En nuestra labor de intentar divulgar el origen de algunas tradiciones, costumbres y “roles” que tienen una larga historia, y en algunos casos, han llegado hasta hoy en día, en esta ocasión vamos a centrarnos en la figura de “las plañideras, lágrimas como profesión”.
Se conoce como plañidera a una mujer a la que se paga para asistir a los funerales y llorar al difunto. Otras acepciones de este término son: llorona, suspirante, sollozante, suplicante, quejumbroso, quejica, lastimero,…
Según el país y localidad en que nos encontremos a las plañideras también se les conoce como lloronas, choronas, vocetrices, lastimeras o rezanderas.
La palabra plañidera viene de plañir que quiere decir ”gemir y llorar, sollozando o clamando” y viene del latín “plangere”, que significaba en origen “golpear o batir” y pasó a designar los golpes en el pecho acompañados de lamentos que se proferían en los actos de duelo para manifestar dolor por una muerte.
Las plañideras eran mujeres que colaboraban en las honras fúnebres. Lloraban y ensalzaban al fallecido en el velatorio, en el cortejo y a las puertas del templo, y ello a cambio de una determinada retribución. El número era mayor o menor en función del presupuesto dispuesto por la familia.
Las plañideras existen desde la más remota antigüedad. Incluso el propio Dios las contrata, ya que para expresar de un modo más enérgico la desolación que debía causar al pueblo judío la devastación de Judea, el profeta Jeremías dice que el Dios de Israel mandó a su pueblo a hacer venir lloronas que él designa bajo el nombre de lamentatrices. Este uso del pueblo hebreo pasó a otras naciones y sobre todas, se conservó entre los griegos y romanos.
Son varios los textos clásicos que hacen referencia a esta actividad, en la Ilíada de Homero por ejemplo, describe a Hécabe, madre de Héctor, arrancándose los cabellos ante la muerte de su hijo, o el llanto de las Ninfas por el padre de Andrómaca y el de las Nereidas en el funeral de Aquiles.
También en el que es considerado el relato de ficción más antiguo de la historia, la Epopeya de Gilgamesh, escrita en tablillas de arcilla con escritura cuneiforme a finales del año 2000 a.C., aparecen plañideras. En la versión Babilónica Antigua se dice: “Para Tammuz, el amante de tu juventud, has ordenado llantos año tras año.” Y en otra tablilla podemos leer: “¡Escuchadme, ancianos, escuchadme: soy yo quién llora por Enkidú, mi amigo! Me lamento amargamente, como una plañidera.”
En sus Historias, Herodoto (c.484-c.424 a.C.) nos cuenta sobre los babilonios: “Entierran sus cadáveres cubiertos de miel y sus lamentaciones son muy parecidas a las que usan en Egipto”.
El Antiguo Testamento también nos habla de estas mujeres: “Atended, llamad a las plañideras, que vengan; buscad a las más hábiles en su oficio.” (Jer. 9:17) con la esperanza de la vida eterna y la creencia en la resurrección.
Con el Cristianismo, esta figura toma fuerza con prototipos e imágenes como la de María Magdalena o incluso la propia Virgen María, a través de la cual se sigue representando (y en parte recordando) un llanto asignado a las mujeres. Desde Giotto a Van der Weyden, las mujeres llorando en la pintura religiosa llegan hasta Courbet en el siglo XIX.
Hay que tener presente que en muchas culturas antiguas existían mujeres a las que se pagaba por llorar en los entierros y otros ritos relacionados con la muerte. Los hombres no debían llorar ya que, por costumbre, se les suponía fortaleza y debían liderar a la familia en los momentos de dolor y por tanto no debían mostrar emociones.
Según algunos autores, el origen de la práctica de las plañideras podría remontarse al antiguo Egipto, donde algunas mujeres siguieron el ejemplo mitológico de Isis, la diosa madre que lloró angustiosamente cuando murió su esposo Osiris, asesinado por su hermana Seth: “Eran como actrices trágicas que dramatizaban el dolor con gestos extremos. Actuaban como seres psicopompos, acompañando al difunto en el tránsito hacia el otro mundo. Cuando alguien fallecía en el Antiguo Egipto, la familia del difunto contrataba a unas mujeres para que llorasen e hiciesen público el lamento y dolor de la familia. En muchos casos la importancia del finado se medía por el número de plañideras que acudían al funeral”.
Encontramos numerosas representaciones de ellas en el arte Egipcio, entre las paredes de numerosas tumbas como en la de la tumba de Ramose o en la de los escribas de Amón, Hori y Neferhotep, entre muchos otros.
Existen muchas tumbas en las que se ve el ritual que seguían las plañideras. Se hace evidente en las representaciones que era algo ostentoso que incluía además de cuerpos manchados de barro del Nilo y cabellos despeinados, chillidos y lamentos, golpes en los senos descubiertos y un comportamiento bastante descontrolado. Dirigían al grupo de mujeres dos de ellas que representaban a Isis y Neftis, diosas relacionadas con la muerte.
