Se conoce como las revueltas de los irmandiños, a una auténtica rebelión popular que tuvo lugar en Galicia en la segunda mitad del siglo XV, y que constituye, sin duda, una de las principales revueltas acaecidas en territorio Europeo en ese siglo.
Muchos fueron los que se refirieron a ella como la rebelión en la que “los gorriones corrieron detrás de los halcones” y es que las revueltas irmandiñas, que tuvieron lugar en Galicia durante el siglo XV, fueron un levantamiento popular, tras décadas de injusticias y abusos por parte de los grandes señores feudales y la nobleza gallega hacia la población.
Irmandiños es una acepción, en lengua gallega que englobaría a las clases populares: campesinos, mercaderes, clérigos, artesanos, pescadores, hidalgos, etc.
Como sucede siempre cuando analizamos sucesos del pasado, debemos tener presente el contexto social y político de la época para comprender, al menos un poco mejor, lo acontecido. En primer lugar, en el Medievo, la función principal de gobierno ejercida por los señores feudales, por delegación expresa del Rey, era la administración de la justicia, y el hecho de que fuese este estamento el encargado de juzgar lo que es justo y lo que no, permite entender un poco mejor lo que luego contaremos.
Con el crecimiento de la burguesía urbana y el despoblamiento de los campos, comenzó el despertar de las ciudades. Y así se vislumbraba un futuro con mayor prosperidad y menos servidumbre. Pero la nobleza no estaba dispuesta a renunciar al sistema del que se había nutrido hasta ese momento.
Durante el siglo XV, la situación social de Galicia podía resumirse en que los señores lo tenían todo y los vasallos no tenían ni el derecho a nacer o morir. A ello se unían la obligación de presentarse armados cuando el señor declaraba la guerra y una provisión de alimentos en ese caso. En cuanto al trabajo diario, en absoluto estaba exento del despotismo nobiliario. Los vasallos estaban en la obligación de trabajar gratis en las tierras de los señores y a pagar el tributo en especie, además de construir o reparar sus castillos y fortalezas.
Todo sistema feudal era idéntico en cualquier otro lugar de Europa, pero singularmente las condiciones se agudizaban en Galicia por la avaricia aún mayor de los nuevos señores, y en consecuencia, por qué los vasallos se resignaban malamente a la servidumbre impuesta.
Otra parte en este orden medieval la ocupaban los burgueses. Durante todo el siglo XV los burgueses gallegos habían alcanzado un crecimiento notable tanto en las zonas interiores como en las marítimas, lo que les llevará a participar de forma notable en la formación y acción de las Irmandades.
Por último, cabe recordar que Galicia venía dependiendo del reino de Castilla desde el año 1230.
Podemos hablar de dos revueltas irmandiñas
Primera revuelta irmandiña
En el año 1431 se produjo la primera revuelta irmandiña. En ese mismo año había tenido lugar la formación de la Irmandade Fusquenlla en tierras de la familia de los Andrade. El cabeza de esta familia era Nuño Freire de Andrade, II señor de Ferrol, Puentedeume y Villalba, y vivo ejemplo de la rapaz nobleza trastamarista instalada en Galicia desde el siglo anterior. Su carácter era conocido debido a la forma en la que llevaba la servidumbre feudal hasta límites extremos, como hacer que sus vasallos pagaran los banquetes del señor con los infantes y condes que invitaba a sus cacerías o tener que abastecer íntegramente las campañas bélicas.
El resultado de la opresión que vivía el pueblo provocó la formación de líderes populares. El primer paso que dieron fue buscar el apoyo del monarca del momento en Castilla: Juan II, quien se negó a recibirlos. Entonces, el odio estalló y los habitantes de la villa de Ferrol, tanto campesinos como burgueses, tomaron sus calles con diversos instrumentos en manos fraternizando en una hermandad: irmandiños de Ferrol, liderados por un individuo llamado Roy Xordo. Algunas cifran llegaron a contabilizar 3.000 integrantes, y no sería complicado dado que la cosa contagió a otras poblaciones como Villalba, Coruña y Puentedeume, donde se situaba la residencia de los Andrade, en el castillo del mismo nombre. Los irmandiños lo incendiaron y derribaron parcialmente. El señor Andrade huyó a Santiago de Compostela para encontrar la protección del obispo de la ciudad, y allí que también fueron los irmandiños.
