Josef Mengele fue un médico de la SS, de infame recuerdo por sus inhumanos y despiadados experimentos con los prisioneros de los campos de concentración de Auschwitz.
Sin duda, su nombre, forma parte del elenco de los personajes más siniestros de la historia, caracterizados por sus altas dosis de maldad, sadismo y crueldad. No en vano pasó a la historia con el apodo de “Ángel de la muerte”.
Josef Mengele, uno de los mayores criminales de guerra del Tercer Reich, fue la encarnación del mal absoluto, pues era en su comportamiento, decisiones y acciones un ser sádico, que disfrutaba causando dolor a los otros; personaje absolutamente frío, sin empatía, calculador, representante impecable de la organización criminal a la que pertenecía, las SS de Heinrich Himmler. Entregado a su sanguinario trabajo con una devoción rayana en la locura.
Biografía de Josef Mengele
Nació el 16 de marzo de 1911 en la Günzburg, Baviera (Alemania). Era el hijo mayor de Karl Mengele, un próspero fabricante de herramientas agrícolas, y Walburga Theresa Hupfaue. Era el segundo hijo
Sus primeros años de vida los pasó en el seno de una acomodada familia católica, y parece ser que el joven Josef fue durante su infancia un niño alegre, con buenas dosis de inteligencia y una gran ambición. Tenía una gran pasión por la música y el arte. Incluso, en contraposición con los actos que cometería sólo unos pocos años después, tal era su espíritu solidario que llegó a inscribirse en la “Cruz Roja” y en varios grupos juveniles similares. No obstante, pronto desarrollaría un gran interés por la antropología, algo que marcaría su vida para siempre.
Durante su infancia tuvo varios percances que pudieron acarrearle incluso la muerte, tal y como cuentan Gerald L. Posner y John Ware en su libro “Mengele. El médico de los experimentos de Hitler”:
“A los 6 años (…) se cayó en un profundo barril de agua de lluvia y estuvo a punto de ahogarse. También padeció un terrible ataque de envenenamiento en sangre. En 1926 el médico de la familia le diagnosticó osteomielitis, una inflamación de la médula ósea (…) que (te) puede dejar tullido en casos graves, pero a él no le produjo ninguna discapacidad significativa”.
Josef adoraba a su madre y era muy unido a ella, a pesar de ser ésta muy severa y estricta; sin embargo, mantenía cierta distancia con su padre. Él nunca destacó por su capacidad para hacer amigos, pero desde muy joven su ideología estuvo marcada por el nacionalsocialismo.
En abril de 1930 concluyó la secundaria y ese mismo año comenzó a estudiar la carrera de antropología física y genética en la Universidad de Múnich, donde obtuvo el doctorado en antropología con la tesis “Estudio morfológico de razas realizado en la pieza frontal del hueso submaxilar en cuatro grupos raciales”, en 1935.
En el año 1931, con veinte años de edad se unió al Stahlhelm (Steel Helmet); y solicitó su afiliación en el partido en 1937 como miembro de las SS.
En 1935, Mengele obtuvo el doctorado en antropología física en la Universidad de Múnich.
En enero de 1937, en el Instituto de Biología Hereditaria e Higiene Racial de Frankfurt, se convirtió en asistente del Dr. Otmar von Verschuer, un destacado científico muy conocido por sus investigaciones con gemelos.
Intentó por todos los medios entrar a cualquier organización nazi, pero no destacó en ninguna. Las SS lo rechazó en su primer intento, así que tuvo que esperar tres años más para aplicar de nuevo. En 1937 se afilió al partido una vez más y, al año siguiente, se convirtió en oficial de la SS, después de confirmarse que sus antepasados eran arios.
En 1938 logró conseguir otro doctorado en la carrera de Medicina en la Universidad de Frankfurt am Main, con la tesis “Estudios de la fisura labial-mandibular-palatina en ciertas tribus”.