Otra de las funciones importantes por las cuales eran contratadas era porque se creía que el llanto en este tipo de ceremonias liberaban el alma del muerto de todo pecado, facilitando su entrada al paraíso o a la otra vida. Cuando el entierro terminaba, las plañideras cobraban su trabajo con dinero o víveres como harina, trigo o yerba.
Era una profesión que solía transmitirse de madreas a hijas, y eran conocidas como “las cantoras de la diosa Hator”, quienes marchaban en grupo, siendo las primeras en llegar a casa del difunto. Vestidas con ropas de color gris azulado o blancas, con sus largos cabellos que presentaban unos mechones que llegaban a su espalda y caminando descalzas, acompañaban al difunto hasta su última morada. Se purificaban con natrón (carbonato cálcico) y se perfumaban con incienso, y utilizaban pelucas rizadas de las que se arrancaban los cabellos; gemían dándose golpes en el pecho mientras se tiraban tierra sobre la cara, cabeza y cuerpo, levantando las manos hacia arriba en señal de lamento, o hacia abajo, rogando por el alma del fallecido, a la vez que inclinaban insistentemente sus cabezas hacia adelante y hacia atrás. Formaban parte de un ritual en el que los cánticos, las danzas y el rezo de los sacerdotes preparaban el último viaje del fallecido.
En el Egipto moderno se siguen utilizando en muchas ocasiones a las plañideras para acompañar a las mujeres de la familia en sus lamentos. Suelen acompañar el cuerpo del difunto hasta el cementerio profiriendo gritos en los que recuerdan las virtudes del difunto.
Las plañideras forman parte de un cortejo fúnebre que decora uno de los muros de la tumba de Ramose, alto funcionario y visir del faraón Amenofis III. En esta representación vemos como las plañideras aparecen con el cabello alborotado, los pechos desnudos y un vestido manchado con ceniza azul grisácea. Derraman lágrimas: con los brazos alzados, demuestran el luto y la desesperación al modo tradicional.
En la Biblia son mencionadas en numerosas ocasiones las mujeres que lloran en los funerales o en las ocasiones de duelo colectivo. Se las conocía como “lamentatrices”.
Aunque era una práctica extendida entre los antiguos cristianos, los padres de la Iglesia condenaron su práctica por ser mujeres paganas y por manifestar un dolor y un luto contrario a la creencia de la vida eterna y la resurrección.
Griegos y romanos conservaron estas tradiciones en las que encontrábamos más número de mujeres en el funeral cuanto más rico era el muerto.
Tanto la religión judía como cristiana comparten elementos de llanto ritual. Incluso el libro bíblico de Jeremías menciona el uso de lloronas como medio de intercesión entre Yahvé e Israel.
En la antigua Roma, las plañideras se cubrían la cara con un velo y en sus manos portaban un recipiente en el que recogían las lágrimas que iban derramando. Estos recipientes conocidos como “lacrimatorios” se colocaban en el féretro junto con el difunto para que en la posteridad se supiera que a esa persona la habían llorado mucho en el momento de su muerte. Este tipo de recipiente se volvió a poner de moda durante la era Victoriana en Reino Unido.
Entre los romanos la comitiva de plañideras era presidida por la “praefica”, encargándose de marcar el tono de tristeza que debía mantenerse en cada momento.
Durante el Medievo en algunos países solían vestirse con colores vivos para honrar al muerto durante el luto contrastando con el negro de los españoles.
A lo largo de la Edad Media en Europa se conoce tanto en el mundo cristiano como musulmán la existencia de este tipo de mujeres que acudían a los velatorios y funerales. Es cierto que las muestras de dolor eran mucho más evidentes cuanto más nos remontemos en el tiempo. Estas muestras de dolor se realizaban a través de sus llantos y gritos.
Finalmente en ambas religiones se llegó a su prohibición en mayor o menor grado. Fue pionero en esta reprobación el mundo musulmán. A pesar de estar permitido tenía la plañidera algunos derechos cercenados como por ejemplo el declarar en un juicio.
En el mundo cristiano no llega la prohibición hasta el siglo XVIII y es a través de la Iglesia. Se supone que la mujer debe tener un comportamiento recatado y solemne. Las plañideras suponen todo lo contrario. Se llegó incluso, en el ámbito católico, a amenazar con la excomunión a estas mujeres poniéndolas a la misma altura de las prostitutas.
En tierras españolas, en el territorio del Islam se utilizaban plañideras como símbolo de estatus. Sin embargo, las plañideras en sí mismas fueron asociadas a la locura y el oficio fue estigmatizado.
La misión de llorar difuntos ajenos era un antiguo oficio heredado de las “endechaderas”, así se llamaban en la España del siglo XVI, y están nombradas en la novela de Cervantes, en Don Quijote, mujeres que iban de pueblo en pueblo prestando su servicio. Muchas de ellas, dice el novelista, perdieron sus ojos de tanto llorar duelos ajenos.
