La época medieval fue dominada por el sistema feudal y el papel de los caballeros medievales fue muy destacado. El caballero medieval fue uno de los tres tipos de hombres de guerra durante la Edad Media: caballeros, soldados de infantería, y arqueros.
En el siglo XI, los caballeros representaban ya una distinguida casta de guerreros profesionales. Su estatus se consolidó gracias al uso de símbolos y ceremonias públicas en las que el señor les daba su ayuda y aprobación. Convertirse en un caballero era parte del acuerdo feudal. A cambio de su servicio militar, el caballero recibía un feudo.
En su origen eran campesinos libres que podían comprar y mantener armas y caballos. Se ponían al servicio de los señores feudales para formar parte de sus ejércitos privados. Con el tiempo, la caballería se convirtió en un grupo cada vez más cerrado al que solo podían acceder los nobles. No había muchas formas en que una persona podía convertirse en un caballero, o era hijo de otro caballero, hijo de una familia aristocrática o bien había tenido un acto de valentía y honor en el campo de batalla.
Para acceder a la dignidad de caballero, la primera etapa era la del aprendizaje en los años previos al ingreso en la caballería. Desde la niñez, el caballero comenzaba a formarse en el castillo familiar. Allí aprendía a ser servicial y pulcro en el trato con las damas y a ejercitarse en el manejo de las armas y en el arte ecuestre. La cetrería y otras formas de caza, así como los simulacros de justas a lomos de caballos de madera con ruedas y contra estafermos (monigotes giratorios con brazos), eran parte habitual del entrenamiento militar infantil. Pasaban mucho tiempo fortalecimiento su cuerpo, practicando lucha libre y montando a caballo. Aprendía a luchar con una lanza y una espada. Pero también recibía instrucción intelectual, aprendían a leer, escribir, lenguas como latín y francés, a bailar, cantar y a comportarse en la Corte frente a un rey.
Entre los diez y los doce años, el principiante abandonaba el hogar para continuar su adiestramiento en un sitio menos benevolente. Solían ser las tierras del superior feudal de su padre. En este señorío, el doncel (un joven noble que todavía no había sido armado caballero) era recibido en calidad de paje. Sus obligaciones cortesanas consistían en entretener el ocio de las damas recitando poemas, interpretando música o jugando al ajedrez. También se esperaba que acarrease mensajes por la propiedad y, en la mesa, que escanciara el vino a los mayores o cortara la carne a los a menudo desdentados ancianos. Aparte de habituarse a las maneras de salón, a medida que crecía se le iba permitiendo practicar con armas reales y participar como asistente en cacerías, siempre atendiendo a su señor. Debía vestirlo con la armadura, ocuparse de sus caballos y vigilar el estado de lanzas, espadas, mazos, hachas y escudos.
Cuando alcanzaba la edad en que podía lidiar en combates o en un torneo, el paje se transformaba en escudero. En esta posición seguía secundando a un caballero, pero además podía luchar a su lado, lo que representaba un vehículo hacia el honor y la promoción socioeconómica en la casta guerrera. No había una duración estipulada para el ejercicio de la escudería. Algunos pasaban años en esta condición, otros ascendían a paladines con rapidez. La promoción tenía lugar sobre todo en tiempos de guerra, bien fuese antes de una batalla, para que demostraran en ella su coraje, o después de esta, si habían destacado. El paso al rango de caballero se señalaba con un ritual: la investidura.
En cuanto a la ceremonia para ser caballero, la investidura, como en la época feudal la gente no sabía leer ni escribir, los contratos escritos casi no se usaban, la gente confirmaba todo a través de ceremonias. La investidura era una ceremonia con elementos religiosos y feudales. En caso de guerra, el ritual de la investidura se reducía a la pronunciación de una fórmula y a un toque de mano o de espada sobre el escudero. La ceremonia podía oficiarla cualquier caballero, aunque cuanto más eminente, mejor. Sin embargo, en tiempos de paz el proceso era más complejo. Según la categoría del aspirante y su familia, podía traer aparejadas suntuosas celebraciones, con festines y justas a los que asistían los invitados notables y la comarca en general.
