La historia de Inés de Castro es, a mi parecer, la más bella y trágica historia de amor de todos los tiempos. No se trata de una leyenda, sino de una historia documentada con rigor que la convierte en incomparable y en la que, posiblemente, se han inspirado muchas novelas y guiones de cine.
Sin embargo, esta hermosa gallega ha sido olvidada en su tierra con el paso de los años.
Pero, ¿quién era Inés de Castro?
Inés de Castro (1320-1355) era hija de una poderosa familia gallega. Nacida en la comarca de Limia, en la actual provincia de Ourense, e hija natural de Pedro Fernández de Castro y Aldonza Soares de Valladares, familia de la nobleza gallega que marcó su destino.
Por su pronta orfandad –queda huérfana de madre siendo muy niña-, y su condición de noble, fue enviada al castillo de Peñafiel (Valladolid), donde creció en compañía de Constanza Manuel, destinada a ser su dama de compañía. Constanza descendía de uno de los linajes más importantes y poderosos de la Castilla del siglo XIV.
Por su parte, en nuestra vecina Portugal, entre los años 1325-1357 el rey Alfonso IV “el bravo”, estaba en continuas guerras de poder con los reyes de Castilla y Aragón. Cansado de lo bélico acordó, como venía siendo habitual, hermanarse con el reino castellano desposando a su hijo primogénito, Pedro I, con la infanta Constancia de Castilla, emparentada con la realeza castellana. Con esta alianza de sangre, la tregua de la paz estaba asegurada. La boda se realizó por poderes en 1339, no consumándose hasta cuatro años más tarde debido a la escasa edad de ambos infantes.
Cuatro años después de la boda, el infante Pedro recibe a su esposa en la corte lusitana, pero en lugar de prendarse de ella, cayó rendido ante la belleza de Inés de Castro, a quién describen como bellísima, de esbelto cuerpo, ojos claros y cuello de cisne. Se añade su esmerada educación en la corte, destacando por su talento e inteligencia. Sabido es que el amor mueve fronteras, hace caer reinos y no entiendo de reyes, alianzas ni de compromisos.
La pasión que surge entre ambos jóvenes llega a oídos de su esposa. Con el objeto de separar a los enamorados, Constanza designa a Inés madrina de su recién nacido hijo el infante Luis, confiando en que el parentesco espiritual indujese a los amantes a poner fin a su relación.
No tenemos ocasión de saber si surtió efecto, debido a que el infante Luis murió a los pocos meses de haber nacido. Lo que sí sabemos es que el romance continuó.
Ante la presión ejercida contra esta relación que ponía en riesgo la estabilidad de la pareja y la sucesión, Inés busca refugio en el castillo de Albuquerque, pequeña localidad extremeña frontera con Portugal.
Constanza fallece en 1345 después de dar a luz al infante Fernando, momento en que Inés regresa de su exilio para reencontrarse con su amante.
Pedro, viéndose libre, decidió convertir a Inés de Castro en su esposa. En ese momento ya era madre de tres de sus hijos. El rey se opone a ese matrimonio, pero Pedro se casa con Inés en una ceremonia secreta oficiada por el obispo de Braga.
Una vez celebrada la ceremonia, se instalaron junto con sus hijos en los pazos de Santa Clara en Coimbra, sede de la corte portuguesa en el siglo XIV. Mientras que los hijos de Inés crecían fuertes y sanos, Fernando, el heredero hijo de Pedro y Constancia era un niño enfermizo.
Alfonso IV temiendo posibles complicaciones políticas por la enemistad de la familia de Inés con otras familias importantes, y viendo en peligro la corona y la sucesión del reino, inventó cargos contra la joven quien fue juzgada y hallada culpable, siendo condenada a muerte en 1335.
Alfonso IV encargó a 3 cortesanos que se trasladaran a Coimbra a cumplir la sentencia, aprovechando la ausencia del infante Pedro. La degollaron delante de sus hijos en los jardines de su casa, escenario de su amor. En recuerdo del suceso, el solar donde se asentaba es conocido hoy en día como “A quinta das lágrimas”.
