligo y, finalmente, en la boca, para vergüenza de la dignidad humana”. Después, siguiendo con estos relatos, se veían obligados por sus votos a mantener relaciones sexuales entre ellos, “y por esto, la cólera de Dios se abate sobre estos hijos de la infidelidad”.
Las acusaciones contenían 127 artículos que se dividía en varios bloques, entre los que cabe citar:
- Que no se cuidaban de pecar, o usar injusticias para poseer los bienes ajenos. Que se comprometían a procurar el bien de la Orden por todos los medios posibles. Que hacían un juramento particular y que con la finalidad dicha, no tenían escrúpulos en negar cualquier otro juramento
- Que creían que el Gram Maestre, y los preceptores, que con frecuencia eran laicos, tenían derecho a dar la absolución, así o se confesaban más que con los hermanos
- Que se entregaban a voluptosidades infames
- Que sus capítulos y Recepciones tenían lugar en la noche, o al menos, antes de la salida del Sol
- Que escupían sobre la Cruz y negaban la divinidad de Jesucristo en las recepciones
- Que no consagraban la hostia en las celebración de la eucaristía
- Que procedían a efectuar robos y saqueos al Tesoro Real
- Que ingerían las cenizas de los templarios muertos o incinerados
- Que se habían acogido a las creencias del Islam
- Que hacía omisión de las palabras de la consagración durante la Misa
- Que llevaban a cabo besos obscenos.
- Que practicaban la homosexualidad. Practica perversa de la sodomía
- Que adoraban un ídolo en forma de cabeza, de nombre Bapthomet
Todas estas acusaciones fueron generadas por Esquieu de Floyran, que aseguraba haber compartido celda con un templario y que éste le había contado todos los secretos de la orden.
Era tal el nivel de acoso que sufrían los templarios que su sello más conocido, que representa a dos caballeros sobre una única montura, fue utilizada en su contra. Las imágenes de los sellos medievales tenían un sentido simbólico, y en el caso de los templarios este sello se refería a la doble misión de sus miembros cada templario hacia los votos religiosos de pobreza, obediencia y castidad como un monje, pero al practicar la guerra contra los enemigos el cristianismo también era un soldado. De alguna manera representaba su dualidad: monjes y guerreros. Pero durante el juicio, la imagen de los dos hombres sobre un único caballo se utilizó para reforzar la acusación e prácticas sodomíticas.
Por otro lado, y siguiendo las órdenes del monarca francés, los caballeros templarios encarcelados fueron sometidos a torturas para conseguir sus confesiones admitiendo prácticas de adoración al diablo y homosexuales, a cambio de salvarse de la pena de muerte. Pero entre el pueblo se produjeron fuertes protestas, por lo que el Papa decidió organizar, en agosto de 1308, por medio de la bula Faciens Misericordiam, unas comisiones para escuchar a los templarios. Como resultado, los caballeros templarios, a salvo de las prácticas de tortura desmintieron cada una de sus confesiones. Entonces, el rey Felipe, viendo que su versión peligraba, recurrió a sus influencias para lograr organizar un concilio ecuménico, el concilio de Sens, anunciado por la bula Regnan in Coelis.
Poco a poco se fue ejecutando en la hoguera a los templarios bajo las órdenes del monarca a pesar de que en algunos casos no existían sentencias definitivas. Para aumentar el sufrimiento, se escogió un tipo de leño que ardía más lento. Durante el suplicio los condenados clamaban por su inocencia y se acogían a Dios.
La investigación papal se extendió a toda Europa e incluso a Oriente. En Portugal, Castilla, Aragón, Alemania, Italia y Chipre, los templarios fueron declarados inocentes. En Francia, en cambio, muchas comisiones diocesanas estaban dirigidas por obispos comprometidos con Felipe IV y dieron por válidas las confesiones previas. Se limitaron, eso sí, a condenar a los culpables arrepentidos a diversas penas canónicas, entre ellas la prisión de por vida. Quienes intentaron defender a la orden ante la comisión pontificia, retractándose de sus confesiones, corrieron peor suerte.
El Papa Clemente V anunció la supresión de la orden del Temple en el concilio de Vienne, celebrado entre octubre de 1311 y abril de 1312.