El 28 de julio de 1939, Josef Mengele contrajo matrimonio con Irene Schöbbein, y juntos tendrían un hijo: Rolf, en el año 1944.
La personalidad y “motivaciones” de Josef Mengele
Ya desde muy joven se perciben los intereses de Mengele, así, a los 20 años su interés por la medicina se hizo patente, aunque en una rama que no tenía tanto que ver con curar enfermedades. Concretamente, pronto se centraría en el estudio de los orígenes culturales y el desarrollo del ser humano, además de en la paleontología y la antropología.
“Es difícil concretar con precisión qué corrompió la mente de (…) Mengele. Probablemente fue la combinación entre el ambiente político y su interés real en la genética y la evolución la que coincidió con el concepto (…) de que algunos seres humanos con trastornos no eran aptos para reproducirse, ni siquiera para vivir”, determinan los autores anglófonos.
A esas ideas Mengele sumó las del doctor Ernest Rudin, personaje al que admiraba, y cuya mentalidad era la de que los médicos debían apiadarse de aquellos cuya vida no tuviera valor matándolos. De hecho, este médico fue el que sentó las bases de la ley de esterilización obligatoria promovida por el nazismo. Según la misma, todos aquellos que tuvieran, entre otras dolencias, esquizofrenia, imbecilidad o deformidades físicas, debían ser asesinados para preservar la raza aria.
Mengele era un firme defensor de los postulados biológicos de la ideología nazi (eugenesia, higiene racial y antisemitismo).
Su estrecha vinculación con la perversa ideología racial aria, junto a su desmedida ambición académica, justificarían su elección de los servicios médicos de los campos, pues ahí podría progresar en sus investigaciones genéticas y, así, optar a un relevante cargo universitario al finalizar la guerra.
Además de culto, atractivo y elegante, también era sádico. Primero trataba cariñosamente a los niños, que lo llamaban “onkel Josef” (tío José), y les ofrecía caramelos. Luego procedía a su asesinato. Diagnosticado de personalidad narcisista, nunca tuvo sentimientos de culpa, ni mostró arrepentimiento por sus actos, como declaró su propio hijo Rolf en el documental A la búsqueda de Mengele.
En su novela “La desaparición de Josef Mengele”, el escritor francés Olivier Guez presenta al lúgubre médico nazi más como un hombre tremendamente arrogante que como un psicópata. Para él, “Mengele no fue exactamente un jefe nazi. Fue un capitán entre miles; un médico nazi entre cientos de ellos. Lo veo como a un hombre sin propiedades, un tipo mediocre, con aspiraciones mediocres. No fue un nazi por vocación; sólo cuando vio que el Reich iba a durar, entró en el partido para medrar. Bastante tarde. Sus motivaciones son siempre egoístas: como quiere tener éxito en su carrera, va a Auschwitz a trabajar con humanos en vez de con cobayas. Era un atajo hacia la Cátedra, que era su objetivo. Así que no creo que estuviera predestinado al mal. Si hubiese nacido 15 años más tarde, habría sido un bastardo, un mal marido, un mal profesor, un mal padre… Pero como tantos. No hubiese sido un asesino en masa”.
En 1937 se convirtió en asistente del genetista Otmar Von Verschuer, cuyas investigaciones con gemelos eran uno de los principales campos de interés del joven Mengele. Pronto se dio cuenta de que si quería prosperar debía mostrar todas sus simpatías por los que posiblemente pronto serían los dueños de Alemania. Mengele plasmó en su autobiografía su pensamiento político en esa época: “Los estudiantes de la universidad, los que ya tenían edad para votar, contribuyeron a este éxito (la ascensión de los nazis). Yo entonces no era lo suficientemente mayor. Mis inclinaciones políticas de entonces eran, creo que por razones de tradición familiar, nacionalconservadoras… No me había afiliado a ninguna organización política. Aunque, sin embargo, me sentía fuertemente atraído por el programa y por toda la organización de los nacionalsocialistas. Pero, de momento, seguía siendo una persona particular, sin organizarme. De todas maneras, a largo plazo, era imposible quedarse al margen durante esos tiempos políticamente turbulentos o nuestra patria sucumbiría al ataque marxista y bolchevique. Este sencillo concepto político se convirtió finalmente en el factor decisivo de mi vida”.
