Cuando revisamos las costumbres relativas a la higiene o los modales de nuestros antepasados, no conviene aplicar los criterios contemporáneos para juzgarlos.
Pese a ello, y de manera sencilla vamos a revisar algunas de las costumbres y hábitos seguidos en el Medievo, elementos que nos pueden ayudar a entender y comprender de alguna manera como era la vida por entonces.
Hoy vamos a centrarnos en dos aspectos: la higiene y los modales en la mesa en la Edad Media.
Contexto histórico
Recordemos que la Edad Media fue un período histórico de la civilización occidental comprendido entre los siglos V y XV. El medioevo europeo se caracteriza por presentar un estilo de vida muy distinto al actual para sus pobladores comunes. Esto nos lleva a poder hablar de las costumbres y las características propias que rigieron en este período histórico.
Por otro lado, se entiende por buenos modales el conjunto de costumbres de cortesía y amabilidad que se manifiestan en los comportamientos sociales cuando interactuamos con otras personas.
Saludar de modo amable, pedir disculpas, pedir por favor, ofrecer ayuda, colaborar, comportamiento en la mesa, etc, son algunos ejemplos de buenos modales que hacen la vida más agradable y menos violenta.
Las tradiciones culturales juegan un papel importante en los modales, al igual que las creencias religiosas, el estatus social y la clase económica.
Pues bien, a lo largo de la Alta Edad Media los buenos modales fueron vistos como signos de debilidad por parte de una sociedad guerrera. Los códigos de conducta del mundo clásico habían caído en el olvido.
Con el auge de las Cruzadas las reglas de caballería y el código cortesano, ya en el siglo XIII, se impuso de nuevo la observancia de cierta etiqueta en la mesa. Se empezó a emparejar en banquetes y actos de la Corte a un noble con una dama juntos, comiendo del mismo plato y bebiendo de la misma copa para que el caballero supiera frenar su gula y la dama pudiera mostrar la delicadeza de su condición.
Proliferaron entonces los manuales de urbanidad, aunque con otros nombres: “espejo de cortesanía, flor de conducta, vergel de nobles y doncellas…”, que censuraban o encomiaban conductas y en los que se aducía ejemplos de lo que debe y no debe hacerse en público, en la mesa o en la calle.
Del siglo XIV se observa una serie de reglas relacionadas con la higiene.
Muchas de las costumbres regladas tenían que ver con la conducta en la mesa y el trato. Los manuales de urbanidad enseñaban a guardar las distancias, atender al ceremonial, atemperar la conducta pública; estos libros se encuentran entre los más antiguos.
La caballería y la cortesanía pusieron en el ánimo de muchos un deseo de superación personal; los caballeros rivalizaban en galantería y maneras elegantes. La burguesía imitó al caballero, y todo ello favoreció la observancia de reglas de conducta exquisitas.
Profundicemos un poco más en todo ello…
La higiene en la Edad Media
Las costumbres de la época se caracterizaron sobre todo por una falta casi total de higiene entre la población
En materia de limpieza de la ropa, los que podían permitírselo intentaban cuidar sus prendas, pues las consideraban un bien muy valioso. Pero lo más común era que la ropa usada, cuando se lavaba se hiciese con cenizas y orina, pero teniendo presente que la práctica habitual era no cambiarse de ropa en meses, lo cual, obviamente, ocasionaba que las vestimentas tuviesen todo tipo de bichos.
En las viviendas, los suelos estaban recubiertos de paja y para disimular el mal olor se mezclaban flores secas como lavanda, pétalos de rosa, manzanilla y margaritas. Los colchones, hechos en su mayoría por cereal seco, eran una fuente de piojos, chinches y liendres.
Las camas estaban a ras del suelo y los animales solían acostarse en ellas, por lo que se construyeron camas de cuatro patas y un pequeño techo para aislarlas de estos animales.