En marzo de 1314 tendría lugar un gran juicio a los mayores dirigentes de la Orden. Así, Jacques de Molay, Godofredo de Charney, Hugo de Peraud y Godofredo de Goneville, fueron juzgados. Sometidos a interrogatorios mediante métodos de tortura, los acusados acabaron confesando todos los delitos que se les imputaba. Fueron condenados a muerte. Una vez leída la sentencia, Jaques de Molay se retracta. Dice que nada de lo que declaró bajo tortura era cierto. Dice que es inocente. Serían ejecutados en un gran patíbulo, construido a ese fin junto a la catedral de Notre-Dame de París.
El expolio económico tendría lugar mediante una nueva bula, la Ad Providam, dictada en mayo de 1318 por el Papa y mediante la cual se le otorgaba la mayoría de los bienes de la Orden del Temple al rey francés y el resto a la Orden de los Hospitalarios, salvo en la Península Ibérica, donde sus propiedades acabarían pasando a manos de dos nuevas órdenes: la de Cristo en Portugal y la de Montesa en la Corona de Aragón.
Reproducimos un fragmento de la bula Ad Providam:
“… Hace poco, Nos, hemos suprimido definitivamente y perpetuamente la Orden de la Caballería del Templo de Jerusalén a causa de los abominables, incluso impronunciables, hechos de su Maestre, hermanos y otras personas de la Orden en todas partes del mundo… Con la aprobación del sacro concilio, Nos, abolimos la constitución de la Orden, su hábito y nombre, no sin amargura en el corazón. Nos, hicimos esto no mediante sentencia definitiva, pues esto sería ilegal en conformidad con las inquisiciones y procesos seguidos, sino mediante orden o provisión apostólica”.
La mayoría de los reinos cristianos no tomaron medidas drásticas contra los caballeros del Temple, y los bienes y miembros de la orden acabaron integrándose en otras órdenes de caballería. De hecho encontramos una actitud dilatoria tras las órdenes de Clemente V para investigar a los templarios, en los monarcas Enrique I y Jaime II en Inglaterra y Aragón.
El último caballero templario. Jacques de Molay
Jacques de Molay era un noble franco y último maestre de la Orden del Temple.
Nació en Molay, en la provincia de Alto Saona, en Francia. Era el hijo mayor de una familia de la mediana nobleza
Se unió a la Orden de los Pobres Cabaleros de Cristo, luego conocidos como Caballeros del Templo Salomón (Caballeros del Orden del Temple) en el año 1265 y apenas 28 años después ya figura como Gran Maestre, tras la muerte de Thibaud Gaudin. Sería el XXIII y último Gran Maestre de la Orden.
Entre los años 1293 y 1305 dirigió numerosas expediciones contra los musulmanes.
En 1293, Jacques fue a Europa para arreglar las cuestiones diplomáticas y los asuntos internos de la Orden. Reforzó la regla de la orden para fortalecer la disciplina y la reputación de los hermanos y recordó la obligación de caridad y hospitalidad.
Viajó a Aragón para poner fin a la disputa de los templarios locales y también fue a Inglaterra para negociar con Eduardo I la anulación de las fuertes multas impuestas al Gran Maestre en este reino.
En Roma se entrevista con el papa Bonifacio VII para ganar el favor de los Estados Papales.
En 1296 regresó a Chipre, donde estaba la sede de la Orden. Allí entran en conflicto de poder con Enrique II, el rey de Chipre, que trata de disminuir sus privilegios y posesiones en la isla.
Tal y como contamos anteriormente, en 1307, junto con otros caballeros templarios, fue detenido en Francia, bajo la acusación de sacrilegio contra la Santa Cruz, simonía, herejía e idolatría.
En el momento de su ejecución, Jacques de Molay tenía 70 años, un cuerpo magullado por la tortura y probablemente también sufría una cierta enajenación mental como consecuencia de 7 años de prisión.
La caída de Molay había sido muy precipitada, a pesar de ser uno de los caballeros más poderosos de su tiempo. Un día antes de su encarcelamiento ocupó un lugar preferente en los funerales de la cuñada del rey, sin percatarse de ningún peligro… y sin embargo, unas horas más tarde fue prendido por la guardia real mientras dormía, acusado de delitos gravísimos, que reconoció, probablemente después de ser sometido a tortura.