Enfurecido Pedro por la atroz muerte de su esposa, inició una guerra civil contra la autoridad del rey, logrando que el reino se dividiera en dos. Cuenta la historia entroncada con la leyenda, que Pedro se cubrió el rostro con un velo negro para que nadie le viera llorar y luchó durante años al frente de sus tropas, quienes le apodaron el justiciero.
La muerte de su padre en 1357, lo elevó al trono, siendo desde ese momento Pedro I, rey de Portugal.
En su situación real, llevó a cabo un acto de amor, locura y venganza, como quiera interpretarse, de carácter estremecedor. Persiguió a los asesinos de su esposa, torturó a dos de ellos y convocó una asamblea en la que proclamó a Inés de Castro como su esposa oficial y madre de sus hijos.
Pedro en un acto premeditado, tengamos en cuenta que habían pasado más de 20 años desde la muerte de su amada, decidió desenterrar su cuerpo que se hallaba en Coimbra. Los restos desenterrados fueron trasladados a Alcobaça con gran pomposidad. El cadáver fue engalanado con vestiduras reales y sentado en un trono. Nombrada reina consorte, el cadáver de Inés de Castro fue coronado y objeto de pleitesía. Los nobles, que la habían traicionado, se vieron obligados, bajo pena de muerte, a rendirle homenaje y a besar momificada mano. Desde ese momento Inés de Castro es la única mujer en la historia que ha reinado después de su muerte.
Aunque no está documentado históricamente este suceso, lo cierto es que la tumba de Inés de Castro no deja lugar a dudas sobre su categoría de reina.
Este suceso histórico, muy desconocido en nuestro país, pese a que su protagonista es gallega, es muy conocido en Portugal y es de obligada visita turística el lugar de enterramiento de Pedro y de Inés.
Pedro I, una vez coronada Inés de Castro, celebró unos suntuosos funerales en recuerdo de su esposa. Como último tributo a su gran amor, mandó construir dos tumbas – obras de arte funerario gótico-. Una de las tumbas representa a Inés de Castro coronada como reina. Enfrente a la de Inés se encuentra la tumba de Pedro I. Ordenó construir ambas tumbas de forma que los pies de ambos se tocaran. Buscaba que su amada Inés fuera lo primero que viera el día de su resurrección.
Esto es amor!
Las tumbas de Inés de Castro y Pedro I, pueden verse en el interior del monasterio de Alcobaça.
La Abadía de Santa María de Alcobaça, es la primera obra gótica erigida en Portugal por los monjes del Císter (1178). Forma parte del Patrimonio de la Humanidad y fue elegida como una de las siete maravillas de Portugal, siendo uno de los lugares turísticos más conocidos y de obligada visita.
Los sarcófagos de Inés y Pedro, son de gran tamaño. En ellos pueden verse efigies de los difuntos asistidos de ángeles. Los lados de la tumba de Pedro, están decorados con episodios de la vida de San Bartolomé, a quién está dedicada la abadía, y escenas de su vida con Inés, incluyendo la promesa de que van a estar juntos “até ao fim do mundo”.
Inspiración de cuentos y novelas
Como no podía ser de otra manera, la historia de amor de Inés de Castro y Pedro I de Portugal sirvió de inspiración para cuentos y novelas.
El dramaturgo sevillano Luis Vélez de Guevara estrena la narración teatral de la tragedia de Inés de Castro “reinar después de morir” (1652).
Ya en nuestros días, la escritora y periodista española Angella Vallvey Arévalo recoge la leyenda de Inés de Castro en su libro “Amantes poderosas de la historia”.
¡Y así fue como la gallega Inés de Castro se convirtió en reina Consorte de Portugal y Algarve, una reina cadáver!.
Referencias
“Inés de Castro, la leyenda de la mujer que reinó después de muerta”. Queralt, María Pilar
“Inés de Castro”. De Stilwell, Isabel
“Inês não está morta”. De Maya, Gabriela
Quince mil: Historias de la historia