Vamos hoy a acercarnos a la consideración que se tenía respecto a los enfermos mentales en la Edad Media.
Las enfermedades mentales a lo largo de la historia se han llamado de muy diversas maneras, siendo también distintos los puntos de vista a partir de los cuales se han considerado y analizado.
Y es que a lo largo de la historia, la “falta de salud”, ya fuese por enfermedades mentales o de otro tipo, fueron consideradas como algo a tratar desde la óptica de la magia y/o la religión, no existiendo la consideración de enfermedad mental como tal, sino que se le daba un origen diabólico, principalmente.
La visión de la locura desde la antigüedad hasta la Edad Media
Encontramos ya referencias a casos de supuesta “mala salud mental” incluso en la literatura sagrada. En el libro de Daniel del Antiguo Testamento se relata la locura de Nabucodonosor, castigado por su soberbia con la locura, la pérdida de la razón; la que, por cierto, es interpretada como vivir y comer como los animales. Durante siete años Nabucodonosor permanece en ese estado hasta que por decisión divina se recupera.
Es un claro ejemplo de cómo se consideraba el origen sobrenatural de la enfermedad mental. Las culturas más complejas atribuían la locura a los dioses, las más primitivas a los demonios o fuerzas naturales, pero no son diferencias esenciales, derivan del pensamiento primitivo, aquel que dio lugar a las trepanaciones craneales, practicadas desde hace más de 5000 años, con evidencias en casi todo el mundo y que aparentemente tenían como una de sus indicaciones el dejar salir los demonios que provocaban las enfermedades mentales.
La interpretación naturalista de las enfermedades mentales se inicia en Grecia hacia el siglo V a.C al extenderse la teoría humoralista de la enfermedad a los problemas o manifestaciones mentales. El humoralismo como doctrina interpretaba la salud como el equilibrio de los cuatro fluidos o “humores” que conformaban el cuerpo humano, a saber: la bilis negra, la bilis amarilla, la flema o pituita y la sangre.
Pero en Grecia también se consideraba que algunas víctimas de esa enfermedad, realmente estarían poseídos por dioses que les inspirarían facilidad para hablar diferentes lenguas o hacer profecías, entre otros dones. En particular las convulsiones súbitas eran un atributo de augures o personajes elegidos por los dioses, por ello se le denominaba la “enfermedad sagrada”. En el Corpus Hippocraticum, es decir el conjunto de escritos que la antigüedad atribuía a Hipócrates, se encuentra un breve tratado dedicado al tema, el cual inicia con el siguiente enunciado: “En relación con la llamada enfermedad sagrada, he aquí lo que ocurre: me parece que no es en modo alguno más divino ni más sagrado que las demás enfermedades, sino que tiene una causa natural. Pero los hombres creyeron que su causa era divina por ignorancia o por el carácter maravilloso de la dolencia, que no se parece en nada a otras enfermedades“.
A partir del siglo III d.C se clasificaba las enfermedades mentales en dos tipos: la manía y la melancolía. La manía tendría su origen en un exceso o plétora, bien sea del humor sangre o de la bilis amarilla, y se manifestaría con alucinaciones o delusiones. Por su parte, la melancolía se originaba en un exceso de la bilis negra y su principal manifestación seria la depresión.
Durante el imperio romano siguió vigente la clasificación anterior de las enfermedades mentales, pero es en estos tiempos cuando se empiezan a desarrollar iniciativas públicas en pro de la salud, pues se construyen acueductos, cloacas, etc, pero, respecto a las enfermedades mentales, se sigue considerando como una cuestión a resolver en el hogar, en ningún caso se conforma como un asunto que competa al estado.
Con la oficialización del cristianismo tras el decreto del emperador Constantino en el 313 d.C, surge la controversia entre los que consideraban el carácter naturalista de la ciencia y defensores de la medicina grecorromana y aquellos que priman una visión cristiana en la que se enfatizaba la omnipotencia y omnipresencia divina. Los médicos convertidos al cristianismo supeditaron sus convicciones profesionales a las religiosas y, por tanto, entendieron la enfermedad como un designio divino. Se adoptó como dogma cristiano la eterna lucha entre el bien y el mal por el alma humana, resurgiendo entre los médicos cristianos la interpretación de la locura como posesión demoníaca.
