En nuestro afán por conocer todos los aspectos que conformaban la forma en que se vivía durante las diferentes épocas históricas, nos conduce hoy al análisis del Calzado en la Edad Media.
En primer lugar vamos a intentar centrar el origen y significado de la palabra calzado. Se trata de una
voz que tiene un origen algo incierto. Sigamos algunas pistas:
- En el Cantar del Mío Cid, del año 1140 se puede leer el vocablo “çapato” («sobr’ellas unos çapatos que a grant huebra son»).
- Del mismo modo, en escrituras castellanas del año 978 se puede encontrar escrito “zapatones aut abarcas”.
- También en la Vida de Santa María Egipciaca, poema hagiográfico del siglo XIII se lee: “Por alimpiarse de sus pecados non calçava çapatos”.
Parece ser que el término proviene de la palabra turca “zabata”, que era el cuero del buey curtido o adobado que se usaba para hacer calzados. Y que de él se originó el término zapata, documentado en el siglo XI y que perduró hasta principios del siglo XVI, y que será calzado femenino.
Sin embargo, también se encuentra en el siglo XIII el término zapatón que según la investigadora Cianca Aguilar puede hacer alusión a lo tosco de su forma, al zapato de la armadura o puede estar relacionado con un calzado con forma de bota.
En términos generales podríamos decir que durante la Edad Media, como es lógico, fue cambiando a lo largo de los años, si bien a partir del siglo X, se impondría el uso de un tipo de zapato ligero, cómodo, confeccionado con cuero fino y normalmente apuntado en su frente. Sobre este tipo genérico cabría hablar de dos tipos diferentes de calzado: las babuchas y los botines. Son dos tipos diferentes de calzado, pues mientras el primero, propio del mundo árabe, es un zapato que no tiene tacón, el segundo es el zapato de uso más común en la Europa cristiana, con más cuerpo, confeccionando normalmente con cuero, paño o lienzo, era de un perfil bastante diferente a la babucha, ya que cubría todo el pie y parte de la pierna.
Tal y como sucede con muchos de los útiles y costumbres actuales, el origen de los mismos hay que buscarlos en la antigüedad, en el seno de las primeras civilizaciones. Hagamos pues, una breve primera aproximación histórica al origen y uso del calzado:
Encontramos rastros del uso de algún tipo de calzado por parte de nuestros antepasados, a finales del paleolítico, en torno a hace unos 15.000 años, tal y como atestiguan algunas pinturas rupestres en las que de forma esquemática se representan a unos hombres y mujeres con una especie de botines y botas, respectivamente.
Después de cumplir su inicial función, de protección de los pies, el calzado se fue convirtiendo, igual que la vestimenta y los ajuares en un símbolo que denotaba las diferencias existentes entre las personas que convivían en un mismo espacio y tiempo.
En Egipto, únicamente el faraón y los dignatarios estaban autorizados llevar calzado. Utilizaban un tipo de sandalia elaborada con paja trenzada o láminas de hoja de palmera. Esta prenda tan sólo era utilizada por los hombres y su uso era ceremonial, bien para reafirmar la figura del faraón, o bien para expresar la victoria sobre los enemigos, pues en las sandalias del faraón se representaban los rostros de los enemigos vencidos.
Entre las civilizaciones mesopotámicas el uso de la sandalia se generalizó. Y en la antigua Grecia se empezaron a adaptar los zapatos a todo tipo de pie y actividad: para guerreros, sacerdotes, nobles… Tan sólo los hombres libres utilizaban zapatos. Y es en esta época cuando los hombres empiezan a diversificar los tipos de calzado, adaptándolos a todo tipo de pie y actividad, ya fuesen ciudadanos, guerreros, sacerdotes, etc. Encontramos numerosos testimonios, como Homero, quien describe a los héroes calzando lujosas sandalias, o el historiador y geógrafo Pausanias quien afirmaba que solo los dioses deben calzar sandalias doradas.
