En estos tiempos de confinamiento que nos ha tocado vivir, muchas personas recurren a la comparativa con la mal llamada “gripe española”, quizás por el número de muertos, quizás por un sentimiento nacional o simplemente por culturilla.
Cierto es que en 1918 una epidemia de gripe empezó a propagarse por todo el mundo. En aquel momento varios países estaban inmersos en la I Guerra Mundial (1914-1918) y, por tanto, la epidemia quedó en un segundo plano diluida entre los acontecimientos del momento.
Además bastante tenían ya con la guerra y los gobiernos no querían que la población se asustara todavía más por eso de “perro pobre, todo son pulgas”. Así que, muchos países decidieron censurar las noticias sobre la gripe y esconder que buena parte de sus soldados estaban muriendo por culpa de una enfermedad -¡cómo para levantar el espíritu patriótico y llamar al alistamiento!-.
En España, país que se mantuvo neutral y no participó en la Gran Guerra, los diarios sí que realizaron un seguimiento informativo de la enfermedad, motivo por el cual los demás países acabaron bautizando esta “epidemia” como gripe española, pese a que la enfermedad no se originó en España.
Es cierto que humanamente cuando surge una amenaza la primera preocupación es ponerle nombre, como si nombrarla fuese el primer paso para controlarla, pero hoy en día sería impensable un nombre similar, independientemente de su origen. La OMS estableció en el 2015 unas directrices que estipulan que los nombres de las enfermedades no deben hacer referencia a lugares, persona, animales o alimentos concretos, así como tampoco se deben incluir palabras que susciten miedo.
La gripe de 1918 es una de las primeras epidemias de las que se tienen documentos escritos y fotografías, que nos permiten ver cómo afectó al mundo.
En un primer momento se consideró una simple gripe dónde la sintomatología era similar: fiebre, irritación de garganta y dolor de cabeza, y las autoridades no tomaron medida alguna para frenar su expansión. Frente a otras epidemias que afectaban principalmente a niños y ancianos, este virus también afectó a un gran número de adultos sanos de entre 20 y 40 años.
Con el paso del tiempo el virus fue expandiéndose por todo el mundo provocando la muerte a un número indeterminado de personas, pero que oscila entre los 20 y los 50 millones. No hay datos oficiales, no existía la OMS, pero además es muy difícil de determinar en un mundo en Guerra quién moría de qué. La mayoría de las muertes se produjeron en solo trece semanas, por lo que la gripe española fue amplia en el espacio y breve en el tiempo.
Lo que sí sabemos es que la infección se contagió dentro de los ejércitos con facilidad. Multitud de soldados hacinados eran caldo de cultivo para el virus. En algunos casos los soldados enfermos eran enviados a casa, lo que contribuía a expandir el virus entre toda su familia.
Además, los países fruto de la destrucción carecían de medios materiales, económicos y humanos para hacer frente a una nueva enfermedad. El esfuerzo de la investigación y la ciencia de la época se orientaba hacia el descubrimiento de nuevas armas. No olvidemos que a la I Guerra Mundial le debemos la invención de los tanques, el perfeccionamiento de los aviones de guerra, el gas venenoso y como consecuencia las mascarillas antigás, los lanzallamas…, ¿Cómo iban a dedicar su tiempo a combatir un simple virus cuándo estaba en juego el honor y el amor a la patria?.
Ante semejante situación, los médicos tenían muy limitada su respuesta, limitándose a aplicar los remedios de la época desde el sangrado o la administración de oxígeno hasta recetar aspirinas en grandes cantidades.
Fruto de la gripe española falleció el poeta Guillaume Apollinaire, personaje destacado del movimiento vanguardista francés. A él le debemos el término surrelista. El día de su funeral, dos días más tarde de la firma del armisticio que puso fin a la guerra, al salir de la iglesia el cortejo se vio rodeado por una ruidosa multitud que agitaban los brazos y gritaban: “no, no tienes que irte, Guillaume”, estribillo dedicado con ironía al kaiser derrotado pero que lleno de emoción a los amigos de Apollinaire, creyendo que se referían a este. Como señala Laura Spinney, autora del libro “el jinete pálido” de lectura recomendada para los interesados en este tema, la muerte del poeta es una metáfora del olvido colectivo de la mayor matanza del siglo XX.
Como está sucediendo en la actualidad con las redes sociales y determinada prensa, en las páginas de los diarios de la época se anunciaban medicinas y remedios milagrosos para curar el virus. Hubo quien se animaba a fumar pensando que la inhalación del humo mataba a los gérmenes.
Como en un primer momento no se tomó en serio, los gobiernos tampoco adoptaron medidas preventivas para la contención de la enfermedad. No se suspendieron fiestas populares ni tampoco ceremonias religiosas. Con el tiempo, se empezaron a desinfectar espacios públicos como teatros, fábricas y medios de transporte. También se recomendó el cierre de universidades y escuelas y el uso de mascarillas para todos los empleados que atendían al público.
En cuanto al origen del virus no hay un acuerdo unánime al respecto. Las versiones varían desde un tipo de arma usada por los alemanes, hasta la mantenida por editoriales estadounidenses que justificaban su nombre por haber sido llevada a Estados Unidos por inmigrantes españoles aunque se había iniciado en China.
Todavía a día de hoy hay testimonios vivos de la “gripe española” que, además, han superado también el COVID-19.*
*Noticia del diario El País 25.04.2020
Bibliografía:
El jinete pálido, de Laura Spinney