Hoy recuperamos, aunque de forma breve, la figura de una gran mujer, Juana de Vega, una coruñesa liberal en el siglo XIX. Juana de Vega. Una mujer que fue una activista y escritora española, lamentablemente desconocida por la inmensa mayoría, como tantas mujeres que dedicaron su vida a construir una sociedad mejor y, mientras llevaban a cabo sus propios proyectos.
Juana de Vega tenía una gran formación cultural y fue una mujer ciertamente relevante en la sociedad gallega del siglo XIX. No sólo asumió un gran compromiso político liberal sino que impulsó diferentes movimientos sociales para mejorar la vida de los desfavorecidos. Defendió, además, y de manera ferviente, los derechos de la mujer.
Biografía de Juana de Vega
De nombre Juana María de la Vega Martínez, nació en la ciudad de A Coruña el día 7 de marzo del año 1805, en el seno de una familia acomodada, liberal e ilustrada.
Era hija de Juan Antonio de la Vega, aunque de humilde origen, se convertiría en un acaudalado comerciante. Era natural de la villa lucense de Mondoñedo. Era un hombre culto y con fuertes convicciones liberales, que se había formado y emprendió diversos negocios en La Habana. Ya en tierras españolas montó una fábrica de conservas y salazón de pescados.
Su madre era María Josefa Martínez Losada, natural también de la provincia de Lugo, aunque en este caso de la villa de Monforte de Lemos. Se trataba de una mujer con suma inteligencia y unas fuertes convicciones religiosas y morales; practicante habitual de tareas de caridad, y así fue como Juana asumió el afán de ayudar a los menos favorecidos.
Juana de Vega era la segunda de las hijas del matrimonio, viniendo a este mundo poco tiempo después del fallecimiento e su hermana mayor cuando ésta tenía tres años.
Su educación y formación estuvieron marcadas por los principios de la Ilustración que abogaban también por sacar a las mujeres de la ignorancia. Juana de Vega recibió una educación muy esmerada, no en vano su madre era una gran lectora y le inculcó esta afición. Aunque no era habitual en aquellos tiempos, la joven Juana pudo aprender, con la ayuda de profesores particulares, disciplinas como los idiomas, inglés y francés, fundamentalmente, la música, llegando a ser una gran intérprete con el arpa, danza, dibujo, habilidades ornamentales y “saberes domésticos”, así materias como la gramática o la aritmética. Era una mujer adelantada a su época, pues también montaba a caballo, escribía, emprendía, mantuvo amistad con personajes relevantes como Concepción Arenas o Mendizábal,…
Es decir, era una educación útil que inculcaba los valores de la domesticidad y el trabajo (al fin y al cabo, el destino de toda mujer), de la distinción en la vida social y del cultivo del saber apropiado.
Además durante su juventud Juana se pudo imbuir de las ideas liberales de su padre. No en vano, fue testigo de primera mano de un hecho que sin duda la marcó: durante los seis meses en que la ciudad de A Coruña estuvo ocupada por las tropas napoleónicas mandadas por el mariscal Soult, la familia tuvo que refugiarse en la villa de Camariñas, en la costa coruñesa, desde donde su padre prestó ayuda a la resistencia contra los franceses. Al regresar Fernando VII a España, iniciando con el Decreto de Valencia (4 de mayo de 1814) la primera etapa absolutista de su reinado, el padre de Juana María fue perseguido por liberal y tras el frustrado pronunciamiento del general Porlier en La Coruña (septiembre de 1815), tuvo que huir a Portugal, pues había financiado con una importante cantidad de dinero este levantamiento. Permaneció exiliado en este país casi dos años, hasta que pudo regresar con su familia a La Coruña tras el pronunciamiento de Riego (1 de enero de 1820).
La vida de Juana de Vega encontraría un nuevo punto de inflexión, cuando en enero del año 1821, siendo ella muy joven, pues apenas, contaba 16 años de edad, conoció al general Francisco Espoz y Mina, un militar que era aclamado como héroe de la guerra de la Independencia, y que llegaba a tierras gallegas como Capitán General de Galicia. Entre ellos surgió el amor en el que los veintiún años más de edad que tenía el general, no fueron impedimento alguno.
