Roma, cuna de una de las grandes civilizaciones, se fundó en un lugar en el que había colinas y que facilitaba su defensa, además de que a través del río Tíber, podía comunicarse con el mar. Según la tradición Roma se fundó en el año 753 aC. por Rómulo y Remo; primero fue una monarquía etrusca, luego (509 aC.) una República y en 27 aC. se convirtió en un Imperio.
Pese a la escasa distancia que le separa del mar y de tratarse de un pueblo en el que predominaba su fuerte presencia y ejército terrestre en su proceso de desarrollo y expansión, también tuvieron una amplia actividad en torno al mar, especialmente merced a una amplia flota, que aunque no mejoraba las flotas ya existentes en el Mediterráneo (fenicias, griegas y cartaginesas, sobre todo), tuvieron un papel de relativa relevancia.
Recordemos que los límites de Roma, en la antigüedad, eran: por el norte con los Alpes; por el sur con el Mar Jónico y el Mar mediterráneo; por el este con el Mar Adriático y por el oeste con el Mar Tirreno.
Durante siglos los romanos dominaron el Mediterráneo al que llamaron Mare Nostrum (mar nuestro).
En torno al 44 aC. Roma controlaba todo el mundo Mediterráneo, bien directamente, bien a través del control ejercido sobre los jefes nativos, convertidos en reyes vasallos de Roma.
Los romanos comerciaban primeramente por tierra, construyeron buenos caminos a los que le llamaron calzadas romanas para transportar sus mercaderías con otros pueblos de la región. Si deseáis mayor información sobre las vías romanas, podéis consultar nuestro post: Vías romanas. Huellas de una ingeniería perdida.
Para que ese comercio inmenso funcionara, Roma tuvo que construir puertos, rompeolas, almacenes, diques secos, faros etc. Sin embargo, la tradición de construcción naval romana viene de otras culturas mediterráneas, tales como la fenicia, griega y la cartaginesa.
La navegación en el Mar Mediterráneo era peligrosa principalmente a causa de los piratas, pero también debido al clima riguroso, los mapas pobres o las embarcaciones deficientes. Con la llegada de Augusto y la Pax Romana, la armada se fortaleció y los piratas fueron literalmente eliminados, así el comercio floreció y muchos puertos crecieron.
Conviene también hablar del puerto de Ostia, el más importante del mundo romano. A 30 km. al oeste de Roma se encuentran las ruinas de la antigua ciudad romana de Ostia. Aunque en la actualidad se encuentra a 3 km. de la costa, en la Antigüedad, Ostia se hallaba en la desembocadura del Tiber. Según la tradición, Ostia fue fundada por el cuarto rey de Roma, Anco Marcio, en el siglo VII aC. A finales del siglo IV aC. se construyó un castrum, un recinto militar. Este centro militar ocupó un importante papel en el control de los piratas en el Mediterráneo y en el desarrollo de las guerras púnicas entre Roma y Cartago. A partir del siglo II aC., el papel militar pasó a un segundo plano, emergiendo la Ostia comercial, donde se almacenaba el grano importado de Sicilia, Cerdeña y África. La consideración de puerto de Ostia como el más importante del Imperio vino dada primero por el emperador Claudio, y posteriormente por Trajano y la dinastía severa. Claudio ordenó la construcción de un puerto artificial, Portus, al norte de la ciudad, en el 42 dC., que permitió la protección de los grandes barcos. La dársena excavada estaba protegida por dos espigones que salvaguardaban a las naves allí amarradas. Décadas después, el emperador Trajano mejoró las obras del puerto con la construcción de una segunda dársena, entre los años 106-113 dC. Por aquí entraba el grano de Egipto, alimento fundamental para la manutención del pueblo romano.
El Mediterráneo fue además una ruta comercial de gran importancia. El Mediterráneo, el Mare Nostrum era un mar dominado casi exclusivamente por Roma, lo que sin duda le dotaba de mayor seguridad como vía de transporte de mercancías. El comercio marítimo era mucho más rápido que el terrestre y el valor de las mercancías solía ser mucho más valioso; ejemplos de ello lo tenemos en la Península Ibérica de dónde provenía el aceite de oliva, el vino y los metales (de la Bética) y desde el otro lado del Imperio, también desde el mar, tanto desde Constantinopla, como desde la costa Siro-palestina, las especias, la seda y productos orientales (ruta de la seda). Estos elementos eran traídos a Roma para suministrárselos a la aristocracia y al sector religioso en primer lugar. Y de calidades inferiores (vino y aceite) para el resto de la población. No obstante, también se enviaban a la capital cereales desde Egipto y África, pues eran los graneros del Imperio.
