La ciudad y el puerto de A Coruña, han sido protagonistas en numerosos aconteceres a lo largo de la historia. Hoy vamos a dedicar unas líneas a comentar la denominada Expedición de García Jofre de Loaísa a las Islas Molucas, que partió de A Coruña el 24 de julio del año 1525, tras ser bendecido el estandarte real y realizada la ceremonia de homenaje.
No en vano, tal y como nos recuerda el historiador coruñés Xoxé Alfeirán: el Puerto de Galicia era uno de los más seguros de todos los puertos, como tal ya lo describía el humanista Pedro Mártir de Aglería en su obra “De Orde Novo”, en el contexto del siglo XVI marcado por la situación estratégica de A Coruña en las rutas atlánticas y por su proximidad a los puertos del norte de Europa, donde se encontraban los principales centros de consumo y también por la presión ejercida por los nobles gallegos y los armadores vascos, el rey-emperador Carlos de Habsburgo decidió otorgar en 1522 a la ciudad de A Coruña el privilegio exclusivo sobre las expediciones y el comercio con las islas Molucas o islas de las Especias. Para llegar a las mismas era necesario ir siguiendo la ruta que bordeaba América del Sur y después cruzaba el Pacífico.
Esta expedición marítima, de iniciativa española, tenía como objeto tomar y colonizar las islas Molucas, ricas en especies. Este objetivo también lo perseguía la corona de Portugal, que habría llegado hasta las Molucas siguiendo la ruta que bordeaba África y la India. La expedición estaba dirigida por el navegante García Jofre de Laísa, comendador de la Orden de San Juan, nombrado capitán general y gobernados de las Molucas.
Si profundizamos en la búsqueda de los antecedentes que dieron lugar a esta expedición, debemos remontarnos apenas tres años hacía atrás, para encontrarnos con que tras la primera circunvalación realizada por Juan Sebastián Elcano, el emperador Carlos I toma la decisión de poner en marcha una flota, dotada con medios humanos y armamentísticos para conquistar las Islas Molucas e incorporarlas al gran imperio hispano, tras el fracaso de las conversación para dirimir la propiedad de las mismas entre los reinos de España y Portugal.
La expedición estaba formada por unos 450 hombres, la mayoría vascos y gallegos, entre los que cabe resaltar a Juan Sebastián Elcano, Andrés de Urdaneta (que llegaría a ser el más grande cosmógrafo de su tiempo), y Rodrigo de Triana (que avistó América en el primer viaje de Colón). Partieron siete naves:
- la Santa María de la Victoria, de 360 toneles y de la que era la capitana y llevaba al mando a García Jofre
- la Sancti Spiritus, con unos 24 toneles, cuyo capitán era Juan Sebastián Elcano, el piloto mayor
- la Anunciada, de unas 170 toneles, al mando de Pedro de Vera
- la San Gabriel, con 156 toneles, comandada por Rodrigo de Acuña
- la Santa María del Parral, de 96 toneles, con Jorge Manrique de Nájera al mando
- la San Lesmes, comandada por Francisco de Hoces y con 80 toneles
- el patache Santiago (de unos 50 toneles, con Santiago de Guevara al mando
De todas ellas, solo una, la Santa María de la Victoria llegaría a puerto en las islas Molucas.
Antes de partir los comandantes de los barcos juraron fidelidad en la bahía ante el virrey de Galicia, el conde don Fernando de Andrade.
La armada formada por los citados barcos se había construido en los puertos de Bilbao y A Coruña.
En cuanto a los hombres embarcados, la mayoría eran soldados bien armados y pertrechados. Las naves no iban menos preparadas, pues se sabía que habría conflictos. Si bien no se ha encontrado registro que describa las piezas y tipo de artillería de cada nave, parece lógico pensar que la nave capitana llevaría al menos 20 piezas. De estas, unas seis serían de gran potencia y peso. La tropa acompañaba sus armas blancas con arcabuces y ballestas.
En lo que respecta a la composición podemos decir, tal y como anticipábamos en párrafos anteriores, que el grueso de la marinería se dividió entre andaluces, vascos, cántabros y gallegos. Para el resto de puestos se incluyeron alemanes, flamencos e italianos. De las naves se sabe que tres fueron construidas en Galicia y cuatro en Vascongadas.
