Si hay una historia que me apasiona y de la que los libros de la enseñanza reglada nos deja un tanto apartados, es la historia de los Romanov, los últimos zares de Rusia antes de la Revolución de 1917.
Si Disney ha llevado al cine a la princesa Anastasia y ha transcendido la figura de Rasputín como un ser maquiavélico y manipulador, apenas sabemos nada del contexto histórico de estas dos figuras, o al menos yo sabía muy poco hasta que la curiosidad me llevó a la lectura de revistas, artículos e incluso novelas.
Para los que, como yo, la Gran Rusia les quedaba un poco lejana, vamos a contextualizar el origen de la princesa Anastasia y de Rasputín, de tal manera que cuando visualicemos en el cine algunas de las películas dedicadas a Anastasia o a Rasputín o simplemente salgan a relucir en alguna conversación, sepamos ubicarlos desde el punto de vista histórico.
¿Quiénes eran los Romanov?
La familia Romanov fue la dinastía real que reinó Rusia durante 300 años. Durante este período de tiempo se sucedieron 20 zares. Esta familia, igual que en el resto de las dinastías europeas (los Austrias, los Borbones, Windsor, Orange, Grimaldi…), está repleta de historias de intrigas, traiciones, peleas por el trono, despotismo… ingredientes comunes que todavía continúan vigentes en la actualidad en aquellos países en los que todavía impera la monarquía.
El último Zar de Rusia fue Nicolás II (1894-1917) quien sucedió a su padre Alejandro III, bajo el título de Emperador y Autócrata de todas las Rusias, lo que ya decía mucho en los umbrales del siglo XX.
Como curiosidad decir que los hermanos Lumiére (es decir, ya existía el cine cuando se hacían estas chorradas) fueron llamados para filmar la coronación de este nuevo Zar para así pasar a la posterioridad. Los actos protocolarios de la coronación se prolongaron durante varios días, siendo grabadas siete películas.
El evento de la coronación en un ambiente festivo y pomposo atrajo a miles de “súbditos” rusos desde todos los lugares del imperio. En agradecimiento a las masas asistentes, fueron entregadas tortas y dulces lo que supuso una aglomeración en el entorno que desembocó en el hundimiento de la plataforma montada para este fin y como consecuencia la muerte de varios centeneres de personas.
Pese a un inicio tan nefasto y que prometía un mal augurio, la fiesta de coronación continuo tal y como establa prevista sin permitir que este imprevisto nublara la celebración.
Nicolas II, hombre de escaso carácter y menos criterio, navegó entre la falta de diplomacia internacional y la inseguridad en la toma de decisiones, lo que desembocó en el descontento de la población y una ola de revueltas.
Nicolas II se casa con Alejandra Fiódorovna, a la que su madre llamaba “Sunny”, una práctica que más tarde adoptaría su marido. Era nieta de la reina Victoria de Reino Unido. La boda se celebra pese que ambas familias manifiestan su desacuerdo, pero el amor triunfa y, contra todo pronóstico ambos contraen matrimonio.
Alejandra y Nicolás bendicen su unión el 26 de noviembre de 1894, apenas 20 días después del fallecimiento del padre de Nicolás. La ceremonia tiene lugar en la Gran Capilla del Palacio de Invierno de San Petersburgo.
Fruto de este matrimonio nacen tres hijas y un hijo. Su primera hija, Olga, es seguida de Tatiana, María y Alejandra hasta que, finalmente nace el heredero Alekséi Nikoláyevich Románov, cuyo título oficial era Su Alteza Imperial, zarévich y gran duque de Rusia.
El nacimiento de su único hijo Alekséi Nikoláyevich Románov, heredero al trono, marcó el devenir histórico de Rusia. Alekséi sufría de hemofilia, enfermedad heredada de la familia materna que provoca un desorden en la sangre que impide su coagulación. Esto ocasiona que cualquier golpe o herida podría derivar en un dolor insoportable al no coagular la sangre de manera adecuada. A causa de esta enfermedad cualquier golpe se convertía en un calvario para sus padres y en una larga convalecencia para el niño. Con el fin de apartarlo del menor riesgo, la infancia de Alekséi fue muy solitaria lo que le convirtió en un niño reflexivo.