Todo esto acontecía en el mundo occidental. En el Islam en la antigüedad atribuía los trastornos mentales a las fuerzas sobrenaturales. El profeta Muhámmad que brinda unidad religiosa y política al pueblo árabe también recoge conocimientos y prácticas tradicionales, los que reunidos conformarán la denominada “medicina del profeta”, en la que la enfermedad mental solo se menciona para indicar que los amuletos y talismanes son inefectivos para evitarla.
En el Islam, a diferencia de occidente, se acepta a los enfermos mentales en los hospitales; esto se debe a que los árabes adoptan la medicina griega llevada por los intelectuales emigrantes que huyen de la intolerancia cristiana, convirtiéndola en el centro de su doctrina, al punto que se utiliza como criterio de calidad profesional la mayor o menor adherencia a los principios galénicos. Se entiende así su interpretación naturalista y que los hospitales tuvieran una sección destinada al tratamiento de los enfermos mentales, en los que el tratamiento continuó siendo con purgas y sangrías para eliminar los humores alterados. Pese a este tratamiento profesional de la salud mental, la concepción popular predominante mantuvo a la enfermedad mental como un asunto familiar y doméstico.
Enfermedades mentales en la Edad Media
Recordemos que la Edad Media significó la gran decadencia intelectual de Occidente. Además se vivieron períodos de crisis social: hambre, miseria, peste, etc., por no hablar de las innumerables guerras sangrientas que no cejaban de encadenarse una tras otra.
Pensemos, además, en un contexto de falta desarrollo de la medicina y obviamente muchísimo menos de la posibilidad de considerar como enfermo a alguien con trastornos de personalidad o del comportamiento. Si a ello añadimos enfermedades, no identificadas entonces como tales, como son la epilepsia, histeria, esquizofrenia, etc., encontramos un gran número de víctimas de posesiones demoníacos o de brujería, que llevarían a un buen número de inocentes a la hoguera.
Estamos pues en un contexto en el que resulta muy difícil encauzar situaciones de malestar, desorientación, desánimo, miedos, etc., por lo que se produce expresiones emocionales en forma de brotes de locura colectiva, esto es, alteraciones extremas del comportamiento, que en algunos casos llegaron a afectar a poblaciones enteras. En este ambiente crecieron creencias, hoy inexplicables, pero que para aquellas gentes debían de representar un “clavo ardiente al que agarrarse”, como por ejemplo la creencia de que si una persona bailaba sin parar, quedaba inmunizada ante una posible picadura de tarántula; ciudades enteras fueron contagiadas, los ciudadanos podían pasar horas, a veces días enteros danzando, saltando, riendo…
En occidente, el Medioevo se caracteriza por un empobrecimiento teórico de la Medicina y su subordinación a la religión, lo que lleva a extremos como la glorificación de la enfermedad entendida como una mortificación de la materia.
Durante la Edad Media se da un paso hacia atrás en cuanto al trato de las enfermedades mentales a lo largo de la historia. Se desechan los modelos naturalistas de los griegos y los egipcios, renaciendo las explicaciones en las que lo protagonista es lo sobrenatural. A los locos, dementes, se les consideraba como seres embrujados, endemoniados, y en consecuencia, la demonología debía estudiar los signos o estigmas de posesión diabólica.
Con el advenimiento del cristianismo, la locura fue conceptualizada como sinónimo de pecado, defecto moral. La concepción de la enfermedad mental adquiere un carácter marcadamente religioso como consecuencia de la influencia de la Iglesia sobre la mayor parte delos ámbitos de la vida cotidiana. Se consideró la locura como el resultado de una posesión o un pacto con el diablo, como un efecto de la brujería. El loco era considerado, por tanto, como alguien controlado por las fuerzas del mal.
De todas formas, y como es fácil de suponer, la situación y visión de la enfermedad mental fue variando a lo largo de los varios siglos que conforman la denominada Edad Media. Así, desde el siglo V en adelante, el enfermo mental es considerado una víctima de la acción del diablo, y los tratamientos encaminados a la sanación no resultan denigrantes o agresivos con el enfermo (oraciones, exorcismos, agua bendita, peregrinaciones, etc.). Además, durante este período, cabe destacar también el trato humanitario que los enfermos mentales, salvo los violentos, recibían en los múltiples monasterios.
