Sin duda el amor es un sentimiento intenso, capaz de generar emociones en el ser humano. Y si hablamos de amor hay que decir que además de manifestarse de diversas formas, su concepción y percepción ha ido variando con la historia de la humanidad.
Hoy vamos a intentar hacer una aproximación a la visión del amor en la Edad Media europea.
Contexto histórico
Se suele considerar la Edad Media en bloque, como el periodo puente entre antigüedad y la era moderna. Pero, en realidad, la Edad Media se divide en tres etapas bien diferenciadas. Del año 500 al año 1000 o 1100 sabemos muy poco. Fue un periodo oscuro y bárbaro del que apenas nos han quedado testimonios escritos.
La alta edad media va del 1100 al 1300. Ésta es la época medieval más antigua de la que hayan llegado hasta nosotros testimonios escritos y muestras artísticas. El desarrollo de las artes en este periodo fue considerable y especialmente notable.
Finalmente, el periodo comprendido entre 1300 el 1500 marca el declive de la Edad Media y el inicio del Renacimiento.
Hablamos de una sociedad, primero, muy violenta y, segundo, extremadamente jerarquizada. En ella, el máximo exponente de la masculinidad quedaba representado por el hombre de armas, los velatores, quienes parecían encontrarse en la perpetua necesidad de hacer destacar su honor por encima del de sus semejantes, y de demostrarlo a través de continuas manifestaciones de su valor.
Evolución en torno al amor a lo largo de la historia hasta llegar a la Edad Media
Hablamos de un sentimiento universal. Desde los albores de los tiempos, desde las primeras épocas del hombre, durante todo el ascenso y caída de muchas civilizaciones del mundo, el concepto de amor impulsó la rueda del tiempo hacia adelante. El amor no es solo familiar, también es romántico.
Si partimos de que lo que normalmente denominamos amor es una construcción cultural, es más fácil de entender que en cada época o período histórico existiese una visión y concepción diferente del amor.
El amor pasional es una construcción de Occidente. En Oriente y en buena parte de nuestro pasado es concebido como placer, como simple voluptuosidad física.
En el antiguo Egipto se separaba el concepto de matrimonio, que para ellos consistía en un contrato redactado en pie de igualdad por ambas partes, de los hábitos sexuales.
Si viajamos hasta la Grecia clásica vemos que la mujer tenía como función primordial el tener hijos, preferentemente varones. Cuando la niña tenía alrededor de los 13 y 15 años, los padres concertaban un matrimonio, eligiendo al pretendiente más adecuado. En esa vida el amor, tal y como lo conocemos en la actualidad, no tendría cabida. En su mentalidad, podía aparecer en ocasiones lo que llamaban philía, que significa cariño.
Ya en la Roma Antigua, y como en todos los demás aspectos, los romanos adaptan y reinterpretan las costumbres y mentalidad helena. En lo que al matrimonio y el establecimiento de un núcleo familiar se refiere, la mecánica era similar a la que ya hemos visto. La boda era concertada, generalmente un poco más tarde que los griegos, alrededor de los 18 años, por el jefe del clan familiar, el pater familias, que entregaba una dote a la muchacha. El matrimonio tenía como objetivo perpetuar el linaje, y en las clases altas, forjar alianzas políticas y sociales. En ese aspecto, el amar a la esposa era algo que estaba fuera de lugar, nadie se lo tomaba en serio.
El amor en la Edad Media
Durante la Edad Media, por amor, la gente estaba dispuesta a hacer cosas más grandes que la vida. Las guerras se libraban por amor, se derrochaban riquezas y se cometían crímenes. Pero ni siquiera el amor, un aspecto tan inseparable de quiénes somos, es simple. Sin embargo, el amor no siempre es un asunto mutuo. A menudo podía ser unilateral o completamente inexistente, especialmente en las altas cortes reales.
Durante la Edad Media la consideración de la mujer no cambió demasiado respecto a lo comentábamos en el apartado anterior. La mujer es considerada como una posesión imprescindible para fundar una familia, por lo que los matrimonios siguen la línea patriarcal.
El concepto de amor matrimonial tampoco cambia en exceso, dentro del mismo, sólo había lugar a un sentimiento de “caritas” y las relaciones sexuales se limitaban a la “honesta copulatio” con vistas a engendrar.
