Una cuestión tan controvertida en la actualidad, como son las políticas y métodos de enseñanza, también cuenta, como no podía ser de otra forma, con amplios antecedentes en nuestra historia pasada, por ello hoy dedicamos este post a intentar sintetizar como eran la enseñanza, las escuelas y las Universidades en la Edad Media.
En primer lugar, cabe recordar que durante la Edad Media, reinaba el absoluto analfabetismo, prácticamente toda la población no sabía ni leer ni escribir. La única forma de transmisión y adquisición de conocimientos era posible en el ámbito de actuación de la Iglesia.
Por otro lado, las grandes invasiones de los bárbaros pusieron fin al sistema corriente de la enseñanza romana con sus tres grados: el magister ludi, el gramático y el retórico. Sería sustituido por un sistema basado en las escuelas monásticas y episcopales
Sobre el papel de la iglesia hay opiniones encontradas. Pero lo cierto es que hubo iniciativas por parte de la Iglesia, como la dictada en el III Concilio de Letrán (1179), en Roma, presidido por el Papa Alejandro III, por la que se ordenó al clero que abriese escuelas por todas partes para los niños, gratuitamente. Obligó que todas las diócesis tuvieran al menos una. Esas escuelas fueron las semillas de las Universidades que luego surgirían: Sorbona (Paris), Bolonia (Italia), Canterbury (Inglaterra), Toledo y Salamanca (España), Salerno, La Sapienza, Raviera en Italia; Coimbra en Portugal.
Cronológicamente la primera forma de educación impartida es la realizada por un original órgano educacional: el monasterio. Luego será la escuela episcopal o Catedral. Era una enseñanza impartida a los jóvenes aspirantes al sacerdocio. Era una formación práctica y familiar.
La Edad Media es uno de los períodos de la historia con más lugares comunes, muchos de ellos de carácter peyorativo. El propio nombre “Edad Media” responde a la crítica realizada por los humanistas al método escolástico en un tiempo en el que no podía responder a los retos intelectuales y cuestiones planteadas de forma novedosa. La virulencia empleada se debe en gran medida a las resistencias que la escolástica ofreció al cambio del modelo educativo promulgado por los nuevos intelectuales, y que se acentuó en el Concilio de Trento.
Tipos de escuelas en la Edad Media
- Las escuelas monacales: situadas en los monasterios. Su objetivo era preparar a los futuros religiosos. Solían estar a su vez subdivididas en otras dos, una interior para preparar a los futuros monjes y otra exterior para los que serían sacerdotes. La escuela monástica es el elemento más característico de la educación medieval. Encuentra su divisa en el principio benedictino (ora et labora) que procura a los monjes un conocimiento propicio dependiendo de sus capacidades.
Obviamente la división entre monjes instruidos y no instruidos dependía en gran modo del bagaje intelectual y de origen con el que se ingresara en el monasterio. Pero aun así los monasterios tenían una escuela para los infantes llegados. La formación como alumno y novicio era de intensidad, sin distracciones y con escasos signos de indisciplina.
La influencia de las escuelas monacales reside en constituirse en focos aislados de cultura de gran significatividad educativa y cultural (enseñanza, biblioteca, escritorios…), en ser una escuela “interna” y en proponer una enseñanza a oyentes externos.
- Las escuelas palatinas: estas escuelas también estaban dirigidas por personal religioso, sin embargo los alumnos ya no serían futuros sacerdotes. La escuela palatina, anexa a la corte (palatium), nace del empeño de Carlomagno por devolver al clero la dignidad fundada en una sólida formación intelectual y un comportamiento moral. Para ello utiliza textos legislativos y personas que juzga adecuadas y hace de la Academia palatina lugar de encuentro de sabios y eruditos.
Aunque también podemos hablar de las escuelas urbanas: la escuela comunal y la escuela, entendiendo por escuela urbana aquella que se encuentra en el entorno de un espacio habitado urbano y con un sistema complejo de convivencia común, diferenciado de un espacio rural, menos habitado o casi deshabitado. Las escuelas urbanas son en la Edad Media en su mayoría eclesiásticas, pero también existieron escuelas públicas o laicales (llamadas comunales).
También encontramos los lugares de estudio (escuelas conventuales) de las Órdenes mendicantes: Orden de Predicadores, Orden de Hermanos menores (franciscanos), los eremitas de San Agustín y los Carmelitas. Escuelas que se dedican a formar los lectores que cada convento debe poseer para la formación de la comunidad y el cuidado pastoral. Se constituye así una red de educación con diversos niveles jerarquizados de enseñanza:
- los studia, centros preparatorios en los que los hermanos estudian las artes liberales;
- los studia solemnia, para completar la formación teológica de los futuros lectores;
- los studia generalia, los centros universitarios más importantes donde estudian becados los hermanos más dotados.
Por último, cabría hablar de los centros dedicados al aprendizaje de las diferentes lenguas: studia linguarum, studia arabica, o studia ebraica, normalmente vitales para la disputa interreligiosa. Junto a ellas las escuelas de traductores (Toledo, Aragón) de enorme importancia en la difusión cultural y el cambio educativo.
