Con esta nueva entrada nuestro objetivo es sintetizar, para una mejor y más fácil comprensión, el concepto de vida familiar durante la Edad Media.
Como sabéis la Edad Media comienza con un acontecimiento histórico, la caída del Imperio Romano, que en el siglo V. da fin a la Edad Antigua, y finaliza en el año 1453, con la toma de Constantinopla por los turcos.
En primer lugar hay que decir que la sociedad medieval era fundamentalmente rural, ya que la inmensa mayoría de la población vivía en el campo. Sin embargo, a partir del siglo XI con el asentamiento de las poblaciones en unos lugares geográficos determinados, se produjo el desarrollo urbano y el nacimiento de la burguesía, gracias a la relación de continuidad entre la tierra y el poblador, al desarrollo del comercio y a la expansión geográfica. Los modelos urbano y rural convivieron durante toda la Edad Media ya que la población que vivía en las ciudades era escasa en relación a los que residían en el campo.
En este contexto la familia era una unidad política, económica y religiosa, cuyos integrantes estaban vinculados entre sí, por un vínculo civil, la agnación (parentesco por vía masculina) constituyendo la familia proprio iure, que incluía todos los parientes unidos por un mismo pater.
Cuando un pater moría, cada hijo varón se convertía en sui iuris y jefe de su propia familia; pero entre esas personas que habían estado bajo la autoridad del mismo pater, seguía habiendo un vínculo agnaticio, que conformaba la familia communi iure.
La estructura familiar de la Alta Edad Media recuerda a la que se manifestaba tanto en la sociedad romana como germánica al estar integrada por el núcleo matrimonial (esposos e hijos) y un grupo de parientes lejanos, viudas, jóvenes huérfanos, sobrinos y esclavos.
Dentro de ese ámbito, todos estos integrantes estaban bajo el dominio del varón (ya fuese de forma natural o por la adopción), quien descendía de una estirpe, siendo su principal obligación proteger a sus miembros. No en balde, la ley salia hacía referencia a que el individuo no tenía derecho a protección si no formaba parte de una familia. Como es de suponer, esta protección se pagaba con una estrecha dependencia. Pero también había una serie de ventajas como la venganza familiar o el recurso a poder utilizar a la parentela para pagar una multa ya que la solidaridad económica era obligatoria. En el caso de que una persona desease romper con su parentela debía acudir a los tribunales donde debía realizar un rito y jurar su renuncia a la protección, sucesión y beneficio relacionados con su familia.
El concepto tradicional de la familia en la Edad Media ha sido el de una familia amplia, formada por los padres, muchos hijos, los abuelos, primos, etc. Una familia así solía habitar en una casa grande. La persona de más edad, el abuelo, era un personaje, muy importante en la época, pues solía ser quien imponía las normas al resto de los residentes en la casa y al que se solía consultar cualquier tipo de problema o cuestión. Otros personajes que convivían con la familia en la casa eran los criados, sobre todo en el caso de las familias aristocráticas.
Además, la familia vivía bajo el mismo techo e incluso compartía la misma cama. El padre era el guardián de la pureza de sus hijas como máximo protector de su descendencia. Las mujeres tenían capacidad sucesoria a excepción de la llamada tierra salia, los bienes raíces que pertenecían a la colectividad familiar. Al contraer matrimonio, la joven pasaba a manos del marido, quien asumía el papel de protector. El enlace matrimonial se escenificaba en la ceremonia de los esponsales, momento en el que los padres recibían una determinada suma como compra simbólica del poder paterno sobre la novia. La ceremonia era pública y la donación se hacía obligatoria.
Durante la Edad Media, sobre todo en la Baja Edad Media, a partir de los siete años se solía buscar un esposo o esposa para casarse.
Los matrimonios de la época pasaban por dos fases: la primera era la de los “esponsales” o “desposorios”, una promesa en la que los dos contrayentes se comprometían a una futura boda entre ambos. En la época, los esponsales se celebraban con una edad mínima de los contrayentes de siete años. En esta ceremonia, los novios se entregaban unos anillos y, generalmente, también se llamaba “día de los anillos” a esta ceremonia, la cual solía celebrarse en una iglesia o en un domicilio particular y, en general, en casa de la novia. También en general los padres de la esposa ofrecían posteriormente a la ceremonia, un banquete. Desde los esponsales podían pasar varios años hasta la celebración del matrimonio definitivo o ceremonia de las “velaciones”. En determinadas épocas del año como por ejemplo, Cuaresma o Navidad no solían celebrarse matrimonios.