El 18 de marzo del año 1314 era quemado en la hoguera Jacques de Molay, gran maestre del Temple, tras pasar siete años en prisión por las acusaciones vertidas contra él. Sus últimos cuatro años los pasó encarcelado en la fortaleza que los templarios habían custodiado en el siglo XII.
El día de su ejecución fue determinado tras ser acusado de relapso (es decir, de recaer en la herejía), de Molay, junto con el prefecto de Nomandía, Jacques de Charny, al haberse retractado de todas las acusaciones que inicialmente habían admitido.
De Molay era un hombre ya anciano, cansado de la vida y orgulloso de sus logros. Sabía que la tragedia que se había abatido sobre sus hermanos y sobre él mismo era el resultado de una conspiración. También estaba al corriente de que el rey de Francia había decidido torturar y finalmente ejecutar a estos hombres inocentes, leales caballeros de Francia. Por esta razón, en el momento de su muerte maldijo a todo aquel que había participado en la maquinación para asesinarle.
Sería quemado en la isla de los judíos, un islote del Sena.
Leyenda en torno a la ejecución de Jacques de Molay
Cuenta la leyenda que el último gran maestre de la Orden del Temple, Jacques de Molay, quería morir con la conciencia tranquila, pero pese a ello, mientras ardía en la hoguera, maldijo al rey de Francia Felipe IV y al Papa Clemente V. El caballero templario se calcinaba en París, asegurando la inminente venganza divina a los dos principales responsables del desmantelamiento de su orden. De hecho, según una narración de 1316, atribuida al cronista Geoffroy de París, Jacques de Molay auguró antes de morir: “Dios sabe que mi muerte es injusta y un pecado. Pues bien, dentro de poco muchos males caerán sobre los que nos han condenado a muerte. Dios vengará nuestra muerte”.
Con maldición o no, Clemente V, que contaba 50 años de edad, murió al cabo de 37 días, presa de un dolor insufrible; y el rey Felipe el Hermoso en el mes de noviembre de ese mismo año, al chocar con la rama de un árbol mientras montaba a caballo por el bosque de Fontainebleau, lo que llevó a una gran agonía antes de su fallecimiento.
Fuera cosa divina o fruto de una conjura de humanos deseosos de vengar a los caballeros templarios, lo cierto es que todavía hoy siguen corriendo ríos de tinta intentando llegar a la verdad sobre lo acontecido.
Así pues, el final de los templarios no devino de la guerra, sino de un mal mucho más habitual, el de la ambición y el fanatismo. En la lucha de poder entre el rey francés Felipe IV y el Papa Clemente, se instó un oscuro proceso que terminaría con la desaparición de la Orden del Temple.
La verdadera historia del final de los Templarios, según el Vaticano
Hace apenas 15 años, en octubre del 2007, los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento “Processus contra Templarios”, que recopila el pergamino de Chinon, un pergamino de 70 centímetros de largo y 58 de ancho, o las actas de exculpación de la Santa Sede a la Orden del Temple.
Clemente V, “después de meses de duras batallas políticas, comprendió que para salvar a la Iglesia de un posible cisma era necesario sacrificar a los templarios”. En el pergamino de Chinón, datado en agosto de 1308, corrige la leyenda negra sobre la Orden y muestra que todas las acusaciones fueron injurias de Felipe IV en beneficio propio.
Los documentos que sirvieron al Tribunal Papal para decidir la suerte de los templarios se encuentran en el Archivo Secreto del Vaticano, y se habían extraviado desde el siglo XVI, después de que un archivero los guardase en un lugar erróneo.
La investigadora italiana Bárbara Frale los encontró en el año 2001, y su estudio demostró que el Papa Clemente V al principio no quiso condenar a los templarios, aunque finalmente, cediendo a las presiones del rey de Francia Felipe IV, terminaría haciéndolo. Barbara Frale, asegura que su gran importancia a nivel histórico “porque permite corregir una serie de juicios sobre la Orden de los Templarios y el papa Clemente V que la historia ha arrastrado y que eran inexactos”. Durante siglos, añadió la historiadora, “se aseguró que el Papa estuvo de acuerdo y consintió la destrucción de la Orden, y este documento prueba que no fue así”.
