Una de las obras pictóricas más conocidas del mundo es la de la Gioconda o Mona Lisa. Su imagen ha sido y es copiada, manipulada, usada y repetida hasta la saciedad.
Esta obra ha generado una industria de copias en sí misma. Posters, broches, tazas, camisetas, pitilleras, encendedores, pañuelos de seda y todo tipo de objetos, así como una industria de subproductos, desde el uso de la imagen de la dama florentina en caricaturas hasta su apropiación por artistas como Marcel Duchamp o Andy Warhol. En la actualidad es un símbolo de cultura, historia y arte y una de las obras más visitadas del mundo.
Se la ha definido como misteriosa, se ha alabado su sonrisa, sus ojos… e incluso se han escrito ríos de tinta sobre a quién representa: a la mujer del Giocondo, al propio Leonardo da Vinci, a su madre…
Pero ¿qué tiene esta obra que la ha hecho tan famosa a lo largo de los tiempos? ¿por qué Leonardo nunca se desprendió de ella y lo acompañó hasta su muerte?
La fiable fuente del escritor y pintor Vasari (siglo XVI) relata ya en sus biografías como Leonardo da Vinci consiguió esbozar la mítica sonrisa de Lisa Gherardini, esposa del mercader Francesco del Giocondo, allá por el año 1503. Parece ser que hoy en día ha quedado zanjado el tema de la identidad de la retratada.
La fama de la obra se propagó rápidamente, siendo objeto de copias desde muy temprano al haber causado un gran impacto entre los pintores del Renacimiento. La calidad y originalidad de la obra radica en la técnica empleada llamada “sfumato”, que consiste en reducir el peso del dibujo y difuminar los contornos logrando así pintar el aire que existe entre el observador y la obra. Esta especie de “bruma” existente en el retrato junto con la enigmática sonrisa de la retratada, rodean a la obra de un cierto aire de misterio.
La confirmación de la fama de la obra en el momento de su realización, cosa sorprendente y no habitual, la tenemos en las copias que se realizaron de la misma. El propio Rafael en 1504 la dibuja y le sirve de inspiración para otros retratos. También de esa época y posiblemente del taller de Da Vinci salió la copia expuesta en el Museo del Prado, atribuida a uno de los discípulos del autor.
Un viaje a través del tiempo:
Uno de los grandes misterios de esta obra es que, pese a que la pintó por encargo, Leonardo da Vinci nunca se desprendió de ella. Es cierto que pudo ser que no se la hubiesen pagado y por ello no saliese del taller, pero esto no justificaría el hecho de que fuese la única obra que le acompañó hasta su muerte en Francia al servicio del monarca francés Francisco I, quien la adquirió pasando a formar parte de las colecciones reales francesas.
Los avatares históricos llevaron a que la Mona Lisa se integrase en los fondos del recién creado Museo del Louvre en el 1797. A este edificio se traspasaron las colecciones privadas de las clases dirigentes para disfrute del conjunto de la sociedad.
Pero ¡ojo!, algo debe de tener esta obra porque ya Napoleón ordenó que la obra se instalara en sus aposentos en el palacio de las Tullerías, donde permaneció hasta 1804, año en el que regresa al Museo del Louvre.
A lo largo de los siglos XVIII y XIX su fama fue languideciendo. En el siglo XIX la Gioconda no será la obra más popular del Museo del Louvre y, por tanto, no tenía un lugar especial donde destacase su presencia, ubicándose en el medio de las obras de la escuela europea.
No obstante, seguía siendo una obra conocida en el círculo de artistas e intelectuales de la época ensalzándose durante el romanticismo.
La desaparición de la obra
Cuando la Gioconda languidece, de nuevo sucede un hecho que la saca a relucir: su desaparición.
Cuando en 1911 la obra desaparece, la Mona Lisa se convierte en todo un icono popular. Se multiplican las visitas al Museo del Louvre para ver el espacio vacío que había dejado el ladrón en la sala expositiva.
La noticia de su desaparición, se hizo eco en toda la prensa mundial siguiéndose con mucho interés. La obra se reprodujo en todas las portadas, lo que contribuyó a la difusión de su imagen y a la mitificación de la misma.
Una calurosa mañana de un 22 de agosto de 1911, un empleado del Museo del Louvre se alarma ante el hueco vacío del lugar que ocupaba la Gioconda. Ese día era un martes. Anteriormente nadie se había dado cuenta de su ausencia debido a que el Museo cerraba los lunes.
La prensa mundial se hizo eco de tan extraordinaria noticia. La Mona Lisa adquiere de golpe una popularidad universal. Era imposible escaparse a la imagen de la dama secuestrada.
La investigación partió de cero y empezó a dar “palos de ciego”. En principio se pensó en un chantaje que acabaría en un rescate, después se llegó a detener al poeta Guillaume Apollinaire y al pintor español Pablo Picasso, por ser en esa época jóvenes artistas de vanguardia que se rebelaban contra el encierro de las obras en los Museos por entender que estos eran instituciones artísticas anquilosadas.
En 1913, se había perdido toda esperanza de recuperar la obra. Se llegó a dar de baja del catálogo del Museo. Pero inesperadamente, un hombre que se hacía llamar Leonardo, se pone en contacto con el director de la Galeria de los Uffizi de Florencia y un marchante de arte italiano, y los cita en un hotel de Florencia para enseñarles el retrato robado en París. Tras examinar la obra y constatar que era la original, dieron parte a las autoridades y el ladrón fue detenido.
Se trataba de Vicenzo Peruggia, un antiguo trabajador del Museo del Louvre de origen italiano, que sustrajo la obra para devolverla a Italia, por considerar que formaba parte de las obras de arte que Napoleón se había llevado a Francia en el siglo XIX. El perfil del ladrón se alejaba del sofisticado ladrón de arte internacional que todo el mundo imaginaba. Por ello, Peruggia culpó su pena con apenas siete meses de prisión.
El psicoanalista especialista en arte Darian Leader describe en su libro “El robo de la Mona Lisa. Lo que el arte nos impide ver”, como tiene lugar el robo:
La mañana del 21 de agosto de 1911, un hombre delgado vestido con una bata blanca se escabulló por una de las entradas laterales del Louvre y desapareció entre las multitudes de la rue de Rivoli. Su paso no era ligero, ya que debajo de la bata llevaba un panel de madera que tenía que ocultar y proteger a la vez. Cuando regresó a su pequeño y escasamente amueblado cuarto en la rue Hôpital Saint-Louis, deslizó el lienzo con cuidado en un hueco oculto a la vista por montones de leña. Muy pronto estaría cómodamente encajado en el fondo falso de un baúl construido expresamente para coincidir con sus dimensiones.
Después de su recuperación, la obra fue expuesta en Florencia, Roma y Milán antes de regresar a París en enero de 1914 rodeada de medidas de seguridad, donde permanece hasta la actualidad.
Un toque de misterio
Pero como en todos los acontecimientos un tanto peculiares el misterio también cobra su protagonismo. A los largo de los años se ha especulado sobre que detrás del pobre Perugio existía una cabeza delictiva que aprovechó la ausencia de la Gioconda para vender diversas copias, pasando por verdaderas, a coleccionistas incautos. Esta historia nunca pudo ser probada, por lo que el misterio perdura.
Bibliografía:
- El robo de la Mona Lisa. Lo que el arte nos impide ver de Darian Leader (2014)
- El día que la Mona Lisa fue robada del Louvre. Muy interesante (mayo, 2020)
- El robo del siglo. National Geographic