Los novios no solían vestir en su boda un traje especial, sino que cada uno vestía las mejores ropas que tenía. En muchas ocasiones, alguno de los contrayentes o los dos no estaban presentes en su boda y se casaban en su nombre algún miembro de la familia, que casi siempre eran los padres. Esto es consecuencia de la poca importancia que se daba en la época a los sentimientos de la pareja. También en ocasiones, los novios llegaban al día de la boda sin apenas conocerse o sin haberse visto nunca, siendo sus padres quienes daban todo hecho para el matrimonio. En la época existían algunos impedimentos para contraer matrimonio, como la consanguinidad. No podían casarse dos parientes, a no ser que fueran primos terceros, como mínimo, por lo que la boda entre primos necesitaba de una dispensa eclesiástica. Tampoco podía contraer matrimonio un padrino con su ahijada o viceversa. En ocasiones, como en bodas reales o por motivos políticos (por ejemplo, el matrimonio entre los Reyes Católicos en 1469) se solicitaba una dispensa falsa, que tenía validez hasta que llegaba la verdadera. Las bodas o velaciones, como los esponsales, podían celebrarse o en una iglesia o en la casa de uno de los esposos. Solían celebrarse sobre las cinco de la tarde y eran oficiadas por un sacerdote. En esta ceremonia también se entregaban los novios unos anillos. Después se solía celebrar un banquete. Este banquete iba en relación con la categoría social de los novios. En las bodas entre aristócratas la duración podía ser de semanas.
Los matrimonios eran, en muchos casos, más un negocio entre los padres que un resultado del amor entre los novios. Ante esto muchos matrimonios de la época fracasaban y, en consecuencia, era muy habitual el adulterio y el tener hijos bastardos. Sin embargo, el hecho de tener hijos fuera del matrimonio no estaba mal visto socialmente en la época y los bastardos eran reconocidos muchas veces. El adulterio masculino se veía como algo normal, mientras que el femenino podía llevar a la muerte de ella y a la muerte de amante. Los nobles podían tener varias concubinas a la vez, por lo que los hijos bastardos podían nacer con poca diferencia de edad. Los padres solían mencionar en sus testamentos a los hijos dejándoles una determinada cantidad en dinero, bienes raíces, etc., para que estos pudiesen tener una vida mejor. Una solución muy habitual para los bastardos, que se daba en el caso de los dos sexos, era que entraban en una orden religiosa.
Se sabe que había una edad mínima para contraer matrimonio, así, por ejemplo en Castilla, era de 14 años en los hombres y 12 en las mujeres. Para la alta nobleza castellana, lo normal era que la mujer se casase entre los 14 y los 16 años, y los varones un poco más tarde. Generalmente, los privilegiados se casaban antes, y ello era una consecuencia de mejores posibilidades económicas de la familia. Sin embargo, entre los sectores sociales menos favorecidos, era el novio el que debía de trabajar durante largos años para conseguir el dinero suficiente para fundar una familia. También eran frecuentes las segundas nupcias, sobre todo en el caso de los varones.
Con el matrimonio se producían unos acuerdos económicos: la dote y las arras. La dote era todo lo que la mujer entregaba al marido cuando se casaba. El hecho de la dote era tan importante que sin la entrega de la misma no había casamiento en la época. La cuantía de la dote entregada era proporcional al rango social del novio con el que se casara. Cuando unos padres de cualquier grupo social tenían varias hijas casaderas constituían un problema para proporcionarles una dote. Como consecuencia de esto o las chicas se quedaba solteras o ingresaban en un monasterio y, en este caso, no lo hacían de forma voluntaria sino obligados por los padres. Para ingresar en un convento, las novicias debían ingresar una pequeña cantidad de dinero.