Un acontecimiento tiene gran influencia y es la expansión de la Iglesia, que empieza a imponer sus normas en las relaciones de pareja. La iglesia impone el matrimonio indisoluble, la fidelidad de los esposos y la convicción de que la sexualidad tenía como única finalidad la concepción de hijos. En definitiva, amor y matrimonio no estaban necesariamente relacionados.
Claro que en aquel tiempo no se hablaba de “sexualidad”, sino de “ayuntamiento carnal, cópula, fornicio”, enmarcado todo dentro de estrictos marcos legales y morales, que se inmiscuían tanto en la esfera pública, como en la privada, y en las sensibilidades íntimas de amor, deseo y obligatoriedad. Es así como la iglesia dictó sus reglas para la cópula, destinada exclusivamente a la reproducción y a ser practicada sólo dentro del matrimonio: Ningún otro acto íntimo estaba permitido salvo el necesario para concebir un niño. Existía un horario para ello: por las noches nada más. Durante el día estaba prohibido. No se podía hacer el amor los viernes porque fue el día en que Cristo murió; tampoco los domingos, porque era el día de la resurrección; ni los jueves ni los sábados. Ni en cuaresma, ni en adviento, mucho menos el viernes santo o los 40 días previos a la fiesta de Pentecostés. Y si era un día en que se celebraba un santo, pues tampoco. Estaba prohibido hacer el amor durante la menstruación, el embarazo, los 40 días después del parto y los días de amamantamiento, pues se creía que constituía una amenaza para la descendencia.
En una época determinada, el clero intentó que se hicieran leyes relativas a todo lo que concernía a “la sexualidad desviada” (casi toda, según ellos). Este intento fracasó porque la Iglesia no tenía el poder suficiente. Se creó entonces el derecho canónico que hoy es el derecho eclesiástico. Paradójicamente, el medio en el que la Iglesia encontraba más dificultades para corregir a los pecadores era el propio clero.
Había incluso códigos, en los que se consignaban las penas a las que se exponían los pecadores: por ejemplo, tres años de penitencia por tener relaciones incestuosas con la propia madre, dos años y medio por prácticas de bestialismo, dos años por masturbación y un año por travestismo.
Cómo dice López Ibor en su obra “El libro de la vida sexual”, durante la Edad Media se asume que la imagen de Dios está en el varón y es una. Las mujeres fueron sacadas del hombre, el cual tiene la jurisdicción de Dios como si fuera su vicario, pues él es a la imagen del único Dios. Por tanto, la mujer no está hecha a la imagen de Dios. La autoridad de la mujer es nula; ha de sujetarse en todo al mandato del hombre… Adán fue seducido por Eva, no ella por él. Es justo que sea el hombre, a quien la mujer condujo al pecado, quien la tenga bajo su dirección, para que no falle una segunda vez por la ligereza femenina.
Las cortes de la Francia medieval fueron quizás las más avanzadas de Europa y establecieron nuevos estándares mucho antes de que otros tribunales los adoptaran. Y el concepto de amor cortés fue una de esas innovaciones. Las nociones románticas del amor fueron difundidas originalmente por trovadores, poetas y cantantes de la Edad Media, famosos por sus estilos de vida bohemios. En Provenza, una región histórica de Francia, los músicos tradicionales cantaron sobre las costumbres del hombre común, pero también propagaron nuevas normas sociales, muchas de las cuales se originaron en la corte.
En todo caso, podríamos preguntarnos si había amor ente las parejas de la Edad Media. Lo cierto es que resulta complicado interpretarlo hoy en día, y más en el caso de las clases más humildes pues pocos testimonios han llegado, algo más fácil resulta con las clases más acomodadas.
De hecho se han encontrado un buen número de epitafios de maridos afligidos por la muerte de sus esposas. Las hay que acompañan a sus maridos al campo de batalla, o que les siguen a la cárcel y al exilio. La posición social y el dinero no siempre impiden que nazca el cariño.
Como decíamos antes, en esta época también aparece la idea del amor cortés que suponía una concepción platónica y mística del amor, era una forma de amor secreta que en muchos casos implicaba adulterio, y que generalmente no se practicaba en parejas formales, sino solamente era habitual entre miembros de la nobleza.