Las familias nobles tenían pequeñas letrinas apostadas en las paredes del castillo, el retrete tenía un agujero que daba directamente al vacío o precipicio del castillo, así los residuos orgánicos caían directamente. Para la gente menos pudiente, existían las bacinicas que se vaciaban por la ventana de la casa hacia la calle gritando “¡agua va!” para alertar a las personas que fueran caminando por la calle para que se apartaran.
Para las viviendas de la gente del común se utilizaban los llamados “pozos negros” que eran huecos en los patios de las casas. En numerosas ocasiones los desechos terminaban en la calle, de ahí, según algunos autores que surgieran los sombreros de ala ancha, a fin de servir de barrera ante tan inesperada y pestilente lluvia.
Había gente dedicada especialmente a recoger los excrementos de las fosas sépticas para venderlos como abono. Los tintoreros guardaban la orina en grandes recipientes, que después utilizaban para lavar pieles y blanquear telas. Los huesos también se trituraban para hacerlos abono. Aquello que no se reciclaba se tiraba a la calle, porque los servicios públicos de limpieza urbana y sanidad no existían o resultaban insuficientes. Las personas tiraban su basura y residuos en cubetas por las puertas de sus casas o castillos. Imagínate la escena: el sujeto despertaba por la mañana, tomaba el orinal y lanzaba el contenido por su propia ventana.
La pestilencia que las personas desprendían por debajo de sus ropas se disipaba con abanicos. Pero sólo los nobles tenían el privilegio de poseer lacayos para hacer dicho trabajo. Además de disipar el aire, también servían para ahuyentar los insectos que se acumulaban alrededor. El típico príncipe de cuento de hadas hedía más que su caballo.
El hedor del cuerpo humano era amortiguado con perfumes persistentes. Durante la Edad Media la clase alta se tomaba un baño al menos una vez cada pocos meses. En este sentido, encontramos historias impactantes sobre el famoso Luis XIV, “el Rey Sol” se bañó sólo un par de veces en su vida, y eso, sólo ante la insistencia de los médicos.
Debido a estos olores, normalmente la gente usaba varias capas de ropa gruesa, pero para ir al baño era algo muy complicado, por lo que muchas veces preferían orinar sin quitarse la ropa. También se dice que se usaba la orina como enjuague bucal.
La costumbre más conocida de la época era que la gente casi nunca se bañaba, pues este hábito era casi exclusivo de la nobleza, pero aun así estas clases no lo practicaban con frecuencia, por lo que la gente normalmente hedía de manera insoportable. Este fue el origen de los reconocidos perfumes franceses.
La gente normalmente se bañaba una vez al año, cuando se derretía la nieve y la temperatura se elevaba. Por ello, las bodas se celebraban normalmente en los meses de mayo y junio para evitar que el ser amado percibiera el hedor del resto del año.
También había algunos baños públicos, pero en realidad eran una forma de ocultar casas de citas, por lo que fueron condenados por la Iglesia.
La falta de baños no molestaba absolutamente a nadie. Incluso en Versalles no había ni una sola letrina: Había largos pasillos cubiertos por unas cortinas pesadas detrás de las cuales todos podían defecar. Fue entonces cuando los perfumes adquirieron mayor popularidad, diseñados de una manera muy potente y duradera para lograr apagar el hedor de los cuerpos.
En la Inglaterra de la Baja Edad Media, bañarse era un lujo que se podían permitir los reyes y al que aspiraban aristócratas y comerciantes pudientes, quienes no contaban con grifos de agua caliente, como Eduardo III, por lo que ordenaban llenar sus tinas de madera con ollas expuestas al fuego. En el extremo opuesto, lisiados y ancianos dependían de terceros para poder asearse, por lo que su higiene dejaba mucho que desear. De sus olores presumían algunos villanos, pues entendían que era un signo de virilidad.
Consuelo Sanz Bremond, investigadora de la indumentaria de la Edad Media, le dijo al medio español ABC que en aquella época existían baños públicos en las urbes cristianas. También se han hallado recetarios que indicaban cómo debía hacerse la limpieza del cuerpo, consejos para mantener una piel sana y recomendaciones para remover manchas de la ropa. Todo esto se dio en medio de la expansión de la peste, por lo cual ese tipo de baños se clausuró.
