La idea, y en consecuencia, la representación del mal forma parte de la historia de la humanidad, y por ende en el arte creado por los hombres. Piezas como El Grito de Munch, Saturno devorando a su hijo de Goya o el Jardín de las delicias de El Bosco, han pasado a la historia por representar una belleza no precisamente estética. En ellas, los artistas se han interesado por representar, más allá de la perfección, los miedos y las angustias más profundas del ser humano.
La cuestión del origen del mal ha sido llamada a menudo “el talón de Aquiles” de la fe cristiana. John Stuart Mill plantea así el dilema: “Si Dios desea que haya mal en el mundo, entonces no es bueno”, pero “si Él no quiere que haya mal, y el mal existe, entonces no es Todopoderoso”. Así que “si el mal existe, o bien Dios no es amor, o no es Todopoderoso”.
En el cristianismo clásico, el mal se define siempre por los términos latinos negatio y privatio. Se trata de la negación que supone la injusticia, la impiedad y la desobediencia. Así que para entender la injusticia, tenemos que tener antes alguna idea de lo que es justo, del mismo modo que para entender lo inhumano, necesitamos saber qué es lo humano. El mal es por lo tanto una negación del bien. Por lo que depende del bien para su definición.
El desarrollo del arte fundamentado en el horror, tiene un importante asiento u origen en la pintura y escultura que se desarrolló en la Edad Media. En ese momento las ideas religiosas utilizaban las figuras del diablo y del infierno como un recurso para generar miedos y tabúes en relación con conductas rechazadas por la moral de la época. A partir de ahí algunos artistas se esforzaron por plasmar en sus retratos y esculturas formas diabólicas, concebidas precisamente con la idea de generar horror en el observador. Sin embargo, con el paso del tiempo, los artistas apropiaron estas maneras y demostraron que lo grotesco, lo violento y lo antiestético también puede dar lugar a obras sublimes, bellas, y al mismo tiempo, sugestivas a los ojos del espectador.
En la sociedad medieval, cada miembro tenía una función: o rezaban, o combatían o trabajaban porque así lo quería Dios. Los que estaban fuera de estos estamentos eran pecadores sin remedio. Así, los textos e imágenes establecen cuatro grupos: los de trabajos indignos, sobre todo relacionados con la avaricia y la usura; los que se salían de la orientación sexual habitual, los practicantes de otras religiones y los que no tenían oficio ni beneficio, fundamentalmente juglares, pobres y lisiados.
La representación del mundo del mal no es más que una materialización plástica de un pensamiento aceptado por los teólogos de la Antigüedad y Edad Media que confieren carta de identidad a este mundo negativo en cuanto el positivo existe. Tertuliano (siglo III d. C) es el primero en hablar del diablo como mono de Dios. Para él el mal no es un principio sino una negación de Dios, un engaño y disfraz de lo bueno. Orígenes (siglo III d.C) continúa con la idea de que el mal es el no ser. Lactancio (siglo IV) introduce un comienzo de dualismo con la afirmación de que el mal no deriva del bien sino que ambos se complementan. El infierno, el demonio y sus seguidores son el alter ego de lo bueno y existen en cuanto Dios existe. Esta idea entraña que el mundo positivo sea el único principio de todas las cosas y que el negativo hay surgido de él por propia voluntad, saliendo así al paso de peligros maniqueístas que hablan de dos principios originales e independientes. Desde esta formulación ontológica del mal otras manifestaciones culturales que describen su presencia como son el arte o la literatura, más coloristas y ricas en sus detalles, continúan con esta idea.
Durante la Edad Media, no era necesario oler el nauseabundo rastro del azufre, ni que el calor aumentase hasta resultar infernal para sentir la presencia del mal, identificada normalmente con el Diablo y el Infierno. A través de representaciones horripilantes en portadas de iglesias, pinturas murales, capiteles o pilas bautismales, como señor de los infiernos que inflige castigos terroríficos a los pecadores, el diablo ha sido la estrella en representaciones que han ido evolucionando, hasta perfilarse la más familiar en nuestro imaginario: “Con garras, peludo, cuernos y el cabello llameante si no tiene cuernos”.
En el relato del cristianismo el diablo “está ya en el pecado original, aunque fuera como serpiente”. Su presencia en el Antiguo Testamento, no obstante, es limitada, mientras que es mucho más rica y variada en el Nuevo Testamento, sobre todo por el Juicio Final.
