La forma en que el hombre ha venido afrontando el hecho ineludible de la muerte, ha ido variando a lo largo de la historia. En este mismo Blog ya hemos escrito sobre esta cuestión en varias publicaciones, pero hoy nos vamos a centrar en las “consideraciones sobre la muerte durante la Edad Media”.
A lo largo de toda la Edad Media, la muerte fue un aspecto de la vida que dominó incluso sobre aquellos como el amor el nacimiento o la guerra.
En el siglo III de nuestra era, San Cipriano, obispo de Cartago (200-258), escribió: “todos nacemos con una soga al cuello. Comenzamos a caminar sin saber que longitud tiene la cuerda”. Con estas palabras se resumía perfectamente la desazón que produce la incertidumbre ante la muerte.
La Edad Media no fue un período ajeno, ni mucho menos, a esa preocupación, y es que la muerte siempre estaba presente en todas las capas de la sociedad medieval. Una sociedad en la que se convivía con la muerte, pues todo lo acontecía o rodeaba en el día a día, podía “matarte”: las enfermedades, la peste, los asaltantes de caminos, las guerras, los ajusticiamientos, las malas cosechas, la hambruna,… e incluso el hecho de pecar podía llevarte al final de tus días.
Recordemos que en aquellos tiempos todavía pervivían numerosos rituales paganos relacionados con la muerte, por lo que el cristianismo intentó combatirlas, pero a veces, cuando no le resultaba posible, las incorporaba. De esta manera, un buen número de supersticiones y tradiciones se mantendrían en el Medievo.
Además hay que tener presente los cambios que tuvo en la imaginería sobre la muerte en la Baja Edad Media, a consecuencia de los eventos catastróficos por lo que pasaba el hombre, producto de la terrorífica peste negra.
Actitud ante la muerte
En la Edad Media, la muerte llegaba mucho más temprano que en la actualidad, su presencia era habitual pues la esperanza de vida era mucho menor y había unas altísimas tasas de mortalidad.
La muerte estaba presente en el día a día, era un acontecimiento público, era un aspecto de la vida más. Se pensaba que la muerte conllevase una vida ultraterrena igualitaria. En todo caso, la muerte era un símbolo de igualdad frente a la enorme diferenciación social existente. Pero no era la única idea en torno a la muerte, pues por ella la importancia de lo terreno no era más que algo transitorio, y que debido a la fugacidad de la vida, el cuerpo perdía su entereza y belleza, por ello, la incorruptibilidad del cuerpo de los santos, ya que se entendía como el premio que Dios les daba por su vida virtuosa.
Si cabe, hubo en la Edad media una mayor sensibilidad hacia la muerte individual, y es que desde el siglo XIII comienza a tomar fuerza la idea del purgatorio, por lo que en consecuencia toma gran relevancia el juicio individual. Esta toma de importancia del individuo se ve bien reflejada en el cambio de actuación de la nobleza que ya no buscará tanto su salvación a través de la fe y las obras piadosas, sino que, ahora, busca reafirmar su honor y gloria, recuperación de valores grecolatinos, como una forma de obtener una inmortalidad terrenal.
En el estudio de las actitudes ante la muerte tiene vital importancia la combinación de los aspectos más puramente espirituales y las prácticas que se realizaron con los muertos. Ni el espiritualismo ni las prácticas van por si solas, ambos aspectos se relacionan recíprocamente y hay que comprenderlos como un conjunto sociocultural.
En la Edad Media nos encontramos ante dos tipos de problemas. En un primer término, la muerte crea un gran desconcierto y angustia. En un segundo término, y quizás el más importante, se crea el temor hacia el que ha muerto. De cierta manera, este miedo hace que el difunto perviva, aunque eso sí, en el mundo de los muertos.
El mundo de los muertos será un concepto por el que la sociedad medieval esté tremendamente aterrorizada. No se teme a todos los muertos en general, pero si a aquellos que entran en las características de la mala muerte. La sociedad llega incluso a preparar defensas ante ellos, porque están seguros de que estos muertos podrán salir de aquellos lugares donde se llevó a cabo su enterramiento. Es por ello por lo que es habitual que se intentara obstruir las tumbas de aquellos que se consideraban propicios para venir del mundo de los muertos a atormentar a los vivos. Era muy común la colocación de piedras o incluso fijar las tumbas.