El acto comenzaba en la noche, cuando, en señal de purificación, el escudero se bañaba. Tras este bautismo, velaba las armas y rezaba toda la noche, generalmente vestido de blanco, símbolo de su limpieza interna y externa. Al amanecer, después de oír misa y comulgar, una vez bendecido por un sacerdote, el aspirante era cubierto con una capa púrpura o roja, que representaba la sangre que estaba dispuesto a dar en nombre de Dios, y se le adjudicaban medias de color marrón, por la tierra, a la que debía estar dispuesto a regresar con valor si la ocasión lo requería. Un cinturón blanco (de nuevo un signo de pureza), espuelas de oro (que hacían referencia a su celeridad, la de un caballo espoleado, en el servicio a Dios) y una espada de dos filos (uno por la justicia y otro por la lealtad) completaban su indumentaria.
El espaldarazo era el instante crucial. Casi siempre lo administraba el señor feudal. El investido juraba ser leal y veraz, honrar y ayudar a las damas y asistir a misa diariamente siempre que le fuera posible.
Por otro lado, había un código de caballería. Se comprometían a defender a los más débiles, ser cortés con todas las mujeres, ser leal a su rey, y servir a Dios en todo momento. El código de la caballería exigía que un caballero tenga misericordia de un enemigo vencido. Sin embargo, el hecho mismo de que los caballeros se formaron como hombres de guerra, muchas veces no se cumplía este código. Este código de caballería no se extendía a los campesinos. Por “débil” se interpreta generalmente como “las mujeres nobles y los niños“. Eran a menudo brutales con la gente común.
Los caballeros también poseían mandamientos inquebrantables:
• Creer en todo lo que la Iglesia enseñe y observar todos sus mandamientos.
• Proteger a la Iglesia
• Amar el país en que nació
• No retroceder ante el enemigo
• Hacer una guerra sin cuartel a los infieles
• Cumplir sus deberes feudales, si no contradice la ley de Dios
• No mentir y ser fiel a su palabra
• Ser generoso
• Mantener el bien frente a la injusticia y el mal
A pesar de que procedían de familias ricas, muchos caballeros no eran primogénitos de sus familias y por lo tanto ellos no recibían una herencia. Así que se olvidaban de su formación y se transformaban en sanguinarios mercenarios. Saqueaban pueblos o ciudades que capturaban, y a menudo profanaban y destruían iglesias y otros bienes.
La ropa era una parte importante del traje en general del caballero, ya que la armadura al calentarse con el sol lo hubiera quemado sin el aislamiento proporcionado por la ropa. El metal y la tela se entrelazaban a menudo juntos, proporcionando mayor protección y comodidad. Los caballeros vestían una camiseta de lino y un calzoncillo de lino para proporcionar comodidad. Los caballeros solían llevar una prenda sobre la ropa que se llamaba ya sea “escudo de armas”, “doblete” o “gamberson”. Este estaba acolchado y cosido o rellenado con grama o lino. Los caballeros a menudo llevaban una larga capa, que les protegía de la lluvia, el viento y el frío.
El caballero vestía una túnica llamada “sobreveste”, sobre la armadura. El escudo de armas era un símbolo que ayudaba a los caballeros a identificarse entre sí en el campo de batalla. Este emblema era colocado en el escudo, en la sobrevesta y en la bandera, en una práctica que se conoce como “heráldica”. Las túnicas iban atadas por la cintura. Largas bandas iban unidas a las mangas, a veces fijadas en el cuello por una hebilla. Los caballeros llevaban un collar hecho a partir de dos bandas similares. Las sobrevestes estaban abiertas en la parte inferior para proporcionar ventilación y permitirles a los caballeros hacer sus necesidades fisiológicas.
El caballero vestía medias de lana para mantener los pies y las piernas calientes. Los zapatos, generalmente de cuero, estaban cerrados y las versiones posteriores fueron puntiagudas.
Para protegerse, la cota de malla o lorigas era la pieza principal. Estaba hecha de un tejido de anillas de hierro o acero unidas formando una camisa hasta las rodillas, ceñida por un cinturón y abierta por delante y por detrás para poder cabalgar. La cota de malla podía tener más de 200.000 anillos. Era incómoda, y difícil para mantener con el paso del tiempo, pesaba entre veinte y veinticinco kilogramos. Llevaba un capuchón para proteger la el cuello, nuca y barbilla. Las cotas de malla eran muy costosas. Los que no podían costearlas se protegían con el jubón (o camisa) con mallas, de manga corta o con un gambison: jubón de piel o tela acolchada que llevan debajo de la loriga; puede ir reforzado con chapas de metal. Un cubo como el casco protegía la cabeza y tenía una visera de metal con bisagras para cubrir su rostro. Los caballeros a menudo llevaban sombreros o tocados, lo que determinaba su rango. Usaban cinturones sin enganches en frente, y a veces, colgando de él, utilizaban un bolso.
