Cuando nos referimos a la medicina en la Edad Media, no podemos hacerlo utilizando la idea, concepto y praxis que hoy conforman dicha disciplina, toda vez que en el medievo la medicina estaba conformada por una intrigante mezcla de supersticiones, tradiciones, plantas medicinales y conocimientos transmitidos por los antiguos griegos y romanos.
Hay que recordar que durante la Edad Media se perdieron muchos de los conocimientos adquiridos y progresivamente perfeccionados en los siglos anteriores. Esto se debió a que las civilizaciones griega y romana, cunas de la cultura, eran consideradas paganas; este hecho determinó que despertase poco interés, y sus adquisiciones no tardaron en caer en el olvido.
En el Medievo, la enfermedad se consideró como una prueba purificadora impuesta por Dios y, consiguientemente, había de aceptarse con la mayor resignación. Sin embargo, el hombre sano, en señal de caridad, debía prestar asistencia a los enfermos. Durante la primera mitad de la Edad Media los principales encargados de llevar a cabo esta tarea eran los religiosos. Así, por ejemplo, Benito de Nursia (Siglo VI), fundador del monacato occidental, lo impuso como obligación a sus discípulos en sus reglas conventuales. Como dice la regla benedictina: “El cuidado de los enfermos debe ser ante todo practicado como si, dispensándolo a ellos, al mismo Cristo se le dispensase”. Por ello, en los monasterios había farmacias donde se preparaban los productos medicinales. Los frailes no solían hacer visitas a domicilio, sino que los pacientes acudían a ellos. Pero los monjes no se contentaban con cuidar a los enfermos en la práctica, pues en aquella época también eran los únicos que poseían la ciencia médica o, para ser más exactos, los vestigios que subsistían de la medicina de la Antigüedad.
Dentro de la estructura feudal de la sociedad lo que había sido “asistencia para hombres libres y ricos” pasó a manos de los médicos de cámara de reyes y príncipes, nobles y altos dignatarios eclesiásticos. Cuando se desarrollaron las ciudades durante la Baja Edad Media, el nivel intermedio de la asistencia se convirtió en domiciliario, punto de partida de lo que hoy en día conocemos como el “médico de cabecera”. Los esclavos, pobres urbanos y siervos eran recogidos —más que asistidos— en los hospitales fundados por monarcas, nobleza, clero o el estrato social pre-burgués.
La medicina empezó a evolucionar a partir del siglo XI, comienza a tecnificarse lo que hasta entonces había sido un simple “oficio de curar”. Esto se dio gracias a una auto-exigencia, a la arabización, a la secularización y racionalización. Es el momento también en que hace su aparición la medicina laica medieval (deja de ser dominio exclusivo de los monjes para ser practicada también por los laicos). En Salerno, al sur de Italia, se fundó la primera escuela de medicina, que contó con numerosos estudiantes procedentes de diversos países europeos. La medicina griega, nuevamente valorada, partió de allí para extenderse por Europa.
En el siglo XII la Iglesia prohibió a los monjes que siguieran ocupándose en la medicina.
En el siglo XV casi se había vencido la lepra, mucho menos contagiosa, gracias a ciertas medidas como aislar a los enfermos en leproserías y obligarlos a llevar vestidos especiales. Además, los leprosos tenían que hacer sonar una carraca de madera o una campanilla que advertían a la gente sana para que se mantuviera alejada de ellos.
Uno de los principios fundamentales observados por los médicos de la Edad Media para luchar contra las enfermedades era que se tenía que combatir el mal con un remedio que se le pareciera. Por ejemplo, intentaban hacer desaparecer las pecas con grasa de leopardo. La inflamación de los ojos se trataba con un medicamento a base de ojos de pavo real, y contra la ictericia se prescribían pechugas amarillas de pollitas. Como se ve, los remedios medievales solían ser absurdos.