En Roma el calzado indicaba la clase social y, los cónsules por ejemplo usaban zapatos blancos, los senadores zapatos marrones prendidos por cuatro cintas negras de cuero atadas con dos nudos, y el calzado tradicional de las legiones eran los botines que descubrían los dedos.
La civilización romana mostró una pequeña evolución en la generalización del uso del calzado, pese a ello los esclavos andaban descalzos y los criminales lo hacían con pesados zapatos de madera. El calzado obtiene entonces un carácter de símbolo que indica el estatus social. En aquellos tiempos el calzado más usado era la sandalia, aunque también existía otro tipo de zapato, la bota.
También hay casos en los que durante los historia, los diseños del calzado lo convirtió casi un elemento de tortura. A Confucio, pensador chino, se le ocurrió decir hace 25 siglos que la mujer debía imitar al andar “el ondear flexible del sauce”. Con este fin, en la antigua China, se les impuso a la mujer la reducción del tamaño del pie hasta un tercio de su desarrollo natural para conseguir lo que ellos llaman “la flor de loto”, ideal de sensualidad y elegancia. Toda una barbaridad.
Y hecha esta introducción centrémonos ya en el contenido anticipado por el título de este post.
En primer lugar, recordemos que la Edad Media comienza tras la caída del imperio romano en el siglo V y termina en el siglo XV tras una grave crisis iniciada en el siglo XIV. Las invasiones y asentamiento de los pueblos germanos en el Imperio romano cambió a Europa completamente, se instaló una cultura primitiva, pero sin que se perdiera del todo la anterior, mucho más evolucionada. En el siglo IX, la llegada al poder de la dinastía carolingia supuso el inicio de una nueva unidad europea basada en el legado romano, puesto que el poder político del emperador Carlomagno dependió de reformas administrativas en las que utilizó materiales, métodos y objetivos del extinto mundo romano.
Es en la Edad Media cuando se produce un cambio en el uso que se le da al calzado. Una vez generalizado su uso por parte del pueblo, el significado simbólico desaparece y comienza a cobrar fuerza el gusto por lo estético. Dicho de otra forma, el zapato empieza a ser un elemento fundamental para ensalzar las virtudes o tapar los posibles defectos en los pies.
El calzado medieval dependía de la clase social a la que se pertenecía, podían ser sandalias, zuecos, zapatos, botas e incluso calzas adheridas al pie con suelas puntiagudas y largas. En la Edad Media, hombres y mujeres usaban zapatos de cuero muy semejantes a las zapatillas. La clase más pobre de la época Medieval usaba zuecos de madera que eran muy duraderos. En cambio los nobles medievales usaban como calzado botas de piel y seda.
Entre los siglos VII al IX, la época visigótica, el calzado occidental se transformó. Hay escasísima iconografía nos muestra un tipo de prenda bien ajustada al pie, según el perfil del mismo, ahusado en la puntera y cubriendo el tobillo. Son célebres por su elegancia los zapatos de Carlomagno. Triunfa el zapato en punta curva, moda sorprendente por lo poco práctico que resultaba, sobre todo cuando empezó a exagerarse.
Surgió el zapato de punta retorcida como distintivo de clase social: mientras más centímetros medía la punta, mayor prestigio social denotaba quien lo calzaba.
En el siglo IX las “poulaines” o “crackowes” fabricados en la ciudad de Cracovia, en Polonia, comenzaron a difundirse entre los hombres de España, Inglaterra y Alemania. La moda masculina fue determinando que la punta de los zapatos se fuera estilizando y alargando cada vez más; algunos llegaron a tener puntas de 18 pulgadas, que entonces se doblaban hacia arriba y se amarraban al tobillo.
En los siglos del X al XI el aspecto del calzado sigue siendo más o menos abotinado. Hay documentados zapatos de cuero cubiertos con seda bordadas, piedras preciosas, perlas e incluso teñidos. El cordobán, por ejemplo, podía ser blanco o negro.
En los Beatos o Códices tenemos abundantes imágenes, en los que se observa también calzado a la moda cordobesa, es decir, con las puntas hacia arriba.