Mientras tanto el rey Juan II de Castilla, no era ajeno al movimiento que se producía en Galicia, y encargó al obispo de Santiago servir como “relator” ante Andrade y los irmandiños. Las conversaciones se fraguaron en la localidad de Betanzos, a 23 km de Coruña. La única exigencia que planteó Roy Xordo fue la entrega de Nuño de Andrade a la hermandad. El obispado relator dio por rotas las negociaciones pero el viaje de Roy Xordo no fue en balde: la Irmandade Compostelana se unió al conflicto, formándose entonces un pequeño ejército de 10000 irmandiños. En este momento se cometería la primera imprudencia: los irmandiños decidieron atacar la ciudad de Santiago de Compostela. Frente a ellos se encontraba un ejército inferior pero mucho más profesional y adiestrado… Sería la primera gran derrota de los Irmandiños.
Los irmandiños terminaron abandonando, pero a su paso por Betanzos, se enteraron de la estancia en el castillo del pueblo de la señora de Andrade e hijos y los cercaron. El asalto estaba a punto de acometerse cuando tropas mixtas integradas por el obispado compostelano, guardia personal de Andrade, y como novedad, del ejército castellano, apresaron a los irmandiños y a su líder Roy Xordo. Lograron presentar defensa heroica, pero fue el fin de este primer levantamiento. La mayoría de los integrantes de la hermandad fueron acuchillados u ahogados en el cercano río. Los pocos que sobrevivieron, entre ellos Xordo, les esperaría tormento y muerte en los próximos años.
Segunda revuelta irmandiña
En los años 60 del siglo XV, la alta nobleza gallega había aumentado más su poder si cabía. Además de las represalias como castigo a los participantes en la anterior revuelta, había obtenido el control de ciudades y puertos hasta ese momento en manos de la próspera burguesía.
En esos años, decenio de 1460 a 1470, los nobles gallegos sometían a la población a una serie de desmanes, tales como robos, violaciones y cobro de impuestos desorbitados a su antojo. El pueblo subsistía viviendo de manera atemorizada, mientras los señores, desde sus fortalezas, organizaban los robos y saqueos de bienes y cosechas, a la vez que despojaban a la Iglesia de tierras y tesoros.
La dureza impositiva, el saqueo constante de los pocos recursos del campesinado, junto a una clara indefensión ante la nobleza local y un obligado vasallaje, dio lugar que surgiera también en Castilla un conflicto bélico, produciéndose una guerra civil de larga duración entre Enrique IV y su hermano Alfonso que dirigía a los nobleza levantisca, propiciado todo ello por el Marques de Villena, como venganza a su postergación como valido del Rey, por haber difundido que la hija del primero, Juana la Beltraneja, no era descendiente biológica de Enrique IV, basándose en la sospecha maléfica de la impotencia del rey. Todo esto influyó en la vecina Galicia, en la medida que la dividida Castilla no se posicionaba a favor de unos u otros.
En todo caso, como veremos, la segunda revuelta irmandiña, no podemos separarla del contexto político castellano, donde nos encontramos con el tormentoso reinado de Enrique IV.
Además, hay que tener presente que en el año 1464, el rey Enrique IV de Castilla se vio obligado por la nobleza a desposeer a su hija Juana la Beltraneja del título de Princesa de Asturias y nombrar heredero en su lugar a su hermanastro Alfonso. Un año después los mismos nobles derrocaron a Enrique IV y proclamaron rey de Castilla a Alfonso, provocando el estallido de una guerra entre los partidarios de uno y otro. Los nobles se decantaron por el bando de Alfonso, mientras que el pueblo y los poderes eclesiásticos permanecieron fieles al rey legítimo, Enrique IV.
Los líderes de esta nueva Santa Irmandade serían integrantes de la nobleza más baja: Pedro de Osorio, hijo del conde de Trástamara, Alonso de Lanzós, señor de Louriña y Diego de Lemos, hijo de Alonso López de Lemos, señor de Pantón y Sober. Además, se cree que pudo haber otros nobles que, por miedo, no se unieron abiertamente a la causa, pero que la debieron de apoyar de alguna manera, como prueba el perdón extendido al castillo de Pambre propiedad de Sancho Sánchez de Ulloa.
La onda expansiva comenzaría en una villa en pleno corazón de Galicia, Melide, en febrero de 1467. En esta localidad coruñesa tendría lugar la xuntaza de las irmandades, constituyéndose finalmente la existencia de la Santa Hermandad del Reino de Galicia. Enfrente los señores, fundamentalmente los Andrade y los Moscoso, señores laicos, codiciosos, y propietarios de fortalezas y castillos.
Más de 80.000 hombres formarían parte de las huestes de los irmandiños.
