La antropología del mundo antiguo analiza la muerte como un hecho cultural. Esto significa que la antropología busca entender el sistema de representaciones y de actos que una sociedad antigua elabora para hacer frente a este hecho que escapa a su comprensión. Para ello la disciplina de la antropología trabaja fundamentalmente con dos fuentes: las referencias de los propios autores griegos y la investigación de las estructuras funerarias.
En primer lugar hay que tomar en consideración el concepto griego del universo, la posición del Hades (lugar donde reposan las almas de los muertos) se halla en relación de contigüidad con el Ecúmene, o espacio habitado por los vivos.
Hay que tener presente que en las sociedades antiguas, la muerte de uno de los miembros de la comunidad causaba desequilibrio y tensión en el grupo ya que abría la puerta a un mundo desconocido, por ello los vivos se sienten obligados a manifestar su dolor y demostrar respeto al difunto. Y de la repetición de las fórmulas tipificadas que la comunidad ha ido establecido en el tiempo para hacer el ritual funerario. Este largo proceso se basaba en un concepto de la muerte muy diferente al actual, ya que tras el fallecimiento del individuo, la psyché no se encontraba en el cuerpo ni en el Hades. El período de tránsito entre uno y otro era el objeto de los ritos funerarios.
En la Grecia Antigua el ritual funerario tenía lugar en el ámbito funerario familiar sin la participación de sacerdotes que se dedicaran profesionalmente a ello. Este carácter familiar se refleja en el inicio del proceso ceremonial fúnebre con los preparativos para la muerte y la finalización, mucho tiempo después, una vez se pierde la memoria del difunto y deja de honrarse la tumba. En este sentido hay que decir que los ritos se iniciaban desde el momento mismo en que el moribundo se enfrenta a su final. En todo caso, el ritual tenía que ser desarrollado a la perfección, ya que del éxito del mismo dependía la salvación del alma del fallecido.
El ritual constaba de una serie de actos y ceremonias distribuidos a lo largo del tiempo de duración del mismo, y que, siguiendo la clasificación realizada en su día por F. Quesada, podemos presentar de la siguiente manera:
Ritos pre-deposicionales:
- Prothesis: Mediante este acto se procedía a la exposición del cadáver, supuestamente embalsamado, facilitando así la constatación del fallecimiento del sujeto. Este acto también sería para escenificar el duelo y honrar al difunto. La preparación del cuerpo la realizaban las mujeres de la familia: se lavaba el cuerpo y se vestía con ropas funerarias. También se le cerraban los ojos y se le sujetaba la barbilla. Una vez preparado el cuerpo, se le tendía en una sala de la casa sobre una especie de lecho (kline), siempre con los pies orientados hacia la puerta. Fuera de la casa había recipientes con agua que servía de elemento purificador para todos aquellos que acudían a mostrar condolencias. El dolor se expresaba mediante cantos y gestos de lamento de las plañideras contratadas al efecto. Según los relatos homéricos esta ceremonia duraba entre dos y diecisiete días.
- Ekphora: Este acto, que tendría lugar en la oscuridad de la noche, consistía en el traslado del cadáver al cementerio (ekphora), mediante un carruaje o a hombros de los participantes. Las mujeres iban detrás del cortejo y sólo podían acudir si tenían más de 60 años, a no ser que fueran familiares próximas.
Ritos deposicionales
Respeto a los ritos deposicionales no mucha información, pero se supone que tendrían lugar libaciones sobre el ataúd o la urna, según se tratase de inhumación o cremación, respectivamente. Se sabe que se depositaba un ajuar, cuya composición tenía relación con el estatus social, la edad y el sexo. Así, el ajuar de un hombre era más propenso a incluir armas, y el de una mujer, joyas y vestidos. También podían incluir vasos de cerámica, conteniendo o no de alimentos, y vasos. Pero las ofrendas más icónicas serían las monedas, entendidas en clave mitológica como el pago al barquero Caronte.