Tipos de estudiantes en la Edad Media
En estas escuelas había tres tipos de estudiantes diferentes según su clase social:
- Los alumnos pobres, entre estos se elegían a los que se consideraba que tenían más aptitudes. La formación que recibían estaba orientada para entrar a formar parte de la iglesia. Sus estudios eran gratis y se les proporcionaba ropa y comida
- Los alumnos de la nobleza y familias ricas. Estos sí tenían que pagarse los estudios y vivían normalmente con mayores comodidades y en las ciudades.
- Por último también asistían a estas escuelas personas mayores ya instruidas que querían seguir ampliando sus conocimientos
Etapas, en materia de educación, durante la Edad Media
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La educación durante la Alta Edad Media
(período comprendido entre la caída del imperio romano de Occidente, hasta el siglo XI).
Se produce la decadencia de la cultura clásica, y ello alcanza incluso a la Iglesia, así el papa Gelasio I insistirá: “No se admita al sacerdocio al que sea ignorante de las letras o tenga algún defecto físico”. Surgen las primeras escuelas, siguiendo el modelo de la escuela hebrea. El cristianismo, fundado en la tradición hebrea, marca una neta separación de la tradición antigua, que quería excluir de la instrucción a los grupos populares. El mandato (vayan y enseñen a todas las gentes) marca una nueva actitud mental: todos deben ser, si no cultos, a menos aculturados. Además aparece una nueva cultura escolástica.
Se piensa que la enseñanza sería a partir del aprendizaje de memoria del nombre de las letras, lo cual era una continuidad de los métodos tradicionales judíos. Pasarían después a deletrear y eventualmente a silabear, antes de llegar a la lectura de los textos. Junto a esta reelaboración cultural, otra revolución se está llevando a cabo, permitiendo que el acceso a la instrucción se amplíe, para incluir a los niños de clases subalternas, antes excluidos. Si las parroquias y los cenobios son la nueva escuela y los presbíteros y los priores fratres los nuevos maestros, a la escuela ya no van los hijos de centuriones, sin niños de origen humilde, y a menudo esclavos de ultramar. Es la nueva actitud cristiana de apertura a todos en cuanto a educación.
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Educación durante la Baja Edad Media
(siglos XII a XIV)
En esta época encontramos que la decadencia de la iglesia empieza a surgir, las escuelas parroquiales y episcopales y las cenobiales son cada vez más mediocres es ahí donde aparece la “schola”. Además, el obispo deja de ser el maestro para que aparezca el magischola, que es el encargado de la educación, y lo más importante “licenciado” para la enseñanza. La educación trata de ser para todos, aun los pobres, todos deben de tener conocimientos. Además, literarios y religiosos principalmente.
Al haber licencias por parte de los magischolas, la enseñanza sale de los monasterios, y las ciencias mundanas prohibidas comienzan a tomar fuerza. Surgen las universidades, supervisadas por la iglesia, y en dichas universidades solo podían enseñar únicamente aquellos que contaran con licencia.
En esta época encontramos la educación caballeresca con el objetivo de formar caballeros sin tacha ni miedo, virtuosos y expertos en las armas, protectores de los débiles, files a Dios, la Iglesia, su señor y su dama. El perfecto caballero debe saber cabalgar, tirar al arco, luchar, cazar, nadar, jugar al ajedrez y versificar.
Vamos a intentar definir las características de la Educación Medieval:
- era dogmática.
- fuerte influencia religiosa.
- con un bajo componente intelectual, pues su principal objetivo era la religión.
- se solía empezar a los 6 años
- rigurosa disciplina.
- aparece la formación caballeresca.
Las familias aristocráticas depositaban la crianza de sus hijos en manos de nodrizas y sirvientas. Su cuidado estaba a cargo de una directora con buena educación, que supervisaba a las nodrizas y educaba a los niños de la familia. Los hijos de los aristócratas recibían juguetes que les permitían desarrollar sus habilidades motoras durante la infancia, aunque este aspecto del desarrollo infantil no se comprendía como tal en la Edad Media.
Además de disfrutar de su riqueza y posición social, durante la Edad Media, los nobles se apartaron de las clases bajas por medio de la creación del desarrollo de un refinado conjunto de modales y costumbres sociales que se utilizaban en los grandes salones y en las cortes.
Al alcanzar los seis o siete años, la educación de los niños se orientaba al aprendizaje de la lectura y la escritura. Los nobles contrataban tutores que daban clases a los niños en la casa, o los enviaban a la casa de algún noble de rango superior para que allí recibieran tutelaje, con la esperanza de que pudieran obtener una posición social favorable cuando alcanzaran la edad adulta.
La educación generalmente se destinaba para los varones. La idea de enseñar a las mujeres a leer y escribir era una cuestión que generaba controversia en la época medieval. Sin embargo, la escuela de Carlomagno también educaba a sus propias hijas, y las mujeres pertenecientes a la nobleza tenían algunas obligaciones que requerían alfabetización. Como la educación estaba ligada directamente a la iglesia, las ideas y actitudes de esta institución con respecto a las mujeres ayudaron a limitar las oportunidades educativas para el género femenino.
A lo largo de la Edad Media se van perfilando dos niveles en el proceso de educación: lo que se podría considerar enseñanza elemental, centrada en la educación de los niños y jóvenes, a cargo de personas maduras y de probada virtud, y la enseñanza superior, a la que correspondían los estudios del Trivium y Quadrivium, de un carácter completamente eclesiástico, tanto por la condición de los maestros, que eran clérigos, como por los alumnos, que eran aspirantes a la vida monástica o clerical. Las escuelas catedralicias tendrán como base los estudios del Trivium y Quadrivium para culminar en el estudio de la Teología y su finalidad principal será la de formar a los aspirantes al sacerdocio.
