Todos los estimados lectores convendrán con nosotros que el reto principal durante el Medievo era la supervivencia. Y si para toda la población resultaba una ardua labor mantener la vida, imaginemos lo que sería para los más pequeños. Y más en el caso de que las circunstancias te hiciesen ser huérfano en la Edad Media.
La consideración sobre determinados aspectos, personas o situaciones ha ido variando y evolucionando a lo largo de la Historia. La infancia y la adolescencia suponen un período vital en la formación de la personalidad del individuo. Si ese período ya puede resultar duro y traumático según determinadas épocas, aún lo puede ser más si los actores del proceso son huérfanos.
Contexto histórico-temporal
Cabe recordar que la Edad Media se corresponde con un período definido en base a unas fechas convencionales con las que acotar un período al que se llegó y del que se salió, no por hechos puntuales de gran relevancia, sino por una serie de trasformaciones que se produjeron a lo largo de varios siglos.
Se suele marcar como inicio de la Edad Media el año 476, fecha de la caída del imperio romano de Occidente. Como punto final se ha señalado el año 1492, por la relevancia del descubrimiento, o llegada de Colón, a América.
Por lo tanto, vamos a enmarcar en este período el contenido de este post.
En primer lugar hay que decir que en el Medioevo, era habitual convivir con períodos de pestes y hambrunas, lo que unido a las carencias en materia médica, las contiendas, guerras, delincuencia, etc, suponían un conjunto de amenazas a la supervivencia de la población. La expectativa de vida era muy baja, pues los ciudadanos padecían enfermedades fruto de la desnutrición y las heridas mal curadas, además de las enfermedades, etc.
Situándonos en el contexto de España y de Europa Occidental es fundamental profundizar en el papel dominante de la religión y concretamente, ya en esta época, del cristianismo. La religión cristiana pasó de ser minoritaria y perseguida a hegemónica; se trasladó de los ambientes marginales a los aristocráticos. Así se impondrán toda una serie de nuevos valores, modos de vida, representaciones del futuro y actitudes sociales basadas fundamentalmente en las Sagradas Escrituras.
Por otro lado, y a efectos de la orientación de esta publicación hay que decir que la estructura familiar durante la Edad Media se caracterizaba, por estar bajo el dominio del varón, quien debía velar por la protección de los miembros de la familia. De hecho, un individuo no tiene derecho a protección sino forma parte de una familia.
Ser niño en la Edad Media
Desde su nacimiento, los niños eran mejor acogidos que las niñas, de hecho el número de abandonos era muy inferior, y además tenían mayores oportunidades de salir adelante, pues se asignaba su cuidad, en el caso de las clases pudientes, a las nodrizas que se encargaban de cuidarlos y alimentarlos en tiempos de lactancia.
Cuando los niños llegaban a cierta edad y hacían su aparición los primeros dientes, se les empezaba a proporcionar una alimentación mixta a base de leche materna y alimento sólido. Previo al momento de la ingesta de alimentos sólidos, hacían su aparición las papillas, realizadas con una base de harina.
Pero en todo caso, las posibilidades de supervivencia de un recién nacido, estaban ligadas directamente a que pudiesen ser amamantados con leche de buena calidad.
Por otro lado, había un altísimo índice de mortalidad infantil, superior al 50%, y con la creencia de que aquellos bebés que fallecían antes de ser bautizados, uno de los primeros ritos era facilitarles dicho sacramento, el bautismo, pues con él se lavaba el pecado original y se formalizaba la bienvenida a una nueva alma cristiana. De alguna manera, una vez nacido el niño, era incorporado oficialmente a la sociedad a través de esta ceremonia. Por costumbre éste venía acompañado de una fiesta que, según las posibilidades de los padres, era más o menos austera.
Si nos fijamos en la educación nos encontramos con un entramado que cobraba forma como un conjunto de conocimientos que recogían las bases de una formación religiosa y en las demás cuestiones se caracterizaba por un fuerte pragmatismo, evitando cuestiones que no tuviesen una aplicación práctica.
Había algunas escuelas, unas de promoción religiosa, otras con el apoyo de fundaciones señoriales, e incluso las promovidas por los propios vecinos de una localidad. También era práctica habitual la enseñanza en su propio hogar, con la ayuda de sus progenitores, hermanos,…
Las escuelas municipales nacen con gran fuerza en el siglo XIII cuando las ciudades ya están funcionando en plenitud y se han asentado económicamente. La oligarquía ciudadana que domina los concejos buscará controlar también la educación y, a través de ella, el ejercicio profesional.