Ritos post-deposicionales de carácter inmediato
- En el cementerio: Desde finales del siglo VIII a.C. existe constatación arqueológica de la realización de ofrendas en las que se sacrificaban pequeños animales y se quemaban objetos.
- Fuera del cementerio: El banquete funerario tenía lugar tras el enterramiento propiamente dicho. Tenía lugar en la casa familiar y su función era unir a la comunidad ante el dolor y seguir honrando al difunto. Este banquete era el cierre del funeral que duraba tres días. Una vez transcurridos treinta días de deceso tenía lugar un curioso rito llamado Triakostia, en el que sobre la tumba ponían la parte de la basura generada en el banquete que habían celebrado tras el entierro. A esto se sumaba un último banquete, con el que se daba por finalizado el duelo.
Ritos posteriores: visita a la tumba
Una vez finalizados los ritos anteriores, la memoria del difunto se mantenía viva entre sus allegados mediante visitas a la tumba, que se prolongaban al menos durante una generación y, generalmente, a lo largo de no más de tres. Hay que decir que la piedad hacia los muertos constituía un valor moral exigible a quienes accedían al desempeño de cargos públicos.
En las visitas, los familiares decoraban las estelas funerarias con flores, depositaban ofrendas no alimenticias, hacían libaciones con leche, vino, agua y otras sustancias, rompían los vasos utilizados para la libación, incluso se han hallado algunos sacrificios de animales. De forma excepcional, en honor al difunto, se celebraban juegos atléticos o se llevaban a cabo sacrificios humanos.
Una visión desde la mitología:
Para los griegos, el reino de los muertos estaba bajo el poder de Hades, hermano de Zeus y Poseidón. Estos tres dioses viriles y barbados, que encarnan la masculinidad regia en el panteón griego, se repartieron los diversos ámbitos de nuestro mundo tras derrocar a su tiránico padre Crono y vencer a los poderosos Titanes en una épica lucha por el dominio del universo.
Según la mitología, tras la muerte las almas de los hombres iban a parar a un lúgubre reino subterráneo, gobernado por el terrible dios Hades y su esposa Perséfone. Héroes como Orfeo, Heracles o Ulises se atrevieron a visitarlo
Hermes, mensajero de los dioses y guía de las almas hacia el inframundo, aparece rodeado de los espíritus de los difuntos que esperan a orillas del Estige para ser transportados por Caronte al reino de Hades.
Las múltiples descripciones del Hades por autores antiguos y modernos permiten representar el desolador paisaje del infierno de los griegos, repleto de lugares horrendos. Tras entrar por cualquiera de las bocas del infierno existentes, el difunto se dirigía a la orilla del Estige, el río que rodea el inframundo y que cruzaba a bordo de la barca de Caronte. En la otra ribera el alma se encontraba con el guardián Cerbero y con los tres jueces del inframundo. Los autores explican que en su penar por el Hades las almas encuentran tres ríos de infausto recuerdo: el Aqueronte o río de la aflicción, el Flegetonte o río ardiente y el Cocito, el río de los lamentos. También separan nuestro mundo del Más Allá otros lugares prodigiosos, como las aguas del Leteo, el río del Olvido. Las almas de los justos van a parar a lugares felices como los Campos Elíseos o las Islas de los Bienaventurados. Los iniciados en los misterios, que a veces se hacían enterrar con instrucciones para emprender su viaje, se aseguraban la llegada sin problemas a los Campos Elíseos invocando el poderoso nombre de Deméter, Orfeo o Dioniso. Por último estaba el Tártaro, lugar de tormento eterno donde iban a parar los condenados.
Era costumbre colocar en la boca del difunto una moneda para pagar el viaje a Caronte. Si el alma no disponía de moneda, se veía obligada a vagar durante cien años por las orillas del Estige hasta que el barquero accedía a llevarla gratis.
En las tumbas, sobre todo las femeninas, se acostumbraba a disponer como ofrenda un tipo de cerámica característico, el lécito, de color blanco y decorado con escenas apenas esbozadas.