En este documento, los tres cardenales, representantes del Papa, señalaban que el Gran Maestre “repudiaba cualquier herejía y pedía humildemente el beneficio de la absolución”. Ante estas declaraciones, los tres cardenales pidieron para Molay, en nombre del Papa, “la absolución” y recomendaron acogerle “en la unidad de la Iglesia y restituirle a la comunión de los fieles y a los sacramentos eclesiásticos”.
El “Procesus contra Templarios” incluye además las fieles reproducciones de los pergaminos con los interrogatorios realizados por la comisión papal a los templarios y las notas escritas por Clemente V y sus colaboradores.
El Processus contra Templarios establece los siguientes acuerdos:
- El Papa Clemente V no estuvo convencido de la culpabilidad de la Orden del Temple.
- La Orden del Temple, su Gran Maestre, Jacques de Molay y el resto de los templarios arrestados, muchos posteriormente ajusticiados o quemados vivos, fueron luego absueltos por el pontífice.
- La Orden nunca fue condenada, sino disuelta, fijando la pena de excomunión a quien quisiera restablecerla.
- El Papa Clemente V no creyó en las acusaciones de herejía. Por ello, permitió recibir los sacramentos a los templarios ajusticiados. Sin embargo, fueron ajusticiados en la forma que la jurisdicción canónica establecía para los herejes relapsos.
- Clemente V negó las acusaciones de traición, herejía y sodomía con las que el rey de Francia acusó a los templarios. No obstante, convocó el Concilio de Vienne para confirmar dichas acusaciones.
- El proceso y martirio de templarios fue un sacrificio para evitar un cisma en la Iglesia católica, que no compartía gran parte de las acusaciones del rey de Francia, y muy especialmente de la Iglesia francesa.
- Las acusaciones fueron falsas y las confesiones conseguidas bajo torturas.
Definitivamente, en palabras de la historiadora Barbara Frale, la publicación del “Procesus contra Templarios” no es “un punto final” en la historia de la Orden “sino que abre un sin fin de nuevas investigaciones”. Eso sí, “cierra muchas de las puertas, encontradas en muchos libros históricos y novelas, sobre el carácter esotérico y herético de los templarios”.
En junio de 2011, el Papa Benedicto XVI se disculpó por el asesinato de De Molay y reconoció que fue víctima de acusaciones falsas. Siglos después de ocurrida la tragedia, el Vaticano admitió que el Papa había apoyado los asesinatos, aunque los Templarios no eran culpables.
Conclusiones
Durante sus apenas 200 años de existencia, la Orden Militar y religiosa de El Temple desarrolló las siguientes actividades:
- Militar-religiosa. La actividad militar dejó de ser prioritaria tras la caída de la ciudad de San Juan de Acre a manos de los mamelucos.
- Desarrollaron una importante actividad en este campo, admitiendo depósitos de los peregrinos a cambio de unas credenciales para ir disponiendo de sus fondos, conforme los precisasen a lo largo de los caminos.
- Asesoramiento. Ayudaban a los peregrinos a organizar su camino.
Los templarios eran el ejército del Papa y significaban un importante centro de poder por su fuerza militar, su dominio estratégico de Europa, especialmente en la poderosa Francia, y sobre todo por sus enormes riquezas.
Su poder militar y económico era tan grande que los nobles y acaudalados depositaban su dinero y valores en sus sedes, especialmente en Nicosia y en París. Y los templarios con ello hacían préstamos e inversiones ganando unas perrillas. Hay que tener en cuenta que la Iglesia, su fiel protector, les exoneró de pagar tasas e impuestos.
En todo caso, el poder económico que detentaban se articulaba en torno a dos instituciones características de los templarios: la banca y la encomienda.
La dura tarea de llevar un frente en ultramar les hizo proveerse de una increíble flota, una red de comercio fija, así como de buen número de posesiones en Europa para mantener en pie un flujo de dinero constante que permitiera subsistir al ejército defensor en Tierra Santa.
A la hora de dar donaciones, la gente lo hacía de buena gana. Unos, por ganarse el cielo y otros, para quedar bien con la Orden. Recibía posesiones, bienes inmuebles, parcelas, tierras, títulos, derechos, porcentajes en bienes, e incluso pueblos y villas enteras con sus correspondientes derechos y aranceles.
