En esta entrada nuestro objetivo es hacer un repaso sobre una serie de instituciones que bajo la denominación genérica de “Santa Inquisición”, tenía como objetivo la detección, persecución y castigo de la herejía que empezaba a darse en la Europa cristiana.
La palabra tiene su origen en el latín “inquiro”, que significa buscar, e “inquisito”: búsqueda. El objetivo del Tribunal era la búsqueda y castigo de los herejes.
Conviene concretar que cuando hablamos de Inquisición estamos hablando de dos entes diferentes:
- La Inquisición Medieval, que estuvo bajo el mando directo del Papa, y sus orígenes están en la persecución de los cátaros o albigenses, quienes eran considerados sectarios por criticar los excesivos lujos de la Iglesia.
- La Inquisición Española, que perseguía a los “judaizantes” (judíos convertidos al cristianismo que secretamente mantenían sus tradiciones).
También conocida como “El Santo Oficio”, los orígenes de esta institución los encontramos en una bula promulgada por Lucio III, Ad abolendam, alrededor del año 1181 por la que se crea, en el sur de Francia la Inquisición Episcopal con el fin de perseguir a los cátaros o albigenses.
En el caso concreto de nuestra península, los primeros inquisidores los encontramos en la Corona de Aragón con personajes como Nicholas Eymerich y Raimundo de Peñafort. En contraposición en la Corona de Castilla no existía por entonces tal institución, pues la tarea de persecución de herejía era acometida directamente por la propia Corona.
En 1231 para corregir la errática e irregular actuación de las primeras instituciones de lucha contra la herejía, el papa Gregorio IX, mediante la bula Excommunicamus, crea la Inquisición Pontificia o Inquisición Papal, dependiente directamente del sumo pontífice y no de los obispos locales, y recayendo su gestión en las órdenes mendicantes, especialmente en los dominicos.
Posteriormente, en 1252, el papa Inocencio IV autorizó el uso de la tortura para obtener la confesión de los reos de la Inquisición, mediante su bula Ad extirpanda.
Tenemos que situarnos durante el reinado de los Reyes Católicos para, en una sociedad multicultural (judíos, cristianos, musulmanes, moriscos…) en la que empezaba a coger fuerza una creciente violencia antijudía, y que tuvo entre otras muchas consecuencias un incremento de los bautizos en masas, como forma de eludir la persecución de sus vecinos, pero manteniendo en la mayoría de los casos sus cultos y actividades en secreto. Esta situación alimentó los mensajes extremistas, sobre todo desde los púlpitos de las iglesias, en los que se empezaba a hablar de la necesidad de la limpieza de sangre y del verdadero valor de los cristianos viejos.
Torquemada se hizo eco de las protestas de los cristianos viejos y comenzó a predicar acerca de la conveniencia de crear una Inquisición en Castilla. En 1478 se produce un acontecimiento fortuito en el cual se descubre en Sevilla a un grupo de cristianos nuevos que hacían ceremonias extrañas a la religión cristiana. Esto convence a la reina, quien ordena a los embajadores de España en Roma que pidan al papa la creación de una Inquisición en para Castilla y Aragón. la Inquisición fue instaurada formalmente en el reino de Castilla en 1478, por la bula Exigit sincerae devotionis del papa Sixto IV, para combatir las influencias de los judeoconversos en la Sevilla de la época, y que autoriza a los reyes de España a nombrar inquisidores y removerlos a perpetuidad.
Y ya en el año 1480 se constituye en Sevilla el Tribunal de la Santa Inquisición, cuyo único objetivo por el momento sería vigilar a las comunidades conversas para comprobar que llevaban una vida propia de cristianos. Luego su objetivo es controlar y juzgar la ortodoxia religiosa y luchar contra la herejía. Nace así una de las instituciones más crueles de la historia. A diferencia de otros capítulos de la Santa Inquisición, ésta fue promovida por la monarquía y pronto extendió su dominio a otros territorios e incluso a las colonias americanas. Fue una institución creada y hecha para el nuevo Estado que estaba siendo creado. Así, terminó convirtiéndose en una herramienta del poder real, como una suerte de organismo policial interestatal, común a todos los territorios españoles.