Durante el siglo XI, Europa se encontraba en un periodo de evolución desconocido hasta ese momento. La época de las grandes invasiones había llegado a su fin y el continente europeo experimentaba el crecimiento dinámico de una población ya asentada. Renacieron la vida urbana y el comercio regular a gran escala y se desarrolló una sociedad y cultura que fueron complejas, dinámicas e innovadoras. Hacia el año 1000 tiene lugar un renacimiento del calzado, que con el ascenso de la burguesía se torna más refinado. El artesano zapatero logra una alta consideración social en la última etapa de la Edad Media, siendo también un elemento dinamizador de la economía. Sus productos, sin embargo, podían ser bastante incómodos y extraños. En general, se podría decir que en verano se usaban las albarcas, y en los sitios fríos se acompañaban de una especie de calcetines de piel con el cuero por fuera y la piel por dentro, sandalias, de influencia romana o zapatos con la punta retorcida, influencia musulmana.
Los hombres también usaban botas altas y bajas. Normalmente el material más usado era el cuero de vaca, aunque para las clases más ricas también había cuero de cabra, cuyo precio era más elevado.
Durante el románico, siglo XII, el calzado más caro era de piel de alta calidad y fina, que se sigue fabricando de guadamecí y de badana curtida, y que podía ir repujado. Por supuesto, se podía complementar con telas, como el cendal, y se decoraban con tiras de cuero. El color solía ser el del curtido natural, pero los había negros, blancos, rojos, marfil… A finales de siglo, en la iconografía, se pueden ver zapatos medievales con orejas, farpados (con flecos o tiras). También se observan adornos en la parte central, sobre el empine y/o los laterales, que bien pueden ser viras o tiras de piel, badana o vaqueta, o pasamanería bordada en oro. Los hay cerrados y abotinados, con o sin lazada.
Ya en el siglo XIII, lo habitual era el uso de sandalias, zuecos y borceguíes (como botas militares), y los zapatos muy puntiagudos e incluso las mismas calzas, que a menudo llevaban adheridas al pie unas suelas puntiagudas y largas según la clase social, no todos llevaban calzado. Podría decirse que el calzado masculino adopta tres formas principales: botas de cuero que llegan hasta la rodilla, los típicos zapatos a la altura del tobillo, y la todavía inusual, pero práctica, innovación de combinar las calzas con una suela de cuero, haciendo innecesarios los zapatos. Las punteras largas y puntiagudas son características. Los colores más populares son el tostado, el canela, el púrpura, el amarillo, el rojo, el negro y el verde.
En este siglo hay una variedad importante de zapatos medievales:
- Escotados en pico en su cara interna, escotadura que se podía cerrar con cordones.
- Fenestrados: abiertos en el empeine, que se cerraban con una tira por medio de una hebilla o de un botón.
- Calados a modo de rejilla, viéndose a través de los agujeros las calzas.
- Punta prolongada y torcida hacia arriba.
En el siglo XIV se siguen llevando los zapatos calados, y ahora también se escota a los dos lados. A finales de siglo llega la moda internacional de los zapatos terminados en puntas muy largas y ligeramente cóncava: las conocidas polainas, aunque no alcanzaran las exageraciones de otro países como Francia; estarán de moda hasta inicios del siglo XV. También se usan mucho los zapatos cerrados y abrochados con una trabilla en un lado desde el tercer cuarto del siglo XIV hasta ya mediado del siglo siguiente. Se cree que fue en el siglo XIV cuando se empiezan a coser suelas extra.
Como anécdota, decir que el Rey Eduardo III se vio obligado a emitir un decreto en el que se limitó la longitud de las puntas a tan solo 5 cm. ya que las descomunales puntas de los zapatos ingleses constituían un verdadero peligro. Para caminar, era necesario amarrar las puntas a la cintura con un cordón de seda porque medían hasta 50 cm. Carlos VIII tenía los pies tan deformes que no podía usar esas polainas puntiagudas, así que simplemente las prohibió, ordenando el uso de zapatos anchos, cuadrados o redondeados. Aparecieron entonces unos zapatos semejantes a las zapatillas actuales de ballet, cuya punta poco a poco fue haciéndose más ancha y cuadrada, generalmente sin taco, con cordones o correas. A esos zapatos anchísimos se los llamó “pico de pato”, “morro de vaca”, o “pata de oso” y tenían suela de cuero y empeine de terciopelo.
A partir del siglo XIV y hasta el XVII evolucionan los altos chapines (especie de chanclos con corcho muy grueso sobre la suela), que los llevaban las señoras elegantes. Ambos sexos usaban una especie de zapatillas abiertas fabricadas con cuero, de cabra para las clases más adineradas, o de vaca para el común de la población. A veces, los hombres llevaban botas.
En esta época empiezan a ser los personajes públicos los que marcarán la moda. Así, por ejemplo, Godofredo de Plantagenet calzaba polainas para disimular una excrecencia en la punta del pie. Carlos VIII usaba tacón de punta cuadrada para cubrir sus pies de seis dedos, y Luis XIV pone de moda el zapato de tacón con el fin de disimular su corta altura.
En el siglo XV los textos citan zapatos medievales cerrados, abiertos, abotinados (muy ajustado que cubre el tobillo), con “lengüezuela” o lengüeta (puerta en el empeine, con dos piezas laterales para abrirlo o cerrarlo con cuerdas), con borlas, etc.
«En los pies […], quando gapatos de cuerda con puntas mucho luengas, con galochas o sin ellas; quando gapatos romos con alcorques o sin ellos, ya blancos y de uenado, ya de diuersos colores con puertas o syn puertas, con cayreles de aro 212 o de seda labrados, ya de muchos lazos ya de un lazo, ya abiertos ya cerrados», Hernando de Talavera.
Y hacia los años 50 regresa el calzado medieval puntiagudo, alcanzando su máxima exageración en los años 70. A finales de esta década la punta pasa a ser roma. En los años 90 se pone de moda la punta cuadrada de origen centroeuropeo.
Por otro lado, una moda de origen español revolucionó el calzado a finales de la Edad Media: la de los chapines, moda que triunfó en Venecia y Florencia donde hicieron furor los zapatos de plataforma, de madera ligera forrados de tisú o cuero. Para caminar sobre este zapato femenino se requería el apoyo de un galán o de una sirvienta; las caídas eran peligrosas, ya que podían llegar a alcanzar los veinte centímetros de altura. Aquel tipo de calzado no era todavía lo suficientemente ergonómico para que su uso, al menos al principio, no fuese una auténtica tortura, por lo que se confiaba a los criados la tarea de utilizarlos previamente para irlos acomodando. A ello, hay que añadir la supuesta creencia medieval de que estrenar algo nuevo era cosa plebeya, de mal gusto.
Si nos fijamos ahora en una de las partes del calzado, el tacón, tenemos que decir que el tacón no tardo muchos años en aparecer, pero no alcanzó su tamaño actual desde su origen, sino que fue un fenómeno lento. Creció centímetro a centímetro, a lo largo de los siglos para llegar al exceso en el siglo XVI.
Además, a diferencia de la moda actual imperante, el zapato de tacón no era exclusivo de mujeres, si no que fue el hombre el primero en llevar tacones.
Parece ser que fue un pueblo de Anatolia, los hititas, el que inventó el zapato de tacón, donde por primera vez se claveteó la suela de cuero de la bota con gruesas tachuelas de hierro para facilitar el agarre. Es probable que una de las razones para ello tuviera que ver con el hecho de montar a caballo. Los tacones contribuían a fijar el pie en el estribo, por eso la bota fue la primera pieza del calzado en llevar tacón.
A su popularidad durante la Edad Media y los Siglos de Oro contribuyó el que al ser de tierra el pavimento de las calles la lluvia embarraba las vías urbanas convirtiéndolas en un barrizal. Sin contar los excrementos de animales y personas.
Repasemos los diferentes tipos de calzado durante la Edad Media:
Si nos centramos en el tipo de calzado habitual en tierras hispanas, durante la Edad Media, tendríamos que fijarnos en las versiones más populares: la abarca y la esparteña (o alpargata).
La abarca es de fabricación, en principio, muy simple, ya que consta de una base formada por un trozo de cuero que se encuentra fijado por medio de correas. Se trata de un tipo de calzado muy antiguo, pues fue utilizado, tal y como se ha constatado, en las civilizaciones Mesopotámicas y el antiguo Egipto.
La esparteña era un tipo de calzado que se fabricaba fundamentalmente a partir de fibras vegetales, el esparto. Tanto la suela como el talón se realizaban con este material. El problema es que era un calzado poco adecuado para climas húmedos y fríos. Y es en estas zonas precisamente donde aparece el zueco. Se trata de un tipo de calzado que tiene como base una plantilla de madera, aunque en algunos casos se reforzase con finas planchas de hierro. Se da la circunstancia de que se producía y utilizaba tanto en tierras cristianas como en las zonas musulmanas, si bien en este caso el zueco era totalmente abierto, salvo una banda lateral para sujetarlo.
Otro tipo de calzado era el alcorque, que se conformaba en base al uso del corcho. Elaborados con madera de la familia de los robles, como son los alcornoques y las encinas. En tierras musulmanas era un calzado de gran difusión, no obstante demostraron gran maestría en su fabricación. El uso de las abarcas se suele relacionar con los miembros de las órdenes monásticas, si bien se utilizaban combinadas con una calceta o media para atenuar los rigores climáticos. Tenían en parte un valor simbólico, pues son una muestra de humildad, al estar limitado su uso a las clases más modestas.
Si hablamos del borceguí, hablamos de un tipo de zapato que cubre todo el pie, incluido el tobillo y el empeine, atado con cordones o correas. Como es obvio, se trataba de un producto bastante exclusivo y se fabricaban con materiales muy diversos, como: la badana, guadamecí o cordobán.
Hay un testimonio histórico del obsequio de unos borceguís que el rey de Granada, Muhammed V, quién haya por el año 1379, hizo a Enrique de Trástamara, hijo bastardo del rey Alfonso XI, y que según las leyendas que han pervivido, pese a la belleza de los mismos, lograda a base de brocados y bordados, estaba, supuestamente, impregnados con un veneno que provocó la muerte del rey.
Y volviendo a los materiales con que se confeccionaban los borceguís, hay que reseñar que la piel más burda era la badana. Se trata de un cuero de carnero u oveja, sustancialmente más barato que el del cordobán.
El cordobán, era un cuero de cabra de gran calidad, ligero y suave, que se elaboraba mediante la técnica de estampación o labrado, trabajado; se producía principalmente, en la ciudad de Córdoba (de ahí su nombre) durante la dominación árabe. Se trataba de un calzado muy popular, utilizado por las clases altas europeas (tal es así que un término francés derivado de cordobán, “cordonnier” es usado para designar a un zapatero) y también muy del gusto musulmán, ya fuese teñido en blanco u oro, tal y como atestigua un edicto del Rey Alfonso X, el Sabio, del año 1252, que prohibía expresamente este tipo de tinte. El cordobán es una piel muy fuerte y hermosamente trabajada. El cordobán se exportó a toda Europa teñido de blanca, rojo y negro.
Queremos hacer también mención al motivo por el que el calzado utilizado por los árabes y judíos, estaba ligeramente curvado en su punta. Y es que el calzado, tal y como decíamos al principio de esta publicación tenía también un significado simbólico, tanto en dignidades como en fidelidades religiosas. En el caso de los mozárabes (recordemos que eran cristianos instalados en territorio musulmán dentro de la Península Ibérica) estaban dispensados de uso de un zapato e cada color (algo bastante habitual en comunidades cristianas minoritarias dentro del mundo árabe)
Otro tipo de calzado eran los estivales, el calzado más caro y el más lujoso, sobre todo si estaba hecho de cordobán. Eran una especie de botas altas y tan flexibles que eran capaces de ajustarse a la pierna: como si de medias se tratara. Su elaboración quedaba sujeta a múltiples limitaciones marcadas por las leyes suntuarias (que tenían por objeto evitar el uso de determinadas productos que se consideraban privativos de la alta nobleza y las clases aristocráticas). Algunos zapateros por ejemplo, podían sufrir la amputación del dedo pulgar que, por su particular uso, podía incapacitarles para ejercer el oficio, si vendían productos de esta naturaleza a compradores pudientes aunque plebeyos.
