Dedicamos hoy nuestra publicación a intentar acercarnos a la percepción y presencia de la violencia en la Edad Media.
Se suele definir la violencia como el tipo de interacción humana que tiene como manifestación una serie de conductas o situaciones que, de forma deliberada, aprendida o imitada, provocan o amenazan con hacer daño o sentimiento grave a un individuo. Se trata pues del uso intencional de la fuerza o el abuso del poder para dominar a alguien o imponer algo.
Si bien el concepto de violencia es claro, el modo en que se puede manifestar varía según cada cultura. Además, a medida que la humanidad evoluciona, es necesario volver a analizar las diferentes modalidades en las que se manifiesta la violencia desde la ética, la moral o el derecho.
Percepción de la violencia en el Medievo
No podemos intentar entender la violencia en la Edad Media con la perspectiva actual. La violencia estaba amparada, incluso alentada, por el poder religioso y el político. La violencia se ubicaba entre lo más profundo de la estructura social y de la mentalidad, encontrándola en la economía de rapiña, en el derecho consuetudinario, que a la larga tendía a legitimar casi toda usurpación, en las costumbres, pues los hombres, poco respetuosos de la vida, donde sólo vivían en estado transitorio antes de la eternidad.
Durante la Edad Media, la violencia es socialmente endémica. La violencia formaba parte del modo de vida de fines de la Edad Media y las personas no derramaban fácilmente lágrimas ante ella. La sociedad era violenta y el recurso a las armas muy fácil, todo el mundo podía esperar contemplar o sufrir la violencia alguna vez en su vida y el aire. Incluso la violencia estaba tan integrada en la mentalidad medieval, que se convertía fácilmente en un espectáculo gozoso, como demuestra la teatralidad, publicidad y asistencia masiva al espectáculo de las ejecuciones.
En la Edad Media todo podía matarte, la peste, la hambruna, los bandoleros, las guerras, las revueltas, los motines, la enfermedad… Existía un constante y permanente peligro de muerte. En una sociedad en la que más de un tercio de la población tendría menos de 15 años de edad, y la mayor parte de la gente viviría en zonas rurales y las condiciones higiénicas estarían muy, pero que muy lejos de las que hoy en día conocemos.
Desde el poder político la defensa del “principio del honor” del derecho godo, que poco se diferenciaba del “ojo por ojo” de las sociedades más antiguas, no se puede considerar sino una legitimación de la violencia.
Incluso esa violencia latente fue aprovechada por instituciones como la Iglesia para impulsar la creación de órdenes y la caballería y encauzó la violencia interna hacia el exterior. Influyó en la gran cantidad de hombres que se alistaron para servir en las guerras en nombre de Dios, pues obtendrían la salvación y la vida eterna. Era el concepto de la “guerra justa”.
En muchos casos la conflictividad latente y la manifiesta, respondían a la existencia de grupos sociales con intereses claramente contrapuestos. En el medio rural el conflicto potencial es el que enfrentaba a los campesinos con los señores territoriales, bajo cuya jurisdicción se encontraban. En los núcleos urbanos la dicotomía entre la aristocracia y el “común” ofrecía, así mismo, las condiciones apropiadas para el choque. Pero esa estructura social, plasmada en la existencia de clases antagónicas, no era una creación del siglo XIV, sino que había sido heredada del pasado y se acentuaría en la crisis bajomedieval, que fue la que generó las circunstancias idóneas para los enfrentamientos. No cabe duda de que la desesperación de los desheredados favorecía, la explosión social, así como la presión fiscal, ciertamente notoria.
Tipos de violencia en la Edad Media
La violencia, en todas las épocas, se manifiesta de diferentes maneras, la consideremos como la consideremos, desde el punto de vista del violento y las víctimas, del motivo, objetivo, forma,…
Como esta publicación no tiene un carácter exhaustivo, sino meramente divulgativo, vamos a repasar algunos de los tipos de violencia, diferentes a los más “entendibles” como son los de las guerras, crímenes comunes, etc.
Violencia en forma de motines y revueltas medievales
La lucha por el control de las instituciones municipales fue la tónica general del panorama conflictivo de las ciudades durante la Baja Edad Media. Las luchas sociales tuvieron un amplio alcance desde el punto de vista territorial, pues se propagaron por todo el continente europeo.