San Isidoro, en los comienzos del siglo VII, aludía ya a los diversos grados en la enseñanza, refiriéndose a la enseñanza liberal: “primero, en cuanto empieza a despertarse el conocimiento en el niño, debe consagrarse al estudio de las letras, hasta llegar a conocer el acento de las sílabas y a distinguir el valor de las palabras y brillar en las disciplinas liberales y honestas. Al mismo tiempo acostumbrándose a modular la voz, cantando, no melodías eróticas, sino las antífonas de la Iglesia, si se trata de un clérigo, y si de un laico los cantares de gesta, las hazañas de los mayores, a fin de que se despierte en el auditorio el deseo de la gloria”
Lo que podría considerarse como la enseñanza elemental a mediados del siglo XIII lo recoge Manuel Riu de la obra de Felipe Novara “Las cuatro edades del hombre“, de una forma muy ilustrativa: “lo primero que debe enseñarse al niño cuando empieza a crecer y comprender, es la fe en Dios: el Credo in Deum, el Pater Noster y el Ave María. Su padre y su madre y los demás parientes son quienes deben enseñárselos. Luego, cuando se haya desarrollado más, se le enseñarán por lo menos los dos mandamientos de la Ley que son esenciales y de los que deriva,…”
Diferentes estadios de formación durante la Edad Media
Educación caballeresca
dirigida a la formación necesaria para la guerra.
A partir del siglo X se produjo un fraccionamiento del poder en múltiples señoríos que la historia conoce con el nombre de régimen feudal, o señorial. Durante este asedio, la Iglesia lucha para obtener una profunda unidad moral y religiosa, y con una experiencia educativa, que ya había empleado para la transformación de los pueblos bárbaros, infunde espiritualidad en todas las nuevas manifestaciones de la vida social. Así, a los nuevos guerreros feudales, les presentará un nuevo ideal educativo: la caballería; y a las clases inferiores que poblaron los burgos o futuras grandes comunas, las organizará en gremios y cofradías. Ambas instituciones fomentan la disciplina social y moderan la rudeza y la violencia de las costumbres.
El mundo feudal no conoce otros derechos que les de la fuerza y la estirpe, corroborado este último por la tendencia a transmitir los feudos del padre a hijo, pero como en general los segundones no pueden aspirar a la sucesión, aprender el oficio de las armas es para ellos todavía más importante que para los primogénitos, pues sólo entrando al servicio de algún poderoso pueden esperar a su vez el galardón de una investidura.
El proceso formativo del joven caballero está tan estrictamente regulado como el del aspirante a clérigo. Se consideraba el aprender como algo inseparable del servir, y para ello nada era más apropiado que la casa ajena. De allí que la corte de un caballero de prestigio fuera la primera escuela de los jóvenes.
A los siete años, el futuro caballero dejaba la casa paterna y se dirigía a una corte o castillo de un señor feudal, conforme a su grado de nobleza. Su educación comenzaba sirviendo a las damas o acompañando al señor en los torneos y cacerías, en calidad de paje. Su formación moral, era vigilada por el capellán de la corte y estimulada por el relato de las hazañas fabulosas de Carlomagno, de Rolando o de los Caballeros de la Tabla Redonda, cuyas proezas eran cantadas por trovadores. Aprende religión juntamente con ellas, poesía, música, buenos modales, danza e instrumentos musicales (laúd). En los torneos a los que asiste aprende a distinguir los emblemas que singularizan a cada cabalero y a interpretarlos; atiende los caballos; algunas veces se le permite tocar las armas.
A los catorce años, el paje se convertía en escudero. Su misión consistía en acompañar y atender al caballero. En las grandes solemnidades entraba en el séquito del castellano. Aprendía a trinchar y servir las viandas, y también corría a su cargo la manutención de los caballos y el cuidado de las armaduras. Aprende de lealtades, de señoríos, de leyes y también de traiciones y de toda miseria humana. Defiende a su amo de algún ataque de la gente del pueblo, haciendo gala de valor, de prudencia, de destreza en el uso de armas y de nobleza.
A los diecisiete años, el escudero solía realizar largas expediciones para cumplir alguna proeza brillante antes de recibir la orden de caballería. Esta preparación lo acostumbraba a soportar las asperezas de la vida al aire libre y le habituaba al dolor, al hambre y a la fatiga.
Cuando se acercaba a los veintiún años, intensificaba su formación para ser armado caballero. Para llegar a ser caballero debe pasar el examen pertinente, en el que deberá responder de su amor y temor de Dios, de la nobleza de su corazón y de sus virtudes, de su linaje noble, de su vida y costumbres pasadas y presentes.
También deberá dar fe de que posee los medios necesarios para mantener caballo, armas y forma de vida apropiados. Purificado con los sacramentos, velaba sus armas durante una noche en la capilla del castillo. Luego un sacerdote bendecía su espada y se la ceñía, mientras el caballero juraba “defender a la Iglesia, perseguir a los malvados, respetar el clero, proteger a las mujeres y a los pobres, mantener la paz en su tierra y verter su sangre en socorro de sus hermanos”.
La educación caballeresca, educación no escolar, destinada a los seglares, tenía caracteres nacionales propios; así se puede hablar con propiedad del caballero español, francés, inglés, etc.