La higiene personal remitía a la posición social de cada individuo, del mismo modo que sus cuidados variaban en función de su poder adquisitivo.
En cuanto a la higiene bucal se ha llegado a afirmar que las personas se limpiaban sus dientes con pedazos de tela o cenizas de romero. Pero en todo caso el aseo de las dentaduras era bastante descuidado, y se recurría a los “sacamuelas” para paliar los dolores
Por último y como curiosidad, añadir que en la Edad Media proliferaron los abanicos entre las clases altas, para dispersar un poco el hedor. Además, y con la intención de disfrazar el mal olor, se cree que es el origen de la extensión de la costumbre de utilizar ramos de flores en las bodas.
Los modales en la mesa
La comida aúna la satisfacción individual de una necesidad biológica -el hambre- con la interacción entre diferentes personas. De esta ligazón deriva la dimensión sociológica de la comida, sometida a unos patrones, a un estilo y a una regulación referida al alimento no en sí mismo sino a la manera de consumirlo.
Si bien en la antigüedad ya se observaban algunas costumbres, como la de comer acostados en la Antigua Grecia, o comer reclinados en el triclinio en las villas romanas, lo cierto es que por entonces no existían los servicios de mesa, esto es platos individuales, cucharas, tenedores, etc., tan sólo se utiliza un instrumento, la servilleta.
Los primeros que comienzan a comer sentados parece ser que fueron los bizantinos, y también los que introdujeron el tenedor.
Con la caída del Imperio Romano la mayoría comían sentados a la mesa. En la Edad Media, fue cuando se empezó a perpetuar el hecho de sentarse en la mesa según la jerarquía.
Se empieza a usar la vajilla en cerámica pero había pocos utensilios. Cada quién usaba su propio cuchillo que lo mismo usaba para atacar a sus enemigos que para partir un pedazo de carne. El tenedor no llegará a España hasta entrado el siglo XVII, coincidiendo con el reinado de Felipe IV.
Veamos la evolución de las costumbres a la mesa:
En el período anterior a las cruzadas, las costumbres en la mesa, vista con los ojos de hoy en día, eran bastante groseras. Los manjares no líquidos eran servidos en fuentes planas o con pie que eran colocadas en el medio y así cada uno de los comensales se iba sirviendo, arrojando los huesos y desperdicios sobre la misma mesa. Comían sin plato ni tenedor, ponían pan y salero y un cuchillo el cual utilizaban para cortar una rebanada del pan en el cual ponían algún alimento. Bebían en crateras (recipientes especiales en que se mezclaban el agua y el vino), o de las botellas, para ello utilizaban copas y recipientes que compartían los comensales. Disponían de unos paños a modo de servilletas para limpiarse la cara y las manos
La comida medieval era ingerida principalmente con las manos, aunque a veces podía emplearse la ayuda de cucharas. Se empleaba el cuchillo en la mesa, pero generalmente no se incluía con el plato ya que se esperaba que cada uno de los comensales llevara uno consigo.
Ya en el siglo XII desaparecieron los paños y aparecieron los manteles, ponían uno hasta el suelo y otro pequeño sobre él, los vulgares seguían comiendo en fuentes mientras que en las mesas más lujosas ya se ponían platos para cada comensal, continuaba la costumbre de seguir comiendo con los dedos.
A medida que pasó el tiempo y fueron cambiando las circunstancias sociales, las buenas maneras se fueron haciendo más complejas. Hicieron falta nuevas normas para separar al rey de los nobles, a los grandes aristócratas de los menores y a los religiosos de los laicos. Cada vez fue más habitual disponer de plato, vaso, servilleta y cuchillo individuales y de distintos materiales, de modo que hubo especificar sus usos, a la vez que se daba mayor importancia a la higiene, la privacidad y el decoro. En 1332 el Libro de la orden de caballería de la banda de Castilla recomienda a los caballeros no comer manjares sucios y nunca sin manteles, a no ser que se tratara de fruta o estuvieran en guerra. Se esperaba que una mesa decente estuviera cubierta con un mantel grande y otros más pequeños que marcaban el sitio de cada comensal, con una especie de servilleta común que colgaba del borde de la mesa y en la que todos se podían refrotar alegremente las manos.