Durante la alta Edad Media europea encontramos un gran número de revueltas antiseñoriales, que nacían de los anhelos de justicia y libertad. El punto álgido se situó en el siglo XIV, marcado por una época de malas cosechas, hambre y pestes, además del aumento de la presión fiscal. Se creaba el caldo de cultivo que empujó a muchos campesinos y trabajadores de los gremios a rebelarse y exigir justicia. La extensión de las rebeliones en el siglo XIV reflejaba la crisis paulatina del sistema señorial. Generalmente eran protestas muy primarias en demanda de pan y justicia. Las más importantes tuvieron lugar en aquellos territorios con sistemas feudales más fuertes como Francia, Inglaterra, Alemania, Hungría… pues tenían un carácter marcadamente anti señorial.
Por su lado, las revueltas bajomedievales no pretendían una transformación radical de las estructuras (políticas, sociales o económicas). Se protestaba para poner coto a los abusos de los nobles, exigir el cumplimiento de los fueros y privilegios que habían jurado guardar, imposiciones de naturaleza fiscal, o evitar caer en la dependencia señorial por parte de las villas de realengo. Con frecuencia los integrantes de las luchas antiseñoriales eran grupos heterogéneos: campesinos, pequeña burguesía, hidalgos,…, por lo que esto se traducía en contradicciones internas que les llevaban muchas veces al fracaso. Nunca constituyeron una alternativa verdaderamente estructurada, sino un conjunto heterogéneo de movimientos generalmente violentos y con tendencia al vandalismo y a la crueldad. Y la mayoría de las veces de muy corto recorrido temporal. Rechazos puntuales, frontales ante los excesos, manifestaciones de rabia colectiva, que a veces incluso se estrellaban contra chivos expiatorios, como fue caso de la minoría judía en múltiples ocasiones.
Estas sublevaciones tuvieron suertes dispares. En ocasiones mejoraron las condiciones de vida de los más humildes, pero muchas otras no lo consiguieron y sus protagonistas pagaron su osadía con la vida.
La España medieval fue rica también manifestaciones de protesta colectiva contra el poder establecido. Desde las revueltas mudéjares de los siglos XIII y XIV (nacidas de las injusticias sufridas por aquella población musulmana que vivía en territorios cristianos), la revuelta de Sahagún (en el que trabajadores y el bajo clero se levantan en armas contra las injusticias y la acumulación de riqueza del abad del monasterio de esta localidad leonesa), los Irmandiños gallegos, Los remensas catalanes, las germanías de Valencia hasta La rebelión de las Comunidades de Castilla.
Violencia intrafamiliar en la Edad Media
Siguiendo los estudios del investigador de la Universidad de Valencia Alberto Barber sobre las “licencias de castigo” emitidas por la Justicia Criminal del Reino de Valencia en los siglos XIV y XV que legislaban las sanciones por estas agresiones, sabemos que, entre otras, se autorizaban los azotes y el encadenamiento mediante cepos y las formas de castigo se ejecutaban por el cabeza de familia o por miembros del cuerpo de seguridad urbana o especialistas en castigos físicos.
Siempre que no supusieran heridas graves o amputaciones corpóreas (hecho que sería devuelto al causante bajo Ley del Talión), los castigos se concebían como un derecho feudal útil para corregir desviaciones. Así, las faltas de respeto o las acciones perniciosas para la familia eran duramente reprimidas por el padre o el señor de la casa. En este sentido, pueden encontrarse licencias para realizar hasta cincuenta azotes a causa de un hurto. En el caso de los esclavos, las condenas eran tan severas que estos incluso acababan asumiendo delitos no cometidos. Las medidas correccionales registradas en las licencias eran dos: la retención mediante cepos y la aplicación de azotes con un látigo.
Los castigos a familiares también sucedían por motivos de huida, aunque en gran parte las causas son desconocidas. La inmovilización era, nuevamente, la pena más recurrida, pese a que no se descartan otras medidas punitivas vinculadas al castigo físico. Aquellos miembros capturados en huida (por ejemplo, los esclavos) podían pasar desde ocho días a seis meses encadenados con un cepo, aunque el tiempo medio de castigo oscilaba entre uno y dos meses.