Pero Mengele tenía muchos otros intereses de investigación, entre los que se incluía una fascinación por la heterocromía, una condición en la cual los iris de una persona tienen diferente color.
Los médicos nazis pretendían “clonar” una nueva raza muchas décadas antes de que se descubriera la secuencia completa del ADN humano. Creían que en los gemelos estaba la clave para la reproducción selectiva de la raza aria. Tristemente célebres entre las “cobayas” de Mengele fueron siete enanos de la familia Ovitz, judíos rumanos que trabajaban para una compañía circense, y que viajaban por los países del Este de Europa interpretando jazz y realizando espectáculos. Al parecer, Mengele sintió tanta curiosidad por ellos que les realizó todo tipo de pruebas, entre las que se destacaron la extracción de médula ósea o la inserción de agua hirviendo a través de los oídos. A pesar de todo, esta familia con enanismo logró salvarse y mantenerse viva entreteniendo a los oficiales del campo, pues cantaban en las ocasiones especiales canciones en alemán. Finalmente, y por suerte, lograron volver a su natal Transilvania una vez liberado el campo de Auschwitz.
Realizó numerosos experimentos con bebés, pero el culmen de su depravación llegó en el momento en que pretendió crear siameses: escogió a dos niños gemelos de cuatro años -uno de ellos jorobado-, que respondían al nombre de Guido y Nino. Cuando fueron devueltos a los barracones dos días después, estaban cosidos por la espalda hasta las muñecas, unidos incluso por las venas. La gangrena se había apoderado de sus cuerpos y el olor (…) era insoportable, señalan los expertos.
Mengele avalaba firmemente la doctrina de la teoría racial nacionalsocialista y participó en una gran variedad de experimentos dirigidos a ilustrar la falta de resistencia a diversas enfermedades entre judíos o romaníes. También intentó demostrar la degeneración de la sangre judía o gitana a través de la documentación de rarezas físicas y la recolección de muestras de tejido y partes del cuerpo. Muchos de sus “sujetos de prueba” murieron a causa de la experimentación o fueron asesinados para facilitar la autopsia.
Josef Mengele esperaba utilizar la “investigación” que había cosechado en Auschwitz para obtener su habilitación, una segunda tesis posdoctoral necesaria para la admisión a un cuerpo docente universitario como profesor en tierras de habla alemana. Nunca cumplió su objetivo.
La historia militar y criminal de Mengele
Tras la aceptación de su solicitud para ingresar en el partido nazi, convirtiéndose en el miembro número 5.574.974, y también en las SS, Mengele recibió formación militar por parte de la infantería de montaña y en 1940 fue reclutado por la Wehrmacht, las fuerzas armadas del Tercer Reich. De inmediato se presentó voluntario en el servicio médico de las SS obteniendo la graduación de alférez y fue destinado a un batallón de la reserva médica. Más tarde sería trasladado a la Oficina de la Raza y el Reasentamiento de las SS en Poznan, en Polonia.
Destinado a Ucrania en 1941, Mengele fue condecorado con la Cruz de Hierro de Segunda Clase y al año siguiente se unió a la Quinta División Panzergrenadier SS Wiking como oficial médico. A lo largo de su servicio recibió numerosas condecoraciones, entre ellas la Cruz de Hierro de Primera Clase, la Medalla de Herido y la Medalla por el Cuidado del Pueblo Alemán, que le fue concedida por rescatar a dos soldados del interior de un carro de combate en llamas.
Durante el verano de 1942, Mengele resultó herido de gravedad cerca de Rostov y fue declarado no apto para el servicio activo.
