Lo cierto es que no hay total seguridad al respecto de dónde comenzó exactamente a utilizarse el dinero. Y tampoco se sabe con certeza dónde se acuñó la primera moneda. Por tanto es difícil saber cuándo fue el primer uso del dinero.
La aparición de la moneda no es más que el final de un largo proceso de experiencias premonetarias, que en el Próximo Oriente antiguo remontan a más de dos mil años atrás. Por exigencias de un comercio cada vez más complejo, las sociedades evolucionadas del antiguo Oriente fueron adoptando en sus transacciones piezas y lingotes de metal con peso y contenido específicos, que circularon como «dinero» entre las principales instituciones públicas y privadas, hasta culminar en las primeras acuñaciones monetarias.
Puede que el primer objeto reconocido como moneda fuera el “cauri”. Su nombre científico ya nos dice bastante: Cypraea moneta. Es una pequeña concha que en algunos países africanos se siguió usando hasta hace no mucho tiempo. Su uso llegó a estar muy extendido, no sólo en África sino también en China, Asia y América, e incluso se encontró en tumbas en Inglaterra. Otros elementos que también se utilizaron como monedas antes del uso de los metales fueron las barras de sal, piezas de coral, barras de metales, trigo, e incluso animales como las vacas.
Con la actividad del trueque un individuo que tuviera un excedente de algún producto podía intercambiarlo por un producto de coste similar o superior. Sin embargo, a pesar de ser una solución práctica, es muy limitada ya que se circunscribe a la coincidencia de los deseos de cada persona. Es por ello, que el trueque llegó a ser una técnica costosa en términos de esfuerzo y tiempo.
Los pueblos de Oriente en sus negocios usaban ya en el tercer milenio a. C. el metal, un elemento muy codiciado en el mundo antiguo porque no era demasiado frecuente. Poco a poco este uso del metal se generalizó en todas partes del Mediterráneo ya que tenía muchas ventajas, a saber: el metal no se estropea, pues es duro y resistente, se puede transportar mejor y se puede fundir para crear diversas unidades. De aquí viene la expresión “pagar en metálico”.
El uso de la plata y oro trajo grandes ventajas, entre ellas, se encontraba lo duradero que resultaba el material y lo sencillo de transportar. Además, era fácilmente valorado, acción indispensable para grandes transacciones. Lo mejor de todo, solo se necesitaba una balanza para pesar las medidas de oro o plata y dar lugar al comercio.
Con anterioridad a la existencia del dinero como hoy lo conocemos se utilizaron metales como medio de cambio, en lingotes más o menos regulares o en forma de pequeñas joyas u objetos menudos que se pesaban en cada transacción.
Ése fue el sistema mercantil que funcionó en Egipto, Asiria o Babilonia. Cierta cantidad fija de un metal determinado representaba un valor fijo, y se correspondía con una escala ponderativa.
Así, en el mundo semítico antiguo, el siclo fue una medida de peso antes que una moneda. Las cosas tenían un valor o estimación material que se graduaba o medía en una cierta cantidad de oro o de plata en bruto.
La importancia del peso en las primeras monedas queda de manifiesto por el nombre de casi todas ellas en el mundo antiguo. Antiguamente no se contaba el dinero, sino que se pesaba.
Lo más probable es que el uso de la moneda surgiera en el Mediterráneo y se extendiera luego por el interior de Europa y Asia hasta convertirse en un hecho imprescindible para la vida comercial.
Hacia el año 500 a. C. empezó a circular la moneda de oro en Roma, cuya ceca parece que estaba junto al templo de Juno, diosa apodada Moneta, de donde por etimología popular derivó a moneda. Parece claro que el término moneda, se refiere a esa “moneta”.
En la Antigua Roma, la moneda acuñada se introdujo en el siglo V a. C. y tenía en el anverso la cabeza de la diosa titular de la ciudad con el casco alado, y en el reverso a los Dioscuros a caballo. Entonces, una libra de plata daba para acuñar cien denarios.
El as, o libra se llamaba también pondo, que dio lugar al sestercio, una de las monedas de cobre o de plata de más peso en el mundo romano. También al denarius o denario, cuyo valor equivalía a diez ases, y es el término que ha dado lugar a la palabra “dinero”.
