Todos hemos oído en múltiples ocasiones esa manida frase de “colgar el sambenito” referida a que una vez que te ganas la fama de algo, ya no hay quien te la quite, es decir, echarle la culpa a alguien de algo que, posiblemente, no merece.
Pero, ¿qué es un sambenito y cuál es su origen?
Frente a lo que de buenas a primera podríamos pensar, el sambenito no tiene su origen en este santo sino en la palabra saco bendito. Realmente se trataba de un saco de lana bendecido por el sacerdote o párroco del lugar que, a modo de túnica, era colocado sobre el condenado con un agujero para la cabeza. Con esta túnica tenían que pasearse los penitentes, cual hombre anuncio, quedando marcados así ante el resto de la población.
El Sambenito está ligado irremediablemente a la Inquisición española o Tribunal del Santo Oficio. Esta institución fue fundada en 1478 por los Reyes Católicos y abolida definitivamente en 1834. Tuvo una larga trayectoria histórica con momentos álgidos en sus celebraciones de exaltación de la fe y condena de la herejía (famosas son las de Valladolid) convertidas en romerías populares y momentos de “capa caída” que concluyeron, a raíz de la aparición de la Ilustración en el siglo XVIII, en un escaso interés cuyos autos de fe -como señala alguna autora-, “apenas se registran y no matan”.
Los Sambenitos de Tui
Recientemente he visitado la catedral de Tui, en la provincia de Pontevedra, y he tenido la oportunidad de ver un par de sambenitos expuesto en sendas urnas. No he podido, tal y como pretendía, visitar el resto de sambenitos que se hallan expuestos en el Museo Diocesano, al otro lado de la entrada principal de la catedral, y que, desgraciadamente, se encontraba en obras, según nos informaron, no permitiendo las visitas.
En Tui se encuentran los únicos sambenitos conservados de toda Europa. Fueron hallados en los años 80 por un historiador tudense cuando llevaba a cabo una limpieza en el archivo catedralicio. Allí, en medio de rollos polvorientos, estolas y demás elementos litúrgicos olvidados, aparecieron enrollados constituyendo hoy en día un tesoro histórico.
A pesar de que Tui fue una villa fronteriza en la que convivían pacíficamente judíos y cristianos, el decreto de expulsión de los judíos en 1492 dio lugar a duros procesos inquisitoriales por herejía que derivaron en condenas que obligaban a las personas a llevar durante meses o años un sambenito.
Una vez cumplida la condena, el sambenito con el nombre del penitente y el delito cometido, era colgado en la iglesia parroquial para señalar a toda su familia y estirpe como condenada, lo que suponía la vergüenza pública y la deshonra.
El estilismo de los Sambenitos
Los sambenitos tenían diferentes diseños en función del pecado. Su estilismo variaba en función de la condena, así nos encontramos:
- Sambenitos negro con llamas y a veces demonios, dragones o serpientes (simbolizando el infierno), en función de la moda del momento. Estos estaban destinados a los condenados a muerte: los relajados al brazo secular (reincidentes).
Solían ir acompañados de una coroza roja (gorro de cartón en forma cónica pintado con llamas).
- Sambenitos amarillos con dos cruces de San Andrés de color rojo (en forma de aspa). Estos estaban destinados a los arrepentidos y, por tanto, reconciliados con la iglesia católica.
- Para los bígamos e impostores les estaba reservado el complemento de la soga al cuello con nudos. Estos últimos indicaban los centenares de latigazos que iban a recibir y de los cuales no se librarían.
En el caso de condena a muerte, el reo tenía que vestirse con el sambenito hasta que tuviese lugar la ejecución, siendo después colgado de la iglesia para vergüenza de su familia perpetuando así su culpa más allá de la muerte.
El dictado de la Inquisición en relación con los Sambenitos
Una de las penas más temidas de la jurisdicción inquisitorial era la de la infamia, asociado o no a otros delitos. Las implicaciones derivadas de esta pena tenían importantes consecuencias sociales para el condenado y sus descendientes. Conllevaba la privación de todos los cargos y oficios públicos, la pérdida de cualquier beneficio y la prohibición del ejercicio del corretaje en ferias, del oficio de carnicero o la práctica de la medicina. Tampoco los condenados podían viajar a las Indias en busca de fortuna ni, por su puesto, ingresar en las órdenes religiosas. Por regla general, esta pena se transmitía a los descendientes por línea paterna hasta el segundo grado de tal forma que convertía en infames a los hijos y nietos.
La infamia, asociada a la herejía, otorgaba siempre la muerte social, la pobreza, la degradación, la inhabilitación laboral y el desprecio.
La infamia se visualizaba principalmente mediante la obligación de lucir el sambenito durante un determinado periodo de tiempo o en ocasiones determinadas. El sambenito era un elemento deshonroso y de humillación que alcanzaba no solo al reo, sino a toda su familia, ya que el nombre de la familia se escribía en la parte superior del vestido, que no debía llegar más abajo de las rodillas.
Una vez finalizado el plazo de la condena, el sambenito no era destruido sino que era colgado a la vista pública en la iglesia parroquial (de ahí la conservación de los de Tui). Podríamos preguntarnos como un trozo de tela burda ha sobrevivido al paso del tiempo. Cierto es que la humedad deterioraba la prenda expuesta, pero la Inquisición obligaba a renovarla para perpetuar la memoria de la infamia y no permitir que la pena cayese en el olvido.
La práctica de la exposición de los sambenitos tocó a su fin en el año 1789 cuando el Consejo de la Inquisición ordenó que se dejaran de colgar los sambenitos. Lo cierto es que es un “milagro” que se hayan conservado los de Tui.