Los barcos pertenecían generalmente a personas particulares que además eran dueños de los muelles y los almacenes portuarios. Aunque sólo cubrían unos 60 kilómetros por día, eran naves bastante rápidas, algo necesario debido al peligro que representaban los piratas. Por eso, en ocasiones, el comerciante se veía obligado a contratar protección para salvaguardar su valiosa carga.
El principal medio de pago en el comercio romano eran las monedas que podían ser de oro (aureus), de plata (denarius), de bronce (sestersius) o de cobre (dupondius). Las monedas romanas tenían valor por sí mismas, ya que estaban hechas de metales valiosos y no necesitaban de ningún respaldo.
En cuanto al tipo de barcos que utilizaban hay que decir que eran muy diferentes entre ellos, atendiendo sobre todo a su función, según fueses barcos de guerra, de pesca o para el comercio marítimo. Además también influía si eran barcos destinados a navegar por mar, por río o en lagos.
Con algunas excepciones, es sabido que las naves romanas raramente sobrepasaban una eslora de cuarenta metros.
Las grandes direcciones del comercio marítimo en el mediterráneo han sido, durante el imperio romano, del este al oeste y recíprocamente, y desde los diversos puntos de la periferia hacia el centro, es decir, hacia los principales puertos de la península itálica. En oriente, las cabezas de línea más importantes de la navegación comercial eran, de norte a sur. En el litoral del África del norte, el gran comercio estaba concentrado en los puertos de Tripolitania, sobre todo en Leptis magna, en donde desembocaban las principales rutas de las caravanas que atravesaban el Sahara, y en Cartago, reconstruido por Cesar y por Augusto. En la Europa occidental, Gades en España, Narbona y Arles en la Galia mantenían relaciones regulares y frecuentes ya con el oriente, ya con Italia.
En todas las rutas la circulación no era completamente libre. Las mercancías, transportadas a través del imperio, tenían que pagar múltiples derechos cuyo conjunto formaba lo que se llamaba el portorium, consistente en tres clases de impuestos o de tasas conocidos por los modernos; la aduana, el arbitrio, el peaje.
Los barcos marítimos romanos se les suele llamar naves onerariae. Variaban por tipo de barco, velas y maquinarias. Elementos comunes entre ellas eran el sistema de conducción caracterizado por un timón y dos remos laterales (para poder ser maniobrada por una sola persona) la cabina de popa y la lona cuadra perpendicular al eje de la embarcación. El sistema de propulsión generalmente era a través de lonas y raramente se presentaba un sistema mixto de lona más remos.
Podemos decir que según la forma del casco de los barcos mercantes romanos habría tres tipos:
- Los de proa convexa y popa redondeada
- Los que tenían proa y popa simétrica, los menos frecuentes
- Los de proa cóncava, en forma de espolón y una popa similar a las anteriores
La forma de la popa se aprovechaba para instalar los habitáculos y para añadir elementos decorativos, como el cuello de cisne que remataba el codaste. La proa y las velas eran también decoradas con divinidades protectoras o escenas mitológicas.
La capacidad media de carga de los navíos mercantes oscilaba, dependiendo de sus dimensiones, entre 3.000 y las 5.000 ánforas de 26 litros de producto, más 17 o 18 kilos de peso del envase. Esto supone unas 130 a 200 toneladas de carga, a las que habría que sumar el peso de la embarcación para conocer el desplazamiento.
La velocidad de estos navíos que se desplazaban por el mediterráneo, en condiciones de viento favorable, podía alcanzar los seis nudos, recorriendo, según las fuentes escritas, 935 millas náuticas, distancia existente entre Gibraltar y el puerto de Ostia, en siete días.
El sistema de gobierno de estos barcos consistía en dos enormes remos situados en la popa. Estos timones se accionaban por medio de una caña, consiguiendo, con un solo hombre, el rumbo deseado. El velamen de estas naves era generalmente una vela cuadra arbolada en un único mástil.