Educación gremial
dirigida a la adquisición de conocimientos para el desarrollo de una profesión. Cuando en la Edad Media aumentó la producción, surgieron los comerciantes, que llevaron estos productos a otras tierras que carecían de ellos. Como consecuencia, se animan los mercados de las viejas ciudades y a lo largo de los caminos aparecen ferias y nuevas aglomeraciones urbanas.
Los núcleos urbanos sufrieron grandes transformaciones; los lugares donde se celebraban mercados adquirieron preponderancia, formándose los burgos, las comunas o municipios. Los gremios, cofradías o hermandades fueron el complemento y el apoyo del gobierno de la ciudad. Eran unas sociedades formadas por mercaderes o artesanos agrupados según su oficio, y lo hacían en aras de protegerse mutuamente o de monopolizar los beneficios económicos. Los gremios tenían sus fines inmediatos: establecer normas de trabajo y producción, fijar precios, prestar protección y ayuda a sus compañeros, conservar y propagar la destreza del artesano, comprobar la habilidad del trabajador manual. Para ello, el hijo del agremiado que quería aprender el oficio de su padre debía entrar, en calidad de aprendiz, en el taller de un maestro. Este le enseñaba la profesión y subvenía a sus necesidades, ejerciendo sobre el niño una completa autoridad.
Al cabo de algunos años, y mediante examen y bajo control del gremio, el aprendiz era nombrado compañero (oficial). Permanecía todavía al servicio del maestro, pero tenía ya remuneración.
El tercer grado de aprendizaje era la maestría. Para alcanzarla, el oficial tenía que demostrar el dominio de la profesión. Satisfechos los requisitos, era reconocido como maestro, podía tener taller propio, enseñar a los aprendices y participar en las asambleas de la agrupación.
Educación monástica y Catedral
con la caída de los pueblos barbaros las escuelas comenzaron a perder bases y junto con ella los monasterios, aunque estos últimos comenzaron a adquirir riqueza, debido a su procedencias religiosas y de esta manera continuo con su desarrollo.
Educación ciudadana
el nacimiento de las escuelas municipales surgió porque gran parte de las escuelas dirigidas por el Clero no preparaban a los educandos para las necesidades mundanas y culturales, para las exigencias de la comunidad. Tenían una orientación más práctica y se le daba una especial importancia a la lengua materna, sin por ello renunciar a la enseñanza del latín. También se estudiaban, aunque de manera casi superficial, nociones de geografía y ciencias naturales. Las materias estrella eran la lectura, la escritura y el cálculo, pero con una orientación más práctica y utilitaria.
Desde el siglo XII se establecieron escuelas en los pueblos bajo la vigilancia de las autoridades locales. Estas escuelas sin embargo no diferían gran cosa de las de los conventos, pues que estaban reducidas al estudio de memoria, por mor del elevado precio de los libros y el papel. El maestro, auxiliado a veces por los discípulos de mayor edad, recitaba la lección hasta que la mayoría la aprendía de memoria y la explicaba después bien o mal. Cuando disminuyó el precio del papel, se adoptó el método del dictado. En suma, no diferían estas escuelas de las del clero sino en la forma exterior, y servían asimismo, por lo común, para formar eclesiásticos.
Decidida la creación de una escuela, se construía un edificio, se fijaba la dotación del maestro y la retribución de los niños, y se nombraba un rector de entre el clero, y la autoridad civil no se cuidaba más de la escuela. Entonces el rector nombraba auxiliares pertenecientes también al clero, y estos eran los encargados de la enseñanza.
Educación palatina
esta estuvo dirigida por dos monarcas Carlomagno y Alfredo el Grande (rey de Wessex)
Si nos situamos hacia el año 800, encontramos que con Carlomagno, emperador de los francos, se restauró el imperio cristiano que se había extinguido en el siglo V, y se empezó una reforma cultural de largo recorrido. Así, para elevar el nivel intelectual de los eclesiásticos y de los magistrados de su Imperio, dispuso que toda catedral o monasterio tuviera su escuela en manos de maestros aptos y entusiastas.
Carlomagno decidió después, extender la instrucción a los laicos, para preparar buenos servidores del Estado. Él mismo, que aprendió a leer y escribir siendo adulto, y sus hijos, frecuentaron las clases que se dictaban en su palacio.
La deseada organización docente de su reino le llevó a dictar sus célebres capitulares o cartas circulares dirigidas a los obispos, abades, etc., en las que encarecía la fundación y el cuidado de las escuelas, y llegó a expresar la idea de la obligatoriedad de la enseñanza y la popularización del aprendizaje de la lengua materna, que hasta entonces había sido ajena a la educación. Un cuerpo de funcionarios ambulantes, los missi dominici, vigilaba el cumplimiento de las capitulares relativas a la escuela
Educación Universitaria
al amparo de la creación de las Universidades, en el siglo XII.
El origen de las Universidades se encuentra en el desarrollo que tomaron ciertos centros de enseñanza por la calidad de sus maestros y la profundidad de sus estudios. La “universitas”, la totalidad de los profesores y alumnos constituidos en corporación o gremio, dieron su nombre a la Universidad.
Los privilegios que gozaban los universitarios eran variados y semejantes a los eclesiásticos. Los principales eran: el derecho que tenían sus graduados de enseñar allí donde habían cursado sus estudios y en todas partes; la exención del servicio de las armas; sólo podían ser juzgados por las autoridades de la universidad (fuero académico).