El arnés o armadura completa estaba hecha de hierro o acero, compuesta por piezas unidas que cubrían cada parte del cuerpo y permiten la movilidad. Podía llegar a pesar entre 25 y 30 kilos. Cuando el caballero portaba la armadura completa, sus movimientos eran lentos y dificultosos por el peso; algunos caballeros morían por el calor. La armadura estaba compuesta por diferentes piezas:
• La coraza. Cubría desde la cintura hasta el comienzo de las piernas, es el faldaje. Está compuesto por láminas de metal, llamadas launas. Debajo llevaban una falda de metal. Las escarcelas protegen los muslos y, en la parte posterior. Para el combate a pie era necesaria la culera, pieza en forma de media luna.
• Para las piernas: quijote, parte superior, rodillera y greba, desde la rodilla hasta el pie; para los pies, escarpines.
• En la parte superior, para proteger los brazos, a la coraza se añaden: hombreras y coderas. Para manos: manoplas y guanteletes.
• Para la protección de la cabeza: hubo una gran evolución, desde un casco de acero, formado por un casquete cónico, reforzado en su parte inferior de donde cuelga una barra de hierro para proteger la nariz.
• El yelmo era otra de las partes indispensables del armamento de un caballero. Para amortiguar los golpes podía llevar debajo un gorro de tela o lana, la cofia. Sólo se utilizaba en combate
En cuanto a las armas, la principal fue la espada. Estaba constituida por tres partes: hoja, empuñadura y pomo. Las había de varios tamaños y formas; la más habitual medía de 90 cm a 1’30 de largo, de 7 a 9 cm de ancho, y pesaba unos 2 kg. Sus filos eran duros y se utilizaban como armas de corte, para golpear al adversario. Las más grandes eran para la lucha a pie. El estoque era más corto que la espada, hería por la punta. Se llamaba misericordia a un puñal para dar el golpe de gracia al enemigo. Los héroes épicos tenían su espada con un nombre. Se llevaba colgada a la izquierda en la vaina que era de madera cubierta de piel. La más grande, para combatir a pie, la llevaba el escudero. El estoque se llevaba colgado a la derecha, que llegaba a pesar unos quince kilogramos. Se usaba en su lado izquierdo, sujeta a la cintura.
La lanza la llevaban los guerreros a caballo y lo peones a pie. Era de asta y hierro en la parte inferior, permite clavarla en el suelo. Mientras se caminaba se llevaba en posición vertical. En combate servía como jabalina. Medía entre 3 y 5 metros. En la lanza se llevaban diferentes trozos de tela con los emblemas del caballero: El gonfalón era rectangular y terminado en varias puntas; el pendón, rectangular que lleva el escudo de armas, lo portaba el jefe de los guerreros y servía para reagruparse en la batalla. Los que no eran jefes llevaban el estandarte: estrecha pieza triangular con los colores del su señorío.
Con el tiempo se inventó el arco largo, consiguiendo una excelente combinación de precisión y potencia. El arco largo inglés, preciso y potente en manos de un arquero experimentado, fue una razón adicional para que los caballeros usaran sólidas armaduras metálicas. El arco largo era poderoso, pero tanto su precisión como su alcance eran limitados. El modelo inglés podía causar daño a una distancia de 225 metros y se recargaba rápidamente. No obstante, sólo un arquero experimentado podía manejarlo.
La otra pieza imprescindible en las armas defensivas era el escudo. Con la evolución del arnés perdió utilidad y pasó a utilizarse sólo en las justas. Los más antiguos tenían forma almendrada, eran grandes, terminados en punta y redondeados o rectos en la parte superior. Su punta permitía clavarlo en el suelo y ocultarse detrás. Sus dimensiones eran alrededor de 150 cms de alto y de 50 a 70 cms de ancho. El interior estaba acolchado; en el exterior, piel, tela o cuero están clavados sobre un armazón de madera reforzada por metal. En la parte superior llevaba unas correas para sujetarlo: las braceras y una correa larga para llevarlo colgado. Solían ir decorados con figuras florales o animales y que se irán transformando en emblemas heráldicos. Pasaron a tener un significado importante como símbolo del poder de su dueño, como soporte del blasón del caballero.