Violencia sexual durante la Edad Media
En esta época de guerras, pestes, hambrunas, etc…., muchos de los personajes legendarios ilustran la exaltada conexión entre la virilidad, la posesión-conquista y las agresiones-violaciones sexuales. Por ejemplo, el renombrado guerrero mongol – Gengis Kan – consideraba la más alta misión del hombre en la vida derrotar a los enemigos, arrebatarles sus caballos y, sobre todo, adueñarse de sus mujeres.
El feudalismo se asentó en la Edad Media cuando la posesión de las tierras se transformó en un derecho hereditario. No obstante, en caso de que no hubiera descendientes masculinos y por cuestión de absoluta necesidad, las mujeres podían heredar propiedades. Pero por obvias razones económicas una heredera no podía casarse sin permiso del hombre (familiar o señor feudal) de quien dependiera, bajo pena de perder lo heredado. Debido a esta práctica y para desgracia de muchas mujeres herederas, se generalizó la hazaña de robar a una heredera, por medio del rapto y del matrimonio forzado. Así, esta estratagema se transformó en un método rutinario de adquirir propiedades, normalmente utilizado por caballeros-aventureros.
Por no hablar de la “Ius primae noctis”, es decir, el derecho de la primera noche o costumbre de concederle al señor feudal el derecho a tomar la virginidad de la novia de cualquiera de sus vasallos o siervos. Esta práctica parece que se prolongó durante mucho tiempo en diferentes regiones de Alemania, Francia, Italia y Polonia. Era, sin lugar a dudas, una forma de violación totalmente consentida en las leyes y costumbres establecidas.
Por otro lado hay que considerar que el patriarcado ha creado una realidad social desigual e injusta, pues divide a las personas atendiendo al sexo, hombres y mujeres, estableciendo una jerarquía entre ambos. Esta situación en si misma genera violencia pues las mujeres no pueden decidir sobre sus propias vidas. Además las mujeres sufren maltrato material por parte de los hombres, cosa que aceptan las leyes. La religión cristiana en aquel momento toleraba esta situación. La sociedad feudal, además, también es especialmente violenta.
La esencia del sistema patriarcal es violenta en sí misma, además de injusta. Divide la sociedad en dos grupos atendiendo sólo al sexo de las personas. Los dos grupos son desiguales en lo referente a posibilidades sociales y en las relaciones que hay entre ellos, el patriarcado establece la superioridad del grupo masculino, a cuyas imposiciones de todo tipo las mujeres deben someterse. Por tanto, se establece una relación jerárquica, pues los hombres son los que deciden sobre el comportamiento y las posibilidades sociales de las mujeres, sin que ellas puedan intervenir, ni opinar. Todo ello entraña un sometimiento de las mujeres a los hombres que pueden disponer sobre ellas a su entera voluntad. La ley laica y la religiosa consagran esta situación de subordinación de un grupo al otro.
A ojos medievales, la mujer solo servía para tener hijos, tener familia y rezar por todos ellos, es decir, ser memoria espiritual de la familia, ser buena esposa, madre y cristiana. La legislación de la época buscaba que las mujeres aceptaran ese ro».
Durante la Edad Media los nobles golpeaban a sus esposas con la misma regularidad que a sus sirvientes. Esta práctica llegó a ser controlada en Inglaterra, denominándose “Regla del Dedo Pulgar“, referida al derecho del esposo a golpear a su pareja con una vara no más gruesa que el dedo pulgar para someterla a su obediencia, tratando así de que los daños ocasionados no llevaran al fallecimiento de la víctima. También en esta época, en familias de “sangre azul”, la mujer podía ser utilizada como instrumento de paz a través de matrimonios entre Estados, decisión que se tomaba sin tener en cuenta la opinión de la posible desposada.
El castigo que puede tener el adultero, que no recibe esta denominación, es por haber atentado contra una propiedad de otro hombre. En estos casos, como en tantos, el castigo era diferente para hombres y para mujeres. La adultera era castigada con la muerte, mientras el delito que cometía el hombre que con ella yacía, deriva do de ir contra una propiedad privada del cabeza de familia, se castigaba en algunos casos con una multa, 300 sueldos. Fue el rey Alfonso X, en el Fuero Real, quien por primera vez inició una tímida reprensión sobre los hombres que estando casados yacieran con una mujer diferente a la suya. No obstante, en los catecismos y textos religiosos durante la Edad Media el adulterio sigue siendo pecado exclusivamente femenino.