Et voila… Rasputín
La infancia del zarevich limitada por su enfermedad hizo que su madre fuera una persona voluble a todo tipo de promesas de curación y alivio de su hijo. En un intento de aliviar su dolor, se dejó asesorar de Rasputín, el monje que se sirvió de la enfermedad del niño para adquirir poder en el imperio. Con un zar débil y una madre desesperada, el camino estaba abonado para la ambición de Rasputín.
Rasputín de origen campesino y semianalfabeto llega a San Petersburgo de la mano de dos prestigiosos monjes ortodoxos que le facilitan los contactos con la alta sociedad de la ciudad. Allí comienza a labrarse fama como sanador, llegando a los oídos de la zarina quien, desesperada por la enfermedad de su hijo, no duda en acudir a él. Rasputín es invitado a palacio y tras orar durante una hora a los pies de la cama del zarevich, el pequeño se levantó ante la estupefacción de sus padres que lloraban de emoción.
Desde ese momento Rasputín será considerado por la zarina Alejandra como una especie de Santo al que acuden cada vez con más frecuencia, no sólo para el alivio de la enfermedad de su hijo, sino también para consultarlo sobre asuntos de Estado.
Por su parte Rasputín, ambicioso, licencioso y sin escrúpulos se valió de su poder sobre la zarina para imponer su influencia política.
En 1916 Rasputín se había ganado el odio del pueblo, del clero, de parte de la familia imperial y de altos cargos políticos. En ese año Rasputín es asesinado mediante un complot de múltiples personas encabezado por el príncipe Yusúpov; pero el mal ya estaba hecho y el germen de la revolución plantado.
Múltiples fueron las causas de la revolución rusa, pero en términos generales podemos señalar:
- El régimen absolutista del zar que vivía en un mundo rodeado de riquezas mientras su pueblo se moría de hambre (poco o nada habían aprendido de la revolución francesa).
- La aparición de los primeros partidos políticos y de las huelgas que fueron duramente reprimidas por el zarismo.
- La decisión de participar en el I Guerra Mundial con un resultado desastroso para Rusia.
En resumen, la guerra y el hambre fueron los detonantes de la revolución de 1917 que llevó a los bolcheviques al poder.
Conviene resaltar la importancia de las mujeres en el estallido de la revolución, algo, como no, que no ha trascendido en los estudios de la historia. El Día Internacional de la Mujer el 23 de febrero de 1917 según el calendario ruso de la época (8 de marzo en el calendario gregoriano), en San Petersburgo se manifestaron las mujeres trabajadoras de las fábricas textiles exigiendo “pan y paz”. A ellas se unieron una multitud de obreros descontentos y hambrientos. Esta fue la primera mecha que encendió el inicio de la revolución.
Las protestas se expanden por todo el país hasta que la Duma, parlamento ruso, con el apoyo del soviet (consejo de trabajadores elegidos) constituye un gobierno provisional e insta a que el Zar Nicolás II abdique. Así, el 2 de mazo Nicolas II, que se había quedado sin apoyos, renuncia al trono.
Entre medidas el líder bolchevique Lenin, exiliado en Suiza desde 1905, regresa Rusia para reclamar todo el poder para los soviets (el pueblo). El asalto del palacio de invierno produjo el lanzamiento de Lenin como dirigente del país que llegaba prometiendo pan, tierra y paz. Esta última le costó la pérdida de territorio, industria y población, pero recibió el aplauso de una población agotada y escasa de alimentos.
Pero… ¿qué fue de los Romanov?
El diputado socialista Kérenski, líder de la Duma ante el avance en la conquista del poder de los bolcheviques, decide enviar a la familia imperial a la capital de Siberia Occidental: Tobolsk donde gozaron de cierta libertad hasta la llegada de los bolcheviques al poder. En marzo de 1918 fueron trasladados a Ekaterimburgo, en la zona de los Urales, donde vivieron sus últimos meses.
La familia imperial formada por Nicolás, su esposa Alejandra y sus cinco hijos: el zarevich Alexei, de 13 años; María de 19 años; Olga de 22 años; Tatiana de 21 años y Anastasia de 17 años, acompañados de su médico personal y 3 sirvientes que voluntariamente los habían acompañado, pasaron sus últimos días sumidos en la incertidumbre sin saber si serían sometidos a un juicio como el que acabó con Luis XVI en la guillotina o si las potencias internacionales intercederían por su vida.
