Aunque han pasado unos días de la celebración del día de la mujer, considero de suma importancia y justicia dedicar un post a Doña Urraca I de León, a quién la historia apenas recuerda y que ha representado una trayectoria como mujer, madre y reina que conviene recordar.
Doña Urraca pasar por ser una de las personalidades más polémicas de la Edad Media hispana, pues su reinado coincidió con una de las épocas más tormentosas del incipiente reino de Castilla. Vilipendiada por unos y elevada a los altares por otros, los diferentes juicios de valor efectuados sobre su figura, así como la escasez de fuentes, hacen que el acercamiento objetivo a su biografía sea complejo y delicado, como también lo resulta el calibrar su verdadera aportación a la Edad Media hispana.
Urraca como mujer
Doña Urraca nació en Burgos en el 1081 y falleció en marzo de 1126. Era hija de Alfonso VI y de su tercera esposa Constanza de Borgoña. Fue reina de Galicia, León, Castilla y Toledo, desde la muerte de su padre, en el año 1109, hasta su defunción.
Corría el año 1093, cuando con 12 años de edad, contrae matrimonio con Raimundo de Borgoña, noble francés que introdujo la dinastía de Borgoña en los reinos de León y de Castilla. Raimundo llega a Galicia, lugar donde gobernaba su mujer, para compartir su gobierno. El Rey Alfonso VI obsequió a los recientes cónyuges con los condados de Portugal y Galicia. Los recién casados residieron en Monterroso aunque sus labores de gobierno le llevaron a morar de forma temporal en Santiago de Compostela y Caldas de Reís, según documentación historiográfica de la época.
En ese momento comenzó la estrecha relación entre doña Urraca y Galicia, primero por la vinculación titulada al territorio y, en segundo lugar y mucho más importante, por la entrada en escena de un personaje clave en el reino castellano de la época: Diego Gelmírez, pariente del obispo de Santiago de Compostela, Diego Peláez.
La admiración de Gelmírez por la orden de Cluny le acercó al conde Raimundo, que nombró a Gelmírez, entonces vicario de la diócesis compostelana, su secretario y notario personal y de su casa. Por lo que respecta a la infanta Urraca, esta primer fase de su vida, aproximadamente hasta el año 1106, se caracterizó por cierto anonimato (no es demasiado mencionada en crónicas y documentos de la época), y por su supuesta dedicación al cuidado de sus dos hijos: doña Sancha y don Alfonso, el que iba a ser futuro heredero del trono castellano con el nombre de Alfonso VII.
A la muerte de Raimundo, Urraca intenta asegurar en su hijo sus derechos sobre el Reino de Galicia, antes las perspectivas de su competidor Sancho, hijo y heredero del Rey Alfonso VI, fallecido en 1108.
Antes de morir Alfonso VI, convocó a todos los prelados del reino a un consejo y decidió casar a su hija Doña Urraca con el monarca aragonés, Alfonso el Batallador, ceremonia que se celebró en el castillo de Muñón poco antes del fallecimiento de Alfonso VI, en 1109. Parece que la desconfianza de su nobleza cegó al monarca castellano, ya que, por no someter al reino a las luchas aristocráticas, acabó por involucrar en los asuntos castellanos al que era entonces el mayor dominador territorial de la península: Alfonso, monarca de Aragón, de Navarra y ahora rey consorte de Castilla.
Pronto surgieron las primeras desavenencias en el matrimonio, provocadas por los temores de Alfonso el Batallador a que la existencia de un parentesco demasiado estrecho entre él y su esposa (eran primos segundos) hiciese nulo el matrimonio. Para evitar cualquier acción contraria a sus intereses, Alfonso, ante el malestar de Urraca y de buena parte de la aristocracia, no dudó en entregar las fortalezas castellanas más importantes a aragoneses de su séquito, leales a su causa.
Doña Urraca, como mujer fue víctima de abusos y violencia, lo que le llevó a separarse del aragonés por motivos de género, malos tratos hacia su integridad física y psíquica además de motivos de carácter religioso y político. La “carta Donatila” que rigió su matrimonio aseguraba el respeto entre los reales cónyuges. Las malas conductas del esposo fueron la causa decisiva para que los leoneses declararan revocadas las cláusulas matrimoniales.
Urraca I sufrió en primera persona violencia física y psicológica como mujer. Como reina debió luchar por su posición de heredera.
La enemistad entre los soberanos será aprovechada por el compostelano Xelmírez para ganarse la confianza de Doña Urraca, y para hacerla partícipe de sus gestiones ante Roma para hacerse con el arzobispado para su zona.
El joven infante Alfonso, hijo de la reina y único heredero de La Corona fue utilizado por Xelmirez para alcanzar la dignidad arzobispal.