Violencia contra los judíos durante la Edad Media
Aunque no se puede hablar, realmente, de convivencia idílica entre cristianos y judíos durante gran parte de la Edad Media, no cabe duda de que, si comparamos con lo que ocurrió en la crisis bajomedieval, se puede considerar que durante los siglos XI y XIII los judíos vivieron en relativa paz en la reinos cristianos peninsulares. Los judíos tenían la condición de servi regis, es decir, dependientes de los reyes, los cuales tenían la obligación de protegerlos. Los judíos gozaban de autonomía administrativa y religiosa. Pero siempre hubo una larvada corriente popular antijudía. Esta mentalidad tenía su origen en la consideración de los judíos como el pueblo deicida, así como en el recelo que muchos cristianos sentían por el enriquecimiento de un sector de los mismos, considerados como usureros.
En Al-Andalus, por su parte, los judíos disfrutaron de una situación de relativa calma hasta la llegada de los almorávides y almogávares, procedentes del Norte de África y defensores de una visión muy rigurosa del Islam. Se produjeron persecuciones que provocaron emigraciones hacia los reinos cristianos.
El estallido de la persecución contra los judíos en los reinos cristianos estuvo en íntima relación con la crisis bajomedieval, convirtiéndose en verdaderos chivos expiatorios de muchos de los males que aquejaron a las sociedades medievales. Motines y levantamientos de campesinos, y de grupos populares urbanos derivaron, en muchas ocasiones, en asaltos a juderías y asesinatos de judíos. Pero, tampoco se puede obviar en el estudio de las causas de estas persecuciones la presión ejercida por el fanatismo de un conjunto de clérigos que enardecieron y empujaron a masas de cristianos contra sinagogas, haciendas y vidas.
En las primeras décadas del siglo XIV comenzó la violencia contra las juderías en el reino de Navarra, aumentando la tensión con la llegada de la Peste Negra, a mediados de siglo. En Castilla, la persecución con los judíos se agudizó como consecuencia del enfrentamiento dinástico entre Pedro I y Enrique de Trastámara, ya que, éste lanzó duras soflamas contra los judíos en su estrategia para ganarse el apoyo popular para destronar al rey.
Los ataques contra los judíos llegaron al paroxismo en el año 1391 cuando la violencia se desató en Sevilla, que ocasionaría, entre otros daños, la quema de dos sinagogas, la conversión de otras dos en iglesias, y el asesinato de unas cuatrocientas personas.
Cuando la violencia física desapareció fue sustituida por la violencia legal. En 1405 se prohibió la usura judía. Las leyes de Ayllón de 1412 establecieron que tanto moros como judíos, debían estar estrictamente encerrados, se abolió la autonomía judicial de las aljamas, se estipuló una lista de oficios cuyo ejercicio quedaba prohibido para los judíos (médicos, boticarios, herradores, tundidores, carniceros, peleteros, zapateros), se prohibió el uso del tratamiento de “don” y se les obligó a lucir barba y pelo largo para ser fácilmente identificados, así como llevar una rodela roja cosida en su ropa que, además, debía ser modesta, sin lujos. El objetivo de esta política no era otro que el hacer la vida muy difícil a los judíos para que se convirtieran.
Violencia hacia los esclavos en la Edad Media
La esclavitud en el área mediterránea cristiana y, concretamente, en la Valencia de finales del siglo XIV y durante el siglo XV, fue una práctica extendida con un sentido principalmente laboral. Los esclavos se consideraban miembros de un mismo núcleo familiar. Las numerosas huidas de estos no dejan de entenderse si tenemos en cuenta las duras condiciones de trabajo a las que eran sometidos ya desde edades tempranas, entre siete y doce años.
La mayoría de esclavos estaban asegurados por ley y solo podían ser castigados por una razón justificada. En este sentido, pese a las muchas críticas de los “amos inconformes”, no se podía azotar libremente por motivos personales (rencor, desahogo, etc.), al menos legalmente. Sea como fuere, la falta de documentos que den constancia de castigos extralegales no quita que estos pudieran producirse con normalidad.