En menos de un año, el 24 de diciembre, y por poderes, contrajeron matrimonio en su casa en la coruñesa calle Real, aunque el acta matrimonial esté levantada en la iglesia de San Nicolás. “Para ella, el matrimonio con un maduro general, políticamente comprometido, marcaría el resto de su vida. A pesar de su juventud, sabía bien el incierto futuro que podía esperar. Pero el amor y el «decidido entusiasmo por las nuevas instituciones de la patria» la llevaron a asumir el reto”.
Para algunos autores ese matrimonio sería un matrimonio de trato, ya que Juana ponía el dinero, y el general una gran carrera.
Al poco de iniciar su convivencia matrimonial, en el verano del año 1822, el general es enviado a combatir en Cataluña. Contra las partidas realistas que habían proclamado la Regencia del Urgel.
Los problemas para la recién pareja empezaron pronto. En 1823 el rey Fernando VII vuelve a imponer el absolutismo, con el apoyo del ejército francés (los cien mil hijos de San Luis) por lo que el general Espoz y Mina debe exiliarse en Londres, ea donde acudirán, a reunirse con él, dos años más tarde Juana de Vega y su padre. Ese exilio durará diez años, alternando los tiempos en tierras británicas con algunas estancias en tierras francesas, en un intento por restaurar, junto con otros liberales también exiliados, la Constitución de 1812.
Tras el fallecimiento del rey, su viuda, la regente María Cristina, autoriza el regreso del matrimonio. Corría el año 1833 y el general pudo recuperar su carrera militar al ser nombrado Virrey e Navarra, donde sería derrotado por el general carlista Zumalacárregui, y luego como Capitán General en Cataluña.
Espoz y Mina fallecería cuando contaba con 55 años de edad, en Barcelona en el año 1836. En ese momento, el Gobierno le concede a Juana de Vega, el título de Condesa de Espoz y Mina. Juana vuelve a La Coruña llevando con ella el cadáver embalsamado de su marido difunto, que deposita en un oratorio de la casa familiar. Además, se le concede también el título de Vizcondesa del Arado, en testimonio de los servicios que había prestado el general a la nación y a Isabel II.
A partir de entonces su viuda no dejará de velar por el recuerdo de su esposo que le llevará hasta el extremo de conservar en una urna de ébano y plata el corazón de Espoz y Mina, entre otros restos mortales.
En el año 1840, coincidiendo con la regencia liberal del general Espartero, se encomienda a la condesa el cuidado y educación de la reina Isabel II y de su hermana, la infanta Luisa Fernanda, como aya y camarera mayor de palacio, cargos que solían ser desempeñados por mujeres de la alta nobleza, lo que genera algunas tensiones. Juana, considerada demasiado moderna para aya de la reina, relatará en sus memorias su experiencia sobre este periodo en palacio.
Su labor es objeto de crítica y calumnia por parte de sus detractores (personas próximas a la ex regente María Cristina de Borbón), llegando a firmar en un artículo aparecido en el Eco de Comercio, lo siguiente:
“Días hace que a resultas del ridículo y perenne luto que presenta aquella señora, hasta en los actos de indisimulable etiqueta, se nos aseguró que la cabeza de S.E. herida y atormentada por la sensible pérdida de su digno esposo, padecía extravíos mentales, a lo cual no habíamos dado asenso: hoy se nos confirma su triste estado intelectual”.
Además de las duras críticas, la condesa tuvo muchos problemas para cumplir con la misión que se le había encomendado, que ella misma recogió en sus memorias: “que una señora de mis ideas políticas auxiliase la educación liberal que su majestad, como reina constitucional de España, debía recibir”, con el deber de convertir a Isabel en “jefe de todos los españoles, y no [en] la cabeza de este o el otro matiz político”, es decir, como le exhortó Salustiano de Olózaga, intentar crear otra reina Victoria de Inglaterra. El problema fue que no pudo controlar el ambiente palaciego “aristocrático” que rodeaba a la reina y a la infanta. “Se enfrentaba a un mundo desconocido, desafecto a la Constitución de 1837 y muy alejado social y culturalmente del suyo”.
