Publicamos esta entrada, en fechas próximas a la celebración del Arde Lucus (mes de junio), donde podemos vislumbrar y disfrutar de las diferentes actividades, campamentos y desfiles de romanos y castreños, me gustaría dedicarle una entrada a este pueblo casi desconocido y confundido la mayoría de las veces con los celtas.
La cultura castreña representa el momento cultural más peculiar de la historia del Noroeste, tradicionalmente vinculada con el mundo céltico, aunque haya que matizar el alcance de esta consideración- Esta cultura se desarrolló, desde finales de la Edad del Bronce hasta principios de nuestra era, en el noroeste de la península ibérica, dentro de una zona que abarcaría el norte del actual Portugal, Galicia, las zonas occidentales del Principado de Asturias, provincia de León y la provincia de Zamora.
Se sitúa desde el siglo VIII aC. hasta el I dC. A efectos didácticos podemos hablar de diferentes etapas:
- La primera se situaría en el siglo VIII a.C y finalizaría en el siglo V de la misma era, esta etapa se conoce como una fase de formación de esta cultura; será un proceso de sedentarización y construcción.
- La segunda etapa coincidiría con la II Edad de Hierro, del siglo IV a.C. al siglo I a.C., siendo ésta la principal etapa de desenvolvimiento.
- Y, por último, de la mitad del siglo I a.C. al siglo I d.C., se sitúa la fase conocida como castrexo-romana; donde se encuentran las más importantes diferencias a través del espacio y el tiempo, dependiendo de la zona en la que se sitúe el castro.
Su característica más notable o conocida por los restos arqueológicos existente en estas zonas, son los poblados fortificados conocidos como castros (de la forma latínizada castrum), de los que toma el nombre.
En Galicia hay unos 3.000 yacimientos de cultura castreña de la misma época en que la ficción hacía que Astérix y Obélix se batieran en la Galia contra los romanos atrincherados en su poblado y resistiéndose al imperio. El de Baroña, situado en Porto Son, en la costa meridional de la ría de Noia no es el más grande ni importante, pero sí posiblemente el más conocido por la espectacular belleza de su entorno. Una veintena de casas de planta circular u oval se asienta en una pequeña península que se eleva formando un acantilado sobre el mar.
Los restos de esta cultura gallega se extienden por toda la comunidad en la que existen multitud de castros, pueblos más o menos grandes formados por casas circulares de mampostería, fortificados y construidos en lugares elevados para su defensa.
Escasa es la información del día a día de este pueblo. Las referencias escritas se las debemos al historiador griego Estrabón quien señalaba “que llevaban una vida sencilla, bebían agua, dormían en el suelo y llevaban el pelo largo, como las mujeres”.
Su base económica era la agricultura intensa: cereales, legumbres y hortalizas. Se conocen también pequeñas huertas al lado del castro, los cereales estarían más lejos del mismo. El monte se convirtió en uno de los más importantes complementos de esta cultura gracias a la recogida de frutos y leña. Se empezaron a crear los primeros silos, hórreos y cabañas para almacenar excedentes, los cuales se conservan con las nuevas técnicas de secado, ahumado y fermentación, de este modo nace la cerveza en los molinos.
Esta economía se basa también en la ganadería, la pesca y el marisqueo. En la granja se trabajaba con bueyes, vacas, ovejas, cerdos y gallinas. Y se revolucionó la pesca de bajura con la fabricación de pequeñas embarcaciones.
Era una sociedad carente de Estado. No existía una autoridad superior que coordinase las acciones de los distintos grupos sociales. La cohesión se lograba a través del funcionamiento de una serie de instituciones. Había un equilibrio entre hombres y mujeres, éstas poseían las tierras y ellos otro tipo de bienes, como el ganado. Toda la autoridad estaba en las manos de los hombres. La sociedad castrexa era matrilineal, pero patriarcal.
Una estructura formada por una serie de círculos concéntricos en los que situaría una serie de grupos sociales siguiendo el número de miembros:
- La unidad social inferior debió ser el clan. Sus miembros, que tendrían un antepasado común, se considerarían de la misma familia. No vivirían en el incluso castro, sino dispersos en subclanes, pero serían solidarios entre sí.
- La siguiente en rango sería la centuria, unidad político-militar. Cada centuria tenía un jefe, a lo que los romanos llamarían princeps, cuyo cargo era hereditario por vía masculina. Es una sociedad sólo de hombres. Sus miembros no están vinculados por lazos de sangre. Cada una de estas organizaciones poseía cultos y dioses propios y quizás un territorio.