En este Tribunal de Sevilla, en setiembre de 1480 llegan los primeros inquisidores Miguel de Morillo y Juan de San Martín quienes realizan sus primeras intervenciones investigando a un grupo de criptojudíos cuyo líder era Diego de Susán. Se levanta la acusación de herejía y luego de un proceso, los principales autores son condenados a la hoguera en el primer auto de fe en Sevilla el 6 de febrero de 1481, en el quemadero de la Tablada.
Los objetivos iniciales buscaban la unidad religiosa, debilitar la oposición local, acabar con la poderosa facción judeoconversa castellana, e incrementar los ingresos económicos para la financiación de las campañas de la Corona, ya que cuando se procesaba a una persona en el tribunal, todos sus bienes eran confiscados y pasaban directamente a la institución.
La Inquisición Española se diferenciaba de la Inquisición Pontificia en primer lugar porque a los Inquisidores los nombra el Rey, no el Papa, o sea que pasan a ser funcionarios de estado y responden a las políticas del reino; la segunda diferencia es que en que los procesos no eran apelables en Roma. El Tribunal se organizó de tal manera que Torquemada fue nombrado Inquisidor Supremo para Castilla, Aragón y Sicilia, formando parte del tribunal el cardenal Mendoza, Miguel Morillo y Juan de San Martín. La sede primitiva estaba en Sevilla, trasladándose luego a Toledo. La autoridad del Inquisidor Supremo era inapelable. El Inquisidor Supremo presidía un consejo llamado supremo, compuesto por cinco ministros.
El papa Clemente VIII les otorgó facultades de revisar todo tipo de impresos y manuscritos y de prohibir la lectura y circulación de todos los libros y papeles que juzgasen perjudiciales a la moral o contrarios a los dogmas ritos y disciplina de la iglesia.
En la Inquisición española, correspondía al consejo Supremo nombrar a los miembros de los Tribunales Subalternos con jurisdicción sobre todo el territorio del reino y de ultramar.
Los Tribunales estaban formados por dos jueces letrados y un teólogo, tenían el trato de Señoría y debían vestir traje eclesiástico. Había un fiscal acusador y un juez de bienes que tasaba las posesiones confiscadas a los acusados. Los asistía un número de personal auxiliar que cumplía diversas funciones; entre ellos, los más importantes para la historia fueron los notarios, que escribían todas las preguntas y respuestas hechas a los presuntos herejes y que hoy son muy valiosos documentos, inclusive anotaban las declaraciones hechas cuando el acusado era sometido a tortura, como veremos en éste ejemplo de una confesión arrancada bajo la tortura.
Además, en cada pueblo o ciudad había comisarios que debían cumplir las órdenes del tribunal de la región. Sus funciones eran las de difusión de los edictos de la Inquisición, especialmente el edicto de fe que se leía en las iglesias. Debía hacerlos cumplir, investigar los casos de herejía que pudieran presentarse y arrestar a los sospechosos.
Luego estaban los “familiares” que ejercían la función de vigilancia y protección de los miembros del Santo Oficio y secundaban a los comisarios en los arrestos. Es importante hacer notar que todos los miembros, comisarios y familiares del tribunal gozaban de una indulgencia plena mientras duraran sus funciones. Esto quiere decir que iban directamente al cielo.
La jurisdicción del tribunal abarcaba todas las posesiones españolas, las sedes que se fueron creando a lo largo de su actuación fueron: Sevilla, Córdoba, Ciudad Real, Toledo, Cuenca, Murcia, Valladolid, Santiago, Logroño, Granada, Llerena, Zaragoza, Barcelona, Valencia, Baleares, Jaén, Canarias, y en América: Méjico, Lima y Cartagena de Indias; en Italia en Cerdeña y en Sicilia. El tribunal de Ciudad Real fue trasladado con el tiempo a Madrid.
El establecimiento de la Inquisición en España no fue acatado en todas las ciudades con igual beneplácito. En algunas regiones hubo una fuerte oposición y en el reino de Nápoles, vasallo de Aragón nunca se pudo establecer por la oposición de los Barones que nunca la admitieron, es un ejemplo digno de admiración.
Mismo en Aragón, las Cortes demoraron dos años en acatar el establecimiento de la Inquisición a la manera de Castilla, pese a que la inquisición pontificia funcionaba desde el siglo XIII. Al poco tiempo de instalada fue asesinado el Inquisidor Gaspar Juglar y luego su sucesor, Pedro de Arbués. Pero luego los promotores de estos asesinatos fueron descubiertos y protagonizaron los primeros autos de fe de Aragón a partir de 1485.