Mengele ostentaba en aquel momento el cargo de capitán de las SS, y fue destinado como médico al campo de exterminio de Auschwitz. Para Mengele aquel destino era un sueño hecho realidad. Nada más llegar, Eduard Wirths, el jefe del cuerpo médico del campo, lo nombró director médico del Zigeunefamilienlager, un módulo dedicado exclusivamente a familias gitanas (más de un millón y medio de personas de esta etnia murió en los diferentes campos donde fueron internadas. Aquellos crímenes se conocen con el término porrajmos, palabra que en lengua romaní significa literalmente “devastación” o “aniquilación”).
Cuando Mengele llegó a Auschwitz, el lugar estaba atestado de prisioneros; se calcula que podía haber unas 140.000 personas que se hacinaban en aquel inmenso campo rodeado de alambradas, torretas de vigilancia y soldados que patrullaban todo el recinto con perros. En palabras del comandante del campo, Rudolf Hoess, su finalidad era “la reclusión y el exterminio a escala industrial”. En efecto, en Auschwitz en un solo día podían ser asesinadas unas nueve mil personas en las cámaras de gas.
Apodado el “Ángel de la muerte” por los presos, Mengele se paseaba frente a ellos impecablemente vestido y blandiendo un bastón con el que indicaba quién debía ir directamente a las cámaras de gas o quien tenía la “suerte” de ser destinado a trabajos forzados. Todo ello lo hacía con total frialdad, mientras silbaba y miraba fijamente a los prisioneros con el fin de encontrar algo interesante, como alguna pareja de gemelos, que en aquel entonces era su principal fuente de investigación.
De la crueldad de que hacía gala Mengele da fe su actuación durante un brote de tifus que estalló en el campo. El despiadado médico solventó rápidamente la situación enviando a la cámara de gas a unas 1.600 personas entre hombres, mujeres y niños de etnia judía y gitana. Posteriormente los barracones fueron desinfectados y ocupados por otros presos que iban llegando al campo.
Los inhumanos y sádicos experimentos de Mengele
La máxima perversión ética en la investigación médica es el empleo de sujetos sanos, circunstancia que adquiere sus más altas cotas de horror y amoralidad cuando se trata, además, de población infantil. Y a esto se aplicó denodadamente Mengele en el tenebroso Pabellón 10 de Auschwitz, centrando su atención en gemelos y enanos.
No hay, al menos oficialmente, un número y listado del total de muertes provocadas, o son directamente imputables a Mengele aunque algunas fuentes llegan a cifrarlas en cuatrocientas mil.
Deseoso de avanzar en su carrera médica comenzó a experimentar con los prisioneros judíos que llegaban a los campos de concentración. Bajo la apariencia de “tratamiento” médico, Mengele inyectaba y ordenaba a otros miembros de su equipo que suministran a miles de presos, desde gasolina hasta cloroformo, con la finalidad de estudiar los efectos de estos químicos en el humano. Se dice que también lo experimentó en niños para tratar de cambiar el color de sus ojos a azul.
Entre otras atrocidades y obsesionado particularmente con los gemelos, realizó experimentos con alrededor de mil 500 parejas de hermanos durante su estadía en Auschwitz, la mayoría de los cuales eran niños judíos o romaníes. Si un gemelo moría, el otro también sería asesinado para que pudiera realizar una autopsia comparativa. Se comenta que a algunos infantes los llegó a coser por la espalda para analizar su progresión, pero morían por infecciones fruto de la operación.
Mengele cometió verdaderas aberraciones, como extirpar los ojos a sus víctimas o inyectarles colorantes y sustancias químicas para cambiarles el color. Con inyecciones de productos químicos, intentaba cambiar el color de los ojos de algunos niños para que fueran azules. A menudo les provocaba infecciones, ceguera e incluso la muerte. Exhibía los ojos de los muertos como trofeo en su oficina.