La visión que tenían los griegos del Más Allá cambió con el tiempo. Al principio, el inframundo o Hades parecía un lugar poco deseable, como cuenta a Odiseo (el Ulises romano) la sombra del héroe Aquiles en un episodio de la Odisea de Homero; Aquiles manifiesta su deseo de volver a la tierra como sea, incluso como un simple jornalero. Sin embargo, al menos desde el siglo VI a.C. se empezó a ver el Más Allá desde una perspectiva ética, con una división de los muertos entre justos e injustos a los que corresponden premios o castigos según su comportamiento en vida. Así, tal y como decíamos en párrafos anteriores, se creía que los justos se dirigían a un lugar placentero en el Hades, los Campos Elíseos, o a las Islas de los Bienaventurados, el reino idílico del viejo Crono, convertido en soberano de ese Más Allá. Seguramente esta nueva concepción del inframundo obedecía al desarrollo de la idea de la inmortalidad del alma, e incluso a la introducción del concepto de reencarnación por parte de algunas sectas religiosas y filosóficas.
El deseo de conocer cómo era el Más Allá para encajar nuestra alma mejor en él propició el desarrollo de uno de los motivos más fascinantes de la cultura griega: el descenso a los infiernos o katábasis. La literatura griega posee numerosos relatos sobre héroes míticos o épicos, así como filósofos o figuras chamánicas, que descendían al reino de Hades para cumplir una misión, obtener conocimiento religioso o, simplemente, probar la experiencia mística de morir antes de la muerte física para conseguir un saber privilegiado. Una de las historias más famosas es la del cantor Orfeo, figura mítica que se convertiría en patrón de una secta mistérica de gran predicamento, que garantizaba a sus iniciados una vida más feliz después de la muerte. Otros héroes viajeros, como Odiseo y Eneas, o figuras divinas como Dioniso y Hefesto, coinciden en la peripecia de ida y vuelta al inframundo.
Cabe recordar que uno de los doce “trabajos” de Heracles consistía en bajar a los infiernos para llevarse al can Cerbero. El héroe se presentó ante Hades para pedirle que le prestara a su guardián. El dios accedió, siempre y cuando Heracles pudiera atraparlo con las manos desnudas.
En la Odisea, Homero relata cómo Odiseo acude a las puertas del reino de Hades para consultar al espíritu del adivino Tiresias sobre los peligros que le esperan durante su vuelta a Ítaca.
Tan enraizada estaba durante la Antigüedad la creencia en el inframundo, que existían numerosas tradiciones que situaban la entrada al infierno en puntos geográficos concretos. Podía tratarse de lagunas, pues el agua era el elemento conductor por excelencia, como el lago del Averno, cerca de Nápoles, que ocupa el cráter de un volcán extinto y cuyos gases tóxicos acababan con la vida de las aves que intentaban anidar en sus proximidades.
Algunas grutas o cuevas que también se han considerado puertas al infierno son la cueva Coricia, en una ladera del monte Parnaso, cerca del santuario del dios Apolo en Delfos, o las cuevas del cabo Ténaro en Grecia. La boca al infierno por excelencia en Occidente se identificó con la cueva de la Sibila en Cumas, cerca del lago Averno, lugar donde vivían estas mujeres que podían profetizar el futuro.
Estas grutas de paso al Más Allá se encontraban a menudo junto a importantes oráculos: el de Éfira, donde una tradición afirma que Ulises bajó al inframundo por indicación de la maga Circe para consultar el espíritu del adivino Tiresias; el antiguo oráculo de la diosa Gea (la Tierra) en Olimpia, bajo el cual se abría una grieta en el suelo, según Pausanias; el oráculo de Apolo en Ptoion; el santuario oracular de Trofonio en Lebadea, o el oráculo que había en Heraclea Póntica (en la actual Turquía), míticamente situado en la desembocadura del río Aqueronte, al Oriente. Hoy en día hay allí una gruta llamada Cehennemagzi (en turco, “puerta del infierno”).