La alquimia era una actividad relacionada con la medicina. Ya se había desarrollado en la Antigüedad, pero alcanzó su apogeo en la Edad Media. El alquimista se dedicaba a realizar investigaciones científicas y también filosóficas. Su principal objetivo era encontrar la «piedra filosofal», el «elixir de la larga vida» y el remedio universal. Intentaba producir metales preciosos empleando materiales menos costosos
Por otro lado, la expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos en 1.492, afectó a la atención sanitaria del Reino de España, ya que la Medicina en aquellas época estaba atendida por famosos médicos judíos.
Habrá que esperar al Renacimiento antes de encontrar, en el campo de la medicina, a los sabios que habrían de encarrilarla por caminos nuevos y verdaderos.
El conocimiento de huesos y músculos era incompleto. Suponían que el corazón tenía tres ventrículos y el hígado cinco lóbulos. Los parásitos, según decían, se formaban a expensas de la descomposición de los «humores». Estudiaron la difteria, la locura, las enfermedades pulmonares, las afecciones de los ojos, y practicaron la cirugía, aunque no en gran escala porque un mal resultado en una intervención podía dar lugar a represalias de los señores feudales.
En cuanto al diagnóstico se basaba sobre todo en la inspección de la orina, que se interpretaba según las capas de sedimento que se distinguían en el recipiente, ya que cada una correspondía a una zona específica del cuerpo; también la inspección de la sangre y la del esputo eran importantes para reconocer la enfermedad.
Sin duda se conocían algunos remedios preventivos para evitar el contagio, pero en cuanto al origen de la enfermedad sólo se decían necedades: se acusaba a los judíos de propagar la plaga, o se atribuía a la influencia de los astros. También se daba a la gente un sinfín de consejos; por ejemplo, que no durmieran demasiado. Nadie se percataba de que Avicena (médico árabe) ya había dicho que las ratas propagaban la peste.
El tratamiento se basaba en cuatro medidas generales:
- Sangría, realizada con la idea de eliminar el humor excesivo responsable del desequilibrio, o bien para derivarlo de un órgano a otro, según se practicara del mismo lado anatómico donde se localizaba la enfermedad o del lado opuesto, respectivamente.
- Dieta, para evitar que a partir de los alimentos se siguiera produciendo el humor responsable de la discrasia. Se basaba en dos principios: restricción alimentaria, frecuentemente absoluta, aun en casos en los que conducía rápidamente a desnutrición y a caquexia, y direcciones precisas y voluminosas para la preparación de los alimentos y bebidas permitidas, que al final eran tisanas, caldos, huevos y leche.
- Purga, para facilitar la eliminación del exceso del humor causante de la enfermedad. Quizá ésta sea la medida terapéutica médica y popular más antigua de todas: identificada como eficiente desde el siglo XI a.C. en Egipto, todavía tenía vigencia a mediados del siglo XX. A veces los purgantes eran sustituidos por enemas.
- Drogas de muy distintos tipos, obtenidas la mayoría de las diversas plantas, a las que se les atribuían distintas propiedades, muchas veces en forma correcta: digestivas, laxantes, diuréticas, diaforéticas, analgésicas, etc.
También se usaban otras basadas en poderes sobrenaturales. Los exorcismos eran importantes en el manejo de trastornos mentales, epilepsia o impotencia; en estos casos el sacerdote sustituía al médico.
Se utilizaban remedios tan peregrinos como la triaca magna, panacea compuesta de; polvo de momia, piedra bezoar y diversos alexifármacos. Entre las técnicas quirúrgicas, la trepanación craneal, la cauterización y las amputaciones.
Se utilizaban amuletos consistentes en bolsitas cerradas, dentro de las cuales se colocaban escritos, fragmentos de los Evangelios y nombres de santos. Otra forma supersticiosa de curar era por medio de ensalmos y aplicación empírica de diversas medicinas.
La creencia en los poderes curativos de las reliquias era generalizada, y entonces como ahora se rezaba a santos especiales para el alivio de padecimientos específicos. Se atribuyó a santos curaciones milagrosas. En la fuente de San Isidro de Madrid, narran las crónicas que a ella acudió el propio Emperador Carlos V para curarse ciertas tercianas que padecía y logro curar las fiebres. En la fuente de San Isidro una placa de mármol tiene escrito: “Si con fe la bebieres y calentura trujeres, volverás sin calentura”.