Los que hacían entrega de la dote solían ser los padres de la novia o, en ausencia de estos, otros miembros de la familia como los abuelos o los tíos. La dote se entregaba generalmente, en ajuar, consistente en menaje doméstico, como sábanas, ropas, mantelería, etc. En otros casos, al ajuar se añadía como dote una pequeña cantidad de dinero o un bien inmueble como una casa. En el caso de las dotes de la alta aristocracia, se solía añadir un esclavo.
Finalmente comentar que el esposo hace entrega de una pequeña aportación, que es conocida como “arras”. Siempre era muy inferior a la dote. Incluso sabemos que las arras no eran imprescindibles para poder casarse, aunque con el paso del tiempo se fue convirtiendo en algo simbólico.
Durante la vida familiar sin duda un hecho de gran trascendencia lo constituía la llegada de la descendencia. El escenario del parto solía ser el propio hogar y en él el protagonismo era de las mujeres, como la partera o la comadrona, mientras que había una ausencia casi siempre de médicos. Las matronas solían preparar el lecho de la habitación donde la madre daba a luz para más comodidad de ésta. En la época se solían realizar una serie de ritos en la habitación antedicha y las comadronas acostumbraban a preparar algunas “pociones mágicas” para ayudar al alumbramiento. Las mujeres embarazadas utilizaban amuletos para asegurarse de que tendría un buen parto, por ejemplo usaban piedras corales, que se colocaban en el cuello. Todo ello con el fin de que fuera un parto sin complicaciones. Si bien se conocía la operación de cesárea, solamente se realizaba si la madre había muerto durante el parto. A la mujer embarazada, en el momento del posparto, se le daba un poco de caldo, algo de carne de pollo en ocasiones y un vaso de vino. Los primeros cuidados para con el recién nacido también tenían lugar en este momento. La comadrona cortaba el cordón umbilical y le daba al niño un baño en agua tibia y después le untaba el cuerpo con aceite de rosas. La muerte siempre estaba presente en este ámbito del alumbramiento. Fiebres, mala higiene, infecciones, etc., tanto para la madre como para el recién nacido. Incluso las mujeres de sangre real tenían riesgos cuando quedaban embarazadas. A veces incluso podían darse septicemias. Las infantas Isabel de Portugal y María de Navarra, las dos hijas de los Reyes Católicos, murieron por estas causas, la primera en 1.498 y la segunda en 1.517.
La mortalidad infantil era enorme, hasta el 50% de nacidos morían antes de cumplir un año de vida, y en total 85% fallecía antes de la adolescencia por enfermedades contagiosas. Aterra pensar cómo sería en los orfanatos y hospicios, aunque sobre estos lugares tenemos una ausencia de información en los libros parroquiales, salvo excepciones. Enfermedades respiratorias (pulmonías), resfriados mal curados… faringitis o anginas. El sarampión, la tuberculosis y la viruela, por último, no eran pocos los que fallecían por dolencias gastro-intestinales. A esto debemos añadir unas pésimas condiciones higiénicas, la falta de agua, así como las elevadas temperaturas en verano. En definitiva, son innumerables los riesgos que podían padecer los niños de la época. Si a todo lo anterior añadimos que recibían una atención escasa, tenemos como resultado que las muertes por accidentes en esos siglos eran muy comunes.
En cuanto a la lactancia, la mayor parte de las mujeres de la época daban su propia leche a los bebés pero, a veces, se llamaba a nodrizas o amas de cría. Algunos hombres viudos o familias más desfavorecidas y pobres, los llevaban a casas de niños “expósitos”, donde había un número elevado de pequeños y muy pocos alimentos. Tanto es así, que se les denominaban generalmente como “Casas de la muerte”. En algunas ocasiones, la nodriza se llevaba al pequeño a su domicilio mientras duraba la crianza. Se firmaba un documento entre el padre de la criatura y la nodriza, generalmente por el plazo de dos años. En otras ocasiones podía darse la circunstancia de que la nodriza tuviese a un bebé propio, en cuyo caso, el rey o noble de turno, pagaba una nodriza al hijo de la nodriza, lo cual es un ejemplo perfecto de la mentalidad de la época para el que se lo pudiera permitir. Otra posibilidad era que si la familia tenía suficientes recursos y se lo podían costear, el ama de leche/ama de cría, iba al propio domicilio del lactante, aunque éste era un servicio sumamente caro.