Actuación penal ante la violencia en la Edad Media
Durante la Edad Media no había una siempre una “paridad” entre el delito cometido y la pena que se le podía imponer en caso de ser condenado. Además, las cárceles no eran centros para reclusión y mucho menos rehabilitación, eran sobre todo lugares donde los presuntos delincuentes esperaban que se dictase una condena en firme. Mantener presos en las cárceles resultaba caro y sobre todo se consideraba un gasto inútil.
Los castigos más habituales eran los azotes, mutilaciones y la muerte, que en la Europa occidental se utilizaba de manera muy generalizada.
En algunos sectores se detectaba alguna voz crítica ante los “hábitos” en las penas impuestas. Así encontramos que el académico serfardí Maimónides dejó escrito: “es mejor y más satisfactorio liberara un millar de culpables que sentenciar a muerte a un solo inocente”.
Por su parte la Iglesia legisló desde principios del siglo XII que la pena por herejía debía de ser la muerte en la hoguera. Este decreto fue posteriormente confirmado por el Cuarto Concilio de Letrán en 1215, y el Sínodo de Toulouse en 1229. En este sentido, el citado Concilio de Letrán dispuso que la autoridad civil puede infligir sin pecado la pena de muerte, siempre que actúe motivada por la justicia y no por el odio, y proceda a ella con prudencia y no indiscriminadamente.
Marc Bloch también destaca, en La sociedad feudal, el “estado de perpetua y dolorosa inseguridad” en que vivía el hombre medieval.
Si vemos casos singulares, como el caso de perturbar la paz, que era un delito amplio que podía aplicarse a peleas, juergas, discusiones violentas y otros delitos aparentemente menores. Cualquier cosa que altere el statu quo en el campo podría verse como una alteración de la paz, y se impuso un castigo proporcional al crimen. La simple juerga y la borrachera podrían resultar en un viaje a la picota, un dispositivo que te encerró en el centro de la ciudad. Un viaje a la picota podría durar una hora, medio día o un día completo, dependiendo de la gravedad de la ruptura del orden público.
Quebrantar la paz del rey era un delito más fuerte que se aplicaba a personas como evasores de impuestos, falsificadores y calumniadores que eran culpables de perturbar todo el sistema de gobierno. Eso podría enfrentarse con castigos mucho más duros que llegan hasta la ejecución en algunos casos.
En el caso de los robos, de los delitos más comunes, si bien la mayoría eran pequeños robos, que constituían cantidades que sumaban algo parecido al hurto en tiendas. Los robos menores normalmente se solventaban con una multa, pero las multas a menudo eran grandes y desproporcionadas con respecto al robo en sí.
El robo a menudo era castigado de manera diferente. A veces, un gobernante era particularmente severo con los ladrones y exigía la pérdida de una oreja o una mano para mostrar al mundo que una persona había sido sorprendida robando. Otros simplemente condenarían a los ladrones a muerte.
El punto medio entre las multas y la ejecución o mutilación era la flagelación pública. Algunos ladrones serían llevados ante la comunidad de la que robaron y se les ordenó soportar cierto número de latigazos públicos.
En el caso de la caza furtiva, hay que tener presente que la gente común, los campesinos y los vagabundos no podían cazar o recolectar de las tierras propiedad del rey sin permiso o sin pagar una tarifa especial que les concediera acceso. Se consideraba caza furtiva el incumplimiento de estos acuerdos mediante la caza o la disputa de animales en tierras de las que no tenía permiso. La caza furtiva también podría extenderse a la recolección de los huertos reales del rey, la tala de árboles que pertenecían a una finca que no era la suya o la recolección de materias primas de la tierra. Cualquiera de estos podría considerarse caza furtiva en tierras reales.
El castigo por la caza furtiva no siempre fue la muerte, pero los que no fueron ejecutados a menudo fueron mutilados. A menudo perderían una mano para significar que le robaron al rey y también para hacer más difícil la caza o la disputa en el futuro.
Tipos de castigos cargados de violencia
Durante siglos se crearon elementos de tortura que todavía dejan boquiabierto a todo aquel que los conoce, justamente por la inmensa crueldad con la que fueron concebidos.
