Nos adentramos hoy en el mundo religioso para conocer algo más sobre los “Autos de Fe”, unos actos de penitencia y justicia, que puso en marcha la Inquisición entre el final del siglo XV y las postrimerías del siglo XVIII.
La paz religiosa en la Península durante la Edad Media se romperá definitivamente cuando los hombres que tomen el poder en ella rechacen intencionadamente la misma. Los cristianos se irán tornando intransigentes, intentando imponer su religión y costumbres. Los Reyes Católicos, persiguiendo la unidad territorial, perseguirán también la unidad religiosa y civilizadora. Uno de los instrumentos utilizados a tal efecto será la Inquisición.
¿Qué son los Autos de Fe?
El Auto de Fe era una ceremonia pública, en la cual la Inquisición juzgaba a aquellos considerados herejes o apostatas.
Los condenados por el Tribunal abjuraban de sus pecados y mostraban su arrepentimiento, condición indispensable para su reconciliación con la Iglesia Católica. Este arrepentimiento servía además como lección a todos los fieles que se congregaba n en la plaza pública o en la Iglesia donde se celebraba el Auto de Fe.
En contra de lo que suele creerse, no se ejecutaba a nadie, sino que los condenados a muerte —los relapsos (reincidentes)— eran relajados al brazo secular, es decir, entregados a los tribunales reales que eran los encargados de pronunciar la sentencia de muerte —la Inquisición era un tribunal eclesiástico y no podía condenar a la pena capital— y de conducir a los reos al lugar donde iban a ser quemados —estrangulados previamente si eran penitentes, y quemados vivos si eran impenitentes, es decir, si no habían reconocido su herejía o no se arrepentían—.
Se trataba pues, de un acto religioso y judicial. El propósito principal de los Autos de Fe era afirmar y preservar la ortodoxia religiosa católica y condenar la herejía. Estos eventos buscaban mostrar a la sociedad el poder de la Iglesia Católica y transmitir un mensaje de temor hacia aquellos que se atrevieran a desafiar sus creencias.
Vemos que el fin último de estos procesos de la Inquisición no era salvar el alma de los condenados, sino garantizar el bien público, mediante la extirpación de la herejía.
De esta forma, lo que comenzó como un acto religioso de penitencia y justicia acabó siendo una fiesta pública más o menos parecida a las corridas de toros o a los fuegos artificiales. “La gente acudía en tropel a verlos porque eran un espectáculo extraño, ajeno a su fe habitual, a sus prácticas religiosas, a la existencia cotidiana”. A la popularidad de los Autos de Fe también contribuyó el prestigio que alcanzaron a partir de los autos de fe de 1559 porque asistió el rey —hasta entonces los reyes de la Monarquía Hispánica no habían participado, excepto uno celebrado en Valencia en el que estuvo presente Carlos I—, y los cambios que introdujo la Inquisición a partir de esa fecha para aumentar su solemnidad y magnificencia con el fin de deslumbrar a los fieles.
Podríamos hablar de varios tipos de Autos de Fe:
- Autos de Fe generales: se pronunciaban sentencias de relajación al brazo secular para que éste dictase sentencia de muerte por fuego. Se celebraban en la plaza pública, con las autoridades y corporaciones de la localidad presente (además de la muchedumbre que acudía a ellos como auténticas fiestas). El juez ordinario debía pronunciar las sentencias de muerte.
- Autos de Fe particulares: se celebraban sin aparato ni solemnidad, en una iglesia y sin asistencia de autoridades ni corporaciones. Podían dictarse relajaciones del brazo secular.
- Autos de Fe singulares: destinados a un solo reo. Se celebraban en salas del tribunal, y recibían el nombre de “autillos”.
Si nos centramos en el ámbito literario y de la historia, el término Auto de Fe se refiere a un tipo de representación teatral y religiosa que se desarrolló durante la Edad Media y el Renacimiento en Europa. Así entendido, el Auto de Fe es un tipo de representación teatral en el que encontramos elementos del teatro, la música y la religión. Su origen hay que buscarlo en el interés en propagar la fe cristiana y condenar las herejías. Los Autos de Fe se centraban en la lucha entre el bien y el mal. Se componían de diálogos, canciones y danzas. Dentro de ellos, hablamos de dos tipos de Autos de Fe: los religiosos, que se enfocan en la narrativa y la representación de episodios bíblicos o históricos, y los Autos de Fe profanos, que se enfocan en la representación de episodios históricos y legendarios.