Es curioso y merece resaltarse el hecho de que en nuestro país vecino, Francia, en el año en que nuestro Santo Oficio estaba decretando que no se colgaran los Sambenitos en un acto extremo de generosidad… ahí al lado la Revolución Francesa abogaba por eliminar la autoridad de la Iglesia, de los privilegios del clero y por la confiscación de sus bienes. Fueron estos años duros para el clero siendo común la prisión y masacre de sacerdotes en toda Francia. En fin.. el otro lado del espejo!.
Por otro lado, la retirada de los Sambenitos no estuvo exenta de polémica. Aunque los tiempos impulsaban a la Inquisición a una reforma, el cuerpo inquisitorial se resistía fundamentándose en la previsión de serios peligros. Las órdenes de retirar los sambenitos comienzan a difundirse de forma sigilosa y transmiten prudencia.
El papel de los Sambenitos en un Auto de Fé
No todos los autos eran iguales. Podemos agruparlos en 3 tipos:
- Generales: rebosaban por el número de reos, asistentes y parafernalia.
- Particulares: celebraciones más restringidas y con menos aparato burocrático.
- Autillos: celebraciones de juicios privadas sin salir de las salas inquisitoriales.
Son los generales los que se convierten en un acto festivo de exaltación de la fe triunfante y verdadera. Son escenarios de la afirmación de la ortodoxia del Estado, del orden social y elogio de la pedagogía del miedo.
Aprovechando los delitos más graves, que eran los que contaban con mayor poder de convocatoria, se proponía el día de autos, que eran anunciados por las autoridades con un mes de antelación. Se publicaban los delitos y las penas conocidas de antemano por los reos.
En ese tiempo el ambiente se iba caldeando. Llegado el día las iglesias tocaban “a fúnebre” y el gentío se acercaba a la plaza Mayor en la que se situaba el cadalso. El espectáculo se iniciaba con la procesión de los penitentes que desfilaban con las cabezas descubiertas, con sogas al cuello –en señal de que serían azotados o destinados a galeras. También desfilaban los reconciliados con sus sambenitos con grades aspas y los relajados al brazo secular con sambenitos de llamas y coroza.
Los penitentes eran escoltados por frailes y dos familiares del Santo Oficio. Cerraba la procesión los delegados sociales e institucioales de la ciudad . El fiscal portaba un estandarte de la Fe de damasco carmesí con cruz de oro rodeada por el ramo de olivo y la espada y con el versículo justiciero del saldo: Exurge, Domine et judica causam tuam (Álzate, oh Dios, a defender tu causa. Salmo 73).
El resto de instituciones se unía a la comitiva al pasar. El cargo de mayor honor estaba reservado para el Presidente con el noble de mayor cargo a un lado y el presidente de la Chancillería al otro, como símbolo de sumisión de los poderes sociales y regios a la Inquisición.
El auto se iniciaba con el juramento solemne de fidelidad a la fe católica y al Tribunal del Santo Oficio. Alrededor de las ocho daba comienzo la Santa Misa y a continuación, anunciado a través de una campanilla, la lectura de las sentencias siguiendo el orden siguiente: los reconciliados en forma, los fallecidos absueltos, los quemados en efigie, quemados en hueso y los relajados al brazo secular para ser quemados vivos.
Los reos iban al cadalso con el sambenito que portaban inscripciones entendibles por los ciudadanos que no dejaban de ser mensajes del terror.
Las penas formaban un amplio abanico que comprendía desde las de índole espiritual condenando al uso de sambenitos que debían portar los penitentes a ciertos actos religiosos para su humillación; pasando por la condena en cárceles o a galeras y finalizando con la condena a muerte. En este último caso a los que daban señales de arrepentimiento se les concedía la gracia del estrangulamiento previo mediante garrote (penitente). En caso contrario, la quema se producia en carne viva (impenitentes).
El auto de fé se convirtió en un espectáculo público que ocupaba todo el día. A él acudían las gentes del lugar y aledaños que colmaba las calles siguiendo a la procesión llenándose, incluso, los tejados para mejor ver.
Como prueba gráfica ha llegado hasta nosotros dos famosas obras de reconocidos pintores españoles. Encontramos dos ejemplos extremos como puede ser la obra de Auto de Fe en la plaza Mayor de Madrid de Francisco Ricci (1683) o la obra de otro Francisco, pero esta vez de apellido Goya, titulada Auto de fe de la Inquisición (1819). En la primera se ensalza la celebración de un auto público, se llena de boato y distinción cortesana. En la segunda se representa el miedo y la humillación de los condenados frente a la soberbia y la crueldad de los condenadores.
El rey Carlos II preside un auto de fe celebrado en Madrid el 30 de junio de 1680, acto que se inicia con el juramento real de defender la fe católica y perseguir a los herejes y apóstatas.
Goya presenta la escena de un autillo. Los condenados a muerte, así identificados por la corona con llamas hacia arriba que portan, escuchan la sentencia, leída por un fraile desde una tribuna o púlpito En el centro, un inquisidor vestido de negro, adornado con una cruz, señala a los condenados sin mirarlos, dando a entender su profundo desprecio hacia ellos.
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Referencias
Más allá de la hoguera: penas no capitales de la inquisición española. De Martínez Peñas, L . Revista estudios institucionales.
La ceremonia festiva del Hereje. De Becares, M.
El auto general de Fe de 1680. De Vegazo Palacios, J.M. Málaga: Algazara.