La expedición zarpó del puerto de La Coruña antes del amanecer del 24 de julio de 1525, pasó el 31 de julio ante Madeira y el 1 de agosto arribó la isla de Gomera, donde hicieron una escala de doce días, que se aprovechó para reabastecer a las naves, entre cosas de agua, leña, carne fresca y repuestos de velamen.
Durante la expedición, si bien cabe destacar el gran número de descubrimientos geográficos realizados, también hay que decir que pasaron por numerosas circunstancias adversas: hundimientos de barcos, deserciones, fallecimientos (entre ellos los de Juan Sebastián Elcano y la del almirante García Jofre, víctimas del escorbuto).
A lo largo de la travesía, la expedición sufrió la pérdida por hundimiento de la Santa María del Parral y de la Sancti Spiritus, el patache Santiago y la San Lemes, si bien estas últimas parece ser que arribaron a otros puertos. Además el resto de las naves empezaron a sufrir los efectos de la dura travesía.
La única nave que culminaría la expedición, la Santa María de la Victoria sería la protagonista del descubrimiento, el día 21 de agosto de 1525, de la isla de San Bartolomé. Luego pasarían por las islas de Guam y Mindanao en las Filipinas, para finalizar la travesía en las Molucas, donde arribarían el día 2 de octubre del año 1526.
Pero sigamos paso a paso con la travesía…
La flota se detuvo en La Gomera, hizo aguada y continuó por la costa africana hasta el golfo de Guinea, donde viró hacia América aprovechando el alisio meridional.
El 15 de octubre llegaron hasta una pequeña isla, aparentemente deshabitada, la actual isla de Annobó, en el Golfo de Guinea. Esta isla fue recogida con el nombre de San Mateo. Fue el momento en que los expedicionarios aprovecharon para rehacer fuerzas y recomponer las naves tras los desperfectos ocasionados por el temporal sufrido días antes.
Desde la isla de San Mateo, partieron hacia Brasil, a donde llegarían el 19 de noviembre, viéndose obligados a virar al sur, al tratarse dichas tierras de propiedades del reino de Portugal. Tras recorrer esas tierras, y sufrir un nuevo temporal, se perdió la nave capitana, sin que hubiera un reencuentro entre todas las naves de la flota, pese a los intentos de lograrlo. Como consecuencia la capitana continuó rumbo sola, dirigiéndose a río de la Santa Cruz, siguiendo las estipulaciones previstas por Loaísa. Aprovechando la ensenada, Elcano decidió esperar un tiempo en Santa Cruz, a ver si se lograba reunir todas las naves, supuesto que se había tratado en el consejo de capitanes en la isla de Gomera; pero la propuesta fue rechazada por la totalidad de los capitanes. No obstante, se acordó dejar en una isleta una gran cruz y debajo de ella una olla con las indicaciones para encontrar la expedición en caso de que las dos naos perdidas dieran con el lugar, diciendo que las esperaban haciendo agua y leña en el Puerto de las Sardinas estrecho de Magallanes.
A la llegada a Magallanes, y tras algún error en los accesos por parte de Magallanes, debieron padecer nuevamente las inclemencias desatadas por las fuerzas de la naturaleza, provocando que la nao Santi Spiritus sufriera un siniestro contra las rocas. Estaban ya en el día 21 de enero, día en que Elcano convocó el consejo de capitanes, decidiéndose que Andrés de Urdaneta, con media docena de hombres, fuera hasta donde se habían quedado los náufragos de la Sancti Spiritus. La misión encomendada no era fácil, pues lo angosto del terreno, el frío y los vientos constantes hacían de aquellas tierras de lo más inhóspito del planeta. Desembarcaron y pisaron tierra, y a las pocas horas se les presentaron unos indios del lugar, los Selknam, que impresionaron a los españoles por su elevada estatura. Al atardecer del día siguiente, consiguieron llegar al lugar donde se encontraban los náufragos, cuya alegría fue indescriptible, pues todos se daban ya por perdidos.