En el caso de los niños, se estima que se seleccionaron unos 3.000 niños para los experimentos, de estos, solamente cerca de 200 estaban vivos cuando el campo fue liberado por el ejército soviético el 27 de enero de 1945.
También investigó con la tuberculosis, inyectando a uno de los gemelos el bacilo de Koch para, tras el sacrificio de ambos, analizar la evolución diferencial de la enfermedad. De más de 1 000 parejas de gemelos que pasaron por sus manos, solo sobrevivieron 200.
También fue acusado de intervenciones quirúrgicas sin anestesia, amputaciones, inducción de heridas para su infección y posterior observación, transfusiones de sangre entre gemelos, entre otros muchos aberrantes experimentos, como coser a dos gemelos entre sí a modo de siameses. Del mismo modo, ensayó vacunas desarrolladas por Bayer y Behring-Werke para la malaria y el tifus.
Al margen de los experimentos, Mengele fue involucrado en actos como el asesinato de 300 niños menores de 5 años, ordenar la muerte en las cámaras de gas de casi 3 000 gitanos y participar en la administración del Zyklon B, el pesticida empleado en las cámaras de gas.
Como los nazis investigaron con mucho interés las armas biológicas, Mengele inyectaba a los presos germenes letales para estudiar sus efectos. Sin embargo, la reputación de brutalidad no se basó exclusivamente en sus actividades de laboratorio. En una ocasión ordenó que 750 mujeres fueran enviadas a las cámaras de gas, simplemente para resolver el problema de una infestación de piojos en su bloque.
Los supervivientes de Auschwitz explicarían más tarde con todo lujo de detalles hasta qué punto era una pieza clave en la maquinaria de muerte y tortura del campo. Era de los primeros en acercarse a los trenes que llegaban llenos de deportados para participar activamente en el proceso de selección, mandando a miles a las cámaras de gas nada más llegar.
Desde el principio, se destacó por salvar a hermanos gemelos para poder experimentar con ellos, lo que se convirtió en una auténtica obsesión. Inyectaba tintes en los ojos de los bebés y los niños para cambiar su color, y practicó numerosas transfusiones de sangre y punciones en la médula espinal. Gustaba de comprobar la resistencia de los prisioneros exponiéndolos a sobredosis de rayos x que acababan quemándolos, como en el caso de unas monjas polacas. También hacía experimentos quirúrgicos con los órganos sexuales de sus víctimas, inoculaba el tifus y otras enfermedades a prisioneros que estaban sanos y les extraía médula ósea. En un informe, uno de sus superiores lo elogiaba por “su valiosa contribución al campo de la antropología utilizando el material científico que hemos puesto a su disposición”. (…)
En el Juicio de Auschwitz-Frankfurt, 1963-1965, los crímenes de Mengele fueron juzgados, siendo acusado de la muerte de 153 niños para su disección, además de su participación en las “selecciones” a pie de vagón de los trenes que llegaban a Auschwitz, donde se separaba a los sujetos que pasaban directamente a las cámaras de gas (ancianos, niños y enfermos) de los más sanos, destinados al trabajo esclavo.
Nunca se sentó frente a un juez.
La huida de Mengele
En enero de 1945, cuando el ejército soviético avanzaba por el Oeste de Polonia, En Auschwitz los oficiales nazis recibieron órdenes de abandonar los campos y destruir todas las pruebas incriminatorias de su múltiples crímenes.
Mengele huyó de Auschwitz, el día 17 de enero, parece ser que portando gran cantidad de documentos incriminatorios. Con unos escasos 10 días de ventaja sobre el ejército rojo, se trasladó a otro centro de exterminio a 300 kilómetros, el campo de concentración de Gross-Rosen. Sin embargo, tuvo que volver a huir al saber que los enemigos volvían a caer sobre él.
