En la Edad Media, el valor de los animales y el tratamiento que se les era dado era muy diferente a los días actuales. Sin embargo, el concepto de mascota y su noción más simple ya existía y era más amplio que en nuestros tiempos. A diferencia de hoy, en aquella época no era extraño encontrar monos, hurones, ovejas o cerdos como animales de estimación. Esos animales fueron, además de compañía, fuente de alimento y de recursos económicos, ya que podían ser canjeados en un trueque comercial o vendidos.
Con la apertura de las rutas comerciales con el Próximo Oriente a partir del siglo XII propició la llegada a Europa de diversos animales exóticos. Uno de ellos fue el mono, como el macaco de Gibraltar, el babuino de Egipto, y otros tipos traídos de África y la India.
Los monos se podían encontrar en los ménageries, o casas de fieras, que algunos reyes y príncipes crearon en sus palacios. Era una exhibición de varios tipos de animales exóticos y tenía como finalidad mostrar un símbolo de riqueza y de las buenas relaciones del soberano con otros reinos.
Los monos también eran apreciados como mascotas. Numerosos nobles mantenían simios domesticados, e incluso lo hacía también miembros del clero. En muchos casos los monos estaban atados por el cuello o la cintura, mediante un collar y una correa, o incluso se lo encadenaba a la pared, a bloques pesados de piedra o a bolas de presidiario.
También se encontraban monos en los espectáculos itinerantes que daban los juglares en las plazas públicas y en las fiestas privadas para la nobleza. Contaban con monos amaestrados, los conocidos como “monos de feria”, capaces de imitar ciertos gestos humanos como montar a caballo, bailar, caminar sobre la cuerda floja o participar en batallas simuladas contra otros animales.
Un espectáculo más trágico y sangriento era el enfrentamiento entre animales, normalmente con perros de pelea, batallas en las que el simio llevaba siempre las de perder.
La presencia habitual del mono en la vida cotidiana de los europeos a partir del siglo XII cambió la forma en que era visto este animal, pues aparecían como un reflejo deformado del hombre, y se les evocaba como advertencia frente a pecados diversos, desde la usura hasta la lujuria. Incluso en casos extremos, los simios aparecen en el arte como símbolo de los condenados al infierno.
De esta concepción nace, por ejemplo, la afirmación del filósofo francés Bernardo Silvestre, en su tratado Cosmografía: “si los hombres rechazan la salvación de Dios y se abandonan a lo pecados de la carne, habremos descendido al nivel de los simios, humanos en forma, pero ridículos y despreciables en todas nuestras acciones”.

Además, tras sus experiencias, el mono aprende y saca sus propias conclusiones, e incluso puede hacer proyecciones del futuro y se vuelven más prudentes antes de hacer alguna tarea. Por último, el mono, concretamente el chimpancé, muestra sociedades con liderazgo, donde tiene más poder el macho que la hembra, donde existe competitividad.
¿Hay tantas diferencias?









