No hace falta irse muy atrás, bastará con hacerlo hasta la Edad Media, para conocer los posibles orígenes de las primeras tiras cómicas en España. También la poesía y las narraciones épicas y satíricas tuvieron su origen en una misma forma, a través de los llamados romances o cantares de gesta, cantares de ciego, etc. Se trataba de un tipo de romances, de raíces populares y que solía centrarse en narras historias truculentas y sucesos insólitos. Hablamos de los Romances y cantares en la Edad Media.
En el Medievo en España había una situación (muy parecida a la de hoy en día, si lo pensamos bien) en la que convivían pícaros y truhanes con el resto de pueblo, y que se buscaban la vida recitando historias y poemas, vagando de pueblo en pueblo y de plaza en plaza. La temática era muy variada: sátiras sobre personajes nobles y destacados, … Dado que el analfabetismo era muy común en Europa en los siglos XI y XII, estos cantares sirvieron no sólo como un modelo de transmisión de ideas y noticias, sino que tuvieron un fuerte carácter moralizante entre las clases más bajas, convirtiéndose en un manual de “buenas costumbres” para el vulgo. También destaca su marcado carácter religioso y transmisor de la cultura católica, más en aquellos tiempos, donde la Inquisición revisaba con esmero toda idea que se propagase al pueblo.
Durante el recitado o “cante” del romance, se solían utilizar pliegos ilustrados, y en muchos casos eran narrados por mendigos ciegos que solían ir acompañados por lazarillos que hacían las veces de servidores.
En general, eran composiciones con un lenguaje sencillo, peculiaridad que permitió su propagación y que le hizo formar, aún en la actualidad, parte del acervo cultural de muchos pueblos. La simpleza lingüística de su mensaje les permitió calar hondamente en la población, quienes a su vez, además de aprender de ellos, les difundían y les enriquecían.
Este es un aspecto pedagógico y andragógico de gran valor, necesario de realzar. Los juglares eran los docentes del Medievo. Estos personajes seguían las buenas costumbres de las escuelas atenienses, prácticamente llevaban el teatro a la calle para educar de forma popular y pintoresca.
Por su carácter oral es muy común encontrar variantes líricas sobre un mismo cantar, producto de los cambios que cada juglar añadía, ajustados, por supuesto, a las vivencias y aprendizajes de cada individuo.
Los cantares de gestas son epopeyas que cuentan las aventuras de un héroe mitológico o histórico, cuyas virtudes representaban el modelo a seguir y honor de los pobladores de esas tierras europeas. Los cantares de gesta eran anónimos, estaban escritos en verso y tenían una longitud de 2.000 a 20.000 versos que eran cantados, pero en su mayoría no pasan de 4.000 versos. Los cantares se organizaban en estrofas variables en lo que a cantidad de versos se refiere, los cuales eran relacionados entre sí por medio de la rima. Normalmente la rima era asonante, esto es, que coincidían los sonidos vocálicos de la última vocal acentuada.
En Europa los cantares de gesta se hicieron muy populares en la Edad Media, entre los más conocidos podemos nombrar: En España: el Cantar del Mío Cid, el Cantar de las Mocedades de Rodrigo, el Cantar de Roncesvalles…; en Francia el Cantar de Roldán en Francia; en Alemania el Cantar de los Nibelungos, o en Inglaterra el de Beowulf.
El romance o cantar de ciego poseía una estructura fija. En los primeros versos, haciendo gala de un estilo recargado, barroco, el autor convocaba y animaba al público para que se reuniese en torno a su figura y le prestara atención. En España, dada la fuerte tradición católica, el autor también se encomendaba a la Virgen y a los Santos para que le ayudasen a recitar de forma certera la pieza.
Para la declamación de un Cantar a veces se precisaban varios días. Lo más interesante de este tipo de presentaciones diarias era que los juglares preparaban una especie de estrofa de entre 60 y 90 versos donde hacía un recuento de lo hablado el día anterior. Este genial recurso permitía refrescar la memoria de los asistentes y poner al tanto de todo a quienes estaban acabando de llegar. Aparte de lo antes explicado, el juglar demostraba con esto una estupenda capacidad en el manejo métrico y poético.
Cual feriante, el autor solía engrandecer su historia haciendo alusión, con gran retórica, a la rareza de la misma, o la muy novedosa información que traía consigo, siendo sus oyentes los primeros que iban a escucharla de sus labios, aunque en realidad ya llevase recorridos cuatro o cinco pueblos contando aquellos mismos hechos. Esta introducción tenía como finalidad ganar tiempo y preparar el ánimo del espectador distraído y darle tiempo a que se acercara al grupo donde se iba a empezar a cantar el romance.
Con la ayuda de su lazarillo, encargado de mostrar las viñetas que acompañaban “el cantar”, el narrador desarrollaba la historia que conformaba el mismo, procurando finalizar de forma grandilocuente, y en muchos casos de tal forma que se desprendiese algún aprendizaje o moraleja.
Una vez finalizado el romance, el cantor pedía perdón (seguramente con una falsa modestia) por las faltas cometidas, y solicitaba a su público que hiciese manifiesto su agrado depositando algunas monedas bien por su satisfacción por lo escuchado o bien por la adquisición, en un pliego escrito, del romance recitado.
Los cantares de gestas no tienen autores conocidos. Se cree estos fueron elaborados por clérigos y juglares de la época medieval que tenían acceso a las historias de los guerreros de esas épocas. Estos cantares fueron adaptados y adornados por los trovadores al gusto de los pueblos que recorrían.
Con la denominación genérica de juglares (mitad poetas, mitad actores-cantantes) estos artistas errantes se buscaban la vida recitando sus obras, en muchos casos acompañado por coreografías de ejercicios acrobáticos y circenses, actuando sobre todo en los atrios de las iglesias, en las plazas de las ciudades, pueblos y castillos que recorrían, en las romerías e incluso en las cortes, cuando era menester. Estos juglares, normalmente, eran unos pequeños y completos artistas, pues eran capaces de narrar sus historias, bailar, al ritmo de la música que ellos mismos y sus acompañantes iban tocando, procurando en todo caso entretener al público que les veía y esperando, a cambio, una recaudación suficiente para subsistir. No olvidemos que la denominación de juglares procede del latín “jocularis”, o el que juega, e incluso el que entretiene.
Es importante acotar las cualidades memorísticas de estos juglares, quienes debían repetir entre dos mil y veinte mil versos ante el público que les observaba.
El Mester de Juglaría es el nombre que recibe el oficio propio de los juglares. También se llama Mester de Juglaría a la forma de componer y narrar historias los juglares, así como al conjunto de las obras que crearon.
Algunos de que aquellos cantares de los siglos XI y XII llegaron hasta nuestros días, aunque posiblemente deformados respecto a los originales por tratarse de copias sucesivas a lo largo de los siglos. Estos cantares formaban parte de la literatura de transmisión oral, es decir, la literatura que no estaba escrita y que se aprendía “de oído”. Esa literatura oral se recitaba o cantaba en lengua romance, es decir, en una lengua que ya no era el latín, que era la lengua que hasta entonces se había utilizado para transmitir los textos escritos.
Por último, reseñar que estos modos de diversión pública ya tenían lugar en la antigüedad clásica o entre los musulmanes, con figuras similares a la de los juglares.
Si deseas saber algo más sobre los trovadores puedes consultar nuestra entrada Los trovadores en la Edad Media.