Había también cirujanos especializados en curar “el mal de piedra”. A los médicos se les atribuía el nombre de físicos. La asistencia médica estaba distribuida por estratos sociales, los ricos y poderosos, estaban atendidos por médicos graduados en las Universidades más importantes, que atendían también a la corte, sus honorarios eran muy elevados. Los burgueses comerciantes y artesanos, disponían de otros médicos y la asistencia médica para pobres y menesterosos eran atendidos por curanderos y barberos.
Los médicos no practicaban la cirugía, ésta estaba en manos de los cirujanos y de los barberos. Los cirujanos no asistían a las universidades, no hablaban latín y eran considerados gente poco educada y de clase inferior. Muchos eran itinerantes, que iban de una ciudad a otra operando hernias, cálculos vesicales o cataratas, lo que requería experiencia y habilidad quirúrgica, o bien curando heridas superficiales, abriendo abscesos y tratando fracturas. Sus principales competidores eran los barberos, que además de cortar el cabello vendían ungüentos, sacaban dientes, aplicaban ventosas, ponían enemas y hacían flebotomías.
En el caso de necesitar cirugía, era necesario amputar un miembro enfermo de un cuerpo sano, entonces no se cortaba en el límite de la carne sana, sino más allá, donde estaba fresca toda la carne, de modo que se pudiese hacer una mejor y más rápida curación. Cuando se aplicaba (cauterización) se debía cubrir la zona con hojas de puerro tierno y sal cernida. Aunque los académicos no están seguros de la clase de anestesia que se usaba en tales operaciones, los manuales medievales recomendaban amapola, mandrágora y beleño, dadas sus propiedades narcóticas.
Las curas de las heridas eran frecuentes, las fuentes y sedales fueron un método terapéutico del que se abusó, consistía en hacer una incisión en una pierna, brazos o nalgas, por donde se realizaba una sangría. Se colocaba entre los labios de la herida, estopa hervida o un objeto metálico que impedía la cicatrización por tiempo indefinido, de modo que se formaba una fístula que cada día producía cierta cantidad de secreción. Se creía que con esto salían los malos humores y el organismo se purificaba. Era común y corriente el uso de hilas o hebras sacadas de un trozo de lienzo con las que, embebidas en líquidos cicatrizantes, se cubrían las heridas empapadas con sal para cicatrizarlas. Se usaban las bizmas o emplastos para confortar, hechos con estopa de lino o cáñamo, aguardiente, incienso, mirra y otras substancias, tan extrañas como inútiles.
Para los tratamientos, las hierbas constituían los materiales básicos de los médicos (o curanderos, como se les denominaba) y, en consecuencia, sus tratamientos se reducían casi por completo a remedios botánicos. Ejemplo para el caso de que a un hombre se le caiga el cabello, se debía exprimir el jugo de la hierba llamada nasturtium, conocida como berro y colocarla en la nariz. Si se tratase de una cabeza ulcerada por caspa, se aplicaría un ungüento compuesto de semillas de hierba antes citada junto con grasa de ganso. Esta planta se utilizaba también para el dolor del cuerpo, bebiendo una poción a la que se le añadiría agua. Para quemaduras debía untarse con azucena, flor de lis y tilo de arroyuelo; fritos en mantequilla.
Los médicos de la Edad Media complementaban estas medicinas y las prácticas naturales con invocaciones de ayuda del otro mundo. Las influencias y los ritos mágicos se heredaron de los tiempos paganos; las tribus germánicas habían usado la medicina mágica por siglos. Los médicos recomendaban a sus pacientes que se pusieran amuletos con el fin de ahuyentar las enfermedades:
Pero, conforme los paganos se convertían al cristianismo, pronto las curaciones milagrosas mediante la intervención de Dios, Cristo o los santos reemplazaron las prácticas paganas. Las crónicas medievales son abundantes en narraciones de gente que se sanó al tocar el cuerpo de un santo.