Dentro de la misma universidad, los estudiantes y maestros dedicados a una misma especialidad se reunieron en organismos llamados facultades. Así nacieron las facultades de artes, medicina, derecho y teología.
En cuanto a los alumnos, los jóvenes estudiantes que podían permitírselo, solían acudir a la Universidad a partir de los 14 o 15 años, y lo hacían trasladando su residencia a una ciudad en la que hubiese una Universidad: Oxford, Cambridge, Toulouse, Bolonia, Padua, París, Salamanca o Coimbra, eran las más prestigiosas de la época. Allí estudiaban en algunas de las facultades en las que se dividían dichos centros de conocimiento: Artes, Derecho, Medicina y Teología, a la vez que se agrupaban según la procedencia. Por ejemplo, los que estudiaban en la Facultad de Artes cursaban durante 6 años distintas disciplinas divididas en dos grupos: el trivium, que comprendía gramática, lógica y retórica, y el quadrivium, que incluía aritmética, astronomía, geometría y música.
Un profesor impartía las clases leyendo en voz alta y comentando los textos mientras los alumnos tomaban apuntes. Los alumnos debían memorizar los textos para poder reproducirlos y discutirlos con un sentido crítico, demostrando que los habían comprendido. Las prácticas eran escasas, primando el conocimiento teórico de las materias.
Los exámenes tenían lugar cuando el estudiante pretendía conseguir un título. El más básico, era el de bachiller, seguido por el magíster que proporcionaba el ius ubique docenci, que daba derecho a ser profesor de cualquier universidad de la Cristiandad.
El doctorado más breve era el de Artes (entre 4 y 6 años) y estaba vinculado a la enseñanza. El de Medicina exigía unos 10 años, el de Derecho duraba entre 12 y 13 años, mientras que, el más largo era el de Teología, que obligaba a estudiar un mínimo de 15 años.
En la Universidad, los estudiantes ascendían por grados semejantes a los que seguía el hombre de armas para llegar a caballero, o el artesano para llegar a maestro de su oficio. El adolescente que entraba a la universidad, pasaba de tres a siete años estudiando gramática, retórica y dialéctica bajo la dirección de un solo maestro. Cuando se encontraba en condición de definir o de determinar ciertos términos filosóficos, podía presentarse a examen de bachiller. Mientras continuaba sus estudios, podía explicar a los estudiantes más jóvenes algunos pasajes lógicos de Aristóteles.
Cuando aprobaba una explicación de la filosofía de acuerdo a los métodos escolásticos, se le concedía la licenciatura o autorización para enseñar. Al tomar posesión de la cátedra se le consideraba como maestro en artes.
El grado de doctor se concedía al aspirante que presentase y defendiese una tesis, lo que lo autorizaba a enseñar y a competir libremente con los demás profesores y a ser amparado por el gremio de los docentes.
En cuanto a los contenidos de estudio en la Universidad, hay que decir que en la Facultad de Ates se consideraba la base de las siete artes liberales. Solía corresponder al plan de la escuela monástica o catedralicia, un poco más ampliado, y abarcaba lo que forma hoy nuestras facultades de filosofía y letras.
Los que estudiaban en la Faculta de Medicina tomaban como máxima autoridad a Hipócrates (400 aC.) o Galeno (II dC.).
En la Facultad de Derecho los universitarios podían especializarse en derecho eclesiástico o en derecho civil, estudiando, respectivamente, los cánones o disposiciones eclesiásticas y el derecho romano compilado por Justiniano.
En la Facultad de Teología se coronaban los diferentes estudios universitarios, y se exigía a los especialistas en esta ciencia.
Al amparo de las Universidades surgieron también otras instituciones docentes: los colegios universitarios, colegios mayores o convictorios. Verdaderos internados o pupilajes anexos a las universidades, eran fundados por personajes de fortuna en beneficio de los estudiantes que venían de lejanas regiones. Según pagaran o no, se dividían en pensionistas, instalados con servicio y comida aparte, becarios, que disfrutaban de una beca o bolsa de estudios, y medio becarios (porcionistas), que, mediante una módica paga, comían y vivían con los becarios. En los colegios se observaba un rígido programa de actividades en común. Comenzaba de las 4 a las 6 de la mañana y terminaba a las 20. Los estudiantes concurrían a las clases de la universidad y encontraban en los colegios los pasantes o repetidores de las lecciones.
Educación Árabe
crearon la escuela básica donde los niños aprendían a leer y a escribir para poner en práctica el Corán.