Entretanto, Elcano, con las tres naos restantes, se preparaba para el paso del Estrecho, y mandó lanzar las anclas a unas cinco leguas de su verdadera entrada. Al desencadenarse de nuevo la bravura de las aguas, las naos fueron nuevamente estragadas, comenzando por perder los bateles que estaban trincados a popa. La dotación de la Anunciada entró en pavor, empezando a ampararse al cielo “pidiendo misericordia”, ya que las naos amenazaban con estrellarse contra los altos acantilados. Entonces Elcano, logrando llegar a donde se encontraba Pedro de Vera, capitán de la nao, le explicó que si la gente comenzaba a trabajar de firme “como buenos marineros”, se podía salvar la nao. Dos días después, la nao Anunciada se encontró con las dos naos de Loaísa fondeadas, con Urdaneta y los náufragos de la Sancti Spiritus.
Tras nuevos temporales, la capitana de la expedición se había estrellado, y salvo el maestre y unos pocos marineros que habían abandonado la nao, se creía, que no era posible que Loaísa se hubiera salvado. Martín de Valencia le confesó además que se sentía derrotado ante tantos y tan repetidos desastres, y por ello resolvía el dar por terminada la expedición y regresar a España. Pero Elcano no pensaba lo mismo, por lo que ordenó el envío de auxilios a sus compañeros y el intentar rescatar la nao Victoria. Gracias a su oportuno auxilio se consiguió que la capitana no se hundiera, salvando al mismo tiempo a todos lo que habían permanecido a bordo.
En los primeros días de febrero aparece en el diario de Urdaneta una anotación informando sobre la deserción de la Anunciada, cuyo capitán, Pedro de Vera, expresó su propósito de navegar hacia las Molucas por el cabo de Buena Esperanza, es decir, con rumbo opuesto.
Después de las tormentas padecidas y el encallamiento de la capitana, las naos no estaban para aguantar ningún temporal. Además también se produjo la deserción de la nao San Gabriel, que emprendió viaje de regreso a Castilla.
Con la deserción de la Anunciada y la San Gabriel, la expedición quedaba herida de muerte, pues a ello había que añadir que el resto de las naves no estaban, como se ha dicho, en condiciones de navegar. En este fondeadero permanecieron por espacio de un mes reparando las naves y haciendo acopio de comida. Las condiciones de la pesca eran muy fáciles, ya que en la bajamar incluso se podía coger el pescado con la mano; allí también probaron por primera vez la carne de foca.
Los expedicionarios se dedicaron casi por completo a reparar la capitana. A base del acopio de los materiales de la perdida Santi Spiritus y de los que llevaban de repuesto en los demás buques, se consiguió volver a poner a flote la Santa María de la Victoria utilizando, en casi toda la tablazón, planchas de plomo y “cintas de fierro”.
A finales del mes de marzo se reanudó el difícil paso del estrecho de Magallanes, un laberinto de entradas y salidas de 305 millas marinas de longitud, lo que obligaba a tener en constante vigilancia a algún buque explorador. Pero la mala suerte parecía perseguir a Loaísa: cuando ya estaban a punto de salir, en su nao, por estar encendido un fuego para cocer una caldera de brea, prendió fuego la cubierta. El pánico se apoderó de la dotación, que se amontonó para abordar la chalupa y hacerse al agua. Por suerte otros marinos acudieron al fuego y lograron apagarlo. Loaísa no se entretuvo en contemplaciones, y al ver el fuego sofocado “afrentó de palabra a todos los que entraron en el batel”.
El 12 de abril, la expedición arribó al puerto de la Concepción y el 16 se encontraba en la punta de Santa Ana, que los expedicionarios bautizan con el sobrenombre de estrecho de las Nieves, por estar todas sus cumbres cubiertas de ella. El ensordecedor rugir de la mar, al encontrarse los dos océanos, hacía temblar los cascos de las naos.
Tras diversas peripecias, el sábado 26 de mayo de 1526, víspera de la festividad de la Santísima Trinidad, la armada alcanza el extremo de la isla Desolación y dobla el cabo Deseado, saliendo del estrecho de Magallanes tras 48 días de travesía por el mismo.