Durante el período de la Baja Edad Media (siglos IX a XI), se produce una cierta permisividad, más por una actitud pasiva de los poderes que por un reconocimiento hacia las tradiciones paganas y demonológicas, ya que era habitual que ante cualquier mal o deseo las gentes acudiesen a consultar a supuestas brujas y magos.
Si damos un salto en el tiempo y nos vamos hasta el siglo XIII nos encontramos ya con un panorama diferente. El enfermo mental pasa a ser considerado como culpable del mal que padece, seguramente consecuencia, o bien de un castigo divino por llevar una vida pecaminosa, o por haber formalizado un pacto voluntario con el demonio, a cambio de obtener ciertos beneficios.
¿Qué pasó en ese largo período de tiempo? Pues fundamentalmente que la Iglesia católica asumió el papel de rectora absoluta de la vida de los ciudadanos, imponiendo una estricta moral cristiana, que chocaba frontalmente con las tradiciones populares tan apegadas a costumbres paganas anteriores, mucho más permisivas.
Según la teología de la época, las posesiones diabólicas podían ser de dos tipos atendiendo a un criterio de voluntariedad de la posesión:
- Entendida como una enfermedad mental: el demonio poseía a su víctima en contra de su voluntad, bien por el abandono de su alma, o bien por el castigo de sus pecados.
- El poseso estaba aliado con el demonio, y en el acto de posesión había intervenido un brujo; aunque la diferencia entre este segundo tipo de posesos y los brujos no estaba clara.
Y aunque se supone que serían capaces de diferenciar casos de locura de los casos de brujería, no se sabe cómo llegaban a concluir si era un caso u otro.
Como elemento adicional, hay que recordar que en el año 1199 Inocencio III creó la Santa Inquisición, que en un principio era el instrumento de persecución de la herejía, pero que ya en el siglo XIII comienza a perseguir además a brujos y magos.
Por otro lado, hay que decir que tras la muerte de Galeno, médico, cirujano y filósofo griego en el Imperio romano durante el siglo III, empezó una época de oscurantismo. Pero él, ya había considerado que el cerebro es el centro de las sensaciones y movimientos, y que el alma es inseparable de los centros nerviosos. Describió dos tipos de almas: animal o racional (en el cerebro) e irracionales (en el corazón e hígado). Dijo que el clima influye en las características psicológicas.
Pero no todos pensaban así. La medicina de la Edad Media se basaba en las teorías de Galeno y en las universidades donde se enseñaba medicina nadie hablaba del diablo ni de la posesión diabólica. Es más, muchos religiosos afirmaban que el diablo no tenía poder para producir una enfermedad mental. En el siglo XIII, por ejemplo, Bartolomeo, que era monje franciscano y profesor de teología, atribuía la locura a causas naturales e incluso intentó localizar lesiones en el cerebro que pudieran ser la causa de las alteraciones mentales, y sus escritos eran textos muy usados por los estudiantes.
En el mundo árabe, a diferencia de los cristianos, creían que los enfermos mentales no eran poseídos por los demonios sino más bien que tenían cierta inspiración divina, su trato hospitalario era más benevolente y amable.
Son los árabes quienes construyen el primer establecimiento para el cuidado de dementes en Damasco, Emir El Ouafid Ibn Abdelmelik, “con el fin de internar y cuidar a los débiles de espíritu” en el año 707 y algo más tarde otro en Bagdad hacia el 765 estos establecimientos se caracterizan por el trato humano que se da a los allí ingresados. Además, construyeron asilos para insanos en Damasco (800), Alepo (1270) y Granada (1365).
Avicena (Ibn Sina) (980-1037) mantuvo la tesis de que el cerebro realizaba las funciones cognitivas; sentido común, imaginación, afecto y memoria
Consideración del enfermo mental durante la Edad Media
La locura se manifiesta como oposición a lo preestablecido, atribuyéndose a aquellos individuos de conducta libertina e irracional que estaban en contra de la ortodoxia fijada prioritariamente por la Iglesia Católica.
La consideración y el tratamiento penal romano de los trastornos mentales, penetraría en el Derecho Español Medieval, a través del Derecho de Las Partidas (cuerpo normativo desarrollado durante la Edad Media en territorios hispanos), que recogieron además de la aludida herencia clásica, la tradición canónica y la de algunos fueros. Así, en Las Partidas, se proclamaba de forma clara la irresponsabilidad del loco, del furioso y del desmemoriado.