Los procedimientos de la Inquisición Española eran similares al de la episcopal. Incluían los interrogatorios durante la tortura del que daremos un ejemplo, y el eufemismo de la relajación al brazo civil, donde sabían que la pena era la muerte en la hoguera.
El uso de la tortura era común, muchas veces sólo consistía en mostrar al reo la sala de tormento, los verdugos y los instrumentos de tortura. Con sólo mostrarlos se conseguían confesiones y delaciones.
En los casos de que el reo insistiera en sus convicciones era sometido efectivamente a tormento. Los más usados eran:
- La cuerda, consistía en sujetar al reo en una mesa y luego dar vueltas a un cordel arrollado a sus brazos y piernas produciendo estiramiento de las articulaciones y un fuerte dolor
- El tormento del agua consistía en verter agua sobre el rostro del torturado impidiéndole respirar
- El garrote consistía en una tabla sostenida por cuatro patas con garrotes que se ajustaban hasta producir dolor
- En el tormento de la garrucha el torturado era atado de las manos, elevado y dejado caer violentamente sin llegar al suelo, lo que provocaba intensos dolores en las articulaciones
Bajo la lógica de la Inquisición, una simple acusación de brujería, pacto demoníaco, alquimia, homosexualidad (sodomía), paganismo, herejía (desobediencia de los mandatos cristianos) o apostasía (rechazo al dogma católico) eran suficientes para motivar una investigación.
Durante la misma, cualquier aparente confirmación de sospecha acarreaba un juicio y una sentencia. Los acusados no tenían mayor oportunidad de defenderse, o generalmente la tenían luego de haber sido destruidos física y psicológicamente bajo tortura.
No, había un largo tramo a la hoguera. Generalmente el proceso se podía dividir en seis partes:
- Edicto de fe: Esto no era más que la invitación a denunciarse a sí mismos, si es que alguien se creía hereje, así como a denunciar a otros. Este período correspondía a un lapso de entre 30 y 40 días.
- La detención: Después de levantar el informe conocido como “sumaria”, que recogía los testimonios de cargo contra el acusado, se procedía al arresto, y éste iba acompañado de la confiscación de los bienes; si era una persona de alto rango, se le permitía tener uno o dos criados que permanecerían encerrados con ellos.
- La instrucción: Una vez detenido, el presunto culpable permanecía aislado en su celda durante semanas o meses. Muchos no sabían de qué estaban siendo acusados y sólo tenían contacto con su carcelero. Cuando finalmente los inquisidores interrogaban al prisionero, las preguntas tenían que ver con los oficios que había desempeñado hasta entonces, quiénes eran sus padres y abuelos; ciudades donde había vivido; cónyuges, hijos, estudios y viajes realizados. Después se comprobaba que conociera las principales oraciones católicas y se le pedía que dijera las razones por las cuales estaba detenido y que confesara sus pecados.
- La tortura: El proceso anterior se repetía hasta tres veces con intervalos de algunos días. Si tras el tercer interrogatorio el prisionero no confesaba, se le llevaba a la celda de tortura, a donde sólo podían acceder el escribano, los inquisidores y el verdugo. La tortura a los prisioneros era para hacerlos confesar, aunque los inquisidores eran conscientes de que el tormento no era un medio seguro de obtener la verdad.
- El veredicto: Llegado este punto era imposible declarar a un acusado inocente, era preferible decir que no había pruebas suficientes. Según el grado de culpabilidad se distinguen tres tipos de acusados:
- Herejes que niegan serlo a pesar de las pruebas.
- Culpables que lo confiesan.
- Pertinaces
A los primeros dos se les permitía la reconciliación a través de diferentes abjuraciones, la cual dependía del tipo de delito. El tercer grupo se dividía a su vez en tres categorías, ninguna con un final deseable.