El denario era de plata y valía casi lo mismo que un dracma griego. También en el campo semántico de pesos y medidas está la litra, antecedente de la libra, medida de peso o unidad de cuenta.
Otras monedas, como el óbolo tenían origen campesino: equivalía a dieciséis granos de cebada o catorce y medio de trigo, vigésima parte del siclo. La onza romana valía dos siclos.
Sin embargo, a lo largo de los siglos, el valor, la ley, la pureza de la moneda decayó, se adulteró. Durante el Imperio Romano se añadió cobre al oro, tanto que hacia el siglo III las monedas, supuestamente de oro solo contenían un dos por ciento de este mineral.
En lo que se refiere a España, se sabe que los íberos acuñaban moneda, pero fueron copia de las romanas de tiempos de la República. En ellas hay voces ibéricas que alternan con palabras latinas, apareciendo numerosos elementos simbólicos como la espiga de trigo, el pez, la palma, esfinges, la cabeza del Hércules ibérico o caballos.
En la Europa medieval se volvió a la pureza del metal, se rechazaron las aleaciones y el número de cecas fue asombroso, circulando un número enorme de monedas distintas, ya que el poder de acuñar no sólo lo tenía el Estado sino también las ciudades y algunas familias importantes.
Eran monedas mal troqueladas, hechas con métodos rudimentarios. Parece que la primera máquina para acuñar moneda funcionó en París en 1553.
Muchas de las monedas actuales, como el rublo, la lira, la libra, el peso o la antigua peseta siguen expresando unidades de peso.
Pese a esto entre las sociedades primitivas siguió en vigor el trueque hasta tiempos recientes. Actualmente, en Abisinia, la pólvora y la sal siguen siendo forma normal de pago entre campesinos y pastores. En Haití circulan como moneda las cañas llenas de aceite de coco, y aún hoy los naturales de Fidji aceptan como moneda las nueces de coco.
En todo caso, retomando el estudio del origen de la moneda, si aceptamos la versión del historiador Herodoto, podemos decir que las primeras monedas surgen en el Asia Menor sobre el siglo VII a.C. Se mandaron hacer para facilitar la recaudación de los impuestos, aunque es muy probable que aparecieran mucho antes en cualquier otro lugar. El León de Lidia es la moneda oficial acuñada más antigua que se conserva; se encontró en Turquía sobre el año 650 a.C. Sin embargo, en el actual Pakistán se han encontrado monedas que datan del 2900 a.C., pero quizás las más antiguas provengan de China y sean anteriores al 5000 a.C.
Para algunos investigadores, es en el oeste de Asia Menor, en el reino de Lidia y en las ciudades griegas de las costas de Jonia, donde surge la moneda acuñada por primera vez, a principios del siglo VI a.C., gracias al desarrollo del comercio. Y la moneda nace ya como la conocemos hoy, un disco de metal, el electrón (ήλεκτρος), una aleación natural de oro y plata, dos elementos que debían ser pesados y medidos para mayor exactitud del intercambio. Tenían forma ovalada y no eran planas sino gruesas. Esas primeras monedas tenían un sistema de acuñación sumamente rudimentario, no llevaban inscripción, y en el anverso tenían o formas irregulares o una figura de un animal; en el reverso llevaban tan sólo una marca de un punzón.
Conviene recordar que en la antigüedad había dos formas para acuñar la moneda:
Acuñación a martillo. El metal llega al taller en forma de lingotes. Se funde y se mete en el molde circular para obtener el disco llamado “flan” o cospel. Había moldes con múltiples cavidades para poder obtener así en un mismo vertido muchos flanes monetales al tiempo. El flan se calienta para ablandarlo y se mete entre dos cuños, mientras se coge con unas tenazas y se golpea con el martillo. Los cuños son de hierro o bronce y tienen incisiones con los motivos que aparecerán en las dos caras de la moneda. Solían usarse para fabricar de 10.000 a 30.000 monedas antes de romperse por el uso.
Acuñación por fundición. En un molde de barro cocido, en el que previamente se ha grabado el anverso y el reverso de una moneda, se vierte por una abertura el metal fundido. Es un proceso simple y rápido pero de menos calidad, ya que se pueden producir imprecisiones a causa de las burbujas de aire que se meten en el interior del molde e impiden a veces que se adhiera bien el metal a las paredes; además, si no se ajustan bien las dos partes del molde la moneda será imperfecta.