Los términos “loco” y “locura” contenidos en la Ley XXI, Título I, Partida I, Quales son aquellos que se pueden escusar de la pena que las leyes mandan por las non saber, pueden ser considerados, en un sentido amplio, englobador de las tres formas de condicionamiento psíquico conocidas (locos, furiosos y desmemoriados), dado que la expresión: “…que fuese loco de tal locura que non sabe lo que se face…”, hace referencia a una incapacidad de comprender o de orientar el comportamiento conforme a un juicioso entender, así lo permite, admitiéndose, en consecuencia, aplicar los efectos beneficiosos previstos, no sólo a la categoría de los “locos” en sentido estricto, sino también a las otras dos variedades: los “desmemoriados” y “furiosos”.
En otras Leyes, se estableció una diferenciación formal entre estos estados de ausencia de razón o de juicio, con expresiones como: “…fuese loco ó desmemoriado”, en la que la conjunción disyuntiva “ó” recogida en varios textos de la fuente histórica, establecía expresamente una clara distinción entre ambos estados de vicio mental.
Lo cierto es que, en la Edad Media, el loco no puede hacer promesas, ni tener palabra, ni testimoniar. A nivel jurídico no puede disponer de sus bienes, estos pertenecen a sus familiares o tutores. No puede testificar ante tribunales, ni hacer contratos. A cambio los parientes del loco deben asegurar su subsistencia y su guarda. Los locos extranjeros son expulsados, a veces después de haber sido azotados.
Tratamientos para la “locura” en la Edad Media
Dado que el “loco” era alguien considerado controlado por las fuerzas del mal, se utilizaba el exorcismo para extirpar el diablo del cuerpo de las personas presuntamente poseídas.
Conforme la Iglesia católica se va sintiendo acosada por los movimientos cismáticos, el inicial clima de benevolencia se va transformando en actitudes inflexibles e intransigentes. Con el afán de consolidar su poder y su propia identidad, persiguió los movimientos discordantes y acabó por no diferenciar entre enfermedad mental, posesión y herejía y el destino de todos ellos acabó siendo el mismo.
En un principio, el tratamiento se basaba en el exorcismo, tendente a devolver la paz espiritual al sujeto expulsando de su cuerpo a los demonios; este tratamiento implicaba el contacto con el agua bendita y santos óleos, rezo de oraciones, imposición de la saliva del sacerdote, tomar extrañas pócimas… Con el paso del tiempo, las técnicas exorcistas se hicieron cada vez más complejas y crueles. Se trataba de ser cruel con la persona poseída para de esta forma ser cruel con el demonio que la poseía. Cualquier acción era válida (azotes, encadenamientos, torturas, inmersiones en agua caliente o helada, ayunos…) con tal de convertir el cuerpo en un lugar desagradable para el demonio.
En general, para los casos que no se practicaban exorcismos, se tendía a separar a los hombres de las mujeres y, entre ellos, se aislaba a quienes presentaban un carácter más fuerte, segregándolos de los que se mostraban sumisos. A estos últimos se les podía permitir salir del manicomio para pedir limosna o para hacer de bufones. Las personas que atendían a estos enfermos no estaban, ni mucho menos, cualificadas para ello.
Por otro lado, todavía en el siglo XVI persistía la creencia generalizada de que la causa de todos los trastornos mentales se debía a la supuesta “piedra de la locura” que se encontraba en la cabeza, por lo tanto, para “curarse” había que pasar por una craneotomía.
En cuanto a la creación de hospitales o manicomios, parece que fue a principios del siglo XV cuando un fraile mercedario, Juan Gilabert Jofré, consideró oportuno abrir un hospital específico para dar cabida a las personas con problemas mentales y, de esa forma, evitar su contacto con el resto de los ciudadanos. Nacía, así, en el año 1409, el primer Hospital de Inocentes, nombre con el que se empezaron a conocer estas casas de reclusión en sus inicios, creadas bajo el auspicio de órdenes religiosas cristianas.
Los hospitales medievales prácticamente nacieron de la caridad cristiana y se podían considerar básicamente de dos tipos: los que estaban localizados en las ciudades, fundados por obispos o custodiados a instancia de los reyes, de la aristocracia o de los municipios, y los situados en las zonas rurales, que no eran más que simples dependencia s de los monasterios, y que eran dirigidos por religiosos.