Muchos nobles europeos confiaron en ellos como guardianes de sus riquezas e incluso muchos templarios fueron usados como tesoreros reales. Fue el caso del reino francés, que dispuso de tesoreros templarios que tenían la obligación de personarse en las reuniones de palacio, en las que se debatiera el uso del Tesoro público.
Para mantener un flujo constante de dinero, la Orden tenía que tener garantías de que el capital no fuera usurpado o robado en sus desplazamientos. Con este fin, estableció en Francia una serie de redes de encomiendas, repartidas prácticamente por toda la geografía francesa y que no distaban más de un día de viaje unas de otras. Se aseguraban de que los comerciantes durmieran siempre a resguardo bajo techo y garantizar siempre la seguridad de sus caminos.
No solo supieron crearse todo un sistema de mercado, sino que se convirtieron en los primeros banqueros desde la caída de Roma. Lo hicieron a sabiendas de la escasez de moneda en la vieja Europa y ofreciendo en sus negocios, intereses más bajos que los ofrecidos por los mercaderes judíos.
Crearon libros de cuentas como la contabilidad moderna, los pagarés e incluso la primera letra de cambio. Se realizaba el transporte de dinero en metálico por los caminos en esta época, y la Orden dispuso de documentos acreditativos para poder recoger una cantidad anteriormente entregada en cualquier otra encomienda de la Orden. Solamente hacía falta la firma, o en su caso, el sello.
En cuanto a la encomienda. Es un bien inmueble, territorial, localizado en determinado lugar, que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se encontraba un preceptor. Por ejemplo a partir de un molino, los templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después adquirían los derechos sobre un pueblo, etcétera, y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un feudo clásico. Podían formarse encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas.
Su red de encomiendas derivó en toda una serie de redes de comercio a gran escala desde Inglaterra hasta Jerusalén, que ayudadas por una potente flota de barcos en el mar Mediterráneo compitió con los mercaderes italianos sobre todo, de Génova y Venecia.
La gente confiaba en la Orden, sabía que sus donaciones y sus negocios estaban asegurados y por ello no dejaron nunca de tener clientela. Llegaron hasta el punto de hacer préstamos a los mismísimos reyes de Francia e Inglaterra.
El lema de la Orden era: “No a nosotros, Señor, no a nosotros sino a Tu Nombre da la gloria”.
Tal y como narramos en párrafos anteriores, el rey francés empeñado en afirmar su autoridad absoluta, tenía que terminar con la Orden del Temple.
Hasta el momento del proceso sólo se les achacaba su orgullo, vicio censurado hasta por los pontífices romanos que en la persona de Nicolás IV quiso unirlos a los Hospitalarios “para moderar su soberbia”. Felipe IV se aprovechó de esta decantada actitud y pidió al Papado que los humillara, diciéndole que no convenía al pontificado una Orden sin control, por su excesivo poder y el peligro de una rebelión.
La destrucción de la Orden del Temple en Francia no se vio acompañada, en otros lugares, por la muerte de todos los templarios. Algunas ramas de la orden continuaron existiendo en otros países de Europa.
El destino de los templarios y sus bienes fue muy distinto en función del lugar en el que se hallaban establecidos. En Francia, donde se produjo el mayor número de detenciones, el panorama fue muy variado: “Los que se negaban a confesar eran condenados a muerte, los que confesaban sus culpas solían ser perdonados y liberados, pero si se retractaban eran condenados por relapsos”.
En otros reinos el trato fue muy diferente. En la Corona de Aragón, por ejemplo, tras la disolución de 1311 cada templario recibió una renta de entre 500 y 3.000 sueldos y fueron considerados inocentes. Después los templarios aragoneses se repartieron por los conventos del Hospital que había en la Corona.
En Castilla los templarios fueron igualmente declarados inocentes, y lo mismo sucedió en Inglaterra, donde el rey Eduardo II incluso rechazó las acusaciones y se negó a capturarlos.
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Lectura recomendada
Referencias
Los Templarios. De Barceló, E.
Historia real de la Orden del temple. Desde el siglo XII hasta hoy. De Cordero, V.
Historia de los Templarios. De Walker, M..
Templarios: la nueva caballería. De Barber, M.
https://historiaybiografias.com/