Estas eran las armas propias del caballero. Para el resto de hombres de armas y aspirantes a caballero había armas más variadas, como la maza de armas, de asta de madera con un una esfera de puntas en un extremo. El hacha. Las picas hechas de un palo largo con un garfio de hierro ancho y puntiagudo en el extremo. Los venablos, lanza corta, sustituyó a la lanza. Entre las armas arrojadizas eran importantes el arco y la ballesta. El arco podía ser de madera o metal, su tamaño entre 1 y 2 metros y lanzaba una flecha, de unos 90cm, a una distancia que podía superar los 200 metros. El ejército de ballesteros iba a pie, detrás de los caballeros y los peones con lanzas. La ballesta fue frecuente desde la segunda mitad del siglo XII; la Iglesia la prohibió por ser demasiado mortífera.
Otro elemento imprescindible para un caballero es el caballo, de hecho si lo perdía durante la batalla, podía ser causa de su muerte. Los héroes literarios tienen caballos con un nombre, igual que la espada. El caballo llevaba también protección para la batalla: la testera para la cabeza, el petral para el pecho. Iba cubierto por la gualdrapa, tela con motivos heráldicos sobre la que va la silla.
Los caballeros tenían una moral de disciplina libremente consentida, de lealtad, de honor y de generosidad, que era un potente factor de unidad para su clase.
Existían los torneos, que no eran otra cosa que juegos de guerra como entrenamiento. A tal punto llegaba la predilección por esta afición que, junto con la caza, se la denominaba el gran placer, mientras que el baile y la música constituían los menores. Los enfrentamientos fingidos evitaban otros auténticos, por cualquier causa o por puro aburrimiento. No eran pocos los que, llevados por la excitación o motivados por alguna venganza, se ensañaban con los vencidos hasta lesionarlos de por vida o incluso hasta matarlos, mientras que los perdedores generalmente se quejaban de que los otros se habían saltado las reglas. Estas citas, que convocaba un señor en las inmediaciones de su castillo, señalaban los grandes acontecimientos sociales en la Baja Edad Media. Reyes y príncipes celebraban con estos encuentros su coronación, y la nobleza terrateniente los incluía para la investidura del primogénito o la boda de la hija mayor. En los torneos los caballeros podían obtener renombre, pero también recursos: la montura y los pertrechos del adversario derrotado, así como los premios que otorgara el señor que los había organizado. Esto atraía poderosamente a los contendientes.
Seguramente, el amable lector conocerá o habrá oído hablar del amor cortés, el vasallaje galante del caballero a la dama amada. Hasta el siglo XIII, la mujer había supuesto un mero bien patrimonial. El matrimonio era un asunto práctico. Los poderosos se casaban para establecer o afianzar alianzas políticas y para generar herederos. De ahí que buscaran por esposa a una doncella de una familia conveniente. Su virginidad garantizaba la legitimidad de los hijos por venir, mientras que su dote y prestigio aumentaban la ascendencia del marido. Los parientes de la joven eran quienes concertaban el matrimonio, habitualmente cuando solo era una niña. Tras las capitulaciones nupciales se la enviaba al castillo familiar de su futuro marido o a un monasterio hasta el día de la boda. Y era imprescindible protegerla. Eran tiempos violentos, y la dama corría el riesgo de ser raptada o violada, con lo que se iba al traste cualquier pacto.
Una vez casada, la dama se dedicaba a dar a luz a los hijos y a criarlos. Pasaba largas horas recluida en el gineceo, estancia habilitada en la fortaleza solo para mujeres.
A raíz de las cruzadas y las contiendas entre señoríos, muchos dominios terminaron regidos por mujeres. Así cristalizó la cultura cortesana, en la que surgió el amor cortés. Con él, la noble europea comenzó a dejar de ser solo un objeto de placer y de procreación. Se convirtió en motivo de elogios por parte de caballeros que no buscaban en ella la pasión física, sino el amor casto y sin egoísmos.
En la difusión del amor cortés se conjugaron distintas realidades. Por un lado, era conveniente que los caballeros y señoras que permanecían en los castillos sublimaran sus apetitos carnales. Por otro, en las cortes gobernadas por mujeres se apreciaba la sutileza de los trovadores frente a la tosquedad del señor feudal. Los caballeros tuvieron que adaptarse a estos entornos feminizados. La dama aceptaba el vasallaje del caballero con un gesto o una prenda de amor: una flor, un guante, un pañuelo,… El trato masculino cobró una delicadeza insólita. El amor cortés era un vínculo idealizado al extremo. A menudo el caballero, joven y soltero, se proclamaba vasallo de una señora, casada y mejor situada, por lo general la esposa de su superior. El caballero cortés no ansiaba recompensas, solo desear y halagar. Era un camino de superación personal. Al menos idealmente.