Durante la Edad Media existía una enorme desproporción entre la gravedad del crimen y el castigo inflingido. La cárcel era principalmente el lugar donde se custodiaban a los presos preventivos antes de que existiese una sentencia firme, pues mantener a un condenado se consideraba un gasto inútil. Azotes, mutilaciones y, por supuesto, la muerte.
Para castigar, aleccionar o simplemente conseguir una confesión, se crearon elementos de tortura que todavía dejan boquiabierto a todo aquel que los conoce, justamente por la inmensa crueldad con la que fueron concebidos. En la mayoría de las ocasiones no solo servían para humillar a la víctima, sino que acababan por causar su irremediable y dolorosa muerte.
Seguidamente vamos a enumerar una serie de instrumentos, supuestamente utilizados como medio de tortura, si bien hay que decir que no existe constancia fehaciente del uso real de todos ellos, pero los recogemos a efectos de distribuir la información localizada.
El agua
Un método consistente en tapar las fosas nasales de la víctima, ponerle un embudo en la boca y hacerle ingerir agua en grandes cantidades, provocando no solo sensación de ahogamiento, sino también terribles daños en el estómago. Más tarde este tipo de castigo presentaba una variación consistente en utilizar, en lugar del embudo, un trapo de lino en la garganta del pobre infeliz, lo que alargaba el tormento.
El aplasta cabezas
Estaba destinado a destrozar, literalmente la cabeza de la víctima. La barbilla se colocaba en la barra inferior y el casco era empujado hacia abajo por el tornillo. De este modo, primero se rompían los alvéolos dentarios, seguido de las mandíbulas y, por último, el cerebro terminaba saliendo por la cavidad de los ojos y entre los fragmentos del cráneo.
El aplasta pulgares
Este tipo de castigo, procedente ya de la antigüedad, consistía en aplastar con un instrumento metálico los dedos, uñas, falanges nudillos… de las víctimas. Este aparato persona no moría pero sufría un dolor supremo en sus manos.
El cinturón de San Erasmo
Collar, cinturón o brazalete con pinchos en la parte interior que se le colocaba a la víctima. Al estar muy ajustado el collar, cada pequeño movimiento, incluida la respiración, le provocaba heridas que terminaban por infectarse y a engangrenarse.
El desgarrador de senos
Las cuatro puntas de hierro desgarraban los senos de las mujeres condenadas por herejía, blasfemia, adulterio, aborto provocado, entre otros delitos, hasta convertirlos en masas completamente amorfas. Parece ser que era utilizado en la Alemania medieval.
El destrozador de rodillas
El objetivo de este instrumento era inutilizar las rodillas de la víctima. Tenía dos lados llenos de púas, cuya cantidad dependía del tipo de delito cometido. Al colocar el artilugio en las rodillas, se giraban los tornillos para la que las púas rompiesen primero la piel, y después los huesos. Esta herramienta de tortura también se usaba en codos, brazos y piernas.
El garrote vil
Se sentaba a la víctima y se le fijaba la cabeza a un poste de madera, del que salía, girando un tornillo, un punzón de hierro que penetraba y rompía las vértebras cervicales de la víctima, empujando todo el cuello hacia adelante, aplastando la tráquea contra el collar fijo. La víctima moría por asfixia o por la lenta destrucción de la médula espinal. Este método fue utilizado hasta principios del siglo XX en Cataluña y en algunos países latinoamericanos.
El péndulo
Las muñecas de la víctima eran atadas por detrás de la espalda, se añadía una cuerda a esta ligadura y se izaba al acusado con un peso en las piernas. Acto seguido, los húmeros se desarticulaban y, poco a poco, el resto de vértebras y huesos.
El potro
Según el historiador Henry Kamen, fue uno de los instrumentos de tortura más usados por la Inquisición Española, pero también en muchas partes de Europa. Consistía en atar al prisionero a una baqueta con cuerdas en torno al cuerpo y las extremidades, controladas por un verdugo que iba apretando mediante vueltas. Con cada vuelta, las cuerdas mordían la carne, atravesándola. Un escribano, a su vez, iba apuntando todo lo que la víctima. Lo normal es que, como el sufrimiento era tan fuerte, la víctima en concreto terminase confesando sus crímenes, fueran reales o no.