Por lo que respecta a los lugares de enterramiento, las leyes impusieron que los muertos se incineraran y se enterraran fuera de las murallas de las ciudades. Las necrópolis se situaron en torno a los caminos de entrada y salida de la ciudad, buscando la visibilidad de las tumbas. En el mundo griego, el principal exponente es la necrópolis del Cerámico de Atenas. Estas normas tenían dos excepciones: el enterramiento de neonatos en las casas y el enterramiento en el ágora u otros espacios públicos a personajes de especial en virtud de su relevancia.
En cuanto a las estructuras funerarias podemos diferenciarlas a través de la secuencia de la Historia antigua de Grecia:
- Edad Oscura (1050-700 a.C.). La innovación más importante es la adopción de la tumba individual, generalmente de citas, lo que supone el abandono e las sepulturas colectivas procedentes del mundo micénico. También se empieza a pasar del rito inhumatorio al de cremación.
- Período Arcaico (700-490 a.C.). Se constata el abandono de algunas acrópolis y aparecen indicios de transformaciones sociales. Conviven los ritos crematorio e inhumatorio. Las inhumaciones, frecuentemente, en fosas o pozos excavados en la roca. Los grandes vasos que se utilizaban como señalizadores en el período anterior, dejan paso a grandes estelas de piedra con decoración en relieve y escultórica de manera excepcional con los kuroi y korai (representaciones humanas de bulto redondo). En cuanto a los relieves solían representar al muerto y figuras mitológicas o escenas de la vida cotidiana.
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Época Clásica (490-338 a.C.). Podemos hablar de una cierta uniformidad de ritos y estructuras en toda Grecia. Continúa la convivencia de los ritos de cremación e inhumación y la tumba individual como estructura básica. Se utilizan túmulos circulares y tumbas cuadrangulares.
- Período Helenístico (desde 338 a.C.). Se caracteriza por una multiplicación de las manifestaciones del mundo funerario. Se mantienen ambos ritos, si bien la inhumación en ataúdes de madera, bañeras y tumbas de teja serán ahora más abundantes.
Y para finalizar dedicaremos unos párrafos a comentar los aspectos sociales de la arqueología de la muerte en Grecia.
El sistema de enterramiento en el mundo griego fue un sistema de medida de la extracción social del individuo, haciendo posible convertir el acto fúnebre en un acontecimiento de ostentación del poder y riqueza de los grupos sociales más favorecidos. Exaltación sin duda destinada a los vivos, tal y como se deduce de la presencia de ajuares raramente espectaculares en su composición.
En cuanto a si el enterramiento era un derecho extensivo a todos los miembros de la sociedad o su estaba reservado a ciertos grupos de élite, se constata que a lo largo del tiempo existe una variación en el derecho a ser enterrado. Así entre los años 1050 y 575 a.C. se cree que el enterramiento estaba reservado a una élite. Posteriormente se iría extendiendo hasta alcanzar a toda la población.
Entradas anteriores relacionadas con este tema, por si es de vuestro interés:
- Ceremonias funerarias en la antigua Roma
- La muerte en el antiguo Egipto
- Del origen del velatorio y otras creencias relacionadas con la muerte en Galicia
- Los doce trabajos de Hércules. Vínculos con A Coruña
Bibliografía:
BURKERT, W. en Religión griega arcaica y clásica. Abada editores..
ZARZALEJOS PRIETO, M. en Historia de la cultura material del mundo clásico. UNED.
GUIRAL PELEGRÍN, C Y ZARZALEJOS PRIETO, M. en Arqueología (I). UNED
HISTORIA. National Geographic
https://almacendeclasicas.blogspot.com/2017/04/el-viaje-de-las-almas-al-mas-alla.html
https://www.antrophistoria.com/2016/11/los-rituales-funerarios-en-la-antigua.html
https://mitologiagriega7.home.blog/2019/12/16/el-infierno-de-los-griegos-el-inframundo/
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/viaje-almas-mas-alla…
https://www.portalnet.cl/temas/el-viaje-de-las-almas-elinfierno-delosgriegos.1446167/
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