Por ejemplo, el escritor español Miguel de Cervantes utilizó el Auto de Fe en su obra Don Quijote de la Mancha.
¿En qué consistía un Auto de Fe?
Después del proceso, en el que se dilucidaba si el reo era culpable o no de las faltas que se le imputaban, venía el Auto de Fe. Si éste había sido condenado, automáticamente debía pasar por él, para que el pueblo fuera testigo de sus culpas y también de su castigo. Aunque se tiene la idea de que era siempre público, no es cierto, los había también particulares -en privado- cuando las causas eran menores. Pero generalmente se identifica el auto público con la denominación de Auto de Fe.
En aquél se leía la condena a los reos y se les impulsaba, por última vez, al arrepentimiento de sus faltas ya la abjuración de las ideas heréticas si las tenían. En él, y, con el pueblo delante por testigo, se hacía constar la efectividad de la Inquisición ante cualquier desviación religiosa. El Santo Oficio buscaba así la aquiescencia del pueblo, a la vez que le impresionaba por la rectitud y el celo con que se ejecutaba la justicia divina.
La celebración de un Auto de Fe, por todo el montaje y la solemnidad que le acompañaba, requería un tiempo previo de preparación. Era corriente que un mes antes -a veces menos tiempo- se anunciara con una procesión su celebración y se procediera a su organización: por lo general, se solía construir un gran cadalso en la plaza mayor de la ciudad o similares, donde se celebraría la mayor parte del mismo. Partiendo de este cadalso central se colocaban graderías para el pueblo, alrededor de toda la plaza. También se solían abarrotar los balcones, ventanas y tejados de la plaza. Además del cadalso y las gradas en la plaza se solían construir unas vallas o palenques para contener dentro a la gente y dejar libre el camino por donde había de discurrir la procesión con los reos, inquisidores y. demás acompañantes. Por último, quedaban por izar los palos donde los reos serían quemados. Se levantaban a las afueras de la ciudad, dispuestos con argollas y escaleras para sujetar a los condenados.
Concluidos los preparativos y llegado el día de la celebración, la noche anterior se procedía a trasladar en procesión la Gran Cruz de la Inquisición al cadalso principal. El “Directorium Inquisitorum” parece preferir toda discreción en lo que se refiere a la pena, mandando que los Autos de Fe no se celebren en día festivo, o al menos que no se den en ellos las sentencias de relajación. Según él, la sentencia conducía a la muerte y no convenía darla cuando los días festivos estaban dedicados al Señor. Pero esta opinión no estaba generalizada entre todos los comentaristas; algunos pensaban que era conveniente que la multitud se reuniera para ver los suplicios y castigos de los condenados y que de ellos aprendiesen a apartarse del mal, por lo que era bueno celebrarlos no sólo públicamente sino en días festivos, cuando más gente podía reunirse.
Por lo que a la hora de su comienzo se refiere, solía ser bastante temprana. Es frecuente encontrar como hora más común, en las relaciones, las siete y ocho de la mañana. La terminación llegaba al atardecer, incluso antes, con la quema de los relajados.
El Auto de Fe en sí se iniciaba con la salida de la procesión desde las cárceles inquisitoriales hasta el cadalso de la plaza. La procesión de los penitentes, en medio de la expectación popular, equivaldría al llamamiento universal a juicio.
Previamente se daba un suculento desayuno a los reos y a los que habían de aparecer en él. La procesión después transcurría entre los palenques con gran solemnidad y protocolo en la disposición de los acompañantes; generalmente la abría el alguacil mayor y el fiscal del Santo Oficio, con el pendón de la Inquisición que se instalaría en el tablado central; detrás iban los obispos asistentes, a veces de fuera, acompañando al diocesano o en la función de Inquisidor General. Primero iban los que habían cometido penas menores, vestidos con sambenito. Les seguían los “reconciliados”, con sambenito también sobre verdes casacas y con pinturas de llamas y demonios, así como la relación de sus propios delitos. Tras ellos venían los “relajados” al brazo secular, es decir los que sufrirían la pena de hoguera, vivos o muertos tras ser estrangulados a garrote; éstos no habían abjurado de sus errores o habían caído de nuevo en ellos después de haber sido anteriormente reconciliados; portaban también sambenitos y sogas en el cuello, y como todos los anteriores llevaban velas en las manos. La infamia de portar el sambenito no acababa en la procesión, muchos de los que no fueran quemados lo llevarían a perpetuidad como castigo; a los ejecutados se les solía poner, tras su muerte, en la iglesia a que pertenecían, junto con un rótulo, para memoria y deshonra perpetuas. Algunos, durante la procesión, eran amordazados para evitar que profirieran blasfemias e insultos.