Ciertamente lo intentó, e intentó inculcar a Isabel lo que significaba ser un monarca constitucional y le recordó los sacrificios que había hecho el país para que ella conservara el trono y el “derecho que por ellos ha adquirido [la nación] de que se la conserven su libertad e independencia”. También le habló de que el principal deber de la reina era labrar la felicidad del pueblo:
Una gran parte de los españoles, señora, no tiene casa, ni vestido, ni medio alguno para subsistir, sino el escaso jornal fruto de un trabajo penoso, y aún se reputa afortunado aquel que puede asegurar por este medio un pedazo de pan negro y un montón de paja en una choza miserable. (…) Si yo me hallase colocada en la elevada posición que V.M. ocupa, con las ideas que tengo, consideraría todo gasto superfluo como una falta, por tener obligación de acudir los reyes a las necesidades de sus súbditos, que son los que con su sudor los sostienen.
Cuando se produjo el asalto al palacio y el intento de “rapto” de la reina Isabel y de la infanta Luisa Fernanda por los conjurados encabezados por los generales Concha y Diego León, contribuyó a que fracasara recibiendo por ello del gobierno del regente Espartero la Grandeza de España. Este hecho también fue aprovechado por la prensa moderada y antiesparterista para calumniarla de nuevo, al culparla de que la joven reina no intercediera en la condena o no a muerte del general Diego de León. En esta época es cuando escribe la Historia Interior de Palacio.
Cuando Isabel es declarada mayor de edad, Juana vuelve a La Coruña. Es una mujer aún joven y rica, pues ha heredado la fortuna de sus padres, fallecidos ambos, que en adelante se dedicará a la gestión de su patrimonio industrial y comercial, a promover sus ideales políticos, al mecenazgo cultural y a redactar las memorias del marido. Sus salones son cita obligada de la sociedad liberal coruñesa, centro de la causa progresista, lo que le ocasionará algunos problemas con los gobiernos conservadores.
En esta etapa, concretamente en el año 1852, Juana de Vega oye tocar el violín a Pablo Sarasate, un niño navarro de siete años de edad, al que apoyara y protegerá sufragando además los gastos de sus estudios en Madrid. En su recuerdo, Sarasate le dedicaría en 1882 su primera composición: Mi primera inspiración, una mazurca.
Juana de Vega falleció, víctima de un ataque cardíaco, en su casa de A Coruña, el día 22 de junio del año 1872. Contaba sesenta y ocho años de edad. Sería enterrada en el cementerio coruñés de San Amaro, en un nicho junto a los restos de sus padres y el corazón de su marido, cuyos restos descansan en el claustro de la catedral de Pamplona, su ciudad natal.
En la lápida figura la siguiente inscripción:
“Aquí yacen los restos mortales de D. Juan Antonio de la Vega, Dª Josefa Martínez y Dª Juana de la Vega y Martínez, viuda del General D. Francisco Espoz y Mina, cuyo corazón se halla aquí”
Como se puede comprobar, de nada sirvieron sus méritos en vida, pues hasta en su postrero descanso se le recuerda en función los hombres que fueron sus compañeros, y a cuya gloria contribuyó.
Juana de Vega no tuvo descendencia y todo su patrimonio formó parte de una Fundación que sigue en vigor en nuestros días recordando su memoria. La Fundación tiene su sede en la casa grande A Carballeira de San Pedro de Nós, donde ella y su familia pasaban los veranos y donde planeó ubicar la escuela de agricultura
La obra de Juana de Vega
El salón de su casa coruñesa, tras su retorno a la ciudad, fue un espacio de libertad para las discusiones políticas a las que acudieron los más significados liberales progresistas coruñeses y los que pasaban por la ciudad. También se fraguó alguna conspiración en él como lo demuestra la documentación de la época en la que aparecen el jefe y varios oficiales del fracasado pronunciamiento de 1846 de La Coruña contra el gobierno del general Narváez como contertulios asiduos al salón de la condesa. El capitán general de Galicia informó de la “frecuente concurrencia de algunos oficiales a la casa de la condesa de Mina, que es tenida por todos los hombres pensadores por la impulsora y la directora de la sublevación, así como lo fue, según la opinión común, de otras anteriores ocurridas en Galicia”.