El problema del nombre del diablo ha sido algo que ha preocupado a los estudiosos casi desde el principio de la imaginación de este ser. Los nombres más conocidos y poderosos son los de Satanás y Lucifer, que corresponden, casi indistintamente, como hemos visto a los príncipes de la jerarquía diabólica. Lucifer es un nombre que se usa para el diablo, tanto antes como después de su caída; mientras que Satanás sólo se usa una vez que es un ángel caído.
Además Lucifer, es el nombre dado en varias representaciones al diablo del orgullo, mientras que Satán, según la clasificación de pecados de Evagrio el Póntico, es el diablo de la cólera. Hay otros nombres y otras personificaciones pecaminosas, como Beelzebub, Belfegor, Astarot, Baalberith…
A la hora de su representación, además de reptil, el demonio ha sido dragón, león, mono o animales híbridos… También podemos observar como los castigos del averno se convirtieron en un elemento muy repetido en el arte románico. La representación suele ser muy animada, suceden cosas, en contraposición con el paraíso, que suele ser bastante soso. En ocasiones se presentaba como si fuese un cómic, tal y como podemos ver, por ejemplo, en las pinturas murales de la ermita palentina de Santa Eulalia, del siglo XIII, en la que podemos encontrar en una pared, dentro de la tradición románica, aunque ya del primer gótico, demonios de color ocre avivando el fuego con fuelles, mientras otro empuja a los desdichados al infierno y a su lado varios más son sometidos a toda clase de torturas. En el repertorio del románico hay demonios tirando de la lengua, golpeando, o colgando de los genitales a sus víctimas.
Cabe hablar, a título de ejemplo, de algunas representaciones singulares, como el caso de un dragón con alas de murciélago y un libro en las garras ocupa una de las ménsulas del interior de la catedral de Pamplona, datada en el siglo XV. Lo llamativo de esta figura es que la bestia sostenga un libro, atributo propio de personajes sagrados: Cristo, apóstoles y evangelistas; pero que difícilmente encontramos en manos del resto de los mortales, cuanto más en las de un diablo. El hecho de llevar un libro dignifica a este personaje, dotándole de un instrumento más intelectual que el garfio o el tridente, con el que le venimos viendo. En una época en que la cultura quedaba refugiada en los monasterios y era privilegio de los eclesiásticos, el hecho de que Satanás ostente un ejemplar, le da más poder que el conferido hasta ahora y remite, a las tradiciones del demonio inteligente e ilustrado.
El diablo ocupa portadas, capiteles y murales de las iglesias góticas. Evoluciona su imagen desde los precedentes románicos consiguiendo su aspecto más monstruoso, gracias a las alas de murciélago y a los rostros en lugares imposibles del cuerpo, o por el contrario involuciona hacia una forma más humana y cercana al ángel caído, dando la vuelta a la temida representación del Enemigo. El infierno se complica y las antiguas fauces románicas dejan ver un interior lleno de estancias en las que se aplican torturas a cada pecado, donde las faltas eclesiásticas se solapan con las judiciales, y los castigos son un recuerdo de los aplicados a los delincuentes de la época. Desde el siglo XV la figuración monstruosa de Lucifer va disminuyendo, queda como un dragón pisoteado por el siempre venerado san Miguel o encadenado por San Bartolomé, mientras que el diablo tentador se humaniza y sólo los cuernos y las garras delatan su naturaleza.
Sin embargo, en el arte bizantino se desarrolló una peculiar forma de Satanás: eran etíopes, negros, musculosos, de labios abultados. ¿Por qué?. Seguramente porque representaba al enemigo real que amenazaba sus fronteras.
Pero junto a la representación del diablo, surge también la necesidad de buscar formas de ahuyentar al diablo. Los talismanes solían estar ligados a santos, porque podían haberlos tocado, mientras que los amuletos eran objetos a los que se atribuye un poder. La medieval era una sociedad muy temerosa. El miedo al mal de ojo, a la mirada de Satanás, … El repertorio antiLucifer incluía la representación de penes (creían que el mal de ojo secaba fluidos como el semen, así que se le mostraba al diablo un órgano sexual para que se entretuviese), gestos como poner los cuernos o hacer una higa, escupir para expulsar lo perverso, cruzar los dedos, tocar madera….
En el románico del Occidente europeo se suele adornar con el Juicio final el pórtico principal de iglesias y catedrales, con una descripción detallada de tormentos y suplicios, temidos pero atractivos. De excepcional cabe señalar lo que acontece en la catedral de Santiago de Compostela, con la imagen de un glotón con un pan tan grande que no le cabe en la boca, o un borracho colocado bocabajo, lo que le impide beber vino. La creciente importancia que experimentó el Juicio Final durante el Medievo estuvo relacionada con la aparición de una nueva sensibilidad hacia la idea de la muerte y de la salvación del alma. El programa escultórico del Juicio Final se compone de una serie de escenas que se incorporan a la mayoría de los programas escultóricos siguiendo un esquema compositivo semejante.