A partir de este momento fue cuando verdaderamente tomó relevancia el papel de la reina Urraca tanto en su vertiente política, como en la vertiente íntima de sus problemas con Alfonso el Batallador. De nuevo existen sospechas razonables de que fuese la propia reina, siempre apoyada por el conde de Candespina y por el arzobispo de Toledo, quien forzase el envío al papa Pascual II de las pistas necesarias para declarar nulo el matrimonio por incestuoso. A principios de 1110 la reina y el rey discutieron tan gravemente que doña Urraca optó por abandonar León y refugiarse en el monasterio de Sahagún, en espera de que las bulas pontificias llegasen. Y, entre que llegaban y no, Urraca mantuvo relaciones con el conde de Candespina, Gómez González, con quien tuvo un hijo.
Aun tendría dos hijos más Doña Urraca, concebidos con su amante Pedro González De Lara. La reina Urraca, a los 45 años, murió durante un parto del que sería su tercer hijo el 8 de marzo en el castillo de Saldaña (Palencia), futuro enclave del enlace matrimonial entre su hijo Alfonso VII y Berenguela, la hija del conde de Barcelona. Allí se había resguardado para hacer frente a las dificultades de un embarazo problemático y a las argucias de sus enemigos como Diego Xelmírez, el arzobispo de Santiago de Compostela.
Fue enterrada por expreso deseo en el Panteón Real de San Isidoro de León. En este enlace San Isidoro, una joya del románico, podéis consultar nuestro post sobre este espectacular lugar.
La monarca mostró siempre una determinación e independencia que no tenían nada que ver con el papel que se le ha asignado.
Urraca como reina
Tras la muerte de Alfonso VI, Urraca se corona como reina de León, resultando ser así la primera reina titular de la historia de España, frente a la creencia popularmente más extendida de que esta fue Isabel de Castilla. La muerte del heredero varón, Sancho Alfónsez, a manos de los almorávides, dio lugar a que la, hasta entonces Infanta, fuera convertida en Reina de León. Las crónicas y la documentación regia dejan ver la aceptación entre la nobleza y el clero de la llegada al gobierno de una mujer.
En busca de alianzas para consolidar su poder, se casa con el monarca navarro-aragonés Alfonso el Batallador, iniciando un período bélico inestable con la siguiente situación: Castilla y León bajo el dominio de Alfonso el Batallador y Galicia apiñada en torno a los derechos del hijo de Urraca, a quién el arzobispo Xelmirez corona en Santiago de Compostela en el 1111. Las desavenencias maritales acaban empujando a Urraca a un entendimiento con Xelmírez, Obispo de Compostela, quien reconoce a Urraca como reina de Galicia, asignándole a su hijo el gobierno del reino de Toledo.
Uno de los hitos de su vida tuvo lugar el mismo año de 1117, durante nuevas conversaciones entre reina y obispo en la capital jacobea que derivaron en motín. Urraca y Gelmírez tuvieron que refugiarse en la torre del palacio episcopal, pues los insurrectos habían prendido fuego a la catedral en busca de venganza. Cuando por fin el populacho halló el escondite de reina y obispo, las reacciones de ambos bastan para situar a cada uno en el lugar que le corresponde: Gelmírez arrancó la capa a un pobre vagabundo y escapó embozado, trepando por los tejados de la ciudad hasta refugiarse en la iglesia de Santa María. La reina Urraca fue violentamente atacada y despojada de sus ropas; pero aun así, en paños menores, plantó cara a los amotinados y les conminó a que expusiesen sus quejas, ayudando con ello a calmar la violenta situación. Finalmente, accedió a relevar a Gelmírez como señor jurisdiccional de la ciudad y a reponer la justicia. Incluso en tales circunstancias vergonzantes, una reina debía comportarse como una reina.
Las desavenencias entre Xelmírez y Urraca I acompañaron a su relación de dependencia y correspondencia política, una lucha de poderes y dominio por Galicia. Cada uno se valió del otro para conquistar sus propósitos.
La indómita reina castellana falleció en Saldaña, el 8 de marzo de 1126, y su hijo heredó sin mayor problema el reino de Castilla y León.
Fruto de la época y de que la historia está escrita por hombres, la figura de Urraca I ha llegado hasta nosotros como la de una mujer totalmente incapaz de gobernar por sus pasiones y caprichos, que no tuvo reparos en distorsionar la verdad y atacar a los representantes de la Iglesia apostólica para lograr sus objetivos. El retrato que nos ha llegado es fruto de la incapacidad de muchos analistas para ver los aciertos de una reina, achacados a sus consejeros, pero sí los desaciertos y prácticas de una mujer en el gobierno. Errores y debilidades que no fueron de única exclusividad de doña Urraca y que bien pueden ser imputados a cualquiera de los personajes de la primera mitad del siglo XII, pero que fueron aumentados y exagerados en su papel de mujer.