El rito funerario durante la Edad Media
Como es lógico, tras el fallecimiento de una persona, sus allegados se disponían a realizar los trámites y preparativos para preparar el cadáver. Como resulta también obvio, la forma en que se hacían estos preparativos y su propia composición variaban sustancialmente según la clase social y posibilidades del fallecido y sus familiares.
Lo habitual sería proceder en primer lugar a lavar el cuerpo del fallecido, para ello se solía utilizar agua o vino. Al cadáver se le tapaban las fosas nasales, y solían atarse los dedos pulgares de pies y manos con un trozo de cuerda o un rosario. Una vez que el cuerpo estaba ya dispuesto, se vestían con las prendas de mayor calidad que tuviera el difunto, y ya dependiendo de su condición económica, podrían añadirse joyas o elementos decorativos. El siguiente paso era envolver el cuerpo en un sudario.
El paso siguiente sería disponer el cuerpo del fallecido para ser velado. Podía tener lugar en propia casa, o en una iglesia. Simultáneamente se anunciaba su fallecimiento para conocimiento de la comunidad; habitualmente se hacía mediante el repicar de las campanas.
Poco a poco se fue consolidando la costumbre de que, en la estancia en que se dispusiese el cuerpo del fallecido, se contase con la presencia de algún representante religioso y se dispusiesen las condiciones para que los convecinos y familiares pudiesen acercarse a despedirse del difunto y acompañar a los familiares más directos. Este era un período de dolor que se ponía de manifiesto a través del respeto, el silencio y las oraciones.
Cuando llegaba el momento del traslado del difunto hasta el lugar de su inhumación, se formaba el cortejo fúnebre que lo acompañaría, siendo habitual la presencia de plañideras (mujeres que manifestaban su pesar a través de lloros y lamentos incesantes.
En este punto hay que decir que la práctica preferida para dar descanso al fallecido, la principal era la inhumación, si bien en períodos en los que las poblaciones padecían enfermedades epidémicas, la cremación tenía mucha más presencia. Hay que recordar que se pensaba que durante el Juicio Final las almas regresarían a sus cuerpos terrenales para ser juzgados por sus actos, por lo que era menester no incinerarlo y optar por enterrar el cuerpo en un lugar en donde el demonio y ninguna otra fuerza maligna pudieran apoderarse de él.
Lo habitual era que los lugares de enterramiento estuvieran fuera de la ciudad, pero con el paso de los años, empezó a verse una tendencia a hacerlo en un lugar próximo a un lugar sagrado.
En el lugar que ocupaba la tumba definitiva del difunto, se colocaban algunas ofrendas, pero en tiempos más avanzados, durante la Baja Edad Media, se empezaron además a adornarse con una serie de elementos ornamentales y religiosos.
Los arqueólogos han asumido a menudo que a finales de la Edad Media no era costumbre dejar ofrendas funerarias y que todos los cristianos de la época recibían sepultura envueltos en un simple sudario, sin presentes, sin ataúd, sin mausoleo.
Una vez enterrado, la familia ofrecía una comida y después se iniciaba el tiempo de duelo. La demostración del dolor por la pérdida, que se manifestaba a través del luto (negro para las familias nobiliarias y blanco para el resto) y de las honras con misas anuales en honor del fallecido, especificadas previamente en el testamento.
Al mismo tiempo que se generalizaba el uso de ataúdes de madera y lápidas en donde se escribía el nombre del difunto, entre el estamento nobiliario y la realeza las tumbas fueron ganando en esplendor y riqueza, colocándose figuras yacientes sobre la lápida muy detalladas que simbolizaban la riqueza y predominancia social que tuvo el individuo en vida.
Exceptuando el caso de los favorecidos por la propia iglesia, que sólo requerían la autorización del obispo para ser enterrados en el cementerio parroquial, a los siervos, esclavos y miserables les estaba reservada la fosa común. Un reciente estudio ha demostrado que la práctica de enterrar a las personas acompañadas de un ajuar funerario fue prácticamente abandonada en toda Europa occidental entre los siglos VI y VIII, en un periodo de tiempo muy corto, lo que invita a pensar que Europa estaba ampliamente interconectada, lo que facilitaba la difusión de nuevas ideas para crear una cultura compartida.
En el caso de fallecimiento de reyes o de miembros de la nobleza o altos dignatarios, el proceso cambiaba ligeramente pues solían ser embalsamados, pudiendo, en el caso de ser eclesiásticos, ser enterrados dentro de las iglesias, o si eran grandes señores que por haber hecho una importante donación tuviesen acceso también a disponer de una sepultura en un lugar sagrado.
