El Camino de Santiago, convertido en un auténtico y asentado fenómeno que trasciende al origen religioso que lo viera nacer, ha alcanzado tal dimensión que su vigencia genera múltiples impactos de índole cultural, social y económico. Basta con echar una mirada en internet para comprobar la enorme oferta de guías, publicaciones, opiniones, infraestructuras para el alojamiento, la manutención, los traslados, el aprovisionamiento, la organización de grupos, apoyos, asesoramiento, etc.
Y es que el Camino ya no solo es de índole espiritual, perdónenme el atrevimiento, pero se ha convertido ya en muchas otras cosas, según el destinatario que se identifique con algunos de los beneficios que se les atribuye: un reto, una aventura, una forma de conocer pueblos, gentes y culturas, una manera de hacer miniturismo, un pretexto para juntarse un grupo de amigos o conocidos y vivir unos días juntos, el objeto de una promesa, de curiosidad, de búsqueda espiritual, personal o vete tú a saber qué, incluso se ha convertido, a la vista de los numerosos caminantes de edad avanzada, en el camino del colesterol.
Pero el Camino tiene una historia, real o inventada, épica o treatralizada en el porcentaje que cada uno considere, pero sin duda el Camino fue, es y seguirá siendo testigo de la evolución (?) de nuestra civilización. Por ello, con esta entrada, solo pretendemos hacer una pequeña exposición de sus orígenes, porque nunca se debe perder la perspectiva de donde nace y proviene cuanto conocemos.
El trazado del Camino es, hoy en día, casi exactamente el mismo por el que durante un milenio fue la principal vía de entrada y comunicación de romanos, árabes, godos, peregrinos, maragatos, carlistas, hippis o yuppis, entre otras tribus.
Al igual que sucede en muchos otros aspectos presentes en nuestra vida cotidiana, resulta tremendamente difícil explicar en pleno siglo XX un fenómeno como el de la “Peregrinación” que está más próximo a la mitología que al rigor histórico. Para entender el significado del descubrimiento de la supuesta tumba del apóstol Santiago en una lejana aldea de Galicia, y el inicio de las peregrinaciones desde toda Europa, es necesario realizar un viaje por el tiempo y situarnos en el remoto año 813.
En aquel año, la invasión musulmana prácticamente consolidada en la península ibérica y los minúsculos reinos cristianos del norte, se repartían todo el territorio español. Y es entonces cuando sucede un hecho que marcaría el devenir de una avalancha de acontecimientos: un pastor de la remotísima Gaellecia, llamado Pelayo (o Paio), que vivía en un monte al pie de un castro abandonado, afirma ver la luz de una estrella sobre la fraga señalando un túmulo en el monte Libradón, lugar en el que más tarde surgiría Compostela. Pelayo, dedujo que el fenómeno era un aviso del cielo. Al enterarse el Obispo de la diócesis de Iria Flavia, llamado Teodomiro, quien mandó desbrozar el monte, dando así lugar al descubrimiento de un arca de mármol en un viejo templo de piedra que estaba en medio de un cementerio. El templo parecía de la época romana y tenía dos plantas. La superior con una capilla, en cuyo altar se conserva el Monasterio de San Paio de Altealtares de Compostela. En la de abajo había tres cuerpos, sobre los cuales Teodomiro, a falta de forenses, seguramente por revelación divina, anuncia que los restos allí encontrados pertenecían a Santiago y dos discípulos. Así nació el mito.
Alfonso II, el rey en ese momento, ordena edificar sobre el sepulcro una sencilla iglesia de mampostería y barro. Se iniciaba de esta forma la llegada masiva de visitantes a la tumba del Apóstol. Los primeros en llegar fueron los francos y los habitantes de Centroeuropa.
Pero un nuevo hecho, ya el 23 de mayo del año 844, apuntala la historia (o mito) de Santiago y sucedió en las llanuras de Clavijo, localidad cercana a Logroño: el rey Ramiro I de Asturias se enfrentó a las tropas musulmanas de Abderramán II en clara desventaja numérica. Entre el fragor de las espadas y lanzas, el apóstol Santiago hizo su aparición a lomos de un corcel blanco, repartiendo mandobles a diestro y siniestro sobre las tropas moras.
El papa Calixto II instituyó en el año 1122 el Año Santo Jacobeo, decisión que con la tomada por Alejandro III en 1179 otorgando indulgencia plenaria a quienes visitaran el templo compostelano los años en que el 25 de julio (día de Santiago) coincidiese en domingo, darían el impulso definitivo al desarrollo de esta ruta de peregrinación.
Por otro lado, el más famoso de todos los libros de viaje que hablaban sobre el Camino de Santiago fue el, supuestamente, escrito por Aymeric Picaud que realizó el “Codex Calixtinus”, una una “Guía del peregrino medieval”, detallando el Camino Francés con todo lujo de detalles en topónimos, costumbres, lugares, gentes, paisajes, comidas, hospitales, iglesias y peligros.
A lo largo de tantos siglos de peregrinaciones se ha generado un ingente número de publicaciones y anécdotas, así como construido numerosas leyendas. Entre estas últimas destaca la de Santo Domingo de la Calzada que cuenta cómo un día llegó a la posada de la localidad riojana de Santo Domingo un matrimonio alemán, que peregrinaba con su hijo. La posadera, encandilada con el joven, trató de seducirle, pero él no se dio por aludido (lo que confirma que no era español). Ofendida, la criada puso un cáliz de plata en su zurrón y lo denunció. Fue encontrado culpable y ahorcado al día siguiente. Los padres continuaron el viaje afligidos, pero de regreso vieron que el cuerpo de su hijo pendía aún vivo de la soga: el santo lo sujetaba por los pies. Dieron aviso al corregidor que estaba comiendo en esos momentos. Ante la narración de lo que habían visto los padres, el corregidor respondió: “Vuestro hijo está tan vivo como esta gallina que me estoy comiendo”, momento en que el ave saltó del plato. De ahí el dicho “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada”.
En cuanto a los diferentes Caminos, solamente el Camino Francés tiene realmente una importantísima tradición Xacobea. Esta ruta ha conocido tres denominaciones distintas: Calzada de Santiago, el Camino de Santiago (Vía Pública Sancti Jacobi) o Camino Francés.
Y finalizamos esta entrada, con las palabras con las que el Códice Calixtino se refiere a la entrada en Galicia:
“viene la tierra de los gallegos. Pasados los confines de León y los puertos de los montes de Iroga y O Cebreiro. Es una tierra frondosa, con ríos, prados, de extraordinarios vergeles, buenos frutos y clarísimas fuentes, pero escasa en ciudades, villas y tierras de labor”.