Llegados a cierta edad, generalmente entre los ocho y doce años, era bastante común que los niños fuesen entregados a otras familias para su educación e inserción en el mundo laboral. Con la entrega del pequeño se pretendía colocarlo en un escalón social y profesional más alto del que ocupaban sus padres y asegurarle así su futuro. Esta práctica denominada “prohijamiento” la conocemos por los acuerdos de crianza, llamados así porque la nueva familia se encargaba de dar techo, comida y educación al pequeño. Estos acuerdos eran, a la vez, contratos de trabajo porque a cambio de la crianza los niños ayudaban en las tareas domésticas o industriales, como en el taller de un zapatero o en una fábrica de tejidos, y las niñas en los talleres de costura, remendando ropa o sábanas, zurciendo capas, cortinas, o como aprendices de calcetería.
Otra manera de asegurar el futuro de un niño era enviarlo a criarse en un convento o monasterio. Tanto las órdenes regulares como las ramas femeninas de las órdenes militares se encargaban de la crianza. Y también surgirán beaterios con el fin expreso de educar niñas.
Los niños y niñas se divertían con algunos juegos, y también cantando y bailando canciones, alguna de las cuales llegó hasta nuestros días, como la que dice: “Cucurucú cantaba la rana, / cucurucú debajo del agua; / cucurucú, mas ¡ay! Que cantaba, / cucurucú, debajo de agua” (Belmonte, entremés de Una rana hace ciento).
Pero muchos pequeños –niños pobres, huérfanos– no tuvieron oportunidad de instruirse ni de disfrutar de los juegos: su horizonte se limitó a largas jornadas de trabajo. Para ellos, la infancia simplemente no existió.
Dentro de los grupos bajos podemos situar a los niños provenientes de medios rurales, a los pobres y a los marginados. A través de la legislación municipal y de cortes sabemos que se establecía un mínimo de entre doce y quince años para tomar personas como fuerza de trabajo, para proteger a los niños de la explotación laboral y los trabajos rudos, pero esto no siempre se cumplía.
Otras tareas cotidianas se desarrollaban en los huertos y corrales, desde la cría de aves y puercos hasta el cultivo de verduras, mientras que las niñas colaboraban en labores domésticas como cernir, amasar, cocer, etc.
Peor destino sufrían las niñas que, provenientes de zonas rurales, se dirigían a la ciudad para emplearse como sirvientas y acababan prostituyéndose. Ofrecerán sus servicios como domésticas en los hostales y tabernas y, explotadas por sus patrones, adquirirán deudas con él que sólo podrán pagar entrando en el mundo de la prostitución.
Si nos centramos ahora en los niños pertenecientes a grupos considerados como marginados, debido a su desamparo, fundamentalmente los niños abandonados, los huérfanos, los esclavos,… nos encontramos con que llevaban, como es fácil imaginar, una vida desgraciada.
Otra situación anormal era la que vivían los niños nacidos en conventos y monasterios, fruto de las relaciones entre alguna monja y su capellán o de un monje con alguna mujer vinculada al cenobio. A fines de la Edad Media estos casos se repiten con frecuencia.
Los huérfanos en la Edad Media
Los niños huérfanos quedaban sin padres por circunstancias de la vida, pero los abandonados eran víctimas de una decisión tomada voluntariamente por sus padres que se deshacían de ellos intencionalmente. ¿Cómo llegaban los progenitores a esta determinación? Las causas eran varias. Los niños eran, en muchos casos, hijos de madres solteras que, al no contar con la ayuda masculina y ante la falta de recursos, preferían dejarlo al cuidado de alguna institución o persona piadosa que lo encontrara. En estas ocasiones era habitual que la madre dejara al niño a las puertas de una iglesia o de un hospital. También la pobreza apremiaba a parejas legalmente constituidas que ante circunstancias desfavorables se veían obligados a tomar esta decisión.
Sin embargo, muchos de estos niños huérfanos o abandonados habían sido depositados al nacer en la institución del Padre de Huérfanos, cargo municipal encargado de encontrar colocación a menores sin padres, pero que además jugaba un papel muy importante en el acceso al trabajo de numerosos adolescentes que llegaban a la ciudad procedentes del campo o de otros lugares mucho más alejados, algunos de los cuales no eran huérfanos. Se documenta su actuación en las grandes ciudades como Zaragoza, Valencia y en Barcelona.