En España, Alfonso XIII intentó repatriar a la familia imperial a Madrid recurriendo, incluso, a la búsqueda de apoyos a través de la diplomacia ante el rey Jorge V de Inglaterra, Guillermo II de Alemania o Benedicto XV, el papa de la época.
De nada sirvió el intento. El 2 de julio de 1918 se tomó la decisión de asesinar a la familia imperial. Fue el propio Lenin quien autorizó a la Checa (inteligencia política y militar soviética), para que los ejecutara.
En la madrugada del día 17 de julio reunidos en el sótano de la vivienda que ocupaban, la familia imperial junto con sus servidores fue asesinada como ratas en un espacio de apenas 30 metros cuadrados. Los guardias encargados de la masacre vaciaron sus cargadores sin piedad y remataron con bayonetas a los supervivientes agonizantes.
A partir de ese momento las distintas versiones se mezclan: que sí los cadáveres fueron quemados, que si fueron exhumados para llevarlos a Moscú a dónde nunca llegaron, que si sus restos fueron arrojados a una tumba cavada en el lodo. Finalmente, los restos fueron hallados en una fosa común en Ekaterinburgo y confirmados por la prueba de ADN en la década de los 90, pero… entre estos restos no se encontraban ni los del hijo Alexei ni de la Gran Duquesa Anastasia, la menor de las hijas del zar, lo que alimentó la leyenda y propició que a lo largo de los años reapareciese alguna mujer señalando que era la mismísima Anastasia, siendo el caso más notorio y conocido el de Anna Anderson.
La princesa perdida protagonizó portadas de periódicos, libros de ficción e incluso producciones cinematográficas tanto de acción real como de animación.
Menos conocidos, pero no por ello inexistentes fueron también los que se hicieron pasar por Alexei Romanov. Uno de ellos Mijaíl Golenevski, un empleado de los servicios de inteligencia polacos, así lo declaró presentándose en la embajada de Berlín occidental donde pidió asilo político.
Pero el verdadero Alexéi era hemofílico, algo que no se podía fingir. Además Golenevski había nacido 18 años después del zarévich por lo que resultaba muy joven para desempeñar el fraude, pese a justificar el retraso de su desarrollo en la hemofilia de la que había sanado milagrosamente.
Las tumbas de los Romanov fueron encontradas en 1979, pero el hallazgo se mantuvo en secreto hasta la caída de la URSS.
En el 2007 unos arqueólogos descubrieron una segunda sepultura con los restos de dos cuerpos: uno perteneciente al pequeño Alexéi y otro a una de sus hermanas -que por cierto no era Anastasia sino María-, lo cierto es que, sumados a los cadáveres anteriores, la familia quedaba al completo sin dar lugar a fisura alguna para que se siguiese desarrollando la leyenda, quedando demostrado que no hubo supervivientes a la matanza de 1918.
Los restos de la familia fueron enterrados en San Petersburgo, en la catedral de San Pedro y San Pablo, el lugar de la tradicional sepultura de los zares. En el lugar donde fueron ejecutados, la iglesia ortodoxa rusa levantó un monasterio que consagró a la Sangre Derramada.
La leyenda de Anastasia
La abuela de Anastasia, María Romanov, sobrevivió a la muerte de su hijo y nietos refugiada en Crimea. Agarrada a la esperanza de la leyenda, no cejó en buscar alguna prueba de supervivencia de sus nietos.
Entre las pretendientes al trono más famosas está Anna Anderson que defendió ser la princesa Anastasia y mantuvo esta versión hasta su fallecimiento. Anderson fue rescatada del río Spree tras un intento de suicidio en 1920 en Berlín e ingresada en un hospital en Alemania. Fue diagnosticada con graves trastornos de memoria.
Anderson, a quién nadie reclamó, fue trasladada a una institución mental: el asilo Dalldorf, donde una enfermera rusa reparó en su enorme parecido con Anastasia, una de las hijas de los Romanov cuya leyenda mantenía viva. El rumor se extendió por toda Europa y Ana empezó a recibir visitas de allegados de la familia real.