El modelo que se impuso en la península ibérica procedía de Francia. Este esquema presentaba una destacada peculiaridad: la representación del tema se desarrolla dentro del tímpano de la portada, en registros horizontales superpuestos, generalmente tres. El primero, que suele ser el más grande y llamativo, se reserva para Cristo-Juez acompañado del tribunal y la corte celestial. A partir de ahí, hay que dirigir la vista hacia el registro inferior, donde se incorpora la escena de la resurrección de los muertos, convocada por los ángeles trompeteros. Seguidamente, en el registro intermedio, se encuentra el pesaje de las almas o psicostasis, cuya consecuencia inmediata, la separación entre salvados y condenados, se desarrolla en los laterales, terminando con la representación del Paraíso y del Infierno, respectivamente. Esta influencia se puede apreciar si se comparan, por ejemplo, la Puerta del Juicio Final de Notre-Dame de París, con la Puerta de la Coronería de la Catedral de Burgos o la Puerta del Juicio de la Catedral de Toledo.
Ahora bien, cuando el espacio del tímpano no es suficiente para contener todo el programa, este puede verse desplazado hacia otros espacios alrededor del tímpano. Es muy habitual encontrar la representación del Paraíso y el Infierno en las dovelas de las arquivoltas, así como la escena de la resurrección de los muertos. Tal es el caso de la Puerta del Juicio de la Catedral de Tudela.
En el arte gótico, la figura gótica de Satán ha evolucionado respecto de la anterior románica. El simbolismo del Satanás románico lleno de atributos: cabellera flamígera, alas de ángel y garras, se ha convertido en un diablo heredero de los faunos clásicos, con sus patas de macho cabrío y cuerpo velloso. En este sentido es todavía deudor de un tipo creado en el románico que expresa la completa maldad del demonio a partir de la propia demonización de los dioses grecorromanos.
En el claustro de la catedral de Pamplona en dos lucillos del ala sur (mediado el siglo XIV), se encuentran sendas figuras fantásticas emparejadas con ángeles. En el segundo vemos un ángel caído, vestido con túnica tiene hermosas alas de plumas y presenta un rostro deteriorado. El demonio se sitúa en el lado opuesto, mira de perfil e igualmente está descabezado. La diferencia con el opuesto ser beatífico está precisamente en las alas que en este caso están tomadas de las del murciélago.
Si nos centramos en el infierno gótico, observamos en los siglos del gótico una evolución clara con respecto al anterior infierno románico. E. Mâle dijo que del umbral pasamos a contemplar el interior, y esto es cierto, el espacio se complica y las fauces románicas dejan ver una amplia estancia en la que encuentran castigos las faltas a la moral cristiana organizadas de acuerdo con el modelo de los pecados capitales, con especial atención a la lujuria y avaricia, pecados muy castigados en el infierno románico. Lo más destacable es la diversificación de los pecados y la variedad de actividades punibles relacionadas con éstos. Así de la imagen románica del pecado de la lujuria, abstraído en una mujer desnuda atacada por sapos y reptiles en su sexo, se pasa a la condena de las faltas pertenecientes a este pecado. La mujer lujuriosa peca como prostituta y adúltera, pero el hombre se suma a la condena del pecado de la carne por compartir el adulterio o por el vicio de la homosexualidad, que sólo parece un pecado de los hombres. La avaricia románica era igualmente abstracta. El arte del siglo XIII había representado un usurero sin identificar, anónimo, en cuya imagen se recalcaba más la idea del pecado y su castigo, a través del hombre que cargaba con la bolsa de monedas. Pero la avaricia es mucho más y las faltas a este pecado suponen un atentado al orden social, el mercader que engaña en la venta de sus productos, el usurero que presta un dinero con interés, todas ellas son actividades además de pecaminosas, delictivas para la sociedad; y ahora tienen su representación en el infierno gótico. Principalmente en estos dos pecados, la variedad de faltas, hace que se denuncien igualmente actividades penadas por la justicia, lo cual implica en muchas ocasiones que su castigo en el infierno, sea la misma tortura que recibían en la tierra. La soberbia, el principal de los peca- dos, abandona la imagen clásica del emperador Alejandro y se personifica en altas jerarquías de la época, el mal rey, el obispo, el noble al que se le tira de su montura, todos ellos son desprendidos de sus galones y condenados como el resto del vulgo en el infierno.