Las nodrizas, además de alimentarlos, debían bañarlos, sacarlos a pasear y hacerles dar sus primeros pasos. En algunas ocasiones sabemos que el sexo y la edad de los lactantes influían a la hora de escoger la lactancia dentro o fuera de la casa. Los varones se solían criar en el hogar familiar, mientras que las niñas solían ser mandadas fuera, en el hogar de la nodriza. Era por cuestiones de sucesión y por la preferencia que en aquellos tiempos se daba al primogénito varón sobre la hembra. Por otra parte, las nodrizas debían de reunir una serie de requisitos y condiciones, pues se pensaba en la época que cualidades y defectos se transmitían a través de la leche. Muchas de ellas, como por ejemplo las que servían a los infantes, eran mujeres de linaje. Es decir, ser nodriza, no es tarea para cualquier mujer. En los tratados médicos de la época que nos han llegado, se recogen los atributos que se estimaban para la nodriza ideal. Así, se pensaba que debían encontrarse entre los 25 y los 35 años, creían que las personas en esa edad daban leche más abundante y de mejor calidad, aunque en realidad, esto sabemos hoy que no tiene ningún fundamento. Un segundo requisito era su propio carácter. Ser dócil y tranquila era lo apropiado. También nos ha llegado alguna noticia de la alimentación. Se debía ingerir verduras y frutas, productos básicos como por ejemplo la leche, para una alimentación adecuada. El período de lactancia rondaba los dos años, con mayor tiempo dedicado a los varones que a las hembras generalmente y además se creaban lazos afectivos entre las siguientes partes, nodriza-niños-padres. De hecho, en algunos testamentos, se las solía recordar con cariño, dejándoles incluso rentas vitalicias o dejando misas en honor a su alma si ya habían fallecido.
Podemos hablar también de una serie de enseres para la cría de los pequeños, pues en esa época ya se utilizaban biberones de barro cocido y cuernos de lactancia, generalmente de cabra, que eran muy útiles para amamantar, haciéndoseles un agujero en la parte inferior del cuerno, donde se colocaba un trozo de pergamino y el lactante succionaba. La leche que se usaba generalmente era de vaca o de cabra. Cuando comenzaban a tomar alimentos sólidos, como por ejemplo la primera papilla, ésta solía ser de harina. En las casas campesinas, a la hora de comer, se solía hacer un potaje familiar, con carne y con legumbres, en forma de papillas o de gachas, con un poco de agua. Si eran pudientes comían mucho más, se alimentaban a base de carne, de pescado, de frutas y legumbres y de huevos cocidos. Incluso existen algunos manuscrito de finales del siglo XV, perteneciente a los sirvientes de los duques de Borgoña, donde consignaba el horario de comida que debía seguirse en el caso de los niños nobles hasta que tenían quince años. A las diez de la mañana le daban una comida. Posteriormente, una merienda-cena a las seis de la tarde y a partir de entonces volvían a comer a las diez de la noche y se acostaban, para estar en pie a las ocho de la mañana.
Los niños y niñas dormían, sobre todo en el caso de las familias aristocráticas, en pequeñas cunas, de las que existieron en la época varios tipos: unas, consistían en cajones de madera estables, sin movilidad; las segundas, las más usadas, tenían forma de balancín; las terceras eran como las pequeñas camitas actuales; por último, había cunas en forma de balancín que estaban colgadas del techo sujetas por unas cuerdas, por lo que en ocasiones se rompían las cuerdas con el niño dentro de la cuna, ocasionando daños físicos al mismo. En cuanto al transporte de los críos y crías, se solía hacer en una especie de mochila o saco que se colgaba de los hombros de los padres, para viajes y desplazamientos largos.