A partir de este momento la incertidumbre hace temblar las monarquías europeas. Nadie parecía tener la certeza de si esa mujer era o no la hija del Zar asesinado. Para unos no había ningún parecido; para otros era la viva imagen de Anastasia. Anna entendía el ruso, pero no lo hablaba. Para los que defendían su parentesco con el Zar de Rusia, consideraban que era debido a un trauma que le hacía rechazar todo lo ruso para sobrevivir. A su favor también estaba una malformación en los dedos gordos de los pies (juanetes) y el conocimiento de la historia familiar, así como del interior de los palacios donde había residido. Llegó a ser reconocida por su nodriza. Este último hecho hizo que las familias reales europeas empezaran a tomarse en serio su historia en la que contaba que un soldado se había apiadado de ella rescatándola de debajo de los cuerpos ensangrentados de su familia y le había ayudado a salir del país. Juntos y enamorados habían vivido unos años hasta que el soldado fue asesinado en las calles de Rumanía, acabando ella en Berlín donde, incapaz de superar su tragedia, había intentado suicidarse en el río Spree de donde fue rescatada.
Instalada en Nueva York, a finales de 1920, fue recibida por muchos inmigrantes como “Su Alteza” y en honor a ella se celebraron bailes y galas benéficas. Ahí comenzó Anna a forjar su plan para reclamar sus derechos dinásticos y el dinero familiar depositado en los bancos suizos. Hemos de tener en cuenta que el Zar nunca había sido dado oficialmente por muerto ni encontrado su cadáver, por lo que tendrían que pasar diez años desde su desaparición para reclamar su fortuna.
Pero no todos los Romanov se creían la historia de la presunta Anastasia, como el tío de esta el Gran Duque de Hesse, hermano de Alexandra. Se inicia una batalla legal que a día de hoy sigue siendo la más larga de la historia judicial de Alemania. Entre tanto, la salud de Anna va deteriorándose, sufriendo episodios que le obligan a ingresar en centros de salud mental. De regreso a Estados Unidos, tras una estancia en Alemania, se casa con el excéntrico y rico historiador Jack Manahan.
Ambos esposos vivían rodeados por toneladas de basura y de gastos, con las puertas abiertas para que la KGB no intentara matarlos. Las denuncias de los vecinos acabaron con Jack en el hospital y con Anna recluída en una institución mental. A los pocos días Jack la secuestro y vagaron en una furgoneta pestilente hasta que fueron hallados por la policía entre unos matorrales Ana fallecería 3 meses después en la institución mental en el año 1984.
El litigio
El largo litigio había llegado a su fin en 1970 sin una conclusión. Nadie podía afirmar o desmentir con rotundidad que Anna no era Anastasia. Numerosas pruebas así lo confirmaban, unas de carácter grafológico, antropológico, pero otras muchas lo desmentían.
El descubrimiento de la fosa común en una zona pantanosa a unos 16 km. Del norte de Ekaterimburgo y las pruebas de ADN tanto para confirmar el hallazgo de la familia Romanov como para desmentir la historia de Anna al realizar las pruebas de AND sobre material orgánico recuperado a su paso por diversos hospitales, zanjó definitivamente uno de los grandes misterios de los siglos XX y XXI.
En todo caso, Anna Anderson fue la más famosa de las falsas Anastasias que dio lugar a varias películas, una de ellas protagonizada por Ingrid Bergman en 1956 que le premió con un Oscar. También Disney aprovechó esta historia para convertirla en una película de animación en 1998 que le ocasionó dos nominaciones al Oscar.
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Referencias
El brutal asesinato de los Romanov. Revista Clio
El exterminio de los Romanov. Luis Reyes
Novelas recomendadas
El testigo invisible. Carmen Posadas
Películas
Anastasia (1956), de Twentieth Century Fox Film Corporation, dirigida por Anatole Litvak y protagonizada por Ingrid Bergman y Yul Brynner
Nicolás e Alejandra (1971), de Columbia Pictures, dirigida por Franklin J. Schaffner, con Michael Jayston y Janet Suzman
Anastasia (1979), película de animación, de Twentieth Century Fox Film Corporation, dirigida por Don Bluth y Gary Oldman