En los primeros días de junio un fortísimo temporal dispersó a la flota, y la capitana, la nao Santa María de la Victoria, encontrándose sola prosiguió el viaje. Su situación empeoraba por momentos, pues, a causa de los temporales, sus reparaciones se habían resentido y comenzaba a hacer agua. Tanta que las bombas de achique no daban para desalojarla. Además, el escorbuto empezó a causar estragos entre los tripulantes, dando comienzo a una triste y larga lista de fallecidos a su bordo. El 24 de junio falleció el piloto Rodrigo Bermejo; el 13 de julio le siguió el contador Alonso de Tejada; el día 30, cuatro días después del paso del Trópico de Capricornio, moría el jefe de la expedición capitán general Loaísa, siendo nombrado general de la expedición Juan Sebastián de Elcano, ya muy enfermo, que falleció 5 días después, el 4 de agosto. Andrés de Urdaneta fue uno de los testigos que firmaron el testamento del insigne marino, en el que dedicaba un recuerdo emotivo a su lugar natal. En sustitución de Elcano fue nombrado general Alonso de Salazar.
El 21 de agosto descubrieron la isla de San Bartolomé, llegando a las Marianas el 4 de setiembre y por fin, al día siguiente, la isla de Guam, donde se lanzaron las anclas. Inmediatamente, una gran cantidad de piraguas rodearon la nao a gran velocidad. Los abordó un grupo de indígenas, totalmente desnudos, con una facilidad que asustó a los tripulantes. Pero de ellos se destacó uno, que en un perfecto castellano con acento gallego, les espetó: “Buenos días, señor capitán y maestre y buena compañía.” Este hombre no era otro que Gonzalo de Vigo, desertor de la expedición que, comandada por Gonzalo Gómez de Espinosa, se había separado de Elcano en 1521, en las Islas Molucas, en un intento de atravesar el Pacífico rumbo a Darién.
Aún no recuperados del todo, el 10 de septiembre se volvieron a hacer la mar. Al amanecer del 2 de octubre, desde la cofa se dio aviso de tierra en la misma línea del horizonte: se trataba de la isla de Mindanao.
Apenas tres semanas más tarde, el día 22 de octubre, llegan a Tálao, donde se abastecieron y pertrecharon con abundancia comerciando con sus habitantes. Luego irían a Gilolo, la mayor de las pertenecientes a las Molucas, donde llegaron el 29 de octubre. A su llegada sus habitantes se les vinieron encima con sus canoas, confundiéndolos con portugueses.
Pronto las rencillas del reparto del mundo por el tratado de Tordesillas provocarían la guerra entre españoles y portugueses, por estar estos en territorios de aquellos. Pero la acción de los españoles, que había sido encontrada de buenas maneras por parte de los nativos, provocó el que unos se pusieran de un lado y los otros de otro.
Zarparon de esta isla y el día de Año Nuevo de 1527 la nao arribó a Tidore, donde fueron bien recibidos y se avituallaron nuevamente de alimentos frescos; pero el trato con los lugareños era irregular, por lo que hubo varios enfrentamientos entre ambas fuerzas. El 17 de enero los portugueses intentaron abordar la nao española, embarcados en las canoas de los indígenas; pero cometieron el error de hacerlo en una noche de luna llena, por lo que los vigías de guardia de la nao abrieron fuego sobre ellos, lo que provocó que la sorpresa ya no fuera tal y que los españoles salieran todos a ocupar sus puestos. Al final, el resultado fue de un muerto y dos heridos portugueses y un muerto y cuatro heridos por los españoles. Al atardecer de ese día, los españoles, con doscientos indígenas, abortaron un intento de desembarco en las cercanías de la nao para hostigar con artillería al buque. Cuando se retiró, apareció una veloz embarcación que recorría la costa y de esta forma se apreció que portaba una bandera roja, en la que claramente se leía: “A sangre y fuego”.
Al siguiente día regresaron los portugueses, y comenzó un nuevo cañoneo. De resultas de él la Santa María de la Victoria resultó alcanzada por tres de ellos. Pero, al parecer, el mayor daño lo sufría el buque al disparar sus propias piezas de artillería, por lo que quedó inservible para ser aparejado y volverse a hacer la mar.
El 27 de marzo de 1528 llegó a Tidore la nao Florida al mando de Álvaro de Saavedra Cerón, enviada por Hernán Cortés para buscar a las expediciones de García Jofre de Loaísa y de Sebastián Caboto esta última quedó en el Río de la Plata en cumplimiento de órdenes del emperador.
