Para entender la higiene personal en la Edad Media, es necesario silenciar nuestros puntos de referencia actuales. En la Edad Media se creía que el baño posibilitaba la apertura de la piel que invitaba al aire malsano y a los “males sin rostro”.
Los médicos pensaban que el agua debilitaba los órganos, sobre todo si estaba caliente, y que dejaba el cuerpo vulnerable a aires malsanos. Impedían por todos los medios que penetrara a través de los poros, pues se creía que podría transmitir muchos males.
En los primeros tratados de salud, se muestran cuáles eran, en la Edad Media, los criterios de lavado del cuerpo: lavado de las manos y el rostro; asear con esmero lo que se ve, hacer que desaparezca la mugre de las partes visibles. Las numerosas traducciones de los tratados médicos lo repiten hasta la versificación clásica: “Te lavarás por la mañana las manos con agua fría. Y aun mojadas, te las llevarás a los ojos”.
La cuestión de las manos limpias y el rostro liso no es un tema sanitario. La imposición, directa y sin comentarios, proviene de una obligación moral. Su objetivo es la decencia ante la higiene, la urbanidad antes de la salud. Lo que domina es la apariencia, la alusión a la limpieza está vinculada al decoro.
Por tanto, estas prácticas y estas reglas de urbanidad de la Edad Media, no constituyen por sí mismas un punto de arranque, no son el comienzo de la limpieza del cuerpo. A título de ejemplo podemos observar la repetida alusión al lavado de las manos y la frecuencia del “aguamanil” en los ricos inventarios de la Edad Media, que dan una dimensión casi ritual en las casas nobles en donde el aseo matutino se limitar a echarse agua en las manos.
Las normas de cortesía indicaban muy expresamente una serie de procedimientos
—un verdadero inventario de comportamientos nobles— por los cuales la limpieza del cuerpo se circunscribía a lo que el historiador Georges Vigarello llama el “aseo seco”. Y dentro de estos parámetros culturales, la palabra limpieza no era precisamente sinónimo de “lavado”.
El uso de perfumes y friegas en seco reemplazaron al agua (utilizada durante el Imperio Romano), que sólo fue recomendable en rostros y manos (únicas partes visibles del cuerpo).
El conjunto del cuerpo no tiene en esta época importancia puesto que está encerrado en una vestidura que acapara lo esencial de la mirada. El cuerpo, escondido debajo de cargados vestidos, no era considerado. Ser limpio implicaba, ante todo, mostrarse limpio y comportarse como tal.
En todo caso, los conceptos de los olores en la Edad Media no son comprables a los actuales.
En invierno hacía frío, así que los primeros baños eran en mayo, esto derivó en la costumbre de realizar casamientos en los meses de mayo y junio para evitar los malos olores en la pareja… Se dice que la tradición de llevar la novia ramo de flores al casarse, deriva de aquí, pues el olor de las flores escondía el hedor de los cuerpos.
Para el baño colocaban una tina enorme llena de agua caliente, en ella entraba primero el jefe de familia, luego, en la misma agua, después de salir, entraba cada uno de los hombres de la casa por orden de edad, las mujeres igual de mayor a menor y de último los niños.
En la Edad Media “todo se reciclaba”. En lo que respecta a los desechos humanos: había gente que se encargaba de recoger las heces humanas de los pozos negros para venderlas como estiércol. La orina era recogida por los tintoreros para blanquear pieles y telas; los huesos se trituraban para hacer abono…
Pero lo que no se reciclaba quedaba en la vía, pues en aquellos tiempos no existían los servicios públicos, y los que había no eran muy eficientes. La costumbre era acumular en baldes los desechos humanos y las aguas servidas y luego tirarlos por las ventanas hacia la calle.
Supuestamente, aunque a veces algunas calles y rincones de nuestros pueblos y ciudades no lo acrediten, en la actualidad la cuestión de la higiene ha mejorado sustancialmente.