Dado el miedo que se tenía a las ánimas en pena, la creencia pagana de que, realizando estas acciones, se imposibilitaría el regreso del alma del fallecido a su cuerpo terrenal fue tomando fuerza paulatinamente.
Concepción cristiana de la muerte
La vida terrenal sería considerada en la Edad Media como un mero tránsito hacia la eternidad. El cielo era el destino deseado por todos pero por mucho que el individuo se preparara el camino para la salvación nada estaba asegurado y el infierno constituía un serio peligro.
Por un lado, se encontraba el enfoque del alto clero, que estaba directamente ligado con la concepción dual que se tenía del cuerpo humano. El cual, estaba compuesto por el cuerpo, que era la prisión y el recipiente que contenía en su interior el sagrario, el alma. Así, siguiendo esta visión, existían dos tipos de muertes; la primera muerte /muerte natural del cuerpo y la segunda muerte/ muerte espiritual. Esta última era la más temida, puesto que era causada por la traición a Dios y suponía no poder acceder al mundo celestial, que era el fin último de la vida (peregrinación en un valle de lágrimas). “…La muerte es fin de una prisión sombría para las almas nobles, y amargura, para aquellos que viven en el fango…” (Los Triunfos, F.Petrarca)
Por otro lado estaba el bajo clero, cuya concepción variaba de la oficial, pues en ella se mezclaban rituales y costumbres paganas (condenadas por la Iglesia) con la versión eclesiástica.
Existe la convicción entre la población de la Edad Media de la existencia de otra vida, la vida eterna, tras el tránsito, por lo que temen fallecer sin aviso, repentinamente, y verse privados de un tiempo precioso para repartir sus bienes, avalar la buena convivencia familiar y arreglar los trámites del Más Allá, es decir, asegurarse el arrepentimiento final y el cumplimiento de ritos y ayudas para que su alma se garantice el purgatorio. En el Más Allá existe el paraíso o el infierno que constituyen los dos destinos extremos, que han sido únicos durante mucho tiempo para los cristianos, si bien a partir del siglo XIII adquiere fuerza la idea de un tercer lugar, el purgatorio, intermedio entre ambos, donde las almas que necesitan un tiempo de expiación para acceder a la gloria aguardan y se benefician de los actos piadosos hechos en la tierra, según la concepción de los santos. También en estos momentos se formula la existencia del limbo como lugar particular para las almas de los niños no bautizados.
Los que mueren sin pecado se reúnen con Dios, los ángeles y los santos en el Paraíso. En general este es descrito como un jardín placentero (etimologicamente viene del persa pardesos que significa huerto de flores) en el centro del cual está Dios sentado en su trono. Por el contrario los pecadores que no se han arrepentido son arrojados al Infierno. Las descripciones del mismo son muy abundantes y diversas a lo largo del período así que trataremos de sintetizar: el infierno tiene un tiempo propio según el cual se administra los castigos a los pecadores. De forma tardía (siglos XIV y XV) se comienza a concebir diversos tipos de castigos específicos para cada pecado. Por ejemplo en el Juicio Final de Fra Angélico vemos como los avaros tragan oro fundido. Ante todo pero el infierno es un taller de máquinas que reflejan el desconcierto de la población ante la rápida industrialización de Europa después del año 1000 y una cocina, donde los condenados son servidos en los banquetes de Satán. Sin embargo, a finales del siglo XII se añaden dos localizaciones más: el Purgatorio donde los pecadores más leves se purifican para entrar en el cielo y el Limbo donde descansan los niños que no han conocido a Cristo ,es decir, que no han sido bautizados.
La muerte era considerada como la separación del alma con respecto del cuerpo y el tránsito hacia una vida mejor, morir en el mundo terrenal para renacer en el mundo celestial. Sin embargo, pese a que esta visión “pura” (creada por la Iglesia) se mantuvo durante toda la Edad Media, en el siglo XIV se tendió hacia una más oscura y tétrica. Causada, por la consecución de trágicos acontecimientos, como: las fuertes hambrunas de 1316, la Guerra de los 100 años y sobre todo en 1348 la gran epidemia de la Peste Negra. A su vez, estos hechos provocaron un fuerte impacto en el hombre del Medievo, que empezó a desarrollar una visión y actitud profana de la muerte, frente a la visión oficial de la Iglesia que primó durante el siglo XIII.
