En Roma se daba mucha importancia a la cabellera, pues la calvicie, incluso entre los hombres, se consideraba un deshonor y hasta en época tardía las damas no conocían o les estaba vedado el uso del sombrero. El tocado tenía suma importancia pues asumía el papel de elemento esencial que caracterizaba a una persona y reflejaba su situación y gusto a la hora de presentarse ante los demás. Luego, en el período imperial, se produjo una verdadera invasión de los postizos (las pelucas), utilizados por gran cantidad de mujeres permitiendo mayor variedad en los tocados. Además tuvo mucha aceptación en Roma la moda de teñirse los cabellos. Durante el primer período imperial, a las damas romanas les gustaba teñírselos de color rojo o ponerse postizos hechos con cabellos cobrizos de las mujeres bárbaras; no faltaban las tinturas negras y de color ceniza mientras que estaban absolutamente prohibidos el amarillo o el azul pues se reservaban a las cortesanas.
Los romanos, en algunos momentos de su historia se cortaban el pelo y se rapaban por las influencias que llegaban. Además, se mantenían algunos rituales, eso sí, como por ejemplo la primera barba que se afeitaba un joven debía cortarla un tonsor. Los jóvenes hasta no tener las primeras canas no se la afeitaban ya que era un símbolo de vejez.
El peinado de la mujer durante la República era muy sencillo pero se dificultó con la llegada del Imperio. Al principio, los peinados de las mujeres eran muy simples: dejaban caer su pelo por sus hombros, ligándolo sólo con una cinta de pelo. Sin embargo, los peinados se volvieron mucho más elaborados rápidamente. Se hacían trenzas, moños muy complejos, rizos, redecillas, postizos y tintes. El pelo corto nunca se llevó de moda. El peinado de las mujeres romanas consistía en llevar el pelo partido por la mitad con largas trenzas sobre el pecho y que estas trenzas estuvieran adornadas con cintas. También llevaban tocados y el más usado era el que taba la cabeza y el cuello. Usaban peines de todo tipo de materiales (bronce, marfil, hueso, carey, oro) con los que se peinaban de raya en medio para diario y con peinados elaborados, con trenzas y chongos, en ocasiones especiales. Las mujeres romanas también usaban pelucas.
Los peinados se adornaron con diademas, alfileres, peinetas de carey y de hueso, cintas, incluso a veces se introducían frasquitos de veneno y perfumes que iban disimulados entre los cabellos y que podían ser utilizados en un momento determinado. En la época imperial avanzada se puso de moda una diadema adornada o entretejida con perlas.
Además de seguir las modas del peinado, las matronas romanas pasaban largo tiempo intentando mejorar su imagen con el cuidado y embellecimiento de su cabello. La aplicación de tintes y ungüentos, la elaboración de rizos y la ornamentación con distintos complementos eran tareas que ocupaban a las ornatrices y permitían a las señoras vanagloriarse de una belleza más artificial que natural.
Teñirse el pelo llegó a ser común entre las damas romanas muy pronto. En una época tan antigua como la de Catón se había introducido en Roma la costumbre griega de colorear el pelo de amarillo rojizo, pero las largas guerras contra los germanos acentuaron el deseo de imitar las rubias cabelleras de las esclavas apresadas. Para fijar el peinado elaborado y marcar los rizos, la ornatrix aplicaba en ocasiones clara de huevo batida o goma arábiga mezclada con agua.
La mujer libre mostraba su posición socioeconómica ostentando complejos y elaborados peinados, distinguiéndose así de la esclava que recogía normalmente los cabellos de forma muy simple. La mujer sin recursos económicos suficientes supliría con su habilidad personal la falta de medios para realizar un peinado siguiendo la moda.
Un cabello cuidado era un ornato imprescindible para ejercer la seducción y mostrar coquetería. Llevar una melena suelta podía significar desaliño o muestra de dolor y desesperación. Las Bacantes en las fiestas de las Bacanales soltaban su pelo como señal de lujuria y desenfreno. El cabello sin sujetar era en la literatura símbolo de seducción y erotismo, por lo que la diosa Venus era representada a menudo con su cabellera descansando sobre sus hombros sin adorno alguno.
En cuanto al cuidado del pelo de los varones en la antigua Roma, éste tuvo cierta importancia y estuvo sometido a las modas de las diferentes épocas pues la calvicie se consideraba deshonrosa.
Los hombres en Roma empezaron a cortarse los cabellos y a afeitarse la barba por influencia de los griegos; pero no seguían unos hábitos comunes, excepto en rituales: los chicos ofrendaban la primera barba cortada a una divinidad, cuando se convertían en adultos y los hombres dejaban de afeitarse como a muestra de duelo.
El encargado del cuidado de los cabellos y barba era un esclavo de la casa, pero posteriormente se encargaban especialistas, tonsores, que montaban sus establecimientos ambulantes en la calle, tonstrinae.
Las estatuas de personajes masculinos emperadores, senadores y otros magistrados nos muestran la variedad de peinados de los hombres en Roma.
Aproximadamente a partir del 300 a. c. los hombres llevaban el pelo corto. El pelo era bien visto socialmente, así que los hombres calvos intentaban cubrir su calvicie tanto como fuese posible. Los emperadores también influenciaron en las tendencias de los peinados masculinos. Nerón adoptó un tipo de pelo rizado que se puso de moda rápidamente por todo el imperio, e incluso las patillas se hicieron populares. Posteriormente, el emperador Constantino puso de moda que los hombres se tiñeran el pelo de diferentes colores, lo que fue tendencia a lo largo del imperio.
Por otro lado, tanto las mujeres como los hombres de esa época se depilaban con ceras o pinzas especiales, lo consideraban una cuestión de higiene.
Las mujeres romanas consideraban bello que las cejas estuvieran unidas sobre su nariz, para conseguir tal efecto utilizan una mezcla de huevos de hormiga machacados con moscas secas.
En cuanto a los sombreros, su utilización era casi nula. Las mujeres de por si no los utilizaban, salvo algunas esclavas. Los hombres los utilizaban pero muy raramente y preferían no hacerlo. Encontramos el cucullus, o gorro de viaje; y en los libertos, como símbolo de su libertad, el pileus, un gorro con forma de capuchón. En los teatros abiertos, donde el sol podía ser molesto, se solía utilizar un sombrero alado conocido como petasus.