Tras varios meses de lucha, los portugueses habían tomado Tidore, abandonada por los españoles, lo mismo que las naves españolas, por lo que los 18 sobrevivientes de la Florida continuaron hacia Malaca, en donde fueron apresados por los portugueses, muriendo allí diez de ellos. Los españoles de Tidore continuaron la lucha fuera de la fortaleza ocupada por los portugueses, pero en 1529 Hernando de la Torre firmó la paz con el capitán portugués de las Molucas, Jorge de Meneses. Se acordó que los españoles permanecerían en la isla de Maquien que habían tomado al rey de Ternate, sin intentar comprar clavo de olor ni aliarse a los enemigos de los portugueses, los reyes de Gilolo y Tidore. Posteriormente fueron trasladados a Goa en la India, en donde se les unieron los sobrevivientes de la expedición de Saavedra.
Los últimos 24 supervivientes, derrotados, llegaron a Lisboa en un navío portugués, a mediados de 1536.
Poco después Juan III de Portugal y Carlos I de España, que eran monarcas y cuñados, llegaron al acuerdo de fijar el contrameridiano del Pacífico, por el tratado de Zaragoza, firmado el 1.529 entre España y Portugal, se atribuyó las Molucas a Portugal y las Filipinas a España.
España lo volvería a intentar, reafirmándose en sus pretensiones, España envió el 1 de noviembre de 1.542, una fuerte expedición militar a la zona, formada por 370 hombres en 6 naves, que fue capturada por los portugueses en Tidore en 1.544, lo que permitió a Portugal a ser la potencia dominante en las Molucas durante el resto del siglo XVI.
En todo caso, es sabido que la suerte juega un papel importante cuando una expedición parte hacia lo desconocido. En este caso, la expedición de Loaísa, no contaría con ella. Esta expedición tuvo que seguir adelante durante varios años sin su comandante en jefe. Es cierto que hicieron muchos descubrimientos, pero no lo es menos que serían recordados por la guerra librada contra Portugal en aquel pequeño rincón de Asia, las islas Molucas.
Los hombres participantes en esta expedición fueron unos valientes, quienes con la poca dotación técnica de la época, el desconocimiento de las tierras que buscaban, la escasez de recursos, se lanzaron a lo desconocido con gran arrojo.
Por otro lado, cabe resaltar la figura de Fray Francisco José Garcá Jofre de Loaísa, protagonista que da nombre a esta expedición, por lo que hagamos un rápido repaso a su biografía: era natural de Ciudad Real y pertenecía a una de las grandes familias de la nobleza castellana. Su hermano Francisco, fue confesor de Carlos I, obispo de Osma y provincial de los dominicos. Su formación fue la propia de un Caballero de la época, ingresando en la orden de los Caballeros de Malta (Orden de San Juan). Dentro de esta orden, Francisco José llegaría a ser comendador de Barbales.
La carrera de Jofre daría un salto al servicio de Carlos I, para el que iría ocupando cargos importantes hasta que en 1524 fue elegido como Capitán General. Sería el Comandante en jefe de la Flota encargada de reivindicar las Islas Molucas para la Corona. José García Jofre disfrutaba de un gran prestigio en la corte. Tanto es así que Carlos I lo nombró Gobernador y justicia mayor de las Islas Molucas, lo que podemos entender como un virrey para aquellos nuevos territorios.
De su misión sirva como resumen este extracto:
“Por cuanto Nos mandamos ir al presente una armada a la continuación y contratación de la especiería a las nuestras islas de Maluco, donde habemos mandado que se haga el asiento y casas de contratación, que para el trato de ellas y de las naos que de presente van en la dicha armada, y hemos de proveer de nuestro gobernador y capitán general de la dicha armada y de las dichas islas de Maluco, e tierras, e provincias de ellas, e de oficiales nuestros que con él residan, que vayan e anden en la dicha armada,
Por ende acatando la persona y experiencia de vos Frey García de Loaisa, Comendador de la orden de S. Juan, que sois tal persona que guardareis nuestro servicio, e que bien y fielmente entenderéis en lo que por Nos vos fuere mandado y encomendado, es nuestra merced y voluntad de vos nombrar, y por la presente vos nombramos por nuestro Capitán general de la dicha armada, desde que con la bendición de nuestro Señor se haga a la vela en la ciudad de La Coruña, hasta llegar a las dichas islas, porque a la vuelta que venga la dicha armada, ha de venir por nuestro Capitán general de ella la persona que por Nos fuere mandado,
E vos habéis de quedar en las dichas islas para tener la gobernación de ellas: y asimismo vos nombramos por nuestro Gobernador y Capitán General de las dichas islas del Maluco, e hayáis y tengáis la nuestra justicia cevil e criminal en la dicha armada, y en las dichas islas e tierras de Maluco, así de naturales dellas, como de otras cualesquier personas, así de nuestros reinos e señoríos, como de fuera dellos que en ellas estuvieren, e de aquí adelante a ellas fueren, e de las que fueren y anduvieren en la dicha armada.