- El auto de fe. Cuando había una cierta cantidad de condenados por la Inquisición, se celebraban los llamados autos de fe. Es el elemento más conocido dentro del Santo Oficio debido a que era una representación teatral en la cual el preso era juzgado y luego era castigado y era el caso ajusticiado. Eran ceremonias que duraban un día entero, desde la mañana hasta la noche, con gran pompa y boato. Se debía realizar un domingo o un día festivo para que todos los habitantes pudieran asistir; días antes se leía una proclama pública para invitar a la población. Comenzaban con una procesión de las autoridades civiles y eclesiásticas y finalmente los condenados eran trasladados desde la prisión hacía el lugar donde se realizaría el auto de fe, vestidos con ropas infamantes llamadas sambenitos, palabra que es una deformación de “saco bendito”, y que consistía en una túnica y un sombrero en forma de cucurucho, el cual debía de llevar durante todo el proceso hasta su absolución o ajusticiamiento. Un predicador pronunciaba un sermón para atacar la herejía, después se hacía la lectura de las sentencias y, una vez terminada la lectura, un destacamento llevaba a los condenados a los lugares de suplicio; inmediatamente después se arrojaban los cuerpos a la hoguera para reducir a cenizas los cadáveres. Esto podía tomar toda la noche.
Existen muchas obras pictóricas que representan los autos de fe que se produjeron por los reinos de la monarquía hispana, viéndose a partir de ellos la gran popularidad que tenían.
Los métodos de la inquisición eran particularmente violentos. La tortura, la humillación pública y la muerte eran prácticas comunes en su lucha por imponer el dogma cristiano. Eran practicadas bajo el precepto de que la mortificación del cuerpo salvaba o purificaba el alma, de modo que era normal ejercer violencia sobre un acusado hasta arrancarle la confesión deseada. Una vez obtenida, se procedía a un castigo ejemplarizante, como la quema en la hoguera o el ahogamiento, y a menudo los bienes y propiedades del sentenciado eran confiscados por la Iglesia.
Por otro lado, desde principios de siglo XVI se habían preocupado los Reyes Católicos de establecer en sus estados la vigilancia de libros, reservando a la autoridad real el derecho de conceder las licencias de impresión. La Pragmática del 8 de julio de 1502 prohibió, en efecto, “a los libreros, imprimidores y mercaderes y factores… imprimir de molde ningún libro de ninguna facultad o lectura, o obra que sea, pequeña o grande, en latín o en romance, sin que primeramente hayan para ello nuestra licencia y especial mandato, o de las personas que para ello nuestro poder hubieren”.
Fue la Inquisición la que, con el consentimiento del emperador Carlos V y del Papa Pablo III, asumió la tarea de publicar en España los primeros Edictos e Índices prohibitorios y expurgatorios. El emperador había hecho que la Universidad de Lovaina redactara un catálogo de libros prohibidos, y el inquisidor general Fernando de Valdés lo mandó reimprimir en España, añadiéndole una lista suplementaria de libros, “condenados por la autoridad del Consejo de la Santa y General Inquisición”.
Y es que el Santo Oficio utilizó distintas maneras de control sobre los libros, una de ellas fue la denuncia. Las denuncias eran utilizadas en cualquier ámbito, se incitaba a denunciar a personas que tuvieran en su poder o leyeran libros prohibidos. Los que denunciaban principalmente eran colaboradores de la Inquisición como: calificadores, visitadores, comisarios, etcétera, pero también había personas relacionadas con la universidad y con la misma institución eclesiástica. Por lo tanto había un ambiente de miedo y desconfianza entorno al libro, que por supuesto interesaba mantener a la Inquisición para seguir ejerciendo el control.
Entre los numerosos perseguidos por la Inquisición podemos citar personajes conocidos como Galileo Galielei, acusado por defender el modelo heliocéntrico, el modelo copernicano del sistema solar, quien en siglo XVII tendría que defenderse ante los tribunales de la Inquisición acusado de atentar contra las consideraciones eclesiásticas, al defender que la Tierra gira en torno del Sol, frente al modelo geocéntrico (el Sol gira en torno a la Tierra) propuesto por Aristóteles y defendido por el canon eclesiásticos. Galileo terminaría viendo como en el primer juico su obra sería condenada y en el segundo se vería obligado a renegar públicamente de sus teorías. Aunque bajo la presión de la Inquisición negó su propia teoría, lo hizo a regañadientes, agregando según la leyenda un comentario desafiante: “Eppur si muove” (y sin embargo, se mueve).