Para conseguir la salvación de los difuntos era necesaria la mediación de los clérigos lo que motivaba el encarecimiento de la muerte. Cuando el cuerpo no podía sanar y el auxilio médico ya no podía hacer nada por la persona enferma, la familia recurría a la ayuda espiritual. Era entonces cuando el sacerdote, con la sagrada forma en sus manos y una campanilla, se dirigía a la casa del moribundo para socorrer su alma, evitar la presencia de espíritus malignos, preparar su encuentro con Dios y darle la extremaunción.
La misa era la fórmula de conectar el mundo de los vivos con el de los muertos y ahí también encontramos una evidente diferenciación social ya que los ricos podían ofrecer más misas por sus difuntos al tiempo que tenían más posibilidades de realizar la caridad con los pobres.
No hubo un medio más efectivo que el sermón para entrar en la parte más profunda del individuo medieval. Los sermones medievales tuvieron tres objetivos: En primer lugar, eliminar o rectificar los males que están presente en la sociedad; en segundo lugar, castigar a aquellos que lo merezcan, y en tercer lugar, acabar con todo lo que pareciera opuesto a la moral cristiana. Además, saben perfectamente a que público dirigirse, van a por las capas populares.
El principal elemento que se usa en el sermón medieval es el miedo a Dios. Se conduce el discurso hacia el temor sobre la vida después de la muerte que les espera si no se distancian de una vida pecaminosa. El temor a dios es propio de toda la Edad Media, pero a partir del siglo XII se incluye también el miedo al Juicio Final. El predicador se dedica a advertir a la población de los pecados que atentan contra Dios. Habla de pecados graves, como la lujuria o las vanidades, muy presente en sus sermones, pero también se lleva al discurso otros pecados que son más amplios entre la población (y menos graves) como no practicar las fiestas de guardar o ir a la taberna. De esta manera la mayor parte de la población medieval, y en especial de las ciudades, se veía identificada con los pecados que el predicador condenaba. Y por lo tanto les inundaba un sentimiento de culpabilidad y miedo, ya que serían juzgados por un Dios severo y firme.
Por otro lado, está la imagen del demonio, que se presenta como aterradora. Además, el demonio está presente en la vida de las gentes medievales, creen que convive en su entorno intentando desviarlos de la rectitud cristiana. Incluso se le llega a temer por su aspecto. A partir del siglo XIII empiezan a darse detalles sobre una figura con ojos rojos y alas de fuego. El miedo que trae consigo el demonio va conectado con el temor a los muertos. El motivo es por la creencia de que puede hacerse con el alma de los que están muriendo y llevárselos consigo al infierno. En grandes rasgos, la finalidad del demonio en la Edad Media es la de intentar a través de trucos engañar al ser humano y llevarlo hacia el mal, corromperlo, y por último, condenarlo eternamente.
Estaba muy extendido el culto a determinados santos, Santa Bárbara, Santa Ana o San José, como protectores frente a la muerte súbita, o San Cristobalón, presente en todas las iglesias junto a la puerta de salida, como encargado del tránsito, al que se le pide lentitud en el traslado del alma.
El concepto de la muerte como puerta a una ulterior vida, se fue autoafirmando hasta el siglo XV, fundiéndose con el aspecto meramente religioso, otros como la fama, el poder, la inmortalidad en el recuerdo…, etc. Así pues, la constante presencia de la muerte en esta sociedad, dio lugar en el arte español, al desarrollo de un vasto capítulo, tanto en lo que se refiere a las artes plásticas como a la literatura, donde las danzas macabras ocupaban un puesto de honor en fiestas religiosas y profanas en las que fluía la entraña del pueblo llano.
Rituales de enterramiento islámicos en Al-Ándalus
La sociedad del Islam es una sociedad profundamente religiosa, que recoge las tradiciones judeo-cristianas donde Dios es el eje principal de todo, pero con unas aportaciones originales respecto a las otras regiones monoteístas. La vida de un musulmán está condicionada por su limitada existencia terrenal, todo lo que hace y dice tendrá su recompensa o castigo en el Más Allá, así que, gran parte de su literatura será de tema escatológico.
El tratamiento de la muerte física, la terrenal, queda regulada a través de los hadices, una vez la persona ha fallecido, incluso antes, con la agonía del enfermo se establecen una serie de disposiciones que tiene que cumplir todo buen musulmán.