Los alcohoneros, escribanos, porteros y ballesteros tenían prohibido utilizar zapatos dorados. Sólo se exceptuaba de tal disposición “a los servidores mayores de cada oficio”.
A diferencia de al-Andalus donde caminar descalzo es habitual hasta cierto punto, en la España cristiana solo “los niños, los locos y los mendigos” suelen abstenerse del uso del zapato. La excepción la marcan aquellos que, por los peculiaridades de su oficio, requieren desprenderse del calzado, como pueden ser los marineros.
En cuanto a la bota, hay que decir que en la Edad Media se trataba de un calzado típicamente masculino. Y los había dedos tipos, de caña alta y de caña baja. Se solían adornar con cordones y piezas de metal.
Las mujeres solían utilizar delicados zapatos de seda o terciopelo, llamados chinelas, que estaban forrados de distintos colores acordes con el vestido de la dama. Además, las cortesanas y prostitutas, utilizaban especialmente el chapín, que era una especie de chanclo de corcho, forrado de cordobán, de gruesas suelas y elevadas plataformas, de hasta 75 cm de altura, especiales para la lluvia.
La burguesía medieval era la que utilizaba principalmente las calzas con zueco, tipo de calzado compuesto de dos piezas, una calza con suela sujeta a la parte inferior y un zueco o patín para introducirla. Esto permitía caminar por las sucias calles de la ciudad y luego, al llegar a la casa podían quitar las calzas embarradas.
Si nos centramos en el tipo de calzado utilizado por los eclesiásticos, tendríamos que centrarnos fundamentalmente en la cáliga (denominación que nos recuerda las caligae utilizadas en la antigua Roma) y que consistían en unas polainas. En un principio sería utilizado por el clero de las capas más bajas, pero con el tiempo serían también utilizadas por los estamentos más altos de la jerarquía eclesiástica.
Un caso particular podría ser el calzado utilizado por los peregrinos que hacían el Camino de Santiago. Lo cierto es que los textos históricos de contenido jacobeo apenas ofrecen datos sobre ello, seguramente porque a estas prendas no se les otorgaba la misma relevancia que a otros elementos de la indumentaria, como la capa, el bordón o el zurrón.
Se sabe que la mayor parte de los peregrinos medievales viajaban descalzos. Cabe recordar que el propio Codex Calixtinus, en el siglo XII, recomienda hacer el camino descalzo por cuanto conlleva de vía de perfeccionamiento personal y espiritual: “Los apóstoles fueron peregrinos, pues el Señor los envió sin dinero ni calzado”, se advierte en el libro I.
A partir del siglo XV todo indica que el calzado se perfeccionó, aparecieron los botines y el número de peregrinos sin algún tipo de zapato disminuyó de forma drástica.
También hay que decir que hay noticias de la existencia de zapateros a lo largo del Camino de Santiago, quienes centraban parte de su actividad en la atención a los peregrinos. Se ha constatado que en la villa leonesa de Astorga, por la que cruza el Camino francés, el gremio de zapateros arreglaba gratis el calzado a los peregrinos.
Y eso es todo por hoy. Confiamos en que esta entrada haya resultado de vuestro interés.
Bibliografía principal:
Bernis Madrazo, C. “Indumentaria medieval española”. Instituto Diego Velázquez. CSIC
Enlaces web:
- Arteguias.com
- lacasadelmundo.com
- lacasadelrecreador.com
- revistadelasartes.com
Muy bueno el artículo. Buscaba información sobre el calzado en el siglo XIII, y me lo habéis resuelto.
Gracias Javier por leernos y tu comentario.