Como la cantidad de monedas obtenidas con este sistema era escasa y las monedas resultantes se podían falsificar fácilmente, este proceso se usó poco, generalmente en momentos de necesidad y para fabricar monedas de bronce, como las primeras de la República romana.
El taller donde se acuñaba moneda en la ciudad se llamaba ceca. En la Grecia clásica había casi tantas cecas como ciudades, ya que eran independientes y regulaban de manera autónoma su economía.
Los romanos y cartagineses acuñaban también moneda, no sólo en las cecas oficiales de Roma y Cartago, sino en cecas ubicadas en los territorios que controlaban, como la península Ibérica. En España cabe destacar las Cecas de Ilici (Elche), Saetabi (Játiva), Carmo (Carmona) o Caura (Coria del Rio).
En Grecia había muchas minas de metales preciosos, como por ejemplo oro en Tracia o plata en la región de Argos y Tesalia. Es cierto que no siempre conocemos de qué yacimientos se abastecían todas las ciudades. De la que más noticias tenemos es de Atenas, que usaba plata de las minas de Laurion al sureste de la región del Ática.
En el caso de Roma la situación era diferente; la península italiana tenía pocos yacimientos importantes de metales preciosos, como por ejemplo en los Alpes. A partir de la República se hizo evidente que esta situación era insuficiente para mantener las necesidades de un estado que aspiraba a convertirse en una potencia en el Mediterráneo.
Mientras se buscaban nuevos yacimientos para explotar, comienzan a circular rumores sobre las fabulosas riquezas que guardaba el subsuelo de la península Ibérica. Filón de Bizancio, por ejemplo, hablaba de la fama de las falcatas (espadas ibéricas de hierro), capaces de amputar miembros de un solo corte. Noticias como estas despertaron el interés de la mayor potencia económica y militar de la época.
Las expectativas de los romanos se confirmaron cuando iniciaron las primeras conquistas durante las guerras púnicas. Las minas más fabulosas eran las de Carthago Nova, que tenía los yacimientos de plomo argentífero más productivos de la época. Así pues, el papel que jugaron las minas del territorio hispánico durante la dominación romana fue clave para la economía de la República y el Imperio.
La circulación de monedas en el mundo antiguo era enorme y tuvo una repercusión fundamental en el desarrollo de la economía. La moneda representó una extraordinaria dinamización de los intercambios y del comercio, pero también a nivel interno supuso cambios sociales importantes, pues permitió crear una nueva forma de riqueza, basada no tanto en la propiedad de la tierra sino en la posesión de moneda. La acumulación de tesoros por parte de los aristócratas y terratenientes contribuyó a intensificar las desigualdades sociales, ya que los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres. Por lo que respecta a las ciudades, la acuñación de moneda servía, entre otras cosas, para pagar el sueldo a los funcionarios, mantener las murallas o la flota, etc. A causa del comercio con otras ciudades, muchas monedas acaban en manos extranjeras, lo que obliga cada cierto tiempo a fabricar más. En algunas circunstancias las ciudades fabricaban monedas para hacer frente a gastos especiales, como las obras de Atenas en el s. V a. C. de la Acrópolis. Una causa frecuente de acuñación de moneda era la guerra, porque se tenía que armar a los soldados, mantenerlos durante las batallas o pagar a los mercenarios.
A pesar de la diversidad de monedas, siempre se encuentran tres elementos característicos: material o metal, peso o valor de la pieza y figura o diseño de la acuñación en las dos caras. Así lo decía ya en el s. VII d.C. Isidoro de Sevilla:
“In nomismate tria quaeruntur: metallum, figura et pondus. Si ex his aliquid defuerit, nomisma non erit” Etymoligiarum, XVI, 7. “Tres cosas se requieren en una moneda: metal, figura y peso. Si falta alguna de ellas no será moneda.” Etimologías, XVI, 7.
Algunos de los metales que usan hoy en las monedas de euro ya se usaban en la antigüedad. Los más frecuentes eran: oro y plata para las unidades más valiosas, y cobre para las unidades menores. A menudo se usaban aleaciones de metal, que tenían mejores propiedades, como el bronce (cobre y estaño), electrón (oro y plata) y el vellón (cobre y plata).
