Próxima ya la celebración de la Navidad, la mayoría de los hogares del mundo se adornan con elementos habituales en estas fechas. Por eso, en esta ocasión nos centramos en el origen de la tradición del árbol de Navidad.
Todo lo que tradicionalmente ha ido configurando la costumbre de utilizar y adornar un árbol de Navidad, tiene un significado, desde el propio árbol en sí, como los adornos, colores, etc. La decoración del árbol durante el invierno nace generalmente concomitante con el solsticio de invierno. Poblaciones como los mayas, pero también los primeros asentamientos vikingos del norte de Europa, habían entendido cómo durante este evento astronómico el día alcanzaba su mínima duración, y luego poco a poco comenzaba a recuperar horas de sol. Por tanto, se trataba de la venganza de la luz sobre las tinieblas, que se celebraría con ritos, cánticos y ofrendas a los dioses. Entre los muchos disponibles en la naturaleza de los países del norte de Europa, pinos y los abetos representaban el recurso más adecuado: siendo una planta siempre verde, testificaba la resistencia de la vida contra la muerte, contra el clima muy rígido propio del invierno.
Creencias en la antigüedad en torno a los árboles
En primer lugar cabe señalar que desde la antigüedad muchas culturas, como los egipcios, adoraban árboles y ramas de hoja perenne para simbolizar la vida eterna. La Naturaleza siempre ha sido un elemento importante en todas las culturas. Y en este sentido, los árboles perennifolios han sido una decoración festiva esencial en tiempos antiguos como parte de las celebraciones paganas del solsticio de invierno.
Nuestros antepasados creían que todos los árboles estaban vivos, que los espíritus habitaban en ellos. En la antigüedad, había un día en el almanaque de los druidas celtas para homenajear al árbol, llamado Yggdrasil o Árbol del Universo y la vida. Y para ellos, el árbol era símbolo de coraje y de fuerza, y la forma de pirámide del árbol se parecía a un fuego divino. Los abetos también significan salud y fuerza.
El profeta Jeremías, siglo VII a.C. hablaba sobre la vanidad del hombre al dedicar su adoración no al Dios verdadero, si no a objetos sin valor. Así, afirmaba que: “las costumbres de los pueblos son vanidad porque un leño con plata y oro lo adornan; con clavos y martillo lo afirman para que no se mueva”. Era una forma de referirse a una costumbre que no era el árbol de Navidad, que obviamente no existía como tal. Se refería a la tradición ancestral de cortar un árbol para adornarlo o, como hacían los babilonios, para dejar regalos debajo del mismo.
Los germanos de la antigüedad creían que este árbol era algo sagrado y lo adoraban. Lo veían como el árbol del mundo y de la vida, la fuente de la vida perenne, de la inmortalidad. Y tenían una tradición consistente en que a fines de diciembre la población se dirigía al bosque, escogía el abeto más alto y bonito, lo adornaba con lazos de colores y le traía varios regalos. A continuación, bailaban rodeando los árboles e interpretaban canciones rituales. Todo ello representaba el sentido del ciclo de la vida, su reencarnación, el inicio de una nueva vida, y la llegada de la primavera.
Por otro lado, entre los esclavos paganos el árbol del abeto se asociaba con el mundo de los muertos y se usaba a menudo en los rituales fúnebres. Aunque se creyera que al esparcir el árbol en los rincones de la casa o granero se protegería la casa de las tempestades y tormentas y a sus habitantes del dolor y los malos espíritus.
No se puede afirmar categóricamente que haya un origen universalmente reconocido. Hay diferentes opiniones y posturas. El origen formaría parte de una mezcla de leyenda y realidad.
Según algunos autores el origen de esta tradición tendríamos que buscarlo en la cultura nórdica en la adoración al dios Frey, deidad de la lluvia, del sol y de la fertilidad. Con motivo de la celebración del nacimiento de este Dios los paganos adornaban un árbol de hoja perenne, que simbolizaba el Árbol del Universo.
En todo caso la tradición del árbol de Navidad sería heredada por los cristianos cuando llegaron al norte de Europa y entraron en contacto con las culturas allí radicadas.
A partir de ese momento hay nuevamente diferentes versiones.
Tertuliano, un cristiano que vivió entre los siglos II y III d.C., critica los cultos romanos paganos, imitados por algunos de sus correligionarios, de colgