La economía y el uso de la moneda en la antigua Roma pasó por diferentes etapas a lo largo de su historia. En esta entrada vamos a intentar hacer un resumen para tener una visión global de ambas cuestiones.
Dinero es sinónimo de la palabra moneda y deriva del nombre de esta moneda de plata: el denarius. Por otro lado, moneda viene del latín “moneta”, uno de los calificativos de la diosa Juno, Juno Moneta. En Roma existía un templo en la colina Capitolina (en el Arx) dedicado a Juno Moneta, que sería utilizado como lugar de acuñación de moneda (casa de la moneda aerarium), así quedaron unidos el nombre de denario, dinero y moneda como sinónimos.
Empecemos hablando del dinero. Aunque los griegos venían acuñando monedas de plata desde el siglo VII a.C., las primeras monedas romanas se hicieron fundiendo toscos trozos de Oricalco, una aleación de 80% cobre y 20 cinc. La primera moneda de la historia de Roma, según la leyenda, fue introducida por el rey Numa Pompilio y la moneda se llama Nummo, de su nombre. En realidad, en la época del rey Numa, el comercio seguía siendo principalmente de cambio y las ventas y compras estaban reguladas por el método de trueque, de hecho, las monedas comenzaron a utilizarse cuando se intensificó el comercio con otros pueblos por el trabajo de los comerciantes que navegaban por el Tíber. De hecho la moneda romana deriva de la griega, la palabra “nummus” (origen de numismática) viene de la palabra griega νόμισμα (ley o costumbre).
Veamos la evolución a lo largo de los siglos:
En el siglo VI a.C. en algunos pueblos itálicos se comenzó a utilizar el bronce (Aes) para los intercambios comerciales ya que existían minas de cobre y estaño en la zona. Comenzaron usando unas burdas barras pesadas de esta aleación (Aes rude) mientras que en el Este, ya desde este siglo, se habían comenzado a utilizar monedas a raíz de su invención en el reino de Lidia.
Para algunos autores, la primera moneda fue acuñada en 573 a.C. durante el reinado de Servio Tulio y era una pieza de bronce donde podían representarse, o un buey o una oveja, los animales domésticos que eran objeto de la trata más frecuente en todos los mercados. Es precisamente por el nombre con el que se llamaban a las animales domésticos, “pecus” que deriva el nombre arcaico de las monedas: pecunia.
Ya en el siglo IV a.C. estas barras pasaron a ser lingotes de bronce de forma rectangular con unas marcas o signos (Aes signatum) que solían representar figuras de animales con un valor de intercambio según la figura representada.
Si bien los Aes de bronce fueron de pura inventiva romana, a partir de año 290 se comenzaron a acuñar piezas de plata de dos dracmas de valor, las Didracmas, copiadas en todo, excepto en los diseños, de las monedas griegas de ese valor. Al iniciarse la Segunda Guerra Púnica se cambiaron las Didracmas por Quadrigatus, monedas similares pero con el retrato de Jano y la cuadriga, de donde la viene el nombre.
La moneda de oro no fue frecuente durante la época republicana. El Tesoro prefería mantener el oro en barras o a lo más en monedas extranjeras. La primera amonedación de oro fue acuñada a finales de la República y se hizo mucho más frecuente durante el tiempo de Julio César. La ley del oro en las monedas era normalmente muy alta.
Más adelante, en el siglo III a.C. Roma introdujo una pieza de bronce fundido al que llamaron Aes grave que constituyó la unidad y se dividió hasta en doce partes. Se trataba de unas piezas circulares, fundidas, con la imagen de Jano, el dios bifronte, patrono de las puertas y de los comienzos y finales, de un lado, y una proa de galera, representando el futuro poder naval de Roma, en el reverso. El valor de la moneda se indicaba en el Aes por una barra vertical u horizontal. En el anverso llevaba una divinidad.
Los Quadrigatus fueron a su vez reemplazados por los Victoriatus. Esta moneda lleva marcada la figura de la Victoria coronando a un estandarte.
Ya en el siglo II a.C. se introduce el Denario definitivamente desplazando al Victoriatus (187 a.C.). Otros autores dan el 211 o poco antes como fecha del inicio del denario. Es interesante anotar que el nombre “denario” proviene de su relación al precio equivalente de animales: Denis asinum o 10 asnos.
En el siglo I d.C., a partir del reinado de Nerón, se inicia un periodo de fuerte inflación, debido sobre todo a los ingentes gastos militares y los gastos administrativos, lo que provocó que el denario se fuese devaluando, de tal forma que para la segunda década del siglo III, la moneda de plata pura se había convertido en una aleación con sólo 50% de plata. Nerón rebajó el peso del Aureo y del Denario.
En el siglo III d.C., ante la necesidad de adecuar la amonedación a la realidad, el emperador Caracalla, cuyo nombre verdadero era Marco Aurelio Antonino, creó en el año 215 una moneda que fue llamada, en honor a su persona Antoniniano. El Antoniniano estaba hecho de una liga de plata del 20% y cobre al 80%. El antoniniano se distingue porque en él se presenta al emperador con corona radiada, representando al sol, y los bustos de las figuras femeninas sobre una luna creciente.
Las monedas de cobre y bronce fueron perdiendo de peso con el correr de los años. Finalmente los valores más pequeños desaparecieron y los mayores se redujeron hasta que su acuñación se hizo solamente esporádica.
Durante el reinado de Trajano Decio se acuñó un Doble Sestercio. Esta moneda presentaba la cabeza radiada del emperador.
Aureliano promovió una reforma de amplia base. Reestructuró la Ceca, mejoró la calidad de la moneda y estabilizó la relación de pesos entre las monedas.
A finales del siglo III d.C., se produjo la reforma monetaria de Diocleciano:
- Oro: Los primeros pasos de las reformas se dieron con la creación de una moneda de oro, el Áureo.
- Plata: Diocleciano introdujo una moneda de plata similar en ley y peso a los denarios de Nerón. Esta moneda probablemente se llamó “Argenteus” y significó un paso importantísimo en la restauración del sistema monetario romano ya que el Imperio no había acuñado monedas de plata desde el gobierno compartido de Valeriano y Galieno.
- Bronce: Entre los años 295 y 296 se instituyó una moneda de bronce, el “Follis” que se parecía en tamaño y peso a los “Ases” del inicio del Imperio y que generalmente era bañado en plata. Se continuó acuñando piezas similares a los Antoninianos.
- A partir de ese momento las marcas de Ceca aparecen regularmente en las monedas
En el siglo IV d.C., durante el reinado de Constantino la moneda sufrió una serie de cambios en los tres metales con la intención de mantenerse a la par con lo que se estaba haciendo en el resto del Imperio.
Tras la derrota de Maximiano en el año 312, Constantino y Licinio reemplazaron el Follis por una moneda conocida en la numismática como AE 3. Esta moneda sobrevivió hasta la introducción de del tipo “Gloria Exercitus” en el 330, pero fue pronto reducida en su tamaño.
En cuanto a la acuñación de la moneda romana (res nummaria), se hacía normalmente en la ciudad de Roma, pero algunas veces se usaron Cecas de otras ciudades de Italia o de otras provincias.
En la Roma republicana, el derecho de acuñar moneda correspondía al pueblo en los Comitia tributa, pero el crecimiento económico y territorial en la República hizo necesaria la elección de Magistrados, Cuestores y Triumviri monetales, encargados de la acuñación de moneda bajo el control del Senado.
Dentro de las monedas romanas encontramos una gran variedad de efigies e inscripciones. Así, como exponíamos en párrafos anteriores, el Aes de los primeros tiempos solía representar a Jano bifronte en el anverso, y una proa de nave en el reverso. El denario en sus orígenes tenía la efigie de Roma con caso y los Dioscuros a caballo en el reverso.
Hasta la llegada de César, en ninguna moneda republicana encontramos retratos de personajes vivos. Esta costumbre continuó con sus tiranicidas y sería una práctica habitual a lo largo de todo el Imperio. A partir de Augusto, las monedas llevaran la efigie del emperador en el anverso.
Por otro lado, hay que decir que durante la época republicana no se prohibía a las provincias su derecho a acuñar su moneda propia. Este derecho se mantuvo por un tiempo relativamente largo aunque mientras que en algunos casos las provincias podían seguir con su propia moneda, en otros tenían que acuñar con el retrato del emperador o algún miembro de su familia. La plata y el oro eran sólo acuñadas en las cecas más importantes.
Cuando toda Italia recibió la ciudadanía y el derecho romano, la moneda romana se convirtió en la de toda la península y en consecuencia los otros pueblos perdieron el derecho a acuñar la propia.
Probablemente cuando los romanos comenzaron a acuñar monedas de plata fue cuando se crearon los oficios (llamados “triunviri montéales”) encargados de supervisar la acuñación. Estos oficiales colocaban su nombre o alguna inscripción que los identificaba y que variaba dependiendo del lugar y el momento, en las monedas de oro y plata. Desde los tiempos de Augusto los “triumviri montéales” dejaron de colocar sus marcas en las monedas porque la acuñación de oro y plata se convirtió en un privilegio del emperador. El Senado conservó solamente el derecho de acuñar cobre, por lo que casi todas las monedas de cobre de ese período llevan la inscripción “S. C.” (Senatus Consulto) o “Ex S. C.” (Ex Senatus Consulto).
En tiempos del emperador Gallieno la acuñación de moneda en todos los metales se convirtió en privilegio exclusivo del emperador pero, a causa de la enorme extensión del imperio se tuvieron que emplear más de una Ceca en algunas de las provincias como la Galia por ejemplo. En las Cecas lejanas la amonedación se hacia abajo la supervisión de los “Questores” o los “Procónsules”. Así, todas las colonias y provincias romanas pasaron a tener una moneda unificada.
Dentro de las monedas romanas, las más conocidas son:
- Aes. Moneda de bronce. Unidad básica.
- Áureo. Moneda de oro introducida por Julio César (49 a.C.) para grandes transacciones y para acumular riqueza. 1 áureo equivalía a 25 denarios.
- Denario. Moneda de plata. 1 Denario equivalía a 10 ases y a partir de César equivaldría a 4 sestercios (es decir, 16 ases). Era la moneda circulante más común. Mostraba en su anverso la cabeza de Roma con casco y una marca “X” (=10 Ases) que luego de que sería incrementada a 16 Ases una marca “XVI”. En el reverso usualmente se encuentran los “dioscuri” montados a caballo u otros temas relacionados a las familias de los acuñadores y la palabra ROMA.
- Dupondio. Moneda de bronce equivalente a 2 ases o medio sestercio.
- Quinario. Tenía los mismos diseños que los denarios pero con una marca “V” de valor (5 Ases).
- Sestercio. Antes de César era de plata y equivalía a 2,5 ases. Luego sería de bronce y su equivalencia sería de 4 ases. Tenía los mismos diseños que los denarios pero con una marca de valor “IIS” (2 ½ Ases).
- Victoriato. Muestra en el anverso la cabeza de Júpiter y en el reverso la Victoria coronando un trofeo (panoplia). Esta moneda fue introducida para el comercio con mercados lejanos y su valor era de tres sestercios.
En cuanto a las inscripciones de las monedas, vemos una gran variedad de abreviaturas, siendo las más frecuentes:
- AVG. Augustus, título honorífico otorgado por el Senado a Octavio en el 27 a.C., adoptado por todos los sucesores como indicación de su suprema autoridad.
- CAES. Caesar, originalmente el apellido de la gens o familia Julia. Cuando Octavio le sucede como emperador se convierte en el título imperial que adoptan sus sucesores.
- COS. Consul. La magistratura superior anual durante la República.
- III VIR. Triumviri. Uno de los tres hombres: magistratura republicana.
- IIII VIR. Quattuorviri. Uno de los cuatro hombres: magistratura republicana.
- IMP. Imperator, durante la República designaba a los generales victoriosos. Durante el Imperio hace referencia al poder militar que tenían los emperadores como cabezas supremas del ejército.
- PM. Pontiffex Maximus, “el sumo pontífice”, o sacerdote supremos de la religión romana.
- PP. Pater Patriae. Título otorgado a Augusto y adoptado después por la mayoría de sus sucesores que indicaba la protección del emperador sobre todos.
- SC. Senatus Consultum. “Decretado por el Senado”.
- TRP. Tribunicia Potestas. “Poder del tribuno de la plebe” poder vitalicio que recibían los emperadores, heredado de los antiguos tribunos de la plebe republicanos.
Y para finalizar esta parte hacemos una pequeña recopilación de vocablos y expresiones que utilizaban los romanos al referirse al dinero:
- Aes alienum, que literalmente significa “dinero ajeno”, era la expresión que se empleaba para referirse a una deuda, y, en consecuencia, el que la contraía, es decir, el deudor era un aeratus o obaeratus.
- El aerarium, literalmente “almacén de bronce”, era el Tesoro público.
- Verbos que se empleaban para designar la acuñación de moneda eran cudere, signare, percutire y ferire; si se trataba de fundir, se decía flare.
- Chapar o forrar ciertas monedas era tingere, inficere o miscere.
- La efigie o la marca grabada en una moneda se denominaba nota monetae, typus, signum o
- De la pieza de buena ley se decía que era bonus (sc. nummus) o probus, mientras que para calificar la falsa se empleaban los terminos falsus, improbus, adulterinus o
- Falsificar moneda era vitiare pecunias, o nummariam notam corrodere (ya que la nota era la marca hecha sobre las piezas de buena ley mediante la piedra de toque).
- También vitiare era alear oro o plata puros (aurum o argentum obryzum) con otro metal de inferior valor, como el cobre.
- El operario (monetarius) que trabajaba la plata era el argentarius; el que trabajaba el oro era el faber aurarius ou aurifex.
- El cambista era el nummularius, collectarius o mensarius.
En cuanto a la estructura socio-económica durante los dos primeros siglos de la época imperial -el Principado o Alto Imperio- no experimentó radicales transformaciones con respecto a los últimos tiempos de la República, aunque se vio modificada por dos nuevos factores: el establecimiento de un nuevo marco político -la monarquía imperial- y el proceso de integración de las provincias en el sistema económico y social romano.
Con el desarrollo de un régimen autocrático, el emperador, provisto de un poder ilimitado y convertido en el hombre más rico del Imperio, se erigió en cabeza de la jerarquía social. La realidad de este hecho afectó, ante todo, a los grupos dirigentes de la sociedad. La aristocracia senatorial hubo de acomodarse a las nuevas funciones públicas, dependientes del poder imperial, y aceptar la formación y el desarrollo de una nueva aristocracia de funcionarios -los caballeros-, al servicio de la máquina burocrática del Imperio.
Por su parte, la paulatina integración de las provincias en el sistema socioeconómico y cultural romano fue consecuencia de la extensión a todo el ámbito del Imperio de las estructuras e instituciones típicas de Roma, favorecida por la paz interior y exterior, tras el final de las guerras civiles. Las vías de integración fueron múltiples: introducción de una administración unitaria, ampliación de la red viaria, extensión de la urbanización, reclutamiento de provinciales en el ejército romano, concesión del derecho de ciudadanía romana, entre otras, contribuyeron a la homogeneización de las estructuras del Imperio.
Como en la tardía República, la principal actividad económica continuó siendo la agricultura, a la que se dedicaba tres cuartas partes de la población del Imperio -de cincuenta a ochenta millones de habitantes-, a pesar del auge experimentado por la manufactura y el comercio
La economía del Imperio romano se caracterizaba por tener la agricultura y el comercio como actividades principales. A cambio de poseer y explotar las tierras, la población pagaba impuestos al Estado.
No era muy habitual la intervención del Estado en la actividad económica, por lo que se permitía la libre competencia. Únicamente podía haber intervención por parte del Estado si las necesidades públicas lo requerían.
En lo referentes a las cuentas públicas de la Antigua Roma, éstas se financiaban fundamentalmente a través de impuestos directos, llegando a pagar tributos que iban del 5% al 10% de los ingresos. Pero también había impuestos indirectos sobre las herencias, los esclavos, los juegos de gladiadores y por la importación de artículos de lujo. Adicionalmente, las minas de oro, plata y cobre suponían una importante fuente de ingresos para Roma.
En cuanto al gasto público, Roma necesitaba mantener un gran ejército para controlar su vasto territorio. En consecuencia, tanto el mantenimiento de las tropas como del aparato burocrático del Estado se llevaba buena parte de los fondos del Tesoro. Además, había que pagar el mantenimiento de las calzadas, las estaciones de postas de correos y los gastos de palacio.
La actividad minera fue de gran importancia como fuente de recursos para la Antigua Roma. De la Galia se obtenía el hierro, mientras que las minas de Britania aportaban cobre y las minas de Pangeo (Grecia) ofrecían oro. El mármol se conseguía de las minas de la Isla de Paros y del Pentélico. Por otra parte, de Asia Menor se obtenía oro, plata, cobre y hierro, mientras que las minas de Egipto brindaban el pórfido y el mármol necesarios para construir esculturas.
La propiedad de las minas estaba repartido entre el estado que se reservaba las más rentables, y las que estaban en manos de particulares, las menos productivas, que las explotaban en régimen de alquiler, pagando un canon a Roma.
En la economía de la Antigua Roma, la agricultura estaba valorada como una actividad prestigiosa, pues dicha civilización tenía como origen a una sociedad agrícola y ganadera. Los patricios, como la élite social, disponían de lujosas villas y explotaban grandes extensiones de terreno o latifundios. Mientras tanto, los esclavos se encargaban del trabajo en el campo, donde se producían diversos alimentos. Estos productos, al ser perecederos, se transportaban diariamente a los mercados.
Había también pequeños agricultores que poseían pequeñas propiedades o que arrendaban tierras a los patricios. Como contraprestación, los pequeños agricultores libres entregaban parte de la cosecha a los patricios.
En lo referente a la producción artesana, era muy variada y los artesanos solían servirse de materias primas locales para sus trabajos. Profesiones como los carpinteros, los herreros y las mujeres tejiendo en los telares jugaron un papel importante en la economía del Imperio romano. Al tratarse de una producción artesanal, rara vez se recurría a una producción en masa. Solo en ciertos casos como en el del textil, la cerámica o el vidrio podía llegarse a producir a gran escala.
Las ciudades de Asia Menor se situaron a la vanguardia en la artesanía del textil y de los tintes, sin olvidar zonas de Oriente Próximo como Beirut, Tiro, Biblos, Tiberiades y Palestina, que, a su amplio abanico de textiles, sumaban la seda procedente de China.
En cuanto a la producción de medicinas y perfumes, destacaban las ciudades egipcias de Alejandría y Tebas. Precisamente también desde Egipto, Roma se abastecía de papiro.
En la época del Imperio romano, el mayor nivel de tráfico comercial, tuvo lugar dentro de las fronteras del propio Imperio.
Para facilitar la circulación de las mercancías se erigieron vías y se ofrecieron mapas y guías. En cambio, el transporte marítimo, permitió el desplazamiento de importantes cargamentos de mercancías. Así, los barcos más grandes de la época, no llegaban a transportar cargas superiores a las 150 toneladas.
El puerto de Ostia resultó vital para la economía del Imperio romano, mientras que, en Oriente, el puerto de Alejandría era el más importante. Dada la importancia comercial de los puertos, el Estado efectuó importantes obras para su mejora. En este sentido, los puertos eran dotados de faros y almacenes. Precisamente la actividad de los puertos implicaba la necesidad de trabajos y servicios complementarios como los de los barqueros, carpinteros y sogueros.
La balanza comercial resultaba deficitaria para el Imperio romano, pues importaba artículos de lujo tales como marfil, especias, ungüentos, animales exóticos, seda y piedras preciosas. Todo ello requería efectuar los pagos con oro y plata. Este tipo de importaciones resultaron dañinas para la economía del Imperio romano.
El ciudadano romano tenía varias maneras para intentar enriquecerse: por medios productivos y comerciales o por medios extraeconómicos como la herencia, las mordidas (coimas), las dotes, la violencia o los pleitos.
La usura se consideraba como un medio noble de enriquecerse, con el mismo miramiento que para con la agricultura o las dotes. Los viejos opulentos que habían visto morir a sus hijos o que nunca tuvieron descendencia, ostentaban las cortes más largas por las mañanas, era gente que trataba de obtener parte de su herencia. Los notables guardaban parte de su patrimonio en arcas denominadas como kalendarium, al interior de sus hogares, aunque siempre trataban de evitar que el dinero estuviese inmóvil. La usura como negocio era una actividad casi exclusiva de los notables, aunque se sabe también que entre la plebe circulaba también dinero de usura. Muy frecuentemente se cobraba interés, aunque el deudor fuese un amigo. Incluso las dotes atrasadas eran gravadas con interés. La pequeña usura formaba parte del mundo cotidiano.
Una costumbre curiosa que vale la pena destacar es la relación hombre-mujer en cuanto que era tradición que el hombre pagara siempre todos los gastos del consumo de la pareja. Incluso la amante que engañaba a su marido tenía un salario mensual por parte del amante, o también podía llegar a pagarle una renta anual, “de modo que las mujeres corrían tras el asalariado del adulterio, mientras que los hombres corrían tras las dotes”. Todo se compraba en Roma.
La violencia también era un medio utilizado para enriquecerse; en Roma no existía lo que hoy en día llamamos policía; existían los soldados del emperador que se encargaban de reprimir revueltas y reprimir a los bandidos, sin asegurar por lo demás, la seguridad cotidiana de las calles. La manera más eficaz de protegerse de la violencia o el bandidaje era ponerse a la sombra de algún poderoso, con milicia propia o con las suficientes influencias como para hacer que el gobernador ordenase la persecución de los malhechores. Pero por lo mismo, los notables poderosos tenían los caminos abiertos para usurpar tierras o pequeños negocios a la fuerza, aduciendo ante la legalidad alguna calumnia o delación; no vacilaban en apoderarse de los bienes de los pobres libres, o incluso de algún otro potentado. La justicia dependía de la buena voluntad del gobernador de provincia, y más que de su voluntad, de su relación con el acusado o el acusador, o de la influencia que el usurpador podía tener con mandos más altos en Roma.
La posesión de tierra era el ingreso a la nobleza; un comerciante sin tierra, por más rico que fuese, no era considerado noble. Pero no solamente la tierra era señal de nobleza sino también los bienes inmuebles, los edificios, las casas, que los notables arrendaban a otros. Con respecto a la tierra y la agricultura, la última no alcanzaba como para haber mantenido a una clase obrera. El trabajo de la tierra de un individuo alcanzaba para alimentar a su familia y al notable, a nadie más, pero el trabajo de varios individuos alcanzaba para generar los excedentes que el dueño necesitaba para sus lujos o sus inversiones. En la antigüedad la agricultura jamás alcanzó para sostener una industria poderosa, la gran mayoría de la población tenía que trabajar la tierra para poder alimentarse.
Existían tutores para administrar las herencias de herederos incapaces de tales labores, como los niños súbitamente huérfanos o algunas viudas; el tutor no debía ocuparse de invertir por medio de la herencia de su pupilo, sino que su única misión era mantener libre de riesgos el patrimonio heredado, por lo que la decisión más frecuente era vender los bienes de riesgo (casas que pueden arder o esclavos que pueden morir) a fin de convertirlos en bienes seguros: bienes raíces o usura: prestar el oro obtenido a interés, jamás guardar el oro inmóvil, acto que los romanos consideraban peligroso o despreciable. Sí podían invertir los encargados de los patrimonios de las viudas, a condición de que aquel aumentara.
El hecho que los romanos estuviesen siempre moviendo o incrementado su capital les ha hecho acreedores del estereotipo de que su raza es “económicamente muy dinámica”; pero no es su único rasgo característico pues comparten con judíos, griegos y chinos una especie de pasión por la emigración, son un pueblo de diáspora; y claro, con las ventajas que ofrecía el imperio, hubo siempre cantidad de voluntarios para ir a ocupar las zonas conquistadas.
Por último nos centramos ahora en el origen de los intermediarios, similares a los banqueros actuales.
En el siglo IV a.C. apareció el grupo financiero profesional de los argentarios (argentarii), nombre que deriva de argentum, que significa plata.
Hay que tener presente que, inicialmente los ciudadanos romanos no sentían una especial predilección por el lujo y el poder obtenido de la acumulación de grandes riquezas, aunque con el paso de los años, las actitudes fueron cambiando conforme evolucionaba una sociedad cuya economía se basaba en el libre comercio y que empezaba a utilizar unos rudimentarios instrumentos y servicios financieros, como eran los préstamos con interés y el cambio de moneda.
Las oficinas de los argentarios eran las tabernae argentariae, instalándose paulatinamente allá donde hubiese una actividad que los precisase y participando activamente con políticas crediticias y participación en subastas. En la ciudad de Roma, el lugar más habitual era en los alrededores del Foro.
En cuanto a su organización, en primer lugar debemos decir que eran de propiedad estatal. Prestaba sus servicios en una especie de mostrador, mensa argentaria.
El cambio de monedas de alto valor por otras de menor (habitualmente de monedas de oro a monedas de plata o bronce) era realizado por el nummularius, quien además verificaba el valor de las monedas, retiraba de la circulación las falsas que detectaba y cambiaba lingotes de metales preciosos por monedas de uso corriente. Dicho servicio conllevaba una comisión.
Los argentarios también ofrecían servicios de depósito a sus clientes, quienes entregaban a los “banqueros” una cantidad de metal en monedas, objetos preciosos o documentos valiosos, todos ellos en un paquete sellado, que recibía el nombre de sacculus obsignatus, constituyendo así un depósito regular. El depositario debía custodiar el bien, no debiendo ni hacer uso de él, ni prestarlo a un tercero, restituyéndolo íntegramente en el lugar y momento que determinase el depositante o a la finalización del contrato. Al igual que en la actualidad, contra el saldo de ese fondo, el banquero atendían los pagos que el cliente determinase: deudas, tributos, etc. Por este servicio también cobraba una comisión.
Estos banqueros tenían la obligación de elaborar de forma detallada y transparente los movimientos anotados en las cuentas de sus clientes, informándole periódicamente de las operaciones realizadas así como del saldo de la cuenta y los intereses.
La actividad bancaria, así entendida era supervisada por funcionarios estatales.
Encontramos en el año 216 a.C. con la promulgación de la Lex Minucia, la aparición de una nueva figura: los mensarii. Éstes, a diferencia de los argentarii, eran un comité de banqueros público con autorización para prestar dinero público a cambio de “seguridad para el estado”, lo que significaba que se adquiría una deuda con la República y, si el deudor no pagaba, Roma se hacía con el control de sus bienes a modo de compensación. La finalidad de esta innovación era disponer de un instrumento para incrementar los fondos en momentos de crisis de estado. Además, estos bancos públicos tenían por objeto la recaudación de los impuestos de las provincias para encauzarlos hacia el tesoro imperial, distribuir entre el público las monedas de oro acuñadas en los talleres imperiales y asegurar la paridad entre las distintas monedas en circulación.
La necesidad imperiosa de dinero para cerrar negocios y el uso de la moneda metálica, hacía que en Roma las tasas de interés fueran muy elevadas, lo que llevó a una regulación para evitar los abusos. Por otro lado, el Estado intervino con frecuencia en la concesión de créditos y el control de préstamos en momentos de graves crisis económicas, consiguiendo así financiación para el Tesoro público.
Referencias:
E.Castillo: “Banqueros: los capitalista de la antigua Roma”, en National Geographic nº 63
S.Carbonell: “La moneda en el mudo antiguo”.
https://www2.uned.es/geo-1-historia-antigua-universal/ROMA/sistema_monetario_romano.htm
https://romantigua.webnode.es/vida-y-costumbres-romanas/el-dinero/