Valle Inclán (1866-1936), uno de los grandes escritores gallegos, cultivó todos los géneros literarios y destacó en ellos por la originalidad de su estilo.
Vivió durante el reinado de Isabel II, a quien tanto fustigaría con su pluma. Figura y personalidad singularísimas, artificiosamente construidas por él mismo. La imagen levemente romántica de la descripción concuerda con la que él quiso dar de sí mismo en una fantasiosa autobiografía.
Procedía de una familia paterna de tradición ilustrada y liberal, y familia materna, arraigada en mayorazgos campesinos gallegos, de abolengo tradicionalista. Vivió en esa sociedad campesina, arcaica y profundamente tradicional, que fue la fuente de leyendas, tradiciones y supersticiones, personajes y paisajes de sus obras.
Instalado en Madrid, a partir del año 1895 se convirtió en tertuliano en cafés y redacciones de periódicos en busca de la consagración literaria. Comenzó a cultivar su imagen estrafalaria. El inconformismo ante la crisis de España en 1898 se tradujo en la pintoresca indumentaria de Valle-Inclán y en la disipación de las costumbres de los denominados “bohemios” y en general en el cambio de códigos expresivos, que siguió el paradigma del lenguaje “artístico” practicado por Rubén Darío.
Durante esos años su dedicación al teatro fue muy intensa. Hasta la Primera Guerra Mundial practicó la militancia política en el Partido Carlista, contra la política de Restauración borbónica y la caótica situación del país. Esa ideología se plasma literariamente en tres novelas sobre la Guerra Carlista.
En 1912 se retira a Galicia. El carácter político de sus obras teatrales le crea problemas y se ve obligado a abandonarlo. No buscaba la comercialidad. Se veía libre de ataduras y quería explorar otras formas literarias subvirtiendo los códigos al uso del teatro burgués, difuminando los límites entre novela-drama y permitiéndose audacias en la forma y el estilo que al cabo le consagraría como uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX.
Tras el comienzo de la Primera Guerra Mundial se declara aliadófilo, lo que le apartó del Partido Carlista en su mayoría germanófilo. Fue una época de gran importancia en su trayectoria, pues si bien mantiene silencio creador, la vivencia cercana de la guerra le proporcionó una excepcional experiencia personal que transformaría después en literatura. La gran guerra supuso el fin de una época, dio comienzo un nuevo orden internacional y se consolidó la idea del fracaso de la sociedad burguesa basada en la razón. La libertad y la fusión de lenguajes artísticos, serán características generales de la literatura occidental.
Entre 1919 y 1920, Valle sufre una profunda crisis personal e ideológica que eclosiona en una nueva época de su literatura y le conducirá al esperpento. Se impone una visión muy crítica de la realidad nacional, con una clara toma de postura cívica. La mayor parte de la crítica considera que se produjo un viraje ideológico y estético total, opuesto al modernista anterior, y otro posterior a 1920 esperpéntico, comprometido con ella. Del Valle carlista estético a un Valle integrado en el anarquismo y el bolchevismo tras un radical giro a la izquierda. Hay otros que consideran que no fue tan brusca esa evolución que, el inconformismo es una constante de la vida del escritor, su rebeldía ante la realidad que le tocó vivir se manifiesta en su trayectoria literaria de modos diferentes: primero, como una actitud de huida, de evasión de la realidad, un mecanismo de protesta, y, a continuación, trata de reflejar en clave épica una realidad social irremediablemente desaparecida, para contraponerla a un presente que repudia. Ambas vías -evasiva y ennoblecedora- se diría que no le resultan satisfactorias. Por fin, Valle hace patente su desacuerdo con la realidad político-social contemporánea y su preocupación entonces se centra en la búsqueda de recursos artísticos que hagan más eficaz su actitud crítica. El resultado literario de ese proceso, sería el esperpento.
Lenguaje desgarrado y óptica deformadora de la realidad que se aplica al reinado isabelino, configuran una visión de la historia reciente dominada por la sátira política de raigambre barroca y extraordinaria eficacia comunicativa. Valle denominó “esperpentos” solo a cuatro de sus obras: “Luces de Bohemia”, “Los Cuernos de Don Friolera”, “Las Galas del Difunto; y “La Hija del Capitán”. Las tres últimas se incluyeron en el volumen “Martes de Carnaval”. En ellas se recorre la historia reciente de España desde las guerras coloniales de Cuba y Marruecos, al militarismo dominante en la política española en plena dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), con una fuerte carga crítica en clave de farsa tragicómica. El término esperpento, adquiere a partir de entonces significación literaria, en la que se deforma la realidad acentuando sus rasgos grotescos.
Su oposición a la Dictadura de Primo de Rivera se tradujo en una nueva actividad política. Se incorporó a la Alianza Republicana. En abril de 1931 se proclama la II República, Valle se encuentra entre sus simpatizantes y es nombrado Presidente del Ateneo de Madrid.