Siglos más tarde encontramos las plañideras a lo largo de toda su geografía. Así en tierras de Galicia se les conoce como choronas, en Euskadi son eristoriak, y en Cataluña encontramos que esta función podría ser asumida por hombres, los ploracossos. Las plañideras irán perdido importancia hasta casi desparecer, durante el siglo XIX.
El ornato de las honras fúnebres, desde Trento hasta el Vaticano II, valoraba la dilatada duración de los actos, el amplio número de celebrantes, lo nutrido de los cortejos –enriquecidos con pobres, valga la paradoja, que acudían a cambio de una limosna de la familia–, la cantidad de las misas y responsorios encargados como sufragio por su alma, las músicas de réquiem a toda capilla y cualquier cosa que engrandeciese la despedida y la imagen del finado. Todo funcionaba como una gran representación, más allá de los sentimientos del círculo de los seres queridos; y en esta escena, las plañideras cumplían perfectamente con su función de altavoces que reflejaban no tanto la real condición humana del difunto como su estatus social, los deseos de la familia y un retrato moralmente edulcorado de su personalidad.
Más allá del viejo Continente, encontramos que en México, concretamente en el prehispánico, en la cultura náhuatl el llanto tenía una psicología compleja, por lo cual es probable que sea el principal factor para la aparición de plañideras mexicanas. Se creía que el llanto acompañaba a los difuntos en su viaje al Mictlán, por lo cual se puede considerar como un medio de comunicación. Además, la cultura mexica entendió el llanto con un valor positivo, ya que era el medio para superar situaciones políticas, mantener los vínculos tras la separación y fortalecer el espíritu.
Pero en este país, las plañideras tuvieron su mayor auge en los años posteriores a la Revolución Mexicana, especialmente en la zona centro del país, en los estados Michoacán, Querétaro, San Luis Potosí, Guanajuato, Ciudad de México y Estado de México. Particularmente en San Juan del Río era solicitado entre los hacendados, personas de una posición económica elevada, quienes recurrían a los servicios de estas mujeres para que le lloraran a sus muertos y darles así un mejor adiós.
Hoy en día aún existen plañideras profesionales, aunque es ya un oficio en extinción. Es posible verlas actuando, como en un espectáculo, en el concurso de Plañideras que se efectúa en San Juan del Río, Querétaro. En él se lamentan por la muerte de algún famoso.
En la actualidad, en México, las plañideras en ocasiones forman comparsas y desarrollan espectáculos dentro de algunas festividades relacionadas con la muerte.
En Perú, según cuenta en su libro Tradiciones peruanas, Ricardo Palma, podemos hacernos una idea bastante cabal de la imagen histórica que fueron dejando estas mujeres. “La llorona de Viernes Santo”, pues en este país a las plañideras se les conoce como lloronas, o doloridas, explica este autor, es una de las tradiciones recogidas en la citada publicación. El título alude a una célebre plañidera, imprescindible en los decesos de la gente principal en tiempos de la colonia. Palma pinta a estas mujeres con las tintas más negras: viejas, feas, arrugadas, “más pilongas que piojo de pobre” y “con pespuntes de bruja y rufiana”. Si la familia del finado pagaba algo más de la tarifa ordinaria, las doloridas sabían corresponder y añadían a los llantos “desmayos, convulsiones epilépticas, etc”.
En China hay menciones de plañideras desde el siglo III y sus actuaciones tuvieron continuidad hasta la Revolución Cultural en la que su oficio fue denostado. Actualmente, existen artistas profesionales que son contratados por las familias y en los funerales ejecutan algunos curiosos rituales que evidencian el dramatismo del momento e involucran a diferentes miembros de la familia. Una vez efectuados todos pasos del duelo, suelen llevar a cabo actuaciones para animar a la familia y los allegados.
En Taiwán se tiene la creencia que los difuntos requieren una despedida escandalosa para alcanzar la otra vida. Y todavía hoy existen plañideras que cobran por su presencia que requiere algo más que la mera representación, pues las plañideras tienen que sentir el dolor de la familia para poder transmitirlo de manera respetuosa con dramatismo, además de saber manejar las emociones de los demás asistentes y en algunas ocasiones dar consuelo o alivio.
Como conclusión, cabe decir que la plañidera concentra signos que la presencia de la muerte desarmoniza. Pone orden, de cierta forma, en sentimientos contrarios como pena, dolor, nostalgia, desesperación, pero también alivio. Alivio por no estar en el lugar del muerto.
Decía el gran poeta español Federico García Lorca, en su poema “Muerto de amor”:
“Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y nombres”.
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Referencias
https://www.elconfidencial.com/
https://elotroaratos.blogspot.com/2021/11/planideras-mas-alla-de-las-lagrimas.html