Por otro lado, la corona, los municipios y las cortes legislaron en varias ocasiones sobre los huérfanos y les otorgaron privilegios. Diferentes instituciones surgieron para protegerlos y encauzar sus vidas.
En el Londres medieval, las leyes tenían cuidado de colocar a un niño huérfano con alguien que no pudiera beneficiarse de su muerte. Además, la medicina medieval abordó el tratamiento de los niños por separado del de los adultos. En general, se reconocía a los niños como vulnerables y necesitados de protección especial.
El rey era considerado como defensor de los débiles en general y como protector de los huérfanos y viudas ante los abusos de los poderosos, y de ello dan cuenta no sólo los tratados políticos sino también las crónicas y la literatura en general. Sabemos que los Reyes Católicos dispusieron una renta para las viudas y huérfanos y les otorgaron prerrogativas especiales como la de acudir a la corte para justicia en casos de alzada.
En ordenanzas como las de Cartaya se custodia especialmente su herencia y el manejo de sus bienes. No era extraño que algunos parientes desaprensivos intentaran sacar ventaja de la situación administrando fraudulentamente su magro patrimonio. Por ello, a la muerte de los padres, el justicia y un escribano del concejo irían a la casa del huérfano para inventariar los bienes muebles y raíces que les habían dejado los padres, así como también las deudas y obligaciones que debían los difuntos. Luego se les proveería de un tutor, el cual se comprometería ante la ley a administrar honestamente los bienes del menor bajo pena de pagar los daños causados por el mal manejo.
La Iglesia también participaba de distintos modos en la asistencia a estos niños. Por un lado, sostenía hospitales para acogerlos, y por otro, a través de los sermones dominicales animaba a los fieles a donar sus bienes para ayudar a los huérfanos.
Y es que dentro de los distintos tipos de atención que facilitaban los hospitales en la Edad Media, tendríamos que distinguir:
- Los hospicios. Se dedicaba fundamentalmente a la atención de los pobres y huérfanos. También en muchos de ellos se atendieron a los enfermos de la región.
- Los albergues. Orientados a la atención de peregrinos y caminantes. Situado en los caminos importantes o en vías de peregrinación. A veces se encontraban en los monasterios.
- Las leproserías. Donde se internaban a los enfermos de lepra, una de las enfermedades más temidas durante el Medievo. Abundaron en los siglos XI y XIII.
- Los hospitales propiamente dichos poseían mejor instalación que los hospicios pero mejor cuidados, de dimensiones más grandes y aislados.
No hay noble que se precie de tal que no done parte de sus riquezas para estos fines. Y toda persona con un mínimo de capacidad económica y sentido social imitaba este gesto
También los hospitales contemplaron la situación de desamparo de estos pequeños. Algunos de ellos llegaban teniendo dos, tres o cinco años, pero otros eran bebés de meses que habían perdido a su madre en el parto o durante la época de la lactancia y se hallaban en un estado de suma necesidad. Para ello contaban con nodrizas mercenarias que llevaban a los niños a sus casas y lo amamantaban hasta el momento del destete, momento en el cual el menor retornaba al hospital para continuar su crianza allí mismo o ser entregados a familias de acogida. Algunos hospitales también se encargaban de la educación de estos menores, evitando así que cayeran en la mendicidad y la delincuencia. De esta manera le proporcionaban al niño una instrucción básica que le permitiría integrarse eficazmente en la sociedad. Para ello el hospital contaba con maestros o les buscaba una persona que cumpliera con esa función, transfiriéndoles a éstos, por medio de un contrato de aprendizaje o de trabajo, la responsabilidad del menor hasta llegar a la adultez. Estas funciones que algunos hospitales generales cumplían como una actividad secundaria fue, en cambio, el motivo primordial de la fundación de otros.
Además, las cofradías religioso-benéficas también cumplían una función asistencial con respecto a la infancia marginada. Son unas agrupaciones de carácter general que reúnen a miembros sin distinguir clases ni profesiones. Primaba el auxilio mutuo entre sus cofrades, pero también tenían obligación de atender a los pobres ajenos. Los cofrades pagaban cuotas y tenían derecho a socorro en caso de pobreza, enfermedad o muerte.
