En el momento de pandemia que nos ha tocado vivir, nos sorprende la respuesta de algunas personas que se manifiestan en contra del uso de máscaras y de otras que se aferran a la inexistencia de una pandemia como tal, que se agarran a la especulación “judeo-masónica” para justificar la inexistencia de este mal que nos acecha.
Pero no olvidemos que estas manifestaciones se han dado siempre a lo largo de la historia.
Conocido es por todos y todas los “movimientos” que surgieron en el medioevo ante el miedo generalizado en el mundo cristiano a la llegada del año 1000.
En el año 1000 surge el colapso institucional de Europa. El estudio del Apocalipsis obsesiona a la iglesia de cara a vaticinar la fecha exacta del fin del mundo. Muchos de estos estudiosos, entre ellos el monje español Beato de Liébana, llegaron a la conclusión de que el fin del mundo llegaría con el milenario de Cristo.
Estas teorías elaboradas intelectualmente solo eran accesibles a las elites de poder como los abades y los obispos, pero los sacerdotes desde sus pulpitos las difundieron en su versión más macabra.
Los hombres y mujeres medievales fueron muy receptivos a estas ideas de la llegada del fin del mundo. Pensemos que sus mentes eran muy ingenuas y receptivas. La pastoral del miedo era alimentada por la iconografía de las iglesias y catedrales, único lenguaje comprensible por una población analfabeta. Los siglos X, XI y XII coinciden con la representación iconográfica del infierno y la gloria y del destino del hombre en función de su comportamiento en la tierra. Como ejemplo más representativo y copiado tenemos el Pórtico de la Gloria.
El mensaje que se transmitía era el de que la llegada del fin del mundo era inevitable, pero era evitable morir en pecado.
Se multiplicó el nacimiento de sectas, iluminados y penitentes a los que se ofrecían limosnas y ofrendas para lavar los pecados con la finalidad de que el fin del mundo fuese lo más benévolo posible, poniendo en peligro las escasas pertenencias del hombre medieval que se dedicó a “tirar la casa por la ventana como si no hubiera un mañana”.
Volviendo a la actualidad, en un paralelismo entre los que protestan por las medidas necesarias para reducir la difusión del virus Covid-19, la liga anti-máscaras puso en peligro la salud de la población de San Francisco durante la gripe española en 1919.
El 24 de septiembre de 1918 se detectó el primero de muchos casos de gripe española en San Francisco. Dos o tres semanas antes del fin de la Primera Guerra Mundial el número de casos de la gripe en la ciudad de San Francisco estaba fuera de control. Durante las siguientes semanas se adoptaron medidas preventivas para evitar la propagación de la enfermedad. Se cerraron cines, teatros, escuelas y se prohibieron reuniones con un alto número de asistentes
Como medida individual, se obligó al uso de máscaras. La municipalidad emitió un edicto que requería que todos llevasen máscaras, “a menos que estén comiendo”.
El material estándar para máscaras era la gasa. Este material no protegía mucho pero era mejor que nada.
Se produjeron algunas protestas, pero aquellos que salían a la calle sin protección eran multados o arrestados.
A finales de noviembre la situación sufrió una ligera mejoría y ya no fue obligatorio el uso de la máscara. En San Francisco se reabrieron los negocios y los espectáculos y las personas regresaron a sus vidas como si nada hubieses pasado.
Quince días después llegó la segunda ola de contagios. Esta fue mucho peor. El número de casos incrementaba exponencialmente. De nuevo se intenta restablecer el uso de máscaras.
Una población afectada por el terremoto de 1906, por la Primera Guerra Mundial y por una epidemia, estaba harta y quería regresar a su vida normal. La fatiga social era demasiado fuerte y una parte de la población se negaba a hacer caso de la nueva normativa. La máscara no fue bien acogida por un aparte de la población pese a ser nuevamente obligado su uso en enero de 1919.
Esta vez el uso de la mascarilla fue objeto de protestas por fervientes ciudadanos influyentes en la sociedad de la ciudad. Esta situación fue el caldo de cultivo para el nacimiento de la liga anti-máscaras con un no desdeñable número de seguidores.
La liga anti-máscaras argumentaba que portar mascaras era indigno e iba en contra de los derechos constitucionales de libertad. Había quién defendía que la enfermedad no era más que una gripe estacional y que el número de muertos no justificaba el uso de máscaras.
Las proclamas de la liga antimáscara se limitaban a exigir su libertad y atacar a los responsables políticos y sanitarios de la ciudad, sin aportar ideas de qué hacer frente a la pandemia.
De la Liga formaron parte altos directivos de la salud de otras ciudades y del estado, lo que llevó a discusiones con sus homólogos.
En el medio de este debate la propia naturaleza se encargó de ponerle fin al asunto. La tercera oleada de 1919 resultó menos virulenta al haberse generado defensas en los organismos o haber mutado el virus. En febrero se levantó la obligación del uso de mascarilla.
No debemos olvidar, sin embargo, que la gripe española dejó en la ciudad un total de 45.000 infectados y más de 3.000 muertos. Sólo en EEUU el número de muertos alcanzó la friolera cifra de 675.000.
Posiblemente debido a que el debate de la mascarilla no quedó cerrado en el pandemia de 1918, haya dado lugar a que en la pandemia que nos ha tocado vivir, el discurso en contra del uso de máscaras siga presente. Habitantes de estados como Michigan, California y Florida han desatado enormes protestas a favor de “la libertad”. Al rehusarse a utilizarlas, han puesto en riesgo a familiares, compañeros y empleados.
Por si estáis especialmente interesados en esta temática, os dejamos los enlaces con entradas relacionadas con este post, y que publicamos en este mismo Blog en meses pasados:
BIBLIOGRAFIA
La pandemia olvidada de EEUU de Alfred W. Crosby