Para referirnos a la fuerza naval, recordemos que los romanos en su origen eran una potencia terrestre, pero en el mar eran débiles, dado que durante las guerras Púnicas la mayor parte de los combates tuvieron lugar en ultramar. Con motivo de la primera guerra púnica (264-241 aC.), que le enfrentó con los cartagineses, por primera vez Roma tuvo que construir una fuerza naval, origen de su dominio del Mediterráneo occidental, compuesta por 150 quinquerremes y trirremes que operaban en el Estrecho de Messina, entre Sicilia y Calabria. Con posterioridad, la vista se volvió hacia el Mediterráneo oriental derrotando sucesivamente a Macedonios y Sirios, entre los años 197 y 190 aC.
La marina romana tenía dos bases importantes, así como varias de menor categoría. Las dos flotas principales que controlaban el Mare Nostrum fueron:
- Classis Misenensis. Era la base naval más grande de la armada romana. Controlaba la parte oriental del Mar Mediterráneo. En el año 330, las naves se desplazaron a Constantinopla, nueva capital del Imperio Romano.
- Classis Ravennatis. Con base en Rávena desde el año 27 aC., fue utilizada para controlar la parte occidental del Mar Mediterráneo. En el año 330 las naves se trasladaron a Constantinopla.
En cuanto a la organización de la flota, tenemos que hablar de:
- Un jefe de las tropas y de la flota
- El prefecto de la flota, praefectus classis
- En ocasiones se elegían dos magistrados, duoviri navales, en los comicios tribales, comitia tributa, pero se ignora su función en la marina
- Un capitán, magister navis, en cada navío
- Un piloto, gubernator
- Decuriones que organizaban el equipamiento de la nave.
- En los puertos militares como Ostia, cerca de Roma, había magistrados encargados de administrarlos, los questores de la flota: quaestores classici
- Cada nave estaba equipada con remeros, remiges, que eran esclavos
- También marineros, nautae, que Roma reclutaba entre los proletarios, libertos o aliados marítimos (estos últimos llamados socii navales y a los que Roma no dudaba en confiar sus barcos)
- Soldados de infantería de marina, classiarii, que hacían los combates en las cubiertas de los barcos y que podían ser extranjeros y libertos, e incluso en ocasiones esclavos
Las naves de guerra en general reciben el nombre de naves longae (naves largas) en oposición a las naves comerciales más redonda y con menos eslora, pero más pesadas (las oneraria naves). Aunque todos los barcos contaban con velas, la fuerza motriz también se basaba en los remeros.
En función del número de remeros, las naves recibían el nombre de: biremis, triremis, quadremis o quinqueremis según tuvieran dos, tres, cuatro o cinco filas de remeros por lado. Las triremis y las quinqueremis eran las más frecuentes. Son barcos de poca caladura, es decir, apenas hay parte del barco por debajo del agua, con poco tonelaje. Un quinqueremis contaba con 300 remiges, 120 classiarii y un número indeterminado de nautae.
Con Octavio Augusto y el imperio se creó una flota permanente, en un principio como policía naval para proteger los navíos de abastecimiento de los piratas, ya que el Mediterráneo estaba pacificado. La flota imperial se dividía en 8 escuadras y 3 flotillas.
Ya desde otro punto de vista, el de la riqueza extraída del mar, sin duda hay que hablar de la sal. Incluso durante el reinado de Anco Marcio una porción de la paga de los soldados era en sal; y precisamente de ahí viene el término salario.
Ya Plinio el Viejo, afirmaba que “no es posible concebir una vida civilizada sin la producción y el uso de la sal”, de hecho la necesidad de sal fue desarrollada a partir del Neolítico con la expansión de la agricultura. La saladura fue la técnica que adoptaron las poblaciones costeras del Mediterráneo para conservar durante mucho tiempo alimentos perecederos, como la carne y el pescado.
Además, los romanos tenían una alta consideración de todo lo que era esencial para la vida, así tanto la sal como el agua salada tenían un valor sagrado y fue utilizada en ofrendas votivas a los dioses. La sal por sus virtudes purificantes fue utilizada en sacrificios.
Y finalizamos esta aproximación a la actividad en el mar durante la época de la antigua Roma, que esperamos os haya resultado de interés.