Las lecciones tienen lugar al aire libre. El maestro, sentado en medio de los discípulos, designa al que debe hablar; no le llama por su nombre, sino por apodos festivos o triviales, relativos al carácter o aspecto de los niños. La lección versa sobre la lengua materna, y examina el maestro a los discípulos sobre lo que les ha enseñado. Los unos explican, por medio de definiciones y ejemplos, la diferencia entre palabras de una misma pronunciación y de distinto sentido u ortografía; otros practican el mismo ejercicio con palabras de una misma ortografía, pero de distinto sentido; otros dan a conocer, por medio de ejemplos, el sentido de diversas proposiciones, que probablemente se confunden en el uso común; otro es purista y elimina de la lengua todas las s (o cualquiera letra del alfabeto árabe; otros manifiestan cómo varían de sentido las palabras cambiando las proposiciones que entran en su composición; otros conjugan verbos haciendo ver el uso de los tiempos; dos niños componen alternativamente frases que comienzan y terminan por la misma palabra tomada en distinta acepción; y concluye la clase entonando en coro, un himno cuyas palabras empiezan todas por H. El himno lo aprenden los niños de memoria, pero en los demás ejercicios improvisan los discípulos las contestaciones. El maestro inculca a los discípulos muchas verdades morales importantes, y une el ejemplo a la regla. El conjunto de la lección demuestra que los árabes, a la facilidad, elegancia y exactitud del lenguaje, y a la percepción clara y distinta del pensamiento, unían el conocimiento profundo de las cosas de que trataban. Todo tiene un objeto práctico en esta lección, y tiende a preparar al hombre para la vida real.
El mundo árabe fue el sostenedor de la transmisión cultural europea en su periodo más oscuro de la Edad Media. En la etapa de los Omeya, en el esplendor del Califato de Córdoba durante el siglo X dC., la influencia árabe en la cultura fue crucial y más importante.
Métodos de enseñanza en la Edad Media
El texto fundamental en las escuelas era, como es lógico dado el carácter eminentemente eclesiástico de las escuelas medievales, la Biblia. Para su lectura, una de las herramientas fundamentales era la “lectio”, herramienta que comentaremos más adelante.
Además la enseñanza del latín era fundamental como lenguaje universal del mundo de la cultura. Los glosarios eran instrumentos de trabajo muy útiles en la enseñanza y transmisión del latín. El glosario consistía en una lista de palabras poco conocidas encontradas en los textos, seguido de breves explicaciones. Podían ser glosarios entre latín-latín o latín-lengua vernácula. Los glosarios ordenaban las glosas (interpretaciones interlineares y marginales de palabras difíciles) de forma alfabética o sistemática, de modo que se constituía en una herramienta de simplificación de gran utilidad. Junto a la utilización de las glosas, evolucionando, aparece el vocabulario (vocabularium) que en un principio trata de una lista de palabras y que en ocasiones es una colección de vocabula en el que se realiza una mayor información, incluso más amplia que la interpretación. Por último, el diccionario (dictionarius o -um) aparece en el siglo XIII como una colección de términos.
En materia de enseñanza, se comenzaba por el estudio del alfabeto, aprendido de acuerdo a la costumbre romana, seguían lo ejercicios de lecturas memorizada: sobre el texto de un salmo, ejercicios indispensables, ya que el salterio es la base del oficio divino que el monje debe recitar diariamente. Posteriormente se procedía con su contenido alegórico y espiritual.
Las operaciones aritméticas no pudieron adelantar hasta que se generalizó el sistema de numeración tomado de los hindúes y transmitido por árabes. La geometría debió ser muy conocida por los alarifes y arquitectos.
Solamente dos disciplinas, la música y la astronomía, coincidían con los intereses dominantes. El cultivo del canto en la Iglesia animó la investigación de los ritmos musicales. El Papa san Gregorio señaló determinadas reglas (canto gregoriano) y el empleo de la escala musical se inició cuando el monje Guido de Arezzo inventó el solfeo.
Por otro lado, para sustituir a las colecciones de libros de consulta, pues los libros eran muy raros y costosos, se realizaron compilaciones enciclopédicas que reunían los conocimientos más dispares. Una de las más célebres fueron las Etimologías de Isidoro, obispo de Sevilla.
En cuanto al saber histórico no fue una rama de la enseñanza, pero ocupó la atención de sectores cultos y no cultos. Se procuró relacionar la historia de la antigüedad con la contemporánea, pero lo que era admitido como histórico contenía mucho de leyenda y de poesía, y resistía a toda comprobación cronológica. Las crónicas comenzaban con la Creación, y pasaban por la historia judía, romana y nacional hasta llegar a los hechos locales.
Menor que el de la historia era el desarrollo del conocimiento de la Naturaleza.
Junto al estudio del latín, y la gramática, el estudio de la retórica se revela de gran eficacia no solo para la labor predicativa sino para la carrera política y de responsabilidad pública. En la Edad Media la retórica es el arte de enseñar el decir de forma adecuada y ornamentada. Se trata de aquellas partes que se encuentran junto al lenguaje el discurso: la elocuencia, el comentario, el arte poética y de predicación, y todo ello desarrollado como un arte propio, con sus propios tratados (glosas, comentarios, sumas, tratados, florilegios, colecciones…) y enseñados en el aula. Era frecuente ver a príncipes dotados de retórica, y también ver a los grandes maestros de retórica ser promocionados a altos cargos eclesiales, sea obispos o abades.
Por su parte, la dialéctica va alcanzando cada vez mayor protagonismo, siendo exponente del aperturismo e innovación de las artes, especialmente en las escuelas urbanas del siglo XII. La dialéctica se vuelve, también, un arma fundamental en la instrucción activa donde el alumno (ya más que discípulo) no se conforma con asentir lo que dice el maestro “magister dixit”, sino que cultiva la reflexión personal, las preguntas y las objeciones, la discusión.
La lógica o dialéctica era considerado el vehículo fundamental para la enseñanza del conocimiento científico y su elaboración. Su desarrollo supone tanto el despliegue de un vocabulario específico de términos lógicos como la introducción del método “escolástico”, que llegará a revolucionar la metodología y los contenidos de la enseñanza en general y de la enseñanza filosófico-teológica en particular.