Por otro lado, podemos hablar también del bestiario negativo. En algunas representaciones de la plástica gótica aparecen personajes sagrados sobre ménsulas con animales, que simbolizan el pecado y la muerte, bestias que son derrotadas por estas figuras. En una alegoría similar a la de san Miguel combatiendo al dragón diabólico; Cristo Salvador aparece inserto en el apostolado de Santa María de Olite, pisando el oso y el basilisco. Recientemente se ha recuperado la identidad de esta figura cristológica que muestra una serenidad mayor que los otros, lleva vestimenta litúrgica, e incluso el mismo marco en que se inserta introduce novedades, al romper la imposta con decoración vegetal y aparecer pisando las fieras mencionadas.
En los infiernos góticos se encuentran condena los siete pecados capitales. De la ira, gula, envidia y pereza apenas encontramos representaciones entre las faltas castigadas en el infierno gótico. A la denuncia casi cómica del románico, con el hombre atragantado por un enorme bocado, o reducido a un simple portador del barril, como ocurría con la gula, se ha pasado a su casi desaparición un siglo después.
- En cuanto a la pereza, que es la negativa a realizar las tareas necesarias. Su demonio es Belfegor.
La denuncia de la pereza se dirigía más a los monjes por combatir la acedía o pereza espiritual, este decaimiento, abandono, desgana que les asediaba por su retiro del mundo y su dedicación a labores puramente espirituales. En todo caso, es un pecado tan abstracto encuentra muy difícil su materialización artística.
- Respecto a la soberbia: atribución a los propios méritos de cualidades vistas como dones de Dios (inteligencia, etc.). Su demonio es Lucifer.
La soberbia es el principal de los pecados capitales, desde San Gregorio Magno quien es el que elabora definitivamente la lista de los siete pecados, y establece que es el primero de todos ellos, del cual derivan todos los demás. En la iconografía destaca su localización: al lado de la imagen entronizada de Satanás, en el centro del infierno y por la encarnación en los estamentos más elevados de la sociedad: civiles y eclesiásticos. El castigo que se les aplica es un recuerdo de la virtud que dejan de practicar: la humildad; por tanto se les desprende de sus galones.
- La gula: es un deseo desmesurado de comer y beber, aunque su significado en lo que respecta a los pecados capitales no hace referencia tan solo a las ansias por comer y beber, sino también a la idea de exceso en lo que respecta a lo material. Su demonio es Belcebú.
La gula ya había contado con representaciones artísticas en el románico. Desde esta época la crítica a este vicio tenía tintes populares y se representaba con total realismo el hombre degenerado por su vicio, que cargaba con el barril al cuello. Los borrachos superaban a los glotones que en escasas excepciones daban cuenta de su desmedido afán por comer. Este pecado capital ocupa un escalafón menor en la escala de estos vicios, su caracterización social es baja y ataca a las clases populares y al clero más bajo.
La verdad es que en las representaciones de infiernos góticos, a pesar de todos los que nos podemos encontrar en el ámbito hispano, apenas hay escenificaciones de la gula y su castigo. En el cruel infierno del Pórtico de la Gloria compostelano, los glotones sufren un castigo semejante cuando han de hacer difíciles cabriolas para poder beber de un barril, dispuestos boca-abajo o para poder comer un enorme pan aprisionada su garganta por una serpiente. Distinto es el castigo infligido en la Puerta del Juicio de la catedral de Tudela, donde los dos borrachos son obligados a beber de dos copas de fuego que les tienden dos demonios
- La lujuria: corresponde al placer sexual buscado para uno mismo de forma inmediata. Su demonio es Asmodeo.
La lujuria tiene otras variantes del pecado, más realistas y no centradas en la mujer, que son la condena de la pareja. En éstas, el castigo es muy variado. En una de las dovelas de la Puerta del Juicio tudelana un hombre y una mujer son llevados atados con una cuerda por un demonio, y castigados en la dovela superior en una caldera puesta al fuego. También los adúlteros son llevados al suplicio por un demonio, quien sostiene un espejo, atributo del pecado de la lujuria.
Con el pecado de la lujuria se relaciona el vicio de la homosexualidad, que también está presente en este infierno tudelano. Los homosexuales son llevados por un demonio colgados boca-abajo de sus genitales, lo que alude igualmente a su carácter de invertidos. Posteriormente los sodomitas colgados de su sexo, sólo los encontramos en la portada zamorana de la colegiata de Toro, en el espacio dedicado a la lujuria.
