La Orden del Temple se funda en Jerusalén, que estaba en poder de los cruzados. Nueve caballeros, “los pobres soldados de Cristo”, se instalan en las ruinas del Templo de Salomón, y nueve años después, el Papa reconoce esta nueva Orden, que tiene una doble finalidad: religiosa y militar. Poco a poco la Orden fue ganando en riquezas materiales, necesarias para su subsistencia y para el cumplimiento de la misión que se habían impuesto. Al principio fueron donaciones que luego se vieron acrecentadas por la habilidad con que los propios templarios administraban sus bienes. Además, los Papas, exceptuaron a la Orden de cargos y diezmos.
La Orden de los Templario creció y se expandió durante más de 200 años por el Mediterráneo y parte de Europa. Fue progresivamente mejorando su eficiencia merced a una magnífica organización tanto en el campo económico como en el religioso o el militar.
La Orden se regía por una Regla aprobada por el Papa, la denominada “regla latina”, aunque según algunos historiadores, pudiera haber existido otra Regla secreta que se transmitiría oralmente.
El crecimiento de riqueza y poder por parte de la Orden levantó fuertes resquemores entre las casas reales, hasta el punto de que en el siglo XIV el rey Felipe el Hermoso (en Francia) hizo que se suprimiese. Se trató de un largo y dudoso proceso, con testigos de dudosa credibilidad, que fueron escogidos, mayoritariamente, entre los hermanos excluidos de la Orden por mala conducta.
Los miembros de la Orden del Temple concedían una importancia trascendental a valores como la humildad, el servicio, la caridad o el amor. De ahí su lema: “Non nobis, Domine, non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam “, esto es: “nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para la gloria de tu nombre”.
Seguramente alimentado por historias, leyendas, novelas y crónicas fantasiosas, a lo largo del tiempo se ha ido creando abundante literatura sobre los aspectos esotéricos y rituales de los templarios. Lo cierto es que poco se sabe sobre ello, pero es preciso insistir en su papel como impulsores de los avances de la civilización allá donde se ubicaban. Así, desbrozaban, roturaban, desecaban pantanos, explotaban salinas, canalizaban los ríos y lagunas, cultivaban, abrían nuevas vías de comunicación o reconstruían otras fuera de uso, reduciendo el peaje o eliminando éste y otros impuestos que obstruían el comercio, protegiendo a comerciantes y peregrinos; establecieron mercados de los que eran beneficiarios, fundaron nuevos pueblos con colectividades humanas de diversa procedencia, repoblaron territorios enteros.
Sus economistas revolucionaron el sistema económico mediante la introducción de la letra de cambio, con lo que se podían hacer transacciones nominales y viajar tranquilos sin miedo a los robos de los valores en metálico. Pagaban rescates a princesas y reyes, financiaron la construcción de los grandes edificios góticos, colaboraron en la fusión de las culturas cristiana y árabe (con la consiguiente transmisión de conocimientos de éstos a aquellos), consiguiendo en los territorios por ellos regentados el sincretismo y la tolerancia entre cristianismo, islamismo y judaísmo; resucitaron las milenarias tradiciones esotéricas, fomentaron los contactos entre filósofos e intelectuales de las tres grandes religiones, fundaron Universidades y centros de cultura (Escuela de Traductores de Toledo, Escuela Náutica de Segres, Instituto Luliano de Mallorca, Universidades de Palencia y Coimbra…), etc.
Se erigieron también en guardianes del Camino de Santiago, fomentando el culto y las peregrinaciones tanto a Santiago como a los diversos santuarios de interés trascendente intercalados en las rutas principales. Edificaron sus propios santuarios en las encomiendas del Camino y entronizaron diversas devociones a la Virgen Madre Negra.
Y como no, los templarios también llegaron hasta tierras gallegas, dejando su impronta todavía reconocible en diversas localidades, construcciones, arte, … Pero esa es otra historia y a ella dedicaremos otra entrada en el Blog.
Un saludo