En materia de higiene, en teoría, a los niños y niñas de la época se los lavaba una vez al día, como recomendaban los tratados médicos de la época que se hiciera. En general, el lavado se hacía después de que los niños hubiesen comido. La bañera solía estar situada en un rincón caldeado de la casa, en general, junto al hogar o fuego de la casa, como se observa en ilustraciones conservadas de la época. Las familias aristocráticas podían tener bañeritas, que poseían incluso cortinas y un techo para proteger a los niños de las corrientes de aire y que no se resfriaran. Las bañeras estaban fabricadas comúnmente de metal o madera. En cuanto a la indumentaria infantil de la época, a los bebés se les colocaba una manta que les cubría todo el cuerpo, que estaba sujeta con vendas para tener sujetos a los niños y evitar que tuviesen accidentes y para que los padres pudiesen estar más liberados de su cuidado y atención. Aunque esta ropa no era muy decorosa, de hecho, les daba a los niños, aspectos de momias infantiles. Esta indumentaria se abandonaba cuando los niños empezaban a andar y era sustituida por una parecida a la usada por los adultos, por ejemplo, una camisa y un traje sujetos con un cinturón. Sólo los niños y niñas de sangre real o de familias nobles contaban con más cantidad de ropa. Los colores más usados de la ropa para los niños de la época eran, en las familias aristocráticas, el blanco para la ropa interior y el rojo para los trajes y, en caso de las familias más humildes, la ropa era de color oscuro. El calzado consistía en unos zaparos altos, especie de botines, con una cinta para sujetar los tobillos. Además, los críos solían tener ajuares para la cuna, consistente en almohadas sábanas y mantas que, en general, eran de color azul.
En el caso de las capas altas de la sociedad medieval, la educación de los niños comenzaba en el propio hogar, donde los padres les enseñaban a leer y escribir. A partir de los ocho o nueve años los niños acudían diariamente a escuelas para volver luego a sus casas. Existían varios tipos de escuelas, según qué institución las rigiese: episcopales, monásticas y municipales. En ellas los niños terminaban de aprender a leer y escribir bien y aprendían algo de aritmética y contabilidad. También existían escuelas que albergaban a los alumnos. En las escuelas los padres pagaban la enseñanza que recibían sus hijos y con este dinero se pagaba un sueldo a los maestros. También existió en la Edad Media una enseñanza privada que recibían los niños en sus casas. Por su coste, sólo las familias nobles y de clase media acomodada podían permitirse pagar tal educación. En general, los maestros particulares eran o criados de la familia especializados o contadores. Enseñaban a los niños y niñas a leer, escribir, hacer cuentas, etc. La enseñanza privada comienza a documentarse entre los siglos XV y XVI, porque sólo desde entonces en las casas se construía una habitación que sirviese de estudio a tal efecto, la cual contaba con un escritorio, una librería, etc. También los niños y niñas podían ir a la casa del maestro para recibir clases, pero esto sólo era practicado por la nobleza. Los nobles completaban su educación con la formación militar, consistente en aprender a montar a caballo, el manejo de las armas y también aprendían a comer en público y las buenas costumbres. Los hijos de los nobles, cuando cumplían catorce o quince años, eran enviados a la Corte para completar su educación en el servicio al monarca. Las mujeres apenas acudían a la escuela. Algunas moralistas medievales afirman que las mujeres no debían tener acceso a la educación. En el caso de las capas sociales altas y medias, las mujeres recibían una cierta educación, pero muy inferior a la de los varones. Excepcionalmente, algunas mujeres de la época sabían leer y escribir. Cuando las hijas de los nobles cumplían catorce o quince años eran enviadas a la Corte para servir a la reina o a las infantas. La mayoría de las mujeres de las clases sociales altas o bien acababan casándose con alguien de buena posición económica y, en general de su mismo estatus, o bien ingresaban en conventos en contra de su voluntad si no se les encontraba marido. En el caso del resto de los estamentos sociales, tanto chicos como chicas apenas acudían a la escuela. En el caso de las chicas, entre los siete y los nueve años ingresaban en la casa de un pariente rico o de un señor feudal para servir en ella cobrando un salario mientras que el señor se encargaba de su manutención, hasta que a los dieciocho o veinte años las chicas abandonaban la casa, cuando tenían suficiente dinero para reunir una dote y poder contraer matrimonio. En el caso de los chicos, entre los siete y los nueve años entraban al servicio de un artesano con el que aprendían un oficio y después se independizaban, montaban un negocio, aquellos que se lo podían permitir, para poder ganar el dinero que también les permitiese casarse.