- La avaricia: Este pecado corresponde al deseo de poseer o conservar más riqueza de la necesaria . Su demonio es Mammon.
La avaricia es otro de los pecados más condenados en los infiernos románicos y góticos. La variante más popular representa al usurero con la bolsa de riquezas colgada al cuello y soportando el peso de las monedas. Una de las características fundamentales del infierno gótico es el cariz socio- profesional de los pecadores, de tal forma que no se abstrae el pecado sino que se materializa en un oficio concreto. El comerciante es uno de los trabajadores más fustigado. Junto al mercader de telas también es frecuente el cambista.
Del castigo de cargar con las riquezas se pasa al de tragarlas. Supone la degeneración de la idea de que las riquezas castigan al penitente. El devorar los bienes amasados en tierra, había sido una grata imagen acorde al espíritu del mundo al revés en el infierno.
Los relatos de los predicadores son muy coloristas en la invención de este castigo. Los avaros sufren condenas de las más variopintas en las que subyace la idea de que la falta persigue al pecador. En realidad la falta del usurero es obtener unas ganancias por un trabajo que no ha realizado. El pedir un interés a cambio de un dinero prestado a lo largo de un determinado período de tiempo, supone comerciar con el mismo tiempo, algo que no pertenece a los hombres sino que es de Dios.
- La ira: es el deseo desmesurado de venganza. Su demonio es Belial.
- Y por último, la envidia: que es el sentimiento de tristeza por los bienes que posee otro y que se consideran perjudiciales para uno mismo, ya que disminuyen la propia excelencia o notoriedad.
En cuanto al papel de los santos, en relación con el mal, hay que decir que eran presentados como seguidores de Cristo y protagonizan su propia lucha contra el diablo. San Miguel alancea al dragón en varias representaciones del gótico. Hay otros santos que se enfrentan a dragones diabólicos como san Jorge, del que se dudaba de su representación en el románico, pero en el gótico no vamos a encontrar muchas más imágenes de su lucha contra la bestia.
Otros aspectos como la Matanza de los inocentes, cabe destacar que es un episodio evangélico que constituye una peculiaridad hispana cuya iconografía traspasó fronteras.
Por último, y para ilustrar algo más esta entrada, os dejamos unos ejemplos:
- Demonio de la portada de la ermita románica de Santa Cecilia, en Vallespinoso de Aguilar (Palencia).
En la ermita de Santa Cecilia de Vallespinoso de Aguilar, erigida en lo alto de una peña a finales del siglo XII. En un capitel, un ser repugnante, con escamas, abraza a un avaro. Sabemos que este lo es porque lleva por castigo una pesada bolsa con monedas colgada del cuello. Como si fuese una secuencia, en otro capitel ese demonio tira de la balanza del juicio final para llevarse al infierno por toda la eternidad el alma del tacaño.
- Escenas del Juicio Final y el tormento de los pescadores, de Hans Memling
Del lado izquierdo, las puertas del paraíso se abren, en medio, Cristo se enaltece mientras uno de sus ángeles juzga con severidad a los seres humanos y en el lado derecho, el infierno arde con demonios de color negro que atrapan a los pecadores y los funden en las llamas de un lugar en el que seguramente nunca quisieron estar.
- El jardín de las delicias, El Bosco
Esta parte del tríptico del jardín de las delicias es conocida como “infierno musical’ por la gran cantidad de instrumentos que se observan, tal vez asociando el placer de escuchar música con los demonios y el pecado. En vertical, ilustra aquellos tormentos a los que se somete la humanidad cuando va al infierno. Un mundo de ensueños demoniacos y opresivos. Con fuego, nubes grises y ciudades en llamas que nos recuerdan las más horribles pesadillas de la humanidad. Un personaje con cabeza de ave, sentado en un retrete y con una caldera en la cabeza, parece ser la figura central, el demonio que dirige a los otros personajes, quien devora a los condenados y los defeca en un pozo negro.
Finalizamos, y si tenéis interés en este tema, a que leáis también nuestra entrada en este Blog sobre “La figura del demonio en la Edad Media”
Nuestra Recomendación:
Bibliografía:
“El arte y el mal”, de Nicolás Grimaldi.
“Iconografía del Juicio final en las portadas góticas hispánicas”, de Irene Pascual Álvarez.
“El mal, imaginado por el gótico”, de Esperanza Aragonés Estella.