Las prácticas que chocaron frontalmente con el cristianismo fueron perseguidas por diabólicas, supersticiosas e inmorales, aunque persistieron en la clandestinidad. La brujería, por ejemplo, fue terriblemente perseguida desde finales de la Edad Media hasta bien entrado el siglo XVIII. Se produjo durante este tiempo la “caza de brujas” que costó la vida a miles de personas en toda Europa; en España quedó casi reducida a Navarra.
Conviene recordar también el proceso de arabización del saber médico, que duró 300 años (1000-1300). La penetración se hizo en varios escenarios: Ripio, Sicilia, Salerno, Toledo.
El árabe fue el primer pueblo que tradujo e interpretó los conocimientos helenísticos. La medicina árabe de los siglos VIII y IX asimiló el saber médico de origen griego, combinándolo con algunos elementos de la medicina clásica india. La civilización árabe, que llegó a España, dio grandes hombres a la medicina: Avicena y Averroes. A partir del siglo X los autores islámicos desarrollan y enriquecen notablemente la medicina clásica griega.
Cabe destacar también el papel de los hospitales, que cobraron especial importancia en los siglos bajo medievales cuando fueron las cofradías las que se encargaron de su gestión, sustituyendo a los clérigos quienes realmente contaban con escasos recursos económicos. A pesar del cambio de titularidad, los centros nunca perdieron su espíritu caritativo y religioso y es que normalmente estaban llenos de los más desfavorecidos, los más pobres. En casi todas las ciudades medievales podemos encontrar vestigios de antiguos hospitales, muchos de ellos dedicados a una sola enfermedad, separación que hoy sorprende por lo avanzado de su acierto pero es que, debemos tener en cuenta que la medicina avanzaba a pasos agigantados y que en tiempo medievales, las enfermedades amenazaban continuamente con aparecer, siendo la mayoría, como la peste, terriblemente contagiosas.
Algunos ejemplos de estos hospitales son los dedicados a tuberculosos o leprosos donde se llevó a cabo un estudio cada vez más riguroso de cuáles eran los procesos de contagio, hecho que ayudó a su vez a mejorar los sistemas de higiene y por tanto a logran reducir el número de enfermedades mortales o al menos el número total de infectados por un mal.
El proceso de declive del feudalismo trajo consigo un proceso de cambios; algo nuevo acontecía en la Europa del Bajo Medioevo:
- Creciente lejanía de Dios
- Aparición de movimientos intelectuales como el nominalismo y el voluntarismo
- Disolución progresiva del feudalismo en beneficio de la nueva clase burguesa, muy numerosa y activa en las ciudades donde se desarrolla la industria artesanal
- Consecuencia de las anteriores, creciente necesidad de atenerse a la experiencia de la realidad sensible y singular para edificar la ciencia del mundo creado y la estimación progresiva del trabajo manual y de sus obras.
Estos hechos tuvieron repercusión en la medicina de la siguiente forma:
- Redacción de tratados, glosarios, sumas, concordancias, etc.
- Renacimiento de la anatomía. En el filo de los siglos XIII y XIV volvieron a disecarse cadáveres para: buscar lesiones en los cadáveres afectados por enfermedad pestilencial; con un fin médico-forense, buscando causas de muerte como envenenamientos y por motivos puramente anatómicos con el fin de conocer la estructura del cuerpo
- Desarrollo de la cirugía.
- Higiene y dietética.
- Perfeccionamiento de las traducciones griegas. Con el tiempo se produjo una mayor exigencia en las traducciones de las fuentes y una creciente capacidad crítica. La relación con el mundo bizantino permitió llevar a buen término el empeño.
A pesar de que la Edad Media aportó muy poco a la verdadera ciencia médica tal y como hoy la entendemos, se le pueden atribuir algunos resultados positivos: la construcción de hospitales experimentó un amplio desarrollo, apertura de numerosas leproserías, se descubrió que la infección era la causante de muchas enfermedades.
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