Nuestra imagen del amor medieval está fuertemente condicionada por las novelas de caballerías y la poesía trovadoresca. Una fantasía literaria en la que todas las damas son bellas y todos los caballeros hacen gala de modales exquisitos, tanto en el combate como en el ámbito privado. Es lo que llamamos amor cortés.
El amor cortés
El amor cortés como fenómeno literario refleja una de las revoluciones de mayor alcance en la sensibilidad social de la cultura occidental: el dramático cambio de actitud hacia las mujeres que comenzó a finales del siglo XI, se extendió por Europa occidental y septentrional durante el siglo XII, y perduró durante el Renacimiento y en el mundo moderno, donde todavía se pueden encontrar rastros.
El amor cortés es un concepto literario creado en la Europa medieval que expresaba el amor en forma noble, sincera y caballeresca, y que se origina en la poesía lírica en lengua occitana.
El trovador, poeta provenzal de condición noble, y más respetado que los juglares plebeyos, era la figura destacada en este tema. La relación que se establecía entre el caballero y la dama era comparable a la relación de vasallaje. Generalmente, el amor cortés era secreto y entre los miembros de la nobleza, dado que los matrimonios eran arreglados entre las familias y se realizaban por conveniencia, el amor cortés no era un amor bendecido por el sacramento del matrimonio, en el seno de parejas formales; sino, en la gran mayoría de los casos, adúltero o prohibido.
Aunque sus precedentes se han rastreado en la poesía árabe, o entre la literatura de los cátaros, sus comienzos pueden localizarse a finales del siglo XI en las cortes condales, ducales o principescas de Aquitania, Provenza, Champaña, Borgoña y la Sicilia normanda. Se extendió durante el siglo XII, en buena parte por la protección de poderosas damas, como Leonor de Aquitania y María de Francia, condesa de. Continuó en los siglos finales de la Edad Media, extendiéndose por los reinos cristianos de Europa Occidental.
La expresión “amor cortés” (amour courtois), fue acuñada por Gaston Paris en 1883; mientras que en la época de los trovadores se usaban expresiones como fin’amor (“fino amor”, “amor puro”, “amor verdadero” en occitano).
Un tratadista anónimo de mediados del siglo XIII distingue cuatro pasos en el progreso del caballero enamorado hacia su dama: fenhedor (no ha manifestado sus sentimientos), pregador (los ha manifestado), entendedor (la dama le ha sonreído o dado prendas) y drutz (ha culminado la relación con un contacto íntimo -otra cosa es lo que esto signifique, un mero contacto físico o el coito completo, teniendo en cuenta que la idealización del amor podía significar pasar la noche juntos sin tocarse -assag-, o con una espada entre ambos, como Tristán e Isolda-). En latín, los cuatro pasos del amor se nombraban como visus (contemplación), alloquium (conversación), contactus (caricias) y basia (besos).
Entre los géneros y subgéneros de la lírica del amor cortés los hay muy variados. Por ejemplo, en el denominado aube (“alba”), tras pasar la noche juntos, los amantes (el trovador y la midons) se lamentan de que llegue el alba y hayan de separarse; y aparecen otros personajes convencionales: el gilós (“celoso”, el marido), el guaita (amigo del trovador, que vigila toda la noche por si llega el gilós) y los lauzangiers (testigos del encuentro que pueden avisar al gilós de lo que ha sucedido).
Según Georges Duby, historiador francés especializado en historia social e historia de las mentalidades de la Edad Media, no hay que ver en el amor cortés una promoción de la mujer, sino un juego masculino, educativo para la formación de los jóvenes, que encauza sus pulsiones y sentimientos al igual que los ejercicios militares y los torneos entrenan sus cuerpos. La idealización de la dama no es obstáculo para dar libre curso a la libido con mujeres de rango inferior. La mujer objeto del amor cortés es una prueba; suele ser la esposa del señor, inalcanzable, pero a la que se galantea y se intenta seducir para mejor complacer al propio señor, que se presta al juego. La alta posición social de damas y caballeros sirve para diferenciarse del pueblo vulgar y de los burgueses que, aunque puedan incluso competir con su dinero, no pueden competir con ellos culturalmente.
De esta manera, el amor cortés, iniciado como una ficción literaria creada para el entretenimiento de la nobleza y la justificación ideológica de su posición social, se transformó en un vehículo de “educación sentimental” que influyó en los comportamientos reales, siendo considerado una práctica enriquecedora y sofisticada; una experiencia intermedia entre el deseo erótico y el espiritual, que aunque pueda parecer contradictorio, era vivido como “un amor a la vez ilícito y moralmente elevador, apasionado y disciplinado, humillante y exaltante, humano y trascendente”.