Con el proyecto “El Ruedo Ibérico” manejó fuentes documentales convenientemente tratadas. Tras sus personajes y episodios, se descubre la realidad transformada literariamente. Las técnicas narrativas empleadas son calificadas de “cubistas”. Yuxtaposición de episodios que permiten abordar la realidad desde perspectivas muy diferentes, enriqueciendo los matices con que se analiza el período histórico. Fue un proyecto muy ambicioso. Se trataba de novelar la historia contemporánea de España desde la caída de Isabel II en 1868, hasta el reinado de su nieto Alfonso XIII, quien también cayó en 1931, símbolo del fracaso de la Restauración Borbónica.
Valle-Inclán concibió tres series de tres novelas cada una, pero solo se publicaron las de la primera serie: “La Corte de los Milagros”, “Viva mi Dueño” y la inacabada “Baza de Espadas”, que se refieren a los preparativos de la Revolución del 68 que destronó a Isabel II. Las demás quedaron pendientes. Novelas políticas, donde destaca la denuncia de la clase dirigente española del siglo XIX, cuyo comportamiento grotesco resalta. Revela con burla inmisericorde los entresijos de la vida palaciega: las camarillas cortesanas, incluidos religiosos iluminados, las intrigas políticas de Prim, González Bravo, el duque de Montpensier y otros personajes históricos que buscaban sustituto para el trono de la reina Isabel II, la ”reina castiza” de la Farsa de 1920, claro precedente temático y estético de estas novelas. Ninguno se salva, un conjunto de farsantes sin valores morales. Ni la reina caprichosa y casquivana, ni su marido el “consentidor” Francisco de Asís de Borbón, ni los militares fanfarrones y maleducados, ni la nobleza obsoleta. Un desfile de personajes que son tratados como figuras de guiñol, reducidos a gesto y mueca, en una expresión que resulta definitoria de su carácter y papel en ese “ruedo ibérico” de pandereta y castañuela, que Valle fustiga con las mejores armas del esperpento.
Pero sin duda Valle Inclán es reconocido por “los esperpentos”. Él mismo explicó su teoría en una entrevista en ABC en 1928: “Hay tres modos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire: Cuando se mira de rodillas, se da a los personajes, a los héroes, una condición superior a la humana (….). En pie, que es mirar a los protagonistas novelescos, como de nuestra misma naturaleza, como si fuesen ellos nosotros mismos, como si fuera el personaje un desdoblamiento de nuestro yo, con nuestras mismas virtudes y nuestros mismos defectos, esta es la manera que más prospera; Esto es Shakespeare, todo Shakespeare… y la tercera manera, es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía. Los dioses se convierten en personajes de sainete. Esta es una manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos. Quevedo tiene esa manera. Cervantes, también. A pesar de la grandeza de Don Quijote, Cervantes se cree más cabal y más cuerdo que él, y jamás se emociona con él… (También es la manera de Goya.). Y esta consideración es la que me movió a dar un cambio en mi literatura y a escribir los esperpentos, el género literario que yo bautizo con el nombre de esperpentos.”
Esta tercera manera es la que él dice elegir, definiendo a los personajes de sus esperpentos como enanos y patizambos, que juegan una tragedia.
Más que un género literario debemos considerar el esperpento como una estética que afecta a toda la etapa final de su creación. Una estilística de lo populachero por el lenguaje empleado y la extremosidad de las situaciones, que hace que lo cómico se convierta en trágico, y en lo trágico se vislumbre una vertiente cómica. Solo con la burla y la sátira inmisericorde, le sería posible representar la degradada historia de España del último medio siglo. Para Valle, la historia de España es una versión bufonesca de la historia europea, y la esperpentización de personajes y episodios se convierte en el mejor espejo en que hacerla mirarse. Valle invita a pasearse ante ellos a los héroes clásicos, que instantáneamente se convierten en caricaturas de sí mismos. Todos han perdido su original grandeza, porque el autor, al enfocarlos ha cambiado su perspectiva y los ve desde una posición superior que los hace enanos, deformes o marionetas de carne y hueso, cuyos hilos mueve el autor, similares a los populares títeres de cachiporra que tanto atrajeron a García Lorca, manifestación esquematizada y muy popular de los conflictos dramáticos.
También la subversión se aplica al lenguaje, con registros del habla popular, vulgar y desgarrada, integrando procacidad y blasfemia, el argot y la jerga, para reproducir el habla auténtica de las clases populares.
Sus obras expresan claramente la indignación de Valle ante la situación española, de la que siempre fue muy crítico con el conjunto de la sociedad española de la época, la que pasa por el espejo cóncavo para revelar su naturaleza corrupta, la crueldad, la falta de solidaridad y el egoísmo.