Muchos de los ritos que se describen en los hadices y en los tratados escatológicos, así como el Juicio Final, el Paraíso y el Infierno en el Corán, tienen un fuerte componente preislámico, todos los seres vivos resucitarán, incluidos los animales. El espíritu, el alma, es eterna, la noción de la muerte será borrada, por eso los bienaventurados serán dichosos y los reprobados se sumirán en la desesperación. Aunque Dios es omnipotente y si Él quiere perdonará a los condenados, ya que todo es perecedero excepto Él.
Los árabes preislámicos se arañaban la cara en señal de duelo, habían profesionalizado el trabajo de las plañideras que se lamentaban, se arrancaban el cabello o parte de él, agitando pañuelos de color azul oscuro, elogiaban las virtudes del fallecido, después lavaban, perfumaban y amortajaban al muerto. Era costumbre llevar a las tumbas comida y bebida como ofrenda al fallecido, y se sacrificaban animales sobre estas. La Tradición del Profeta intentó eliminar esas “prácticas de la ignorancia” con castigos y condenas en la vida del Más Allá pero algunas estaban fuertemente arraigadas en las costumbres populares: el sacrificio del pelo, la costumbre de depositar cuando se visitaba la tumba alguna piedra sobre esta hasta formar un montón, la construcción de mezquitas sobre personajes con virtudes piadosas de la comunidad musulmana, entre otras, son algunas de las costumbres que no se consiguieron erradicar y que fueron asimiladas, eso sí, con algunas matizaciones a la Tradición por los doctores de la ley.
Está acreditado el uso de ataúdes a partir del siglo IX, así como la prohibición de construir sobre las tumbas y la clasificación de estas en tres tipos:
- la tumba tipo ladh, un nicho, protegido por lajas, adobes, ladrillos, tejas o madera
- la Shaqq, un espacio o tumba, consistente en una excavación en el fondo de la tumba y que debe quedar protegido del resto de la fosa
- la fosa simple, de paredes rectas, o darih
Lo único que legitima el entierro islámico es la orientación de la tumba y la del fallecido. Al exterior, todas las tumbas son visibles porque están indicadas por un túmulo de tierra o piedras, cumpliendo con la taswiyat al-kubur y la orientación es hacia la alqibla; al interior, la fosa responde a una de estas tipologías, laḥd, shaqq y ḍarīḥ, siendo la más abundante la fosa laḥd, que para los teólogos es la más piadosa. La tipología de estas tumbas es claramente preislámica, Mahoma está enterrado en un fosa tipo laḥd, al estilo de La Medina. En algunas de ellas se ha podido documentar restos de ataúdes.
En cuanto a los moriscos, la llegada de los cristianos a sus lugares de origen supone una catástrofe a todos los niveles para este grupo, las conversiones forzosas, el olvido de su lengua, el abandono de sus costumbres, de sus ritos y de sus creencias. Toda su vida giraba en torno a sus creencias que deben abandonar taxativamente. Así que, integrados en la sociedad cristiana, conservan paralelamente sus costumbres, existen gran cantidad de documentos que así lo demuestran como hemos visto a lo largo de este trabajo. Denuncias ante el tribunal de la Inquisición, hallazgos de manuscritos escritos en aljamía que contienen sus textos sagrados, personajes de la época que describen los usos moriscos o testimonios de personas que por diversas circunstancias conviven con ellos en el exilio africano.
Iconografía de la muerte durante la Edad Media
Joven o vieja, hombre o mujer, es en la Edad Media donde la muerte tiene una de sus mayores transformaciones iconográficas. Hay que tener en cuenta la llamativa obsesión medieval con las características que trae consigo la evocación de la muerte. Así, la imagen deja de ser la de un ángel y se aleja casi por completo del ideario femenino por lo que su representación cobra una forma masculina moldeada en un esqueleto y vestido con una capa negra. La muerte se vuelve todopoderosa, una guadaña en su mano, el pecado de Adán superando al de Eva.
Durante la Baja Edad Media, el hombre no solo se acostumbra a su mortalidad, sino que dicho fenómeno se vuelve un rol en sí mismo, empoderado por aquella cotidianidad que solo puede provocar una pandemia de tal magnitud como lo es la peste negra. Es esta imaginería la que subyace en la cultura macabra, en la danza de la muerte de los esqueletos bailarines.
Como decíamos al principio de este post, la situación que durante la Edad Media se podía calificar de crisis, una crisis fruto de las guerras, los problemas sociopolítico y la hambruna en la población, pero quizá la razón fundamental en la transformación y fortalecimiento de la imagen que se va forjando sobre la muerte, lo provoca de forma masiva la epidemia de la peste negra, una verdadera catástrofe para el hombre medieval.