A lo largo del siglo XV se comenzaron a construir en Europa establecimientos para el internamiento de personas que presentaran síntomas que hoy definiríamos como trastornos mentales: el de Zaragoza (1425), Sevilla (1435), Valladolid (1436), Toledo (1483), Valladolid (1489) a finales del siglo XV y Granada (1527).
El siguiente paso sería la concentración hospitalaria, siendo Barcelona la pionera, creándose el Hospital de Santa Creu, que contaba, entre otros, con dos departamentos para el asilo de dementes.
España es el primer país de Europa en mantener sin cadenas a los internos en el manicomio de Valencia (1409) a los que ya se daba un trato humanitario por influencia de la civilización árabe.
En 1403 “St Mary of Bethlehem” (Londres), más conocido como Bedlam, admite a los primeros pacientes mentales sin embargo no será hasta 1547 cuando se le reconocerá por Eduardo VIII como establecimiento dedicado exclusivamente a estos enfermos.
La locura en el arte medieval
A lo largo de la historia del arte se ha mantenido un interés constante por aproximarse al mundo de las enfermedades mentales y su representación. Es posible que la proximidad entre la locura y la representación se deba al intento de los artistas por hacer visible el dolor que, no siendo físico, se capta y se inmortaliza a través de los pinceles.
Se suele afirmar que el arte es el medio para dominar y subrayar la realidad, y que por tanto las representaciones artísticas reflejan la visión que se tiene de la sociedad. La imagen social del loco, en las diferentes formas artísticas, ha cambiado muy poco a lo largo de los siglos. Han variado las formas de representación, pero el fondo sigue siendo el mismo.
En ”La extracción de la piedra de la locura”, obra del pintor holandés El Bosco, realizada entre el 1475 y 1480, y que podemos ver en el Museo del Prado, se aborda el tema de la locura pero mostrándonos la práctica de la trepanación, para la extirpación de una piedra que causaba la demencia en el hombre. El Bosco muestra la locura y la credulidad humanas.
En la obra aparece un falso doctor, o curandero, que en vez de un birrete lleva un embudo en la cabeza (símbolo de estupidez), que extrae la piedra de la cabeza de un individuo mayor y grueso que mira hacia el espectador. Un fraile y una monja también están presentes en la escena. La monja lleva un libro cerrado en la cabeza, que puede ser una especie de alegoría a la superstición y la ignorancia de las que se acusaba frecuentemente al clero. El fraile sostiene un cántaro de vino. Estas figuras podrían apuntar al anticlericalismo del Bosco, influido por las corrientes religiosas prerreformistas en Flandes, como la devotio moderna, que defendían la comunión directa con Dios sin la intervención de la Iglesia oficial, a la vista del mal ejemplo de los eclesiásticos.
La representación nos hace plantearnos: ¿quién es más loco de todos los personajes que aparecen? ¿El médico que lleva un embudo en la cabeza? ¿La monja que asiste con indiferencia?
Para el Bosco el pecado y la locura eran, en general, las condiciones de la existencia humana y las responsables del destino natural del hombre hacia el infierno.
La obra “Combate entre don Carnal y doña Cuaresma”, de Brueguel el Viejo, suele ser considerada como una sátira clerical y política.
Otro de los grandes exponentes de la comunión con estados exaltados de la mente es el caso de Caravaggio, considerado un artista “privado de buen juicio”, en su tiempo. Así, en su representación de “La muerte de la virgen”, utiliza una prostituta como modelo para la imagen de la virgen, generando un escándalo y fuertes cuestionamientos en su época. Introduce de este modo la vulgaridad en las temáticas religiosas, lo cual fue considerado fruto de una mente perversa y depravada. Es bien sabido que Caravaggio se encontró envuelto en peleas y situaciones problemáticas que lo llevaron a quedar prófugo de la justicia, hasta el punto en que las autoridades de Roma ofrecieron recompensa por su cabeza.ç
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Referencias
El enfermo mental. Historia y cuidados. De Pileño Martínez, M.E. y otros
Historia de la locura través del arte. Intervención en IV Congreso Internaciona de Enfermería. De Serrano Justicia, M.D. y otras
Locura y enfermedades mentales en el mundo medieval. De Arrizabalaga, J.
https://psiquiatrianet.wordpress.com/2009/11/03/los-enfermos-mentales-en-la-edad-media/
https://www.tispain.com/2012/03/las-enfermedades-mentales-lo-largo-de.html