La segunda revuelta irmandiña comenzó al grito de “Abajo las fortalezas”. No era de extrañar…los vasallos las despreciaban, pues su edificación no solamente constituía una personificación del poder noble, sino que la construcción les exigía enormes sacrificios: por un lado, tenían que poner a disposición del señorío sus cabezas de ganado para que se usasen como transporte de materiales; por otro lado, tenían que trabajar como albañiles gratuitamente.
Lo realmente llamativo, y extrañamente obviado en libros de texto, los irmandiños se hicieron con el gobierno de Galicia entre 1467 y 1469, siendo la primera y única vez en la historia en Galicia, en que la gente del pueblo se izaba como principal protagonista de su propia historia. Fueron años caracterizados por una paz, perturbada tan solo al final, tras el retorno de los señores. Toda la Galicia popular estaba encuadrada dentro de la organización, que dependía de sí misma. Los irmandiños implantaron un gobierno propio y fuerte, nombrándose a los alcaldes, diputados y cuadrilleros de los concejos y villas del reino, así como acordar reunir el dinero necesario para alcanzar los objetivos propuestos como lograr el respeto a los fueros y costumbres locales, y recuperar los bienes y derechos reales usurpados.
¿Por qué estallan las revueltas irmandiñas?
Sin duda por la conjunción de varios factores:
- la mentalidad popular de revuelta, fundamentada en el uso alternativo de la justicia
- la coyuntura política de guerra civil y vacío de poder en la Corona de Castilla entre 1465-1468, que los sectores políticamente informados, sobre todo urbanos, aprovechan para arrancar de Enrique IV el permiso para formar hermandades y, meses después, el apoyo legal a los masivos derrocamientos de fortalezas
- la presión tributaria de los nuevos señores sobre los vasallos propios, de la Iglesia o de las ciudades de realengo, sin ahorrar violencia
- la evolución crítica de la demografía y la economía gallegas desde mediados del siglo XIV.
Las clases populares se organizaron, previa autorización del Rey Enrique IV, como Santa Hermandad del Reino de Galicia y llevarían a cabo un levantamiento, inicialmente exitoso, contra los señores feudales, entre los años 1467 y 1469, obteniendo como resultado un rápido éxito merced al apoyo, al menos en parte, de la monarquía castellana y de la propia Iglesia. El objetivo de las clases que conformaban la Hermandad era acabar con las fechorías de los nobles. Pero los acontecimientos superaron las expectativas. Lo que en principio estaba pensado para restablecer el orden y proteger sus intereses, pronto se convirtió en una revuelta en toda regla. Se sumaron a esta justicia del pueblo tanto campesinos como gente de ciudad, hidalgos, caballeros y algunos clérigos. La pretensión de los irmandiños era romper la relación de vasallaje, no pagar las rentas del señor y aprovechar el vacío de poder generado por la guerra civil en Castilla para levantar un nuevo poder.
Formaron ejércitos de milicianos, logrando un gran éxito en el reclutamiento de hombres entre la población de ciudades y campo.
Se puede pensar, erróneamente, que los irmandiños era un ejército sin formación militar, ni dotación de armas suficientes para alcanzar sus objetivos. La realidad era muy diferente. La infantería y la caballería de las milicias irmandiñas usaban las mismas defensas personales que los ejércitos señoriales: lanzas, escudos, espadas, dagas, caballos y flechas, cascos, cotas de malla y algunas armaduras caballerescas. Los jefes militares irmandiños eran en su mayoría caballeros pero también había algún labrador, burgués o letrado. Sus ejércitos no tenían el mismo grado de jerarquía que los señoriales. Todos los capitanes irmandiños estaban subordinados a la “Junta del reino”.
El resultado de la revuelta fue la destrucción de unos 130 castillos, torres y fortalezas en Galicia. Hay que tenerlo presente en el contexto del odio hacia las fortalezas, que representaban el poder de la nobleza.
La nobleza se vio obligada a huir a Portugal o a Castilla, pero el fin de la guerra civil castellana animó a los nobles de ambos bandos a intentar acabar con la hermandad popular.
El final de estas revueltas era fácil de prever. La Galicia irmandiña, sin señores ni rey que la mandasen, sólo sobrevivió dos años.
En 1469, ya con las luchas castellanas paralizadas temporalmente fruto del acuerdo llegado en 1468, entre la monarquía y la nobleza, en el pacto de los Toros de Guisando, los nobles gallegos volverán a Galicia dispuestos a derrotar de manera aplastante a la Santa Irmandade. La corona en este caso decidió no inmiscuirse y dejó vía libre a los nobles. El regreso de la nobleza se produjo desde varios frentes, lo que sin duda supuso un problema para la organización militar irmandiña.