Una pandemia de proporciones que derivó en que durante estos años de la Baja Edad Media la mortalidad tuviera un aumento con la expansión de la plaga, un horror que bien describe Bocaccio en El Decamerón:
“(…) Llegó la mortífera peste que o por obra de los cuerpos superiores o por nuestras acciones inicuas fue enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios para nuestra corrección (…) ni valiendo tampoco las humildes súplicas dirigidas a Dios por las personas devotas no una vez sino muchas ordenadas en procesiones o de otras maneras, casi al principio de la primavera del año antes dicho empezó horriblemente y en asombrosa manera a mostrar sus dolorosos efectos.”
La epidemia se extendió desde China hasta Europa. Posiblemente esta epidemia causó el fallecimiento del 30% de la población europea, siendo las ciudades más afectadas aquellas que tenían comercio y puertos, como por ejemplo Marsella y Albi, done murió más del 60% de sus habitantes.
El efecto de la enfermedad en la mentalidad del hombre medieval es primordial para comprender cómo configura su mundo interior donde la muerte se vuelve cada vez más icónica. Es inevitable pensar en una muerte más presente que nunca. Entonces, la actitud ante ella se hace más obsesiva y en los siglos posteriores se adueña del arte la literatura y se hacen tratados para procurar el morir bien, es decir tranquilamente y con el alma purificada de sus faltas. La muerte pasa de ser un personaje secundario, tratándose más de un destino en sí mismo que un protagonista -siempre detrás de escena, esperando su momento- a tener un cambio de rol por la cotidianeidad y masividad en la que se experiencia día a día, convirtiéndose en un rol principal, con una figura intimidante a todo ciudadano sin importar su cuna, volviéndose una obsesión para el hombre medieval.
Durante la Alta Edad Media, la muerte se representa por medio de un hombre pequeño, grotesco y de barba, que en ocasiones aparece a los pies de Cristo: la muerte es derrotada por un concepto de fe.
Será a partir de la propagación de la peste, cuando empieza a tomar la forma de esqueleto, que hoy conocemos, adquiriendo así el estatus de personaje independiente. Pero esta muerte, poderosa e independiente, no discrimina a sus víctimas. De hecho, Jorge Manrique en Coplas a la Muerte de su Padre hace alusión a este poder, una reflexión acerca de la muerte y la misión que lleva a cabo y que cae en todos los hombres por igual, sin importar sus acciones en vida ya que cada uno, independiente de su cuna, terminará muriendo:
“Nuestras vidas son los ríos/que van a dar al mar/que es el morir:/allí van los señoríos/derechos a acabar/y consumir:/allí, los ríos caudales/allí, los otros, medianos/y más chicos/allegados, son iguales/los que viven por sus manos/y los ricos”
Los cambios en la imagen encarnada de la muerte tienen está conexión a la mentalidad medieval, al efecto de la mortalidad en la teología, religión y sociedad de la época.
Es por tanto, durante la Edad Media, que la visión más conocida en la actualidad: la del esqueleto con hoz en mano y vestido con ropas negras, comienza a cobrar protagonismo hacia el ocaso de la época, superando al ente faunesco y débil que había sido vencido por Cristo en los primeros siglos medievales. Aquella lucha teológica da paso a la muerte como un personaje independiente que sega a todos por igual, sin importar de quien se trate
Y esto es todo por hoy, si estás interesado en esta materia, puedes encontrar otras publicaciones en nuestro Blog:
La muerte en el antiguo Egipto
Como afrontaban la muerte en la Antigua Grecia
Las ceremonias funerarias en la antigua Roma
Del origen del velatorio y otras creencias relacionadas con la muerte, en Galicia
El origen del símbolo de la Cruz cristiana
La escultura románica como medio divulgativo religioso
La representación del mal en el arte medieval
Las pandemias y epidemias en el devenir histórico
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Nuestra recomendación de hoy
Referencias
Ensayos sobre la muerte. De Ariès, P.
Historia de la muerte en Occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días. De Ariès, P.
Espacios de vida y muerte en la Edad Media. De Bueno Domínguez, M.L.
Morir en la Edad Media: los hechos y los sentimientos. De Mitre, E.
La imaginería de la Muerte en la Baja Edad Media. De Herrera, J. en Revista Orbis Terrarum
https://historia.nationalgeographic.com.es/
https://historiaybiografias.com/
https://lahistoriaheredada.wordpress.com/