Otro caso conocido es el de Juana de Arco, joven guerrera del siglo XV, conocida por haber encabezado el ejército francés en su lucha contra los ingleses y que facilitó que se pudiese coronar el monarca Carlos VII. Juana, tras ser capturada por los borgoñones y entregada a Inglaterra, fue enjuiciada por herejía y quemada en público en Ruan, una sentencia que responde claramente una represalia de tipo político, disfrazada de juicio eclesiástico.
En el caso de España, el humanista Antonio de Nebrija que llegó a sufrir una acusación aunque terminaría absuelto. Hay un caso muy comentado que fue el de Fray Luis de León, por su traducción del cantar de los cantares fue procesado y puesto en prisión. Absuelto al cabo de cinco años acuñó al volver a su cátedra la frase: “decíamos ayer…”. Otros religiosos, como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz también sufrieron procesos.
En definitiva, la Inquisición tuvo el principal papel durante la expulsión de los judíos de España, aunque también se ocuparía de la persecución de brujas y los protestantes, a lo largo de los siglos XVI y XVII, para finalmente, ya en el siglo XVIII, centrarse en los masones y los seguidores de la ilustración y de la Revolución Francesa.
Durante toda la Edad Moderna, la Inquisición tuvo un papel menos importante en el cual se vigilaban las conductas de todos los vecinos del reino, vigilando de cerca a los posibles protestantes o venidos de las diferentes herejías, que pertenecieran a dichos reinos, por tanto no tenían poder sobre los extranjeros que residieran. Su abolición fue aprobada en el marco de las Cortes de Cádiz en 1813, Fernando VII la restaura en 1814, su abolición definitiva no se produce hasta 1834. Sin embargo, la conocida como “Romana” no ha dejado de existir. En 1965 cambió su nombre a “Congregación para la Doctrina de la Fe”, cuyo campo de acción se limita dentro de la misma Iglesia.
Para terminar con este breve resumen sobre la Inquisición española debemos de eliminar la gran leyenda negra que hay alrededor de esta y que aunque fue intransigente en muchos motivos, no llegó a ejecutar como se piensa a tantas personas.
Se desconoce la cantidad de personas que perdieron la vida en manos de la inquisición, sometidos a tortura física (para obtener confesiones de brujería, hechicería, herejía o sodomía) y a castigos ejemplarizantes, que iban desde la quema en la hoguera hasta el ahogamiento. Incluso se llegó a someter a juicio a animales, bajo la lógica de que albergaban entidades demoníacas, así como a sancionar y destruir libros, y perseguir a sus autores.
Según los estudios de García Cárcel, el cual ha estudiado y ha realizado diversas gráficas sobre el mundo de los procesados por la Institución, el número total de procesados fue de 150.000 personas, de las cuales solo un 2%, es decir, 3000 personas fueron ejecutadas entre los años 1560-1833, dejando solo las cifras más altas en los inicios comentados con anterioridad.
Aunque las cifras no son exactas, lo cierto es que no sólo la Inquisición fue culpable. Es decir, como los miembros del Tribunal Eclesiástico no podían ser verdugos ni torturar, siempre existió una colaboración Iglesia-Estado, por lo que los gobiernos de Alemania, Francia, España, etc., fueron los brazos seculares que realizaban tanto las torturas como los autos de fe.
Nuestra Recomendación:
Fuentes:
- Inquisición española y mentalidad inquisitorial. Alcalá, Á. (1984). Barcelona: Ariel.
- Inquisición y censura de libros en la España del siglo XVIII. Defourneaxus, M. (1973), Madrid, Taurus.
- La inquisición española. Kamen, H. (1965). Barcelona. Crítica
- Breve historia de la inquisición en España. Pérez, J. (2009). Barcelona: Crítica. Inquisición. Máxima Uriarte, Julia.
Terrible, Sean los que sean los culpables, son Crímenes de Lesa Humanidad, me asombra que las autoridades correspondientes de la Iglesia Católica, no reconozcan esas masacres y ejecuciones, a los seres humanos de esa Época.
Gracias por leernos y por tu comentario. Incluso haciendo un esfuerzo para situarse en las creencias y mentalidades de la época, sin duda, y con el máximo respeto soy de los que cree que la Inquisición responde a la máxima de que “todas las religiones precisan de oscuridad para brillar”. Y como bien dices, la Iglesia, y muchas instituciones más, debieran pedir perdón por esta aberración, una más de las que el ser humano, por desgracia, es capaz de promover para dañar a su prójimo.