En todo régimen monárquico, la sucesión es un asunto prioritario. Y uno de los problemas que se suelen producir es el que se refiere a la forma en que se determina quién es el heredero al trono.
Y en tierras hispanas una de las grandes crisis sucesorias tuvo lugar en las primeras décadas del siglo XIX, con el fallecimiento de Fernando VII y el lío de la Pragmática Sanción.
La ley sálica
En Francia, la ley sálica impedía que las mujeres pudieran reinar. Su origen provenía de tiempos muy remotos. Fue en el siglo V d.C. cuando los francos salios promulgaron un código que regulaba diversas cuestiones, entre ellas, la sucesión monárquica. Para un pueblo guerrero, era preferible que heredara el trono un sobrino del rey, susceptible de acaudillar a su gente en la batalla, que una hija del monarca.
Lo cierto es que durante la Edad Media esta normativa cayó en desuso. En Francia nadie pensaba en ella, entre otros motivos, porque los reyes de la dinastía Capeto siempre contaban con hijos varones.
La Ley Sálica apareció en España con la llegada de los Borbones en el siglo XVIII. En 1713, Felipe V, recordemos que era de origen galo, promulgó un Auto Acordado en este sentido, derogando las disposiciones y reglas sucesorias tradicionales castellanas que se habían establecido en las Partidas. Este Auto anteponía el derecho de todos los varones del linaje real a heredar el trono al de las mujeres de la dinastía.
En 1789, recién entronizado Carlos IV, se aprobó en las Cortes de Castilla, la Pragmática Sanción en las Cortes de ese año. En esos momentos, Carlos IV estaba preocupado, porque solo contaba con dos hijos varones. Hijas tenía, en cambio, cuatro. El soberano deseaba que, en caso de muerte de los primeros, la Corona pasara a la mayor de sus descendientes femeninas.
Pero la Pragmática Sanción no se publicó, permaneció en secreto por razones de política internacional. En una Europa en la que acababa de estallar la Revolución Francesa, España no deseaba airear el cambio en el derecho sucesorio de su monarquía. Floridablanca explicaba este último hecho por cuestiones de política internacional. El Secretario de Estado consideraba que convenía no indisponerse con las otras ramas de los Borbones, reinantes en Francia y Nápoles.
La crisis sucesoria de Fernando VII
Durante los años de la crisis sucesoria de Fernando VII, el enfrentamiento entre los partidarios del Rey y los carlistas había cristalizado en dos partidos opuestos: por un lado los absolutistas moderados, aliados con los liberales y los sectores de la aristocracia partidarios de las reformas políticas y económicas, que apoyaban a la nueva reina, en quien veían la única posibilidad de cambio. Por otro lado, los absolutistas intransigentes que apoyaban al hermano del rey.
Fernando VII había enviudado tres veces y no tenía descendencia. Su último matrimonio tuvo lugar en diciembre de 1829, con su sobrina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias.
El 29 de marzo de 1830 el rey publicaba la Pragmática Sanción. Deseaba asegurar que un descendiente suyo fuera el futuro rey, aunque fuese una mujer, frente a su hermano el infante Carlos María Isidro, ya por entonces muy vinculado con los sectores más ultras y reaccionarios.
Pero vayamos por orden…
En los meses anteriores al fallecimiento de Fernando VII se multiplicaron las intrigas. Todos pugnaban por influir sobre el decrépito soberano. Tres mujeres ejercieron un protagonismo especial en aquella lucha por el poder. Del lado de don Carlos estaban su esposa, la portuguesa María Francisca de Asís, y su cuñada, María Teresa, princesa de Beira.
Entre los años 1830 y 1833 se produjo una intensa lucha cortesana a instancias de los más acérrimos absolutistas, futuros carlistas, que no querían bajo ningún concepto que el trono pasase, tras el fallecimiento de Fernando VII, a manos de una niña (pues había nacido el 10 de octubre de 1830), la futura reina Isabel. Esta facción cortesana pretendía imponer en el trono a Carlos María Isidro, hermano de Fernando, y firme defensor del absolutismo regio.