E por esta nuestra carta mandamos al presidente, y los del nuestro Consejo de las Indias, que luego que con ella fueren requeridos, tomen e reciban de vos el dicho Comendador Frey García de Loaisa el juramento y solenidad que en tal caso se requiere, e debeis hacer; el cual así fecho, mandamos a los capitanes y oficiales y maestres y contramaestres, pilotos, e marineros, e otras cualesquier personas e gente que en la dicha armada fueren o en las dichas tierras estuvieren, y con vos residieren, y a ellas fueren, que vos hayan, reciban y tengan por nuestro Gobernador y Capitán general, y Justicia mayor de las dichas tierras, e usen con vos, e con los dichos lugartenientes en los dichos oficios por el dicho tiempo que nuestra merced y voluntad fuere,
E como tal vos acaten, y obedezcan, y cumplan vuestros mandamientos, so la pena e penas, que vos de nuestra parte les pusiéredes y mandéredes poner; las cuales Nos por la presente les ponemos, e habemos por puestas, e vos damos poder y facultad para las ejecutar en sus personas e bienes.
Y es nuestra merced, y mandamos, que hayáis, e lleveis de salario en cada un año de los que ansi vos ocupáredes en lo susodicho, contando desde el día que la dicha armada se hiciere a la vela con la bendición de nuestro Señor en la ciudad de la Coruña, hasta que en buena hora volváis a ella, dos mil e novecientos ducados, que montan un cuento y noventa y cuatro mil y quinientos maravedís, los cuales mandamos a los nuestros oficiales, que residen en la dicha ciudad de la Coruña en la Casa de Contratación de la especiería,
Que vos den y paguen en esta manera: los ciento cincuenta mil maravedís luego adelantados, que es nuestra merced de vos mandar dar con que vos adecereis, y proveais de las cosas necesarias para el viage, y lo restante, que se montare en vuestro salario a razón de los dichos un cuento y noventa y cuatro mil y quinientos maravedís por año, a la vuelta que volváis a estos Reinos en llegando a ellos en la dicha Casa de la Contratación de la especiería, sin nos pedir nueva libranza para ello, solamente por virtud de esta nuestra provision y asimismo que podáis traer en cada armada de las que vinieren, entretanto que vos estuviéredes en aquellas partes en el dicho cargo e gobernación, quince quintales de especiería, y la mitad sobre cubierta, y la otra mitad debajo de cubierta, y ocho cajas ansi mismo sobre cubierta.
Y otrosí, por esta nuestra carta mandamos a los dichos nuestros oficiales de la Coruña, que luego que vos paguen quinientos ducados, que es nuestra merced de vos mandar de ayuda de costa, a costa de toda la dicha armada, habiendo respeto a lo que os habéis ocupado, y habéis de ocupar ante que la dicha armada parta, con que vos podáis mejor aderezar demás de los ciento y cincuenta mil maravedís, que vos mandamos de dar en cuenta de vuestro salari”.
Dada en la villa de Madrid a cinco días del mes de Abril, año del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil e quinientos e veinte y cinco años.
Sin duda una expedición que merece, por su heroísmo y dimensión, no ser olvidada.
Lectura recomendada:
Referencias:
Conquista de las Islas Molucas. De Leonardo de Argensola, B.
Estudio histórico-Jurídico de la expedición de García Jofre de Loaisa a las islas Molucas. De Ortuño Sánchez-Pedreño, J.M.
La expedición de Loaysa: una guerra en las antípodas. De Rodríguez Gonzalez, A.R.
https://traslaultimafrontera.com/la-expedicion-de-loaisa/
https://viajesnavales.wordpress.com