Una vez colocados en sus asientos respectivos se procedía a la celebración de la misa ya continuación se decía el sermón, que rara vez duraba menos de una hora. En él se intentaba de nuevo mover la conciencia de los reos y amedrentar al pueblo con horrores infernales que les esperaban en la flaqueza le la tentación. Era ocasión aprovechada para hacer escarnio de luteranos, moriscos y judíos, inventando no pocas falsedades atribuibles a éstos.
Terminado el sermón se procedía a la lectura de culpas y penas por los relatores a los reos. Estos se desplazaban de su lugar inicial a uno de los palcos para escuchar en solitario su condena. Es de suponer que muchos se arrepintieran más por el temor de las penas que por un convencimiento real de haber errado. Muchos asistentes veían en este juicio el anticipo del juicio final, y en la fase última del quemadero el símbolo de los suplicios infernales destinados a los pecadores. Cuando los condenados eran clérigos, una serie de fórmulas acompañaban a la relación de culpas: el reo debía despojarse de sus vestiduras sacerdotales, además de serle fuertemente raspadas las manos para borrar todo símbolo de la anterior dignidad.
Tras el paso de todos los penitentes por la relación de sus culpas, se volvía a levantar la comitiva; los que habían de ser quemados serían encaminados al quemadero y los demás eran devueltos, de momento, a las cárceles inquisitoriales. Después se les acomodaría al lugar donde habían de cumplir su sentencia, quedando muchos de ellos en la cárcel a perpetuidad.
Por ser la parte más macabra, la asistencia al quemadero perdía espectadores, generalmente femeninos, aunque no por ello dejara de ser masiva; en muchos casos los representantes del orden tenían que hacer lo imposible para contener las masas arrolladoras que se dirigían al lugar del suplicio en previsión de ocupar un buen sitio para presenciar el final del Auto de Fe.
Una vez quemados, las cenizas resultantes serían dispersas por el viento para purificar la tierra amenazada con esta sombra de corrupción. Los campos sus habitantes podían entonces estar tranquilos de temores; la Inquisición les había devuelto la paz.
Historia de los Autos de Fe
Encontramos los primeros Autos de Fe bajo la denominación de Sermo Publicus o Sermo Generalis Fide.
Concretamente, en España el primer Auto de Fe tendría lugar en Sevilla, el día 6 de febrero del año 1481. En esos momentos estos actos eran sobrios y austeros, y apenas asistía público.
En 1486 encontramos un relato del primer Auto de Fe realizado en Toledo, fue el domingo 12 de febrero, en el que se dice que 750 judeoconversos reconciliados salieron en procesión de la Iglesia de San Pedro Mártir. “Con el gran frío que hacía, y la deshonra y mengua que recebían por la gran gente que los mirava, porque vino mucha gente de las comarcas a los mirar, y van dando muy grandes alaridos, y llorando algunos se mesavan; créense más por la desonra que recebían que no por la ofensa que a Dios hicieron”. Cuando la procesión llegó a la “iglesia mayor” en la puerta “estavan dos capellanes, los quales fazían la señal de la cruz a cada uno en la frente, diziendo estas palabras: «Recibe la señal de la cruz, la qual negaste e mal engañado perdiste»”. Dentro de la iglesia, “donde les dixeron misa y les predicaron”, fueron llamados uno por uno leyéndose a continuación “todas las cosas en que avía judayzado”. “E de que esto fue acabado, allí públicamente les dieron la penitencia”.
Con el cambio de siglo, encontramos que en Córdoba, en el año 1504 , tuvo lugar uno de los más importantes Autos de Fe de la Inquisición. Como resultado, y tras pasar por el Tribunal, fueron quemadas vivas 107 personas.