Tres ejércitos señoriales entran en Galicia en la primavera de 1469, Pedro Madruga (podéis encontrar más información en nuestro post, ya publicado: PedroMadruga, personaje y leyenda) desde Portugal, el arzobispo Fonseca y Juan Pimentel desde Salamanca, y el conde de Lemos desde Ponferrada. Los irmandiños presentan batalla en castros o en el campo. Durante los años 1470 y 1471, las ciudades de A Coruña, Pontedeume, Viveiro, Ribadavia, Lugo y Mondoñedo resisten.
En cuanto a la represión por parte de la nobleza, no debe ser magnificada. Es evidente que existió, como demuestra las ejecuciones de las que tenemos constancia, pero no fueron multitudinarias. Fuera de esto, la represión consistió en el cobro de contribuciones, económicas o personales, para la compensación de los daños causados. Especialmente trabajando en la reparación o reconstrucción de las fortalezas. El poder de la nobleza continuará sin restricción hasta los Reyes Católicos, cuya implicación en la política gallega puede simbolizarse en la visita que llevan a cabo en 1486, la primera vez que un monarca visitaba Galicia desde Enrique II en 1376.
Pero el tiempo daría pie a alcanzar algunas de las intenciones perseguidas por los irmandiños. Con el aplastamiento de la revuelta la nobleza se vio llena de euforia, obteniendo nuevos títulos como condes, pero con poca concordia. La nueva guerra sucesoria castellana entre Isabel (la católica) y su sobrina Juana la Beltraneja dividiría de nuevo a la nobleza gallega. La victoria de la primera en 1479 provocó que la posición de la nueva monarca en Galicia fue la del destierro de la mayor parte de la nobleza gallega, entre ellos el que había sido su principal defensor ante los irmandiños. Pedro Madruga, obligándoles a abandonar sus castillos y fortalezas y formalizándose nuevas estructuras administrativas (audiencias o chancillerías) que acumularán de poder la figura real sentando las bases del nuevo estado moderno: la monarquía autoritaria.
A nivel anecdótico queremos reflejar dos breves historias y eventos relacionados con las revueltas irmandiñas:
- En primer lugar os contamos algo sobre la historia en torno a la denominada “Cruz de los irmandiños” y el “Asalto al Castelo de Vimianzo”.
La Cruz do Loureiro se yergue sobre el valle de la localidad coruñesa de Vimianzo, como un vigilante misterioso desde tiempos inmemoriales. Allí fueron ejecutados los líderes irmandiños en 1469 y el símbolo quedó para la historia.
El Asalto ao Castelo de Vimianzo, evento que se celebra los primeros sábados de julio, más que una fiesta es una exaltación del orgullo de haber derrotado un día a los todopoderosos Moscoso de Altamira. El castillo que corona su valle fue derrumbado en 1467 en la segunda revuelta irmandiña.
Los mayores de Vimianzo tienen al Monte da Cruz como una especie de fetiche. Lo ven al mirar al Sol cada mañana y está presente todo el día como una especie de lugar sagrado. Está protegido de saliente por el San Bartolo, de donde dicen que la gente llevaba puñados de tierra para tener buenas cosechas de trigo. La Cruz do Loureiro está en un territorio que da lugar a grandes interrogantes y que ejerce una especie de atractivo inexplicable. Cuentan los mayores que allí ejecutaron a los líderes de los que rebelaron contra la nobleza. El escarmiento más cruel. Y allí quedó como símbolo ese monumento humilde, sin artificio escultórico, de 2,26 metros, que da a levante y a poniente, mientras que los brazos se estiran hacia el norte y el sur.
- Y por otro lado, en la localidad leonesa de Ponferrada se lleva a cabo la recreación de la revuelta de los irmandiños en estas tierras. El evento se celebra al finalizar el verano, con la escenificación del asedio, batalla y posterior derrota de los Irmandiños por parte el señor del Castillos, Don Pedro Álvarez de Osorio. La programación de actividades se complementa con visitas guiadas, talleres y charlas explicativas.
Nuestra Recomendación:
Bibliografía
Historia del siglo XV en Galicia. De Vicetto, B.
A guerra dos irmandiños. De Galban Malagón, C.J.
Os irmandiños de Galicia. A revolta en Pontevedra. De Barros C.
Mentalidad justiciario de los irmandiños. De Barros C.
La revolución irmandiña. De López Carreira, A.
http://www.h-debate.com/cbarros/spanish/articulos/historia_medieval/berlin.htm
http://paseandohistoria.blogspot.com.es/search/label/Edad%20Media
Hola Fran, Gracias por leernos. Solamente indicarte que la web está en castellano y en gallego. Saludos cordiales