En el caso de los modales en la Corte, había un especial interés, tal y como aparecen en las Partidas del rey Alfonso X el Sabio: “acerca de las cosas que deben acostumbrar los hijos para ser apuestos y limpios”:
“Y no les deben consentir que tomen el bocado con todos los cinco dedos de la mano, y que no coman feamente con toda la boca, mas con una parte. Y limpiar las manos deben a las toallas y no a otra cosa como los vestidos, así como hacen algunas gentes que no saben de limpiedad ni de apostura”.
Debían comer moderada “y no bestialmente”, esperando a haber masticado antes de meterse otro bocado en la boca, usando tres dedos (pulgar, índice y medio) en vez de toda la manaza para coger los alimentos y a ser posible, limpiándose antes y después. También se desaconsejaba que cantaran y hablaran con la boca llena o que se acercaran demasiado a la escudilla, puesto que había que compartirla.
En el caso de los banquetes, que constituían un momento esencial en la vida de las clases elevadas, no solamente se comía, sino que también se escuchaba música se contemplaban representaciones teatrales y se rendía pleitesía al anfitrión.
En la sala, los comensales se distribuían según una jerarquía preestablecida. El anfitrión se colocaba en una mesa exclusiva, más elevada que las demás, cubierta por un dosel e iluminada especialmente. A ambos lados de esta mesa se situaban las de los invitados, de modo que los de mayor estatus estuvieran más próximos al anfitrión. Todos ellos solían sentarse únicamente a un lado del tablero, en bancos cubiertos con cojines o tapetes, y la comida se servía de frente.
Los servicios seguían un orden según el tipo de comida. El primero se dedicaba a la fruta y otros platos de temporada. Luego se servía el potaje, y tras éste venían los “platos fuertes”, que correspondían principalmente a las carnes, mejor valoradas que el pescado. El uso de especias de origen exótico (el jengibre blanco, el azafrán, el comino o la pimienta) era otro elemento de distinción social.
La más apreciada era la carne de caza (ciervo, jabalí, perdices…), reservada justamente para los festines dado que no se consumía a diario; luego venía la volatería de corral –capones, ocas, gallinas, incluso cisnes– y en tercer lugar las carnes rojas y consistentes (ternera, carnero).
En cuanto a la bebida, se servía vino, cerveza, sidra o hidromiel.
Gracias a fuentes como el Menanger de París, publicado en el siglo XIV, obtenemos un listado con todo tipo de consejos útiles que un marido de la nobleza le recomienda a su flamante esposa plebeya para mantener el decoro en la mesa.
Entre estos consejos se encuentran los de: mantener la boca cerrada mientras se mastica y no hablar con la boca llena; limpiarse la boca antes de beber de la copa; no agarrar la ración más grande de la fuente; usar prolijamente la servilleta; y así varias recomendaciones que incluso lograrían asustar a cualquier persona contemporánea por lo rigurosas y meticulosas que éstas eran.
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Referencias
Manual de Historia Medieval. De García de Cortázar, J. A.
Breve historia de la vida cotidiana en la Edad Media occidental. De Ortega Cervigón, J.I.
La vida cotidiana en la Edad Media. De Martín, R.A.
La vida cotidiana: Historia de la cultura medieval De Norman J.G. Pounds
https://laepocamedieval.com/modales-en-la-mesa-en-la-edad-media/
https://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2017/03/22/articulo/1490218050_756049.html
https://historia.nationalgeographic.com.es/a/banquetes-y-comilonas-edad-media_8852
https://historiagastronomia.blogia.com/2008/122402-modales-en-la-edad-media.php