Otro de los papeles que desempeñó fue poner en contacto a los liberales progresistas gallegos y madrileños, además de colaborar en las campañas electorales nacionales y locales. Para ello mantuvo una copiosa correspondencia a lo largo de los años con los líderes del Partido Progresista como Juan Álvarez Mendizábal, Salustiano Olózaga, Ramón Gil de la Cuadra o Manuel José Quintana. Pero poco a poco, conforme una nueva generación de políticos liberales progresistas se fue haciendo con las riendas del partido “cada vez más alejados de las utopías liberales, que habían sido las suyas”, Juana de Vega, sin abandonar su salón donde se seguía discutiendo de política, se concentró cada vez más en las actividades de asistencia social en su ciudad, La Coruña. En ello encontró una amiga y colaboradora, Concepción Arenal.
Junto con Concepción Arenal, Juana de Vega puso en marcha un proyecto para la creación de una escuela teórico – práctica de agricultura, a fin de colaborar en la mejora de la calidad e vida de la población rural gallega. La sede de escuela sería una propiedad que la propia Juana de Vega tenía en las cercanías de A Coruña, en la Quinta de San Pedro de Nós. Ciertamente le resultó imposible llevar a cabo esta iniciativa, pero no renunció totalmente a ello, pues dejó instrucciones claras en su testamento:
“Conociendo el bien que ha de proporcionar el establecimiento de una Escuela teórico práctica de agricultura, en todos sus ramos de que carece Galicia con gran perjuicio suyo, es mi voluntad que la casa y granja de San Pedro de Nos llamada la Carballeyra, de sembradura de más de cien ferrados, con el agregado de los dos prados de Baltar que lindan con la misma, las dos casas principal y para colono y todas sus dependencias se dediquen a este objeto a cuyo fin le agrego todos los demás bienes que poseo, separadas las mandas que dejo en usufructo, y que concluida la vida de los usufructuarios, han de concurrir con todo lo demás al sostenimiento de la Escuela y a cubrir algún pequeño déficit de la de párvulos si lo tuviere”.
Hoy en día, la Quinta de San Pedro de Nós pertenece a la Fundación Juana de Vega, una institución coruñesa que, además de promover el conocimiento de la vida y obra de la propia Juana de Vega, impulsa numerosas iniciativas relacionadas con la divulgación, la investigación y la formación en el ámbito de la agricultura o el paisajismo. Todas estas iniciativas comparten un mismo fin: el conocimiento, conservación y desarrollo del medio rural de Galicia, cumpliendo así con la voluntad (y con el sueño) de esta ilustre mujer.
Sus actividades de beneficencia social se basaban en el principio liberal de la búsqueda de la felicidad del pueblo, y no en el de la compasión propio de la caridad cristiana.
En 1838 funda la Asociación de Señoras de A Coruña con el objetivo de cuidar de los niños abandonados y asistir a los enfermos del Hospital de la Caridad.
Entre 1853 y 1854, con ocasión de la grave crisis sanitaria provocada por la epidemia de cólera que asoló la ciudad, el acalde pide a Juana de Vega que, a través de la Asociación de Señoras que encabeza, movilice a las damas de la ciudad y se haga cargo de la dirección y mantenimiento del hospital provisional que fue preciso habilitar, así como de acoger bajo su tutela el nuevo Hospicio. Encomienda que Juana de Vega aceptó y en la que se volcó con especial pasión y empeño, arriesgando su propia vida.
Como reconocimiento a su labor, en noviembre de 1854 se le concedió el título de Duquesa de la Caridad con Grandeza de España, que no quiso aceptar, porque, a pesar de todas estas distinciones y del respeto del que gozaba, nunca olvidó los orígenes humildes de su familia y de su marido y se mantuvo alejada de las fiestas de sociedad, no haciendo gala de sus títulos y dedicándose a la ayuda de los necesitados.
Su actividad social también se extendió al campo educativo con la fundación y financiación de una escuela para niños pobres, regentada por las Hijas de la Caridad de la Congregación de San Vicente de Paúl en 1863.
Otra muestra de su mecenazgo cultural fue su apoyo a los Juegos Florales de 1861, celebrados en Coruña, que constituyen un punto de partida del Rexurdimento, el movimiento de recuperación del idioma gallego para la actividad literaria, después de siglos de arrinconamiento. El movimiento, paralelo a la Renaixença catalana, alcanza notoriedad a partir de 1863, año en el que Rosalía de Castro publica Cantares Gallegos.
La creación del hospital psiquiátrico de Compostela, en Conxo, fue un proyecto al que dedicó siete años de su vida, y que o sería erigido hasta después de su muerte. Además, impulsó y presidió la delegación de la Cruz Roja de Galicia en A Coruña, de la que nombrada socia de mérito por la Asamblea Internacional. Dos obras más fruto del impuso de esta gran mujer.
La coruñesa rechazó la propuesta del Ayuntamiento de levantarle una estatua y cualquier otro reconocimiento público. Según ella, los recursos públicos debían usarse para dar “pan y agua”.
Juana de Vega desarrolló un importante activismo liberal y social, compaginando esta actividad con la vindicación de la memoria de su esposo “que hombres inicuos quisieron atacar, sabiendo que no había de responderles desde el sepulcro”. A este fin, Juana decidió dedicarse a la escritura, que viéndolo en el contexto social de la época hay que valorarlo como una importante transgresión de los límites que la feminidad le imponía, ya que el hecho de tratar asunto públicos y hacerlo, además, por escrito, era una intrusión en territorio tradicionalmente reservado a los hombres.
En cuanto a sus obras escritas hay que hablar del “Reglamento de la Asociación de Señoras de la Beneficencia”, en A Coruña en el año 1885.
También su gran trabajo en torno a las “Memorias del general Francisco Espoz y Mina”, que fueron escritas en respuesta a los ataques absolutistas que dirigieron a su difunto marido. Para escribir estas memorias utilizó sus propias notas y las del general. Fruto de ese trabajo, sería en el año 1851, cuando empezaron a publicarse las “Memorias del general don Francisco Espoz y Mina”. Constaban de cinco volúmenes. Sería la única obra suya que vería editada en vida.
Otra de sus obras eran los “Apuntes para la historia del tiempo”, escritos durante su estancia como aya y camarera mayor de Palacio, en el año 1844. Esta obra no vería la luz, hasta su publicación en al año 1910.
Sus propias memorias no verían la luz hasta el año 2006.
Conclusiones
Galicia siempre fue una patria prodigiosa en grandes ejemplos femeninos. Encontramos mujeres destacadas en el mundo de la ciencia, el arte, la acción social, etc.
Juana de Vega representó el modelo de mujer progresista que participa con su activismo vital en la sociedad de su momento, y ello sin romper con las barreras definidas en la época por la ideología de complementariedad.
En su papel como esposa, Juana de Vega fue mucho más allá del papel tradicional que le “correspondería” en aquellos tiempos, al desempeñar también el papel de la “mujer patriota”.
“Fue la compañera y la enfermera solícita del hombre, al tiempo que la confidente, colaboradora, «amanuense», secretaria en muchas ocasiones y, como tal, responsable de la correspondencia con todos los núcleos conspiradores españoles y extranjeros ligados al héroe Mina. Era, pues, una mujer que iba más allá de los estrechos márgenes establecidos por la cultura burguesa y liberal que había excluido al «sexo olvidado» [en expresión del historiador Bartolomé Clavero] de la res publica”. Un papel que provocó inquietud y críticas entre los propios correligionarios de Mina por la “influencia” que ejercía sobre sobre él su esposa a las que ella respondió: “¡Desviar yo de su deber a Mina, comprometer su nombre! ¿Cómo es posible, teniendo yo tanto amor a la causa de la libertad?”.
En la edición de 1910 de la obra en la que recoge su experiencia como aya y camarera mayor de Isabel II, publicada por el Congreso de los Diputados presidido por el liberal José Canalejas, se afirmó que era “una de las mujeres más ilustres de cuantas han enaltecido el nombre de España”.
Y esto es todo por hoy. Confiamos en que esta publicación resultase de vuestro interés. Y si queréis estar al día de nuestras publicaciones podéis suscribiros gratuitamente para recibir información periódica con las nuevas publicaciones.
Referencias
Juana de Vega, Condesa de Espoz y Mina. De Fernández Santander, C.
Los Vega. Memorias íntimas de Juana de Vega, Condesa de Espoz y Mina. De Durán, J.A.
http://escritoras.com/escritoras/Juana-de-Vega