A la hora de impartir la enseñanza normalmente se realizaba mediante el comentario de los textos que se estudiaban. El maestro leía y comentaba la lección y se planteaban debates con los estudiantes proponiendo interpretaciones de los mismos y problemas. Por supuesto todos los textos que se enseñaban tenían que haber sido aprobados previamente por la iglesia.
Como método de enseñanza seguían el método escolástico, que constaba de “lectio”, “quaestio” y “disputatio”.
La lectio tiene origen en las fases de la lectura propias (junto a la emendatio, enarratio, iudicium) de los gramáticos helenistas. A la lectio divina, se le incorporan dos técnicas hermenéuticas: las glosas y los cuatro sentidos de la escritura. Las glosas van desarrollando una serie de comentarios, que pronto se convertirán en quaestiones teológicas, hasta que éstas pasen a independizarse del texto bíblico y a tener vida propia. Los cuatro sentidos de la escritura son:
- sentido literal, los hechos históricos narrados por la Biblia, es decir, la serie de intervenciones de Dios en la historia de la salvación;
- sentido alegórico, lectura interpretativa de los hechos;
- sentido moralis o tropológico, para descubrir una orientación segura para regular la vida cristiana según los criterios queridos por Dios; y
- sentido anagógico, que nos abre al conocimiento de las realidades escatológicas.
Cuando había dificultades de comprensión se confrontaban las posibles sentencias o interpretaciones. Nace así la quaestio. La elaboración de los distintos pasos en que se articulaban las quaestiones dio lugar a la disputatio, en la que se consolida en el método dialéctico.
El método que siguen los filósofos de la Edad Media no es solamente, como en Aristóteles, la deducción, la intuición racional, sino que además es la contraposición de opiniones divergentes. Santo Tomás, cuando examina una cuestión, no solamente deduce de principios generales los principios particulares aplicables a la cuestión, sino que además pone en columnas separadas las opiniones de los distintos filósofos, que son unas en pro y otras en contra; las pone frente a frente, las critica unas con otras, extrae de ellas lo que puede haber de verdadero y lo que puede haber de falso. Son como dos ejércitos en batalla; son realmente una reviviscencia de la dialéctica platónica. Y entonces el resultado de esta complementación con el ejercicio de la educación y de la prueba, da lugar a las conclusiones firmes del pensamiento filosófico.
Si resumimos lo esencial en el método filosófico que arranca de Sócrates, pasando por Platón y Aristóteles, llega hasta toda la Edad Media en la Escolástica, nos encontramos con que lo más importante de este método es su segunda parte. No la intuición primaria de que se parte, de que se arranca, sino la discusión dialéctica con que la intuición ha de ser confirmada o negada.
Lo importante, pues, en este método de los filósofos anteriores al Renacimiento, consiste principalmente en el ejercicio racional, discursivo; en la dialéctica, en el discurso, en la contraposición de opiniones; en la discusión de los filósofos entre sí o del filósofo consigo mismo.
La concepción de la pedagogía en la Edad Media
La pedagogía en la edad media estaba regida, como decíamos con anterioridad, por la doctrina cristiana, siendo una enseñanza religiosa, su propósito era formar a sus estudiantes con valores y virtudes, que llegaran a obtener la santidad.
Santo Tomas afirmó los principios fundamentales de la pedagogía, desde la Teología de la educación y la Filosofía de la educación, como punto de partida para estudiar otras cuestiones. Es por ello que encontramos textos que tratan de la educación intelectual, tanto para mostrar la causalidad del maestro como para mostrar la causalidad del discípulo y dedica parte a la virtud de la estudiosidad y al vicio de la curiosidad.
San Agustín es considerado como el primer pedagogo moderno, no en vano uno de sus principios era aprender para enseñar y enseñar para aprender. Disfrutaba más el hecho de aprender que de enseñar… “me place más oír al maestro que ser oído como maestro”.
Al igual que Aristóteles San Agustín profeso que una persona entre más conocimiento tenga acerca de un tema va a ser más factible el manejo de este. Para él, la educación tiene dos momentos: la enseñanza humanista: educación integral por medio del conocimiento del hombre mismo y la realización de su ser, analiza el pensamiento los sentimientos y la voluntad; y la formación ascéntica: doctrina filosófica y religiosa que busca purificar el espíritu por medio de la negación de los placeres materiales o la abstinencia.
La figura del maestro durante la Edad Media
Aún sin saber si esa era la filosofía durante el Medievo, lo cierto es que como dijo José Luis Aranguren “el verdadero maestro no es el que se limita a transmitir una enseñanza, sino el que, a través de ella, imparte una forma de vida”. Pero algo de ello debía haber, pues ya en la Alta Edad Media algunos tratadistas, como podría ser San Isidoro de Sevilla, desde su concepción pedagógica, insistía en la importancia de la educación por el ejemplo.
En el Concilio IV de Letrán se alude a la falta de cultura de muchos clérigos como consecuencia de su pobreza y se vuelve a insistir en lo decretado en el año 1178, en el canon 18 del III Concilio Lateranense sobre la obligación de que en cada iglesia catedral se destinaran las rentas de un beneficio para mantener un maestro que enseñara gratuitamente a los clérigos de la catedral y a otros escolares pobres.
A partir del siglo XI se crean los cabildos y sociedades de canónigos, formadas por un clero especial dentro de las catedrales para ocuparse de las funciones culturales y administrativas, cada vez más complejas y numerosas. Estrechamente relacionado con la normativa de los concilios Lateranenses aparece en los cabildos catedralicios la dignidad de maestrescuela o magister schola.
Alfonso X el Sabio, en la Partida Primera, explica que “Maestrescuela tanto quiere decir como maestro et proveedor de las escuelas; et pertenece a su oficio de dar maestros en la iglesiaque muestren a los mozos leer y cantar, et él debe emendar los libros en leyeren en la iglesia, et otrosí al que leyera en el coro quando errare; et otrosí a su oficio pertenece de estar delante quando probaren los escolares en las cibdades do son los estudios, si son letrados et merescanser otorgados maestros de gramática o de lógica o de alguno de los otros saberes; et a los que entendieren que lo merecen puédeles otorgar que lean así como maestros. Et a esta mesma dignidad llaman en algunos lugares chanceller, et dícenle así porque de su oficio es facer las cartas que pertenecen al cabildo en aquellas eglesias o es así llamado”
Como vemos, su función consiste en buscar maestros para las escuelas catedralicias que enseñen a los niños y jóvenes a leer et cantar Además de corregir los libros de lectura de la iglesia y corregir al que lee en el coro, debe estar presente en las pruebas que se hacen a los escolares para ver “si son tan letrados que merezcan ser otorgados por maestros de gramática, ó de lógica ó de alguno de los otros saberes”, concediéndoles así la categoría de maestros para que puedan enseñar en otros lugares.
Al igual que en las escuelas catedralicias, también se fueron dotando económicamente el resto de las escuelas parroquiales, de forma que pudiera haber un maestro en la mayor parte de ellas. Además, el puesto de maestro contaba con una dotación económica en cada Iglesia.
Todo esto indica que durante la Edad Media la Iglesia aceptó plenamente la responsabilidad educativa de todas las clases sociales. Junto a las iglesias de las pequeñas villas y junto a las grandes catedrales se creaban escuelas y se paga a sus maestros con los bienes de estas iglesias, para que la pobreza de muchos escolares no fuera un obstáculo a sus deseos de estudiar.
Las materias esenciales de su enseñanza las constituían los artículos de la fe, los mandamientos, los sacramentos, los mandamientos de la Santa Iglesia y las virtudes contrarias a los pecados mortales.
Parece que en la Baja Edad Media las escuelas parroquiales habían perdido ya el carácter de escuela elemental; enseñaban, casi con exclusividad, el catecismo cristiano y la enseñanza elemental correspondía a las escuelas municipales, que experimentaron un fuerte resurgimiento a partir del siglo XII, o a otras escuelas abiertas por particulares, que habían obtenido en las universidades el título de bachiller o licenciado.
Conocemos mucho mejor a los maestros de las escuelas catedralicias. La fama de las escuelas catedralicias estaba vinculada, en todos los casos, a la personalidad y prestigio académico de su magister scholarum, que era el que, por sí mismo, atraía a los alumnos. A través de los escritos de los más aventajados conocemos la categoría científica y la forma de enseñar de los maestros de las escuelas más famosas, así como la tendencia a estudiar en cada una de ellas la materia en la que mejor preparado estaba el maestro.
La relación maestro-alumno es muy personal y de una trascendencia que sobrepasa la instrucción académica, especialmente en el monacato, pero también sucede en las escuelas episcopales. El maestro es a la vez padre espiritual. Uno de los mayores disgustos que podría tener un maestro es que su alumno lo dejara por otro maestro. La relación del maestro con los alumnos es familiar. El maestro enseña sus secretos a los alumnos aventajados que en un futuro serán, ellos, maestros. De modo que lo que capitaliza una escuela no es el nombre de la misma sino el protagonismo del maestro. Uno pertenece más a un maestro que a una escuela.
Otra característica muy importante de la época medieval es el carácter místico-religioso de la acción educativa y de investigación. Es verdad que existen, sobre todo en el ámbito no monástico, intenciones prácticas educativas (promoción en los cargos administrativos públicos y religiosos…) que se acentúan en la medida en que la Edad Media va tocando a su fin y se va “secularizando” la cultura o existe una mayor difusión urbana de la misma a partir del nacimiento de las universidades; pero no es menos cierto que están muy presentes el celo pastoral, la intensidad del deber de formación en cristianos capaces que desempeñen sus capacidades en el seno de la Iglesia e incluso el fortalecimiento íntimo de la fe y la personalidad. Así, por ejemplo, el escriba (scriptor) que trabaja en los talleres de escritura (scriptoria) lo hace frecuentemente por intenciones sobrenaturales, es un medio en el cual se realiza la salvación de su alma, aquí reside su mayor preocupación. El sentimiento religioso del copista o el miniaturista unido a la intención teológico-pastoral son fundamentales y de primer orden, más allá de una intención meramente “intelectual”.
Y con esto finalizamos esta extensa publicación de hoy. Esperamos os haya resultado interesante.
Lectura recomendada
Referencias
Historia de la Educación. De Zuretti, J.C.
La enseñanza en la Edad Media: aproximación bibliográfica. De García, F.
Principios educativos de la educación occidental: la Edad Media.Artículo de Lázaro Pulido, M.
https://historiaybiografías.com
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