- Varias centurias se agrupan formando un populus, unidad que posee límites territoriales claramente definidos. Además, disponen de una capital, denominada romu por los romanos. En principio, es posible que no fueran entidades de población importantes, sino simples lugares de encuentro, en los que se intercambiaban productos y se establecían pactos familiares de tipo matrimonial y alianzas políticas. El populus no tuvo una autonomía política definida, pero las centurias que lo componían actuaban solidariamente en los casos de confrontaciones armadas.
En Galicia la situación social debió ser la siguiente: por una parte, habría una aristocracia guerrera, con jefes pero sin reyes. Su origen sería claramente céltico. Dentro de ella, las mujeres poseían las tierras, de las que se desinteresarían los hombres, consagrados a la actividad militar. Por debajo de esta aristocracia tendríamos una población muy numerosa de origen precéltica, que podría trabajar las tierras de esta aristocracia (aunque esta afirmación no puede mantenerse con seguridad).
Tanto los hombres como las mujeres castrexos, embellecían sus cuerpos a través de ropas, joyas y peinados, se trataba de una decoración corporal compleja. Aparecen las fusaioas (instrumentos circulares que forman parte del huso), y los primeros peines de huesos y agujas para tejer.
A las mujeres se les atribuye el uso de faldas, mantos y túnicas y la utilización de hebillas de bronce, oro y plata (semejantes a los imperdibles para unir las diferentes piezas de tela, esta decoración es muy importante para delimitar el valor de identidad o el status social.
Otra parte muy importante de esta sociedad es el cuidado y el adorno del cabello así como las joyas. Las arracadas (adornos para las orejas) y algunos collares articulados de materiales vidriosos asociados a la joyería son los únicos adornos corporales que se utilizaban, no había pulseras ni anillos.
En cuanto a los hombres, llevaban algunas alhajas como torques, brazaletes y diademas-cinto (instrumentos que podrían tener las dos funciones); cada torque tenía una diferenciación regional.
Respecto a las armas, se usaban como un complemento más de la estética masculina con los puñales que se utilizaban para las razzia (pequeñas guerras limitadas para conseguir un botín o solucionar ciertas disputas), los puñales más largos los utilizaban una nueva casta de jefes guerreros.
Los habitantes de los castros trabajaron la piedra, la cerámica y la cerámica y los metales, que utilizaban no sólo para construir sino también para la realización de objetos de uso cotidiano como hemos dicho anteriormente.
La religión era un fenómeno social y los actos religiosos eran muy frecuentes, realizándose sacrificios rituales de animales o personas, para los que se utilizaban cuchillos, machetes y un tipo de caldero; estos rituales los hacían una especie de sacerdotes que, además, adivinaban el futuro por el estudio de las entrañas.
Tenían una religión politeísta. Creían en dioses hacedores del mundo, en divinidades relacionadas con la guerra, el vigor físico y la fuerza. También creían en deidades relacionadas con la producción y la abundancia. La clase religiosa (curanderos, sacerdotes y druidas) gozaban de un status especial. Así encontramos dos dioses de la guerra: Cosus y Bandua. A los cuales se les situaba en lugares sagrados y de culto, como pequeños santuarios rupestres galaico-romanos y espacios rituales en el interior del castro. Se desconocen los ritos funerarios, ya que no se han encontrado, ni enterrado, ni incineraciones. Las leyendas populares describen a los habitantes de estos asentamientos como celtas, pero en realidad pertenecían a la cultura castreña autóctona. Los castreños no eran celtas, aunque hablaban lenguas de origen celta como los pueblos que habitaban al norte de Francia y en las islas inglesas.
Lo que sí existían eran intercambios comerciales entre ellos, siendo Galicia un enclave crucial para el desarrollo del comercio, tanto con culturas mediterráneas como con los pueblos del norte. Prueba de ello son los restos cerámicos y metalúrgicos de origen fenicio y cartaginés hallados en el castro de la Lanzada (Pontevedra).
A la luz de las huellas dejadas en la toponimia y en los restos epigráficos, se considera que en la Gallaecia se hablaba un tipo de lengua perteneciente a las lenguas goidélicas. Los defensores de esta teoría se basan en estudios que afirman que los celtas británicos descienden de los pescadores del norte de la Península Ibérica.
La lengua goidélica o gaélica es la antecesora del gaélico escocés, irlandés, o gaélico irlandés, bretón y manés. Junto con la rama de lenguas brytónicas forma el conjunto de lenguas célticas insulares, (al bretón, aunque geográficamente pertenece al continente, se le considera insular al tener su origen en las Islas Británicas).
Y para finalizar, cabe afirmar que los objetos más característicos de la época castrexa son los torques de oro con aleación de plata y cobre de los siglos IV a III a. de C.
Saludos