A lo largo del siglo XVI, los Autos de Fe fueron ganando en solemnidad y duración.
En el año 1559 tendría lugar dos Autos de Fe en Valladolid, para combatir dos focos protestantes; en el primero resultaron condenados a ser quemados 14 personas y otras 16 se salvaron con penitencias. En el segundo se quemaron trece personas y otros dieciséis se salvaron igualmente gracias a las penitencias.
Será a partir del año 1598 cuando la asistencia de autoridades y de funcionarios fuese obligatoria, bajo pena de excomunión. La Inquisición concede la presidencia del acto a un miembro de la alta nobleza y cuando se celebra en la Corte intentará que asista el rey.
Por ejemplo, el rey Felipe III presidió algún que otro Auto de Fe, como el que tuvo lugar el 6 de marzo de 1600, en Toledo.
Resulta chocante que el rey Felipe IV, en 1632, ordenase la realización de un Auto de Fe en la corte, para celebrar la curación de su esposa Isabel de Borbón.
De esta forma, se localizan numerosos Autos de Fe, algunos de los cuales aparecen reflejadas en diferentes pinturas.
Con el tiempo iría disminuyendo el número de Autos de Fe, seguramente por el coste que ocasionaban, que no siempre era posible que lo asumiese la Inquisición. Así mientras en Sevilla en la segunda mitad del siglo XVI se celebraron al menos veintitrés Autos de Fe, en Madrid entre 1632 y 1680 no se celebró ninguno.
El último Auto de Fe general que se celebró en España tuvo lugar en Sevilla en 1781. La víctima fue María de los Dolores López, una mujer de baja condición social, acusada de fingir revelaciones divinas y de mantener relaciones sexuales con sus sucesivos confesores. La mujer no se arrepintió de sus errores porque según ella “nada [de lo que había hecho] era pecado”. Fue condenada., debiendo comparecer vestida con un sambenito y una coroza pintados con llamas y diablos, y fue relajada al brazo secular para ser ejecutada. Se le aplicó el garrote vil y después el cadáver fue arrojado a una “gran hoguera”.
Se suele afirmar que el último Auto de Fe fue el celebrado en Valencia en 1826 en el que el maestro de Ruzafa Cayetano Ripoll fue condenado a ser ejecutado en la horca y quemado después por hereje, pero en aquel momento la Inquisición no existía porque el rey Fernando VII no la había restablecido tras su abolición por los liberales durante el Trienio (1820-1823).
Conclusión
Centenares de personas fueron condenadas en público por herejía ante una multitud expectante y atemorizada por el control sin piedad del Santo Oficio.
Tuvo el Auto de Fe una gran popularidad entre las masas, como espectáculo destinado a ellas, mientras la Inquisición apoyó sin fisuras al sistema político hispano que denominamos Monarquía Católica.
El éxito del procedimiento inquisitorial se pondría finalmente de manifiesto al convertirse en invencible pavor frente a su autoridad imponente, tutora de conciencias, bienes y famas.
Teniendo en cuenta su fundamental dimensión propagandística, el Auto de Fe como ceremonia, resulta inseparable de los relatos de su celebración, dado que, como auténticos medios de adoctrinamiento de masas, los papeles impresos subrayaban su sentido, ayudando a una comprensión posterior de tales ritos, tanto a los espectadores visuales que los habían seguido, como a los imaginarios de entonces y ahora.
“Un Auto de Fe escribió,
pero yo por fe no creo,
lo que en el escrito leo,
porque vi lo que decís.
Y en esto si lo advertís,
mayor renombre ganáis,
cuando a tantos ojos dais,
lo que sólo Cuenca vio,
no por el oído, no,
que eso es fe, si lo miráis.
Será, pues, demostración
libre de oscuros antojos,
pues hacéis plato a los ojos,
que alimenta la razón.”
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Referencias
Fiesta y Auto de Fe: Un espacio sagrado y profano. De VV.AA.
El Auto de Fe y las ceremonias inquisitoriales. De González, D. (Coord) y otros.
https://masobesi64.wixsite.com/lomejordelahistoria/post/la-inquisici%C3%B3n-auto-de-fe