La reina, Isabel, a su vez, podía contar con el apoyo de su hermana, la infanta Luisa Carlota, esposa de Francisco de Paula, hermano menor de Fernando VII y don Carlos. Con ellos se encontraba grupo de cortesanos y políticos más reformistas que, ante la personalidad del infante, se decantaron hacia la solución de la hija con una regencia de la madre. Ante su debilidad buscaron el apoyo de los liberales moderados, los cuales vieron una oportunidad para acceder al poder y, de ese modo, comenzar las reformas que pretendían aplicar en todos los ámbitos.
Pero un terrible ataque de gota puso en peligro la vida de su cuñado Fernando VII el 14 de septiembre de 1832. Postrado en el lecho de su regio dormitorio, en el palacio de La Granja, los médicos desahuciaron al monarca, mientras su amada María Cristina permanecía junto a él atendiéndole como una primorosa enfermera, preocupada por el futuro de su hija Isabel. Y es en esos momentos cuando se producen los denominados “Sucesos de la Granja”, cuando estando el rey enfermo, a través de intrigas palaciegas los absolutistas consiguieron maniobrar en torno al lecho del moribundo para que derogase la Pragmática Sanción, restableciendo la Ley Sálica, impidiendo, por lo tanto, que Isabel reinase.
En la cámara del infante don Carlos se cantaba ya victoria antes de tiempo. Incluso entre los diplomáticos extranjeros era unánime el convencimiento de que, fallecido el soberano, el trono pasaría a don Carlos, en lugar de a una reina niña como Isabel.
Y es que María Cristina, viendo el estado de salud de su esposo, y no fiándose de Don Carlos y su camarilla, decidió confiar en quien nunca debió de haberlo, el ministro de Gracia y Justicia Tadeo Calomarde, un antiliberal que ya había traicionado a su protector Godoy aprovechándose de la generosidad de Argüelles. Y un oportunista sin escrúpulos que pretendía ahora abandonar a la hija del rey moribundo para arrojarse en manos del pretendiente carlista.
Calomarde sugirió a la reina que persuadiese al monarca para firmar un decreto nombrándola a ella regente y al pretendiente, primer consejero. Pero el infante, como esperaba Calomarde, rechazó semejante propuesta, ante lo cual el ministro urdió una regencia conjunta que don Carlos también rehusó. Junto a Calomarde, acosaban a la reina con el mismo propósito el ministro de Estado, conde de Alcudia, el obispo de León, el enviado de Nápoles Antonini, los condes Solaro y Brunetti, representantes de Cerdeña y de Austria, y hasta el confesor de María Cristina, don Francisco Telesforo. Todos ellos advirtieron a la soberana de que, para evitar los horrores que vendrían con una guerra civil, debía dejar que la Corona recayese en las sienes de don Carlos.
María Cristina, rendida ante las presiones, la reina indujo a su agónico marido a rubricar un codicilo que derogaba la Pragmática Sanción y, por tanto, las esperanzas de que la hija de ambos, Isabel, pudiese reinar algún día. El 18 de septiembre de 1832 Fernando VII firmó, obnubilado, el documento en forma de decreto, sumiéndose luego en un profundo letargo.
Pero lo que no esperaban es que Fernando VII recuperarse la salud, y el 31 de diciembre de 1832 anulase por decreto el codicilo del 18 de septiembre, el cual, según el mismo monarca denunció, le había sido dado a firmar en contra de su voluntad. Por él se restablecía a su hija Isabel como heredera. El nuevo gobierno de Cea Bermúdez optaría por una tímida apertura hacia los liberales, buscando apoyos, decretando una amnistía y destituyendo a todos los elementos carlistas de los resortes del poder. Carlos María Isidro decidió marchar al exilio portugués.
Fernando VII entregó a su esposa el regio bastón de mando mediante otro decreto que la habilitaba para despachar los asuntos de Estado durante su convalecencia. Pero en los pocos meses de vida que restaban al monarca, la verdadera soberana fue la infanta Luisa Carlota, hasta el punto de que Cea Bermúdez, primer secretario del Despacho Universal, se reunió casi a diario con ella.
Apenas nueve meses después, Fernando VII muere el 29 de septiembre de 1833. Isabel, con tres años de edad, heredaba la Corona y su madre, María Cristina, pasaba a ser la Reina Gobernadora. Para afianzarse en el poder frente a los carlistas, que no reconocían la sucesión, se apoyó en los liberales moderados para gobernar, a pesar de su escaso entusiasmo por el liberalismo.