En todo caso, en un contexto cultural amplio, el amor corte podría haber causado dos efectos de largo alcance en la civilización occidental. Por un lado, proporcionó a Europa un lenguaje refinado y elevado con el que describir la fenomenología del amor. Por otro, fue un factor importante en el aumento del papel social de la mujer.
El amor en la literatura medieval
Durante la Baja Edad Media, surge un tipo muy distinto de relatos, como el Decamerón o los Cuentos de Canterbury: historias picantes, narradas sin pelos en la lengua, llenas de esposas desinhibidas y maridos burlados. Se echa de menos el punto de vista femenino. Incluso las llamadas cantigas de amigo, poemas amorosos puestos en boca de muchachas, están en realidad compuestas o recopiladas por hombres.
Los intentos de escribir tales normas y códigos sociales son extremadamente raros en la historia medieval temprana, casi inexistentes. Una de las pocas obras, y quizás la más importante, sobre el amor cortesano es el Tractatus Amoris & de Amoris Remedio, escrito por un hombre llamado Andreas Capellanus alrededor del año 1185 d.C.
Hay tres secciones en este notable libro en las que Andreas Capellanus dedicó especial atención a todos los aspectos del amor en la corte. La primera sección trata sobre la adquisición del amor y su naturaleza; el segundo aborda la cuestión de cómo retener el amoe las treinta una reglas del amor, que el autor incluye en la última parte del segundo libro:
- El matrimonio no es una verdadera excusa para no amar.
- El que no es celoso no puede amar.
- Nadie puede estar atado por un doble amor.
- Es bien sabido que el amor siempre aumenta o disminuye.
- Lo que un amante toma en contra de la voluntad de su amado no tiene gusto.
- Los niños no aman hasta que alcanzan la edad de madurez.
- Cuando un amante muere, se requiere una viudez de dos años del sobreviviente.
- Nadie debe ser privado del amor sin la mejor de las razones.
- Nadie puede amar a menos que esté impulsado por la persuasión del amor.
- El amor es siempre un extraño en el hogar de la avaricia.
- No es correcto amar a una mujer con la que uno se avergonzaría de querer casarse.
- Un verdadero amante no desea abrazar con amor a nadie más que a su amada.
- Cuando se hace público, el amor rara vez perdura.
- La fácil obtención del amor lo hace de poco valor; la dificultad de lograrlo lo hace apreciado.
- Todo amante palidece regularmente en presencia de su amada.
- Cuando un amante de repente ve a su amada, su corazón palpita.
- Un nuevo amor pone en fuga a uno viejo.
- El buen carácter por sí solo hace a cualquier hombre digno de ser amado.
- Si el amor disminuye, falla rápidamente y rara vez revive.
- Un hombre enamorado siempre siente aprensión.
- Los celos reales siempre aumentan el sentimiento de amor.
- Los celos, y por tanto el amor, aumentan cuando uno sospecha de su amada.
- Aquel a quien el pensamiento del amor aflige, come y duerme muy poco.
- Cada acto de un amante termina en el pensamiento de su amada.
- Un verdadero amante no considera nada bueno excepto lo que cree que complacerá a su amada.
- El amor no puede negar nada al amor.
- Un amante nunca puede tener suficiente de los consuelos de su amada.
- Una ligera presunción hace que un amante sospeche de su amada.
- Un hombre que está molesto por demasiada pasión generalmente no ama.
- Un verdadero amante es poseído constantemente y sin interrupción por el pensamiento de su amada.
- Nada prohíbe que una mujer sea amada por dos hombres o un hombre por dos mujeres.
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Referencias
La vida en la Edad Media. Las costumbres y el amor. De Riu Gassó, M.
El amor en la Edad Media: la carne, el sexo y el amor. De Verdón, J.
El amor en la Edad Media y otros ensayos. De Duby, G.
https://www.ancient-origins.es/
https://historiaybiografias.com/sexualidad5/
https://lenguasyliteraturas.com
http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/41439/Documento_completo.pdf?sequence=1
https://www.uaeh.edu.mx/scige/boletin/prepa3/n9/p1.html