Las características de la moneda se definen en base a:
- Anverso o cara: representa un retrato o emblema del poder que emite la moneda
- Reverso o cruz: contiene escenas diversas
- Campo: espacio vacío
- Marca: Cualquier símbolo, letra o número que indica valor de la pieza, taller, etc.
- Tipo: busto, imagen o figura representada.
- Gráfila: línea de puntos que recorre el perímetro de la moneda de forma paralela.
- Exergo: en la parte inferior del reverso, delimitado por una línea horizontal que contiene la ceca o la fecha.
- Leyenda o epígrafe: el poder que emite la moneda (ciudad, rey), lema o frase recurrente.
En cuanto a la idea de incluir el rostro del soberano en las monedas, cabe citar como anécdota que no a todos les salió bien esta iniciativa. Durante la Revolución Francesa, Luis XVI trató de huir con su familia pero, estando ya muy próximos a la frontera y a pesar de los disfraces, un posadero los reconoció y dio la voz de alarma. El hombre manifestó: “¡Cómo no iba a reconocerlo! Todas las monedas de Francia llevan su efigie”. El rey y su familia fueron trasladada a París y dos años después morían en la guillotina.
Por otro lado, en la historia del origen del dinero es necesario mencionar la historia de la banca, ya que fueron los orfebres los primeros en custodiar las monedas de las personas. En vista del peligro que acechaban los lugares donde se acuñaban las monedas y se pesaban los lingotes, los orfebres custodiaban las instalaciones y las personas llevaban allí sus pertenencias. Al dejar allí las monedas, se le daba al propietario un papel como constancia de sus pertenencias.
El mayor problema de las monedas era su transporte y almacenamiento. Por eso, ya en el año 845 a.C. los monarcas de la dinastía Tang emitieron un papel estatal, con un valor material muy inferior al que representaba. Sin embargo, su valor equivalía, por decreto, a una determinada cantidad de oro o plata. Sin embargo, la plata aún continuó teniendo protagonismo en las transacciones. En España, Jaime de Aragón emitiría papel moneda en el año 1.250 Jaime de Aragón, pero su valor dependía de los tesoros de oro que tuviera el país. El papel moneda se iría haciendo popular en el siglo XVIII, y los bancos privados fueron reemplazados para la emisión de papel moneda por los bancos centrales, hasta que a finales del siglo XIX se establece un patrón internacional de paridad con el oro. En la actualidad, tanto las monedas como el papel moneda (billetes) carecen de un valor intrínseco. Su aceptación existe por la confianza que tiene la gente en que otros lo aceptarán a cambio de bienes y servicios
Con el paso del tiempo, esta misma forma de transacción económica se fue generalizando por el mundo hasta que aparecieron los billetes de cada país. En Europa y en otras partes de occidente, apareció en el siglo XVI y su valor dependía de los depósitos en oro con los que contaba el país emisor. De esta forma, se integró la circulación de las monedas y el papel moneda, es decir, dinero.
Algunos autores afirman que el primer billete de banco se usó en 1170 en China. Allí el cobre escaseaba mucho y no era posible acuñar suficiente moneda metálica.
Los billetes no tardaron en ser habituales en el mercado, y fueron aceptados como forma de pago. En el siglo XVIII muchos banqueros particulares comenzaron a emitir billetes que circulaban fiados todos en la solvencia del emisor.
Pero no fue hasta 1833 que tuvieron reconocimiento oficial como moneda legal. Los primeros en merecer este honor fueron los avalados por el banco de Inglaterra.
En conclusión, el origen del dinero se basa en una serie de necesidades que fueron compensadas en su momento. El aumento de la actividad comercial no dejaba lugar para el trueque por lo que se hizo necesario un elemento de valor cuantificable. Con el tiempo los lingotes de oro, plata y otros metales obstaculizaban las transacciones, ya que era complicado transportarlos y además requería balanzas para pesar y saber exactamente su valor. La solución fue crear trozos de metal más pequeños con un peso fijo: la moneda. Sus ventajas: era fácil de transportar, no se estropeaba fácilmente y todos conocían su valor gracias a que reconocían sus símbolos y su diseño. A la hora de pagar una mercancía solo había que elegir el tipo de metal y contar las piezas.