A partir de ese momento la historia se torna algo confusa. Según la versión más extendida, Mengele huyó disfrazado de soldado de la Wehrmacht (fuerzas armadas alemanas). Pasó las siguientes semanas en hasta su evacuación y luego se fue hacia el Oeste para evadir su captura por las fuerzas soviéticas. Sin embargo, fue capturado por los aliados y estuvo bajo la custodia de Estados Unidos. Sin embargo, sin saber que su nombre ya estaba en la lista de criminales de guerra buscados, los funcionarios estadounidenses lo liberaron rápidamente. Hay que tener en cuenta que Mengele no llevaba el tatuaje, que era obligatorio, que identificaba a los SS con su tipo sanguíneo y su condición de médico. Ya había adoptado una falsa identidad: era Fritz Hollmann. Nadie hubiera creído que ese ser con bigote deshilachado y mirada tenue fuera un criminal de guerra.
Desde el verano de 1945 hasta la primavera de 1949, el médico, con documentos falsos, se escondió en zonas rurales y pequeños poblados, e incluso trabajó como peón de campo cerca de Rosenheim, Baviera. En esa época, su próspera familia lo ayudó a huir, primero a Inssbruck y luego a Génova, en Italia, a donde viviría con un pasaporte falso a nombre de Helmunt Gregor; y luego, ya en 1949 a Sudamérica, estableciéndose en Argentina. Su huida de Alemania fue posible, como la de otros jerarcas nazis, con pasaporte falso de la Cruz Roja, vía Génova hacia Buenos Aires. La capital argentina en esos años era la guarida perfecta de los nazis fugados.
En ese tiempo Mengele no compareció en el famoso Juicio a los Médicos de 1947, uno de los trece Juicios de Nuremberg contra los criminales de guerra nazis, aunque su nombre fuera mencionado varias veces. Su familia se ocupó de difundir la noticia de su fallecimiento en octubre de 1947, versión que fue aceptada inicialmente por la Oficina del Consejo Superior para los Crímenes de Guerra.
Ya en Buenos Aires parece que llegó a reunirse con el Presidente Juan Perón, y trabajó en una carpintería, hizo juegos didácticos, vendió maquinaria agrícola y hasta tuvo una pequeña empresa farmacéutica. En 1956 hizo trámites en la embajada alemana y recuperó su apellido real, sólo se argentinizó su nombre de pila. Pasó a ser José Mengele. Cédula de Identidad número 3.940.484.
Mengele contraería un nuevo matrimonio en el año 1958 en Uruguay, país en el que obtendría la ciudadanía en 1959. Se sentía tranquilo y seguro. No veía cómo podían dar con él, escondido, llevando una vida gris en un país tan austral y alejado. En esos tiempos era casi imposible el cruce de información. Hasta se dio el lujo, merced a la ayuda de simpatizantes nazis y ex miembros del partido también exiliados, de viajar a Europa, para encontrarse con su hijo y traer a su cuñada, la esposa de su hermano fallecido con la que se casaría en Buenos Aires.
A fines de la década del 50 fue detenido y acusado de ejercicio ilegal de la medicina y de practicar abortos. Su tranquilidad se acabó en ese momento y empezó una fuga que duraría dos décadas.
Puesto que sus crímenes habían sido bien documentados ante el Tribunal Militar Internacional (IMT) y otros tribunales de posguerra, las autoridades de Alemania Occidental emitieron una orden de arresto para Mengele en 1959 y una solicitud de extradición en 1960. Los agentes del Mossad que capturaron a Eichmann en Buenos Aires quisieron hacer lo mismo con Mengele. Pero según varios testimonios se les escapó por unas pocas horas. A partir de ese momento su nombre se difundió y ya no le quedó más que escapar. Todo el mundo conocía ya a Mengele, el Ángel de la Muerte, el sádico médico de Auschwitz.
Y es que, alarmado por la captura de Adolf Eichmann en Buenos Aires ese mismo año, Mengele se trasladó a Paraguay y luego, ya en 1961, donde vivió bajo la protección de Alfredo Stroessner, obteniendo la nacionalidad en 1959. En esta época volvió a viajar a Alemania para asistir al funeral de su padre. a Brasil y pasó los últimos años de su vida cerca de San Pablo.
Luego huyó a Brasil, donde viviría arropado por la comunidad alemana filonazi. En Brasil se dedicó a la actividad agrícola y se mudó varias veces de localidad para impedir que sus captores dieran con él. La mayor parte de esos años, los pasó con el matrimonio Stammer, una pareja proveniente de Hungría, los mismos que estarían junto a su cadáver en la playa esa tarde del 7 de febrero de 1979.
Con su salud cada vez peor, sufrió un accidente cerebrovascular mientras nadaba en un centro vacacional cerca de Bertioga, Brasil, falleciendo presumiblemente el día 7 de febrero de 1979. Tenía 67 años. Lo enterraron en un suburbio de San Pablo con el nombre ficticio Wolfgang Gerhard.
En 1985, la policía alemana, trabajando con pruebas que había confiscado recientemente de un amigo de la familia Mengele en Günzburg, concretamente unas cartas en las que un matrimonio austríaco que había ocultado a Mengele en Brasil, le comunicaba aun antiguo empleado de la familia Mengele, el fallecimiento de éste. La policía localizó su tumba y exhumó su cuerpo, el 6 de junio del citado año. Luego, expertos forenses brasileños identificaron que los restos eran de Josef Mengele, pues el examen forense se centró en su dentadura, la cual mostró un notorio diastema — espacio interdental — en los dientes incisivos superiores, rasgo característico de Mengele.
Los israelíes no aceptaron los resultados del informe de 1985. Se intentó convencer al hijo de Mengele, Rolf para que aceptara donar muestras para una prueba de ADN, pero, aunque en un principio tanto él como su madre, la que fuera la esposa de Mengele, Irene, se negaron, finalmente aceptaron. En 1992 la prueba se hizo bajo la supervisión de Alec Jeffrey, pionero mundial en la identificación genética. Fue en ese momento cuando Israel dio por bueno el resultado de las investigaciones. Uno de los criminales de guerra más buscados de todos los tiempos había sido por fin identificado.
Pero lo cierto es que Mengele había eludido a sus captores durante 34 años.
Simon Wiesenthal, el cazador de nazis, se obsesionó con encontrarlo. Tanto que, muchas veces, pareció perder el juicio. Declaró, en varias oportunidades, que Mengele fue visto en lugares en los que nunca estuvo. En América Central, Europa Oriental, Colombia y varios países más. Tanto es así que especuló con estas pistas aún después de que Mengele estuviera muerto.
El hijo de Mengele, Rolf, declaró que estaba avergonzado de ser hijo de quien era. Pero dejó a Wiesenthal y al mundo seguir buscando a su padre aun sabiendo que se encontraba muerto desde hacía años.
El cuerpo de Josef Mengele, el de los experimentos macabros e inhumanos, el prófugo de tres décadas, no fue repatriado ni reclamado por su familia. Nadie quiso que enfermos y fanáticos acudiesen en peregrinación al lugar de su sepultura, ni que lo convirtiesen en un santuario de la perversidad y el mal. Tras la negativa de su familia a repatriar sus restos, pasaron al Instituto de Medicina Forense de Sao Paulo. Curiosa ironía del destino que sus huesos hoy sirvan en las clases prácticas de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sao Paulo.
Mengele logró escapar de los cazadores de nazis, pero no del hecho de pasar a la historia como uno de los mayores criminares de la historia.
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Referencias
Mengele. El último nazi. De Astor G.
La desaparición de Josef Mengele. De Guez, O. y Albiñana, J.
Menguele. El ángel de la muerte en Sudámerica. De Camarasa, J.
https://historia.nationalgeographic.com.es/