Por otro lado, y en cuanto a los juguetes, en algunos inventarios de bienes de familias acomodadas, se consignan algunos de ellos. Por ejemplo, en algunos inventarios se mencionan caballitos de balancín, pájaros de madera, tambores y muñecos. Gracias a las cuentas reales, sobre todo las de los Reyes Católicos, sabemos que las infantas y que el infante don Juan tenían numerosos juguetes, tableros de ajedrez y juegos de dados para el príncipe don Juan. Muñecas de las infantas con sus vestidos, tocados y con zapatos. En relación con las muñecas, desde el XV, está documentada en Nuremberg, la fabricación de muñecas, y según parece, éstas eran de madera.
Si nos centramos en la posición de la mujer la Edad Medía, hay que tener presente que su la mayoría de las mujeres tenían un único papel social, apoyar a su marido. La ley, establecida por los hombres, también limitaba la libertad de las mujeres. Las mujeres no podían:
- casarse sin la bendición de sus padres
- poseer ningún negocio sin un permiso especial
- divorciarse de sus maridos
- disponer de las tierras de sus padres, si tenían hermanos vivos
Las niñas de familias pobres trabajaban desde la edad más temprana posible y se les trataba como adultos a partir de la edad de diez u once años. Las niñas de las familias más ricas tendían a casarse antes que las niñas de familias pobres. Las de familias más pobres necesitaban trabajar por mucho más tiempo porque al casarse, la familia se privaba de un trabajador.
La vida cotidiana de las mujeres de clase baja en la Edad Media era muy difícil. Se esperaba que las mujeres ayudaran a sus maridos campesinos con sus quehaceres diarios. La vida cotidiana de las mujeres campesinas en la Edad Media se puede describir de la siguiente manera: su día a día se iniciaba, durante el verano a las 3:00 a.m., su primera labor consistía en preparar el desayuno. El trabajo en el campo o en la tierra comenzaba al amanecer y la vida cotidiana de una mujer campesina en la Edad Media incluía este tipo de trabajo duro durante las horas punta, especialmente la cosecha. Se esperaba que las mujeres campesinas cuidaran de los animales pequeños – gansos, gallinas, etc., remendar la ropa, hacer conservas, cuidar el huerto, etc.
Y para finalizar queremos referirnos al concepto del amor en el Medievo. En la mayoría de los textos altomedievales no se hace referencia a la relación conyugal con la palabra amor, utilizándose más bien el término “caritas”. Este término lo utiliza Jonás de Orleans en el siglo IX para hacer referencia al amor que conlleva la “honesta copulatio”, la relación sexual que tiene como objetivo la procreación, una relación carnal sin desbordamientos y absolutamente fiel y desinteresada. Sí se empleaba la palabra amor para hacer referencia a la relación extraconyugal, cargada de pasión.
En la Alta Edad Media se consideraba que el amor era un impulso irresistible de los sentidos, un impulso de deseo que difícilmente puede manifestarse en el ámbito matrimonial. Los paganos encontraban el origen de esta pasión en la divinidad mientras los cristianos la achacaban al maligno Satán, por lo que este amor debía de ser destructor. Los germanos utilizaban un término relacionado con el deseo sexual: la “líbido”, curiosamente siempre relacionado con las mujeres. Los códigos legales hacen referencia a este ardor sexual, hablando de las viudas: “toda viuda que libre y espontáneamente, vencida por el deseo se haya unido con alguno y esto haya acabado por saberse pierde inmediatamente sus derechos y no puede casarse con el hombre en cuestión”.
A pesar de que el amor era considerado como una mancha, encontramos numerosos testimonios de mujeres que realizaban todo tipo de conjuros y pócimas para atraer la atención del hombre amado.
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Bibliografía:
“El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen”. Ph. Aries
“La familia en la Edad Media”. E. Contreras
“Las mujeres en la organización familiar”. C. Segura
“Mujeres, familia y linaje en la Edad Media”. C. Trillo