El taburete sumergible
Muy usado en mujeres acusadas de brujería. Se inmovilizaba a la persona en la silla y posteriormente era sumergida en el agua. El proceso se repetía varias veces hasta que la víctima muriese ahogada o confesase.
El toro de Falaris
Este tipo de método de castigo consistía en introducir a la víctima dentro de una estructura metálica con forma de toro, figura que tenía debajo una hoguera, que al encenderse generaba enormes temperaturas en el interior del animal metálico.
La cigüeña
Este instrumento de hierro sujetaba al condenado por el cuello, las manos y los tobillos, sometiéndolo a una posición incomodísima que le provocaba calambres en los músculos rectales y abdominales; y a las pocas horas en todo el cuerpo.
La cuna de Judas
Método de tortura usado generalmente en las confesiones. Se elevaba al reo con cuerdas sobre la pirámide de madera, con punta de acero en su cúspide. La víctima era soltada de golpe sobre la pirámide, provocándole graves heridas en la zona genital y anal.
La doncella de hierro
Se introducía al preso en un sarcófago con forma humana que tenía dos puertas y contaba con varios pinchos metálicos que, cuando se cerraba el ataúd, se clavaban en la carne del reo. Las agujas, aunque causaban un dolor increíble, no acababan de golpe con su vida atravesándolo de lado a lado, sino que hacían que se desangrase poco a poco para alargar el sufrimiento durante más tiempo.
La picota en tonel
Este tipo de castigo se aplicaba principalmente a los borrachos, y sería una especie de humillación pública, con la finalidad de que sirviera como escarmiento para aquellos que no sabían frenar sus instintos y causaban problemas. Pero este castigo era muy peligroso, por ello no es de extrañar que muchos acabaran muriendo.
Se han identificado dos tipos: los que tenían el fondo cerrado, que consistían en introducir a la víctima dentro de un tonel con estiércol, orina y agua podrida. Y los abiertos, que las víctimas carretaban por las calles, provocándoles grandes dolores, debido a su peso.
La rueda
Con este instrumento medieval, la víctima es atada a una rueda grande y giratoria mientras el verdugo la golpea con un gigantesco martillo de hierro, rompiéndole las articulaciones, y cuidando no asestarles ningún golpe fatal. Después eran abandonados vivos sobre la rueda para que los cuervos y otras aves carroñeras terminasen el trabajo. Este espectáculo tan espantoso a menudo se consideraba una forma de entretenimiento para los lugareños, que se solían reunir para mirar.
Las uñas de gato
La víctima era colgada desnuda por los brazos y, con un instrumento dotado de garfios afilados, era “rascado”, desgarrándole la piel y arrancándole la carne a tiras. A menudo, los garfios penetraban tanto que dejaban el hueso al descubierto. El torturado solía morir desangrado, después de haber perdido el conocimiento por el dolor.
Conclusiones
La violencia no está inscrita en los genes del ser humano y su aparición obedece a causas históricas y sociales.
Desde luego la Edad Media se suele asociar, entre otras características, con la violencia. Hablamos de una época en la que además de la venganza personal y las guerras, había múltiples formas de violencia tal y como hemos visto en párrafos anteriores. Y a la hora de enjuiciarla puede que no haya que atribuir a la sociedad una agresividad incontrolada, ni tampoco que la violencia sea el fruto de la inestabilidad emocional de los individuos en aquella primitiva sociedad.
Además, los poderes centralizados en las monarquías y el papado promovieron sus propias violencias contra disidentes internos y el Islam.
En todo caso, acostumbrados a la rudeza de la vida cotidiana, las imágenes que nos transmiten las fuentes históricas reflejan un mundo preparado para la belicosidad. Tal vez por ello los hombres y mujeres medievales aceptaron la violencia como medio de vida o, mejor aún, de subsistencia.
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Referencias
Edad Media y violencia. Un enfoque multidisciplinario. De Devia, C.
Una historia de la violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad. De Muchembled, R.
La violencia sobre las mujeres en la Edad Media. Estado de la cuestión. De Segura, C. Universidad Complutense de Madrid.
https://edadmedia34.blogspot.com/
https://www.elconfidencial.com/
https://historiaybiografias.com/
https://historia.nationalgeographic.com.es/
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