El colectivo de huérfanos era muy vulnerable y sus miembros solían convertirse en víctima de las maniobras de la propia familia de sangre. Por eso, tanto en las familias de la nobleza como del patriciado urbano, lo más común era evitar que el tutelaje y curaduría de éstos recayera en una sola persona para impedir el menoscabo o la pérdida del patrimonio de los herederos por una mala gestión individual. Así, en la mayoría de las ocasiones, son las justicias locales quienes nombran a un familiar directo o a otras personas de reconocido prestigio para que velen por los menores y sus bienes, siempre en consonancia con las leyes de la época que tratan de salvaguardar los intereses de los más desprotegidos.
Por otro lado, hay que hablar de los proceso de tutela. En este sentido, los libros memoriales y las cartas públicas de tutela y curatela constituyen actos notariales de gran singularidad y riqueza para valorar el tema de la orfandad y sus efectos colaterales.
La tutela es la institución cuyo objetivo se centra en la custodia de un menor y de sus bienes porque son incapaces de gobernarse por sí mismos. Es una figura jurídica que tiene su fundamentación en el Derecho romano y que, en el reino de Valencia, por ejemplo, duraba hasta los 15 años para ambos sexos, momento en el que, en principio, la tutoría declinaba.
La tutela era, por consiguiente, la potestad concedida por el fuero a ciertas personas para que cuidasen de la persona y bienes del menor, mientras que el curador es nombrado para cuidar de los bienes y negocios del que por ausencia o incapacidad no puede administrar ni atender por sí mismo.
La principal obligación del tutor con respecto a los huérfanos es la alimentación y la representación judicial de los mismos, debiendo conservar y administrar rectamente los bienes de los menores y los frutos que esos bienes produzcan. El cargo de tutor era remunerado, y al término de la tutela, los bienes eran entregados de acuerdo con el inventario. Una vez hecha esta acción, tenía que rendir cuentas de los réditos obtenidos, de los que naturalmente era preciso descontar los gastos. Finalizada la tutela, el tutor hacía frente a los perjuicios ocasionados en el patrimonio de los huérfanos, siempre que se probase una actuación negligente.
Conclusiones
Existe una percepción generalizada de que, en la Edad Media, los niños no eran valorados por sus familias ni por la sociedad en su conjunto. Tal vez en ningún momento de la historia se haya sentimentalizado a los bebés, niños pequeños y niños abandonados como lo ha hecho la cultura moderna, pero eso no significa necesariamente que los niños fueran subestimados en épocas anteriores.
Pocos aspectos de la vida en la Edad Media pueden ser más difíciles de determinar que la naturaleza y la profundidad de los lazos emocionales entre los miembros de la familia. Tal vez sea natural para nosotros suponer que en una sociedad que otorga un gran valor a sus miembros más jóvenes, la mayoría de los padres amaban a sus hijos. La biología por sí sola sugeriría un vínculo entre un niño y la madre que lo amamantó.
Y, sin embargo, se ha teorizado que el afecto faltaba en gran medida en el hogar medieval. Algunas de las razones que se han presentado para apoyar esta noción incluyen el infanticidio desenfrenado, la alta mortalidad infantil, el uso de mano de obra infantil y la disciplina extrema.
Como decíamos en apartados anteriores, durante la Edad Media, el cuidado de los huérfanos se solía asignar a los monasterios. En todo caso, muchos de los orfanatos practicaban alguna forma de “vinculante-out“, esto significaba que cuando los niños eran lo suficiente maduros se volvían aprendices para los hogares. Esto garantizaría su apoyo y su aprendizaje de una profesión. En la Europa medieval, la atención a los huérfanos solían residir con la Iglesia. Las Leyes de Pobres isabelinos fueron promulgadas en la época de la Reforma, y se coloca la responsabilidad pública en las parroquias individuales para cuidarde estos. En la segunda mitad del siglo XVI aparecen los primeros orfanatos en el norte de Europa.
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Referencias
La vida infantil en la Edad Media. RevistaAnahgramas. De Sánchez Roldán, M.
La infancia en la España Medieval. Univ.Católica Argentina. De Nora Arroñada, S.
Jóvenes huérfanos en el Maestrazgo medieval… De Aparici Martí, J. y Villanueva Morte, C.
https://historia.nationalgeographic.com.es