Las regencias, por lo general, suelen ser épocas de inestabilidad. En este caso, la provocada por la minoría de edad de la reina se vio multiplicada por la reacción de su tío Carlos. Convencido de ser el legítimo heredero, publicó el Manifiesto de Abrantes donde se autoproclamaba rey con el nombre de Carlos V, y además promovió un levantamiento para defender sus derechos dinásticos. Se iniciaba la primera guerra carlista.
La infanta que cambió la historia de los Borbones
Demasiadas veces se olvida injustamente que la infanta Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias (1804-1844) fue la única mujer capaz de engatusar a un monarca tan desconfiado y receloso como Fernando VII.
Mujer de armas tomar, la infanta Luisa Carlota de Borbón Dos Sicilias (1804-1844) se las arregló como pudo para variar el rumbo de la historia de los Borbones.
Hasta conocer en persona a su amada, el rey felón se consolaba auscultando con la mirada cada detalle del retrato que le entregó su cuñada Luisa Carlota. Era una imagen de esmalte en miniatura que bastó para seducir al lascivo monarca. Pero, por si acaso éste cambiaba de opinión en el último instante, Luisa Carlota siguió poniéndole al rey los dientes largos con varias cartas, como la fechada el 31 de octubre de 1829, un mes antes de partir María Cristina hacia Madrid desde Palermo, donde había nacido el 2 de agosto de 1806, para contraer matrimonio con Fernando VII. Redactada con buena caligrafía y algunas faltas de sintaxis y ortografía subsanadas, en parte, debido a su educación en italiano y en francés, la infanta Luisa Carlota esculpía para el rey el retrato físico más completo de la futura reina de España: “Querido Fernando de mi vida, Fernando de mi corazón. Hoy ha sido el día para mí más feliz de mi vida. Como si no faltara más para que fuese completo que estuvieras aquí. Albricias a mis ojos, Cristina se parece al retrato de la pulsera tanto como el que te he dado, pero éste es mejor pues es animado, tiene los ojos en los carrillos, es de unas curvas regulares, morenilla, pero con mucha gracia, es un poco más pequeña que yo, de buenos colores; la nariz es muy regular, no se le conocen manchas, el pelo muy negro, ojos bastante oscuros y brillantes, muy buenas cejas; en fin, a mis ojos es un conjunto muy hermoso… Le he entregado el librito y me encarga por si no tiene tiempo que te dé las gracias y la disculpa en su nombre y te repita que te desea ver cuanto antes. Perdona la molestia…”.
La minuciosa descripción de María Cristina hecha por Luisa Carlota surtió en el monarca el mismo efecto que si la contemplase con sus propios ojos, como lo prueba esta otra carta del propio Fernando VII dirigida a «la novia», como él la llamaba, fechada el 29 de septiembre del mismo año: “Yo ya me había informado de tus prendas personales –escribía, obsceno, su tío carnal– y todo esto ha hecho que sin conocerte, ya estoy enamorado de ti y no deseo más que unirme a ti, pues todo el día no pienso más que en mi amada Cristina… Mi anhelo ahora es si yo te gustaré a ti…”. Tal fue su arrebato al contemplar la diminuta imagen, obsequio de Luisa Carlota, que la misma noche en que falleció su tercera mujer, Fernando VII envió a Nápoles a Pedro Bremón y Alfaro para iniciar la negociación de la boda con su sobrina carnal.
Este es un claro ejemplo de la capacidad de Luisa Carlota para alcanzar cuantos objetivos se propusiese.
Y en el caso que nos atañe, la crisis sucesoria de Fernando VII, tras los sucesos de la Granja, Luisa Carlota de Borbón dos Sicilias, que era una mujer impetuosa, orgullosa, altiva y resuelta, enterada de la actitud de su hermana María Cristina, llegó a Madrid, reventando caballos, en la madrugada del día 22 de setiembre de 1832. Enterada por el decano del Consejo de Castilla de lo acaecido en La Granja el día 18, se presentó allí de improviso con el infante Francisco de Paula. El rey mejoraba ya levemente. En el pasillo se topó con su hermana y la recriminó, llamándola “regina di gallería” por su falta de aplomo. Además se suele contar un acontecimiento, que cabe catalogar más como leyenda que realidad, según el cual, Luisa Carlota abofeteó a Calomarde por su vil manipulación.
La “leyenda” de la bofetada, como la calificaba Comellas, podía confundirse con el suceso acaecido dos años atrás, en 1830, cuando el general Luis Fernández de Córdova, insultado por el ministro, le propinó uno tremendo que le derribó al suelo. Abofetease o no Luisa Carlota a Calomarde, lo cierto es que la intervención de la infanta arrebató a don Carlos la ocasión más clara de ceñirse la corona.
Desde ese momento, su influencia se hizo mayor. Con el inicio de la Guerra Carlista, Luisa Carlota se situó al lado de la causa liberal. El matrimonio fue el principal apoyo de María Cristina en los primeros años de la Regencia hasta que los amoríos de ésta con el guardia de corps Fernando Muñoz y las incesantes críticas de Luisa Carlota a esta relación, separaron a las hermanas. Influyó también la permanente insistencia de Francisco de Paula para hacerse con un sillón en el Senado, en la recién inaugurada Monarquía Liberal. Así que María Cristina, que comenzaba a desvelar su marcado carácter napolitano, no dudó en mandarlos al exilio. Los Borbón-Nápoles y su copiosa familia, partían hacia Francia en 1838. Desde París, inspirados por el conde de Parcent, siguieron intrigando para apartar a María Cristina de la Regencia, más cuando la victoria liberal parecía próxima.
Como anécdota añadir que si Luisa Carlota tuvo once hermanos, la Providencia le dio exactamente el mismo número de hijos, todos ellos alumbrados en un período de quince años. Empezando por el primogénito Francisco de Asís, nacido en mayo de 1820 y desposado luego con Isabel II.
Con la subida al poder de Espartero regresaron a España y se instalaron provisionalmente en Burgos, en casa del diputado progresista Antonio Collantes. Ya en el Palacio Real, sus continuas maniobras para desestabilizar al Regente los llevaron a un primer destierro a Zaragoza y finalmente, de nuevo a París. Pero en Francia, empezaron a ver en un futuro matrimonio entre su hijo Francisco y su joven sobrina, la Reina Isabel II, una nueva oportunidad de acercarse al trono. La caída de Espartero en 1843 coincidió con su vuelta a España.
Al poco de instalarse en su residencia de la calle de la Luna, cerca del Palacio Real, la Infanta Luisa Carlota fallecía por sarampión. Fue una muerte inesperada, de “carácter fulminante” como leemos en El Eco del Comercio (1 febrero 1840). No llegó a ver a su apocado hijo Francisco, convertido en Rey consorte.
Conclusiones
En consecuencia, tras los acontecimientos antes narrados, y tras un duro enfrentamiento entre facciones, quienes utilizaron engaños, amenazas y presiones, finalmente lsabel II de España, nacida María Isabel Luisa de Borbón y Borbón, fue jurada princesa de Asturias el 20 de junio de 1833 y proclamada Reina el 24 de octubre del mismo año. Reina desde los tres años, durante su minoría de edad (1833-1843) actuaron como regentes, primero su madre, la reina María Cristina, y después el general Espartero.
La negativa de Carlos a aceptar, como reina, a su sobrina, desató la primera guerra carlista.
Isabel II, a la que Pérez Galdós denominó «la de los tristes destinos», fue reina de España entre 1833 y 1868, fecha en la que fue destronada por la llamada “Revolución Gloriosa”. Su reinado ocupa uno de los períodos más complejos y convulsos del siglo XIX, caracterizado por los profundos procesos de cambio político que trae consigo la Revolución liberal: el liberalismo político y la consolidación del nuevo Estado de impronta liberal y parlamentaria, junto a las transformaciones socio-económicas que alumbran en España la sociedad y la economía contemporánea.
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Referencias
Fernando VII. Solo sombras. De Martínez Pons, A.
Historia de España. Crisis del Antiguo Régimen. De Ferrer, J.A.
La España de Fernando VII. De Moreno, M.