En la historia peninsular, entre los siglos VIII y XVII, hay que hablar de cuatro tipos de “comunidades” para identificar a los cristianos o musulmanes que vivían en los territorios peninsulares de los otros, conservando o no su religión. Hablaríamos así de “muladíes” “mozárabes”, “mudéjares” y “moriscos”.
Cuando hablamos de los muladíes nos referimos a los cristianos que, tras la conquista musulmana iniciada en el año 711, se convirtieron al Islam. Eran el grupo mayoritario de la población musulmana de Al-Andalus, ya que adoptaron la religión islámica, seguramente por las ventajas económicas y sociales que comportaban el ser musulmán. En el caso concreto de la nobleza hispanovisigoda, este hecho conllevaba que pudiesen mantener sus propiedades y su posición de preeminencia. El resto de la población evitaba así el pago de los impuestos personal y territorial al que estaban sujetos todos los “no musulmanes”.
Con el tiempo las diferencias entre viejos y nuevos musulmanes se fueron acentuando como consecuencia de la política nacionalista practicada por los dirigentes omeyas. Esta discriminación propició la aparición de sublevaciones y revueltas en las que se mezclaban factores sociales y políticos.

Administrativamente, la población mozárabe pudo mantener su organización política, eclesiástica y jurídica., reservándose los musulmanes el derecho a intervenir en el nombramiento de las autoridades civiles y eclesiásticas cristianas además de convocar sus concilios. La aceptación de esta comunidad llegó al punto de que durante el siglo VIII los musulmanes contaron con la colaboración de los cristianos en las tareas de gobierno. En el siglo IX disminuyó la tolerancia de los dirigentes omeyas, debido a la participación de los mozárabes en los movimientos separatistas y en las revueltas sociales. Esto hizo que el número de conversos a la religión árabe aumentara y que los que siguieron fieles al cristianismo se arabizaran para evitar su discriminación.

Vivieron en barrios o aljamas separadas (morerías) y se dedicaron en su mayor parte a la agricultura y a la artesanía. Fueron numerosos en Toledo, Murcia, valle medio del Ebro, Valencia. Su influencia en la agricultura, artesanía, arte, gastronomía y costumbres ha sido fundamental en aquellos lugares en que habitaron. La frecuente dedicación de los mudéjares a trabajos artesanales y el gusto por la sofisticación de numerosos reyes y nobles explican que podamos hablar de un “arte mudéjar”. Se trata de la implantación directa de elementos, maneras y estéticas del Islam andalusí (sobre todo taifas o nazaríes) en construcciones cristianas, algo que confiere enorme personalidad a estas obras.
Al final de la Edad Media fue consolidándose una tendencia discriminadora hacia las minorías religiosas no cristianas que culminó con la política de unidad religiosa de los Reyes Católicos. Así tras la conquista de Granada en 1492, aunque en las capitulaciones se les garantizaba la libertad de culto y la conservación de sus mezquitas, se impuso una política restrictiva que forzaba a las conversiones al cristianismo; como resultado se produjeron diversas revueltas, que fueron sofocadas. Tras la conquista de Granada se obligó a los mudéjares castellanos a bautizarse o a ser desterrados. Desaparecían así los mudéjares y pasaban a ser moriscos o musulmanes convertidos al cristianismo. Años más tarde, el temor a que pudiesen prestar su ayuda a una hipotética invasión turca o de los piratas berberiscos, y también el hecho de que se convirtieran el objetivo de la Inquisición, puesto que se les consideraba falsos conversos, fue el pretexto para su expulsión definitiva en 1609-1614, durante el reinado de Felipe III. Solo en los reinos de Aragón y Valencia, se calcula que salieron unos 150.000 moriscos.
Por último, cuando nos referimos a los moriscos, estamos halando de los musulmanes que permanecieron en la Península Ibérica, una vez finalizada la conquista cristiana de todos los territorios peninsulares y que fueron obligados a convertirse al cristianismo. Supusieron un peligro potencial al ser vistos como un apoyo firme y favorable a las ofensivas del imperio musulmán en el mediterráneo español. Formaban, por otro lado, comunidades muy cerradas, con un elevado número de población y con una importancia económica notable. Todo ello hizo que las relaciones entre la mayoría cristiana y la minoría musulmana fueran siempre difíciles, hecho puesto en evidencia durante la rebelión de los moriscos en las Alpujarras (1568-1570), que tuvo como consecuencia la dispersión forzosa por tierras de Castilla de los musulmanes granadinos. En el año 1609, el rey Felipe III acabó por ordenar la expulsión de todos los moriscos de España, alrededor de trescientos mil, lo que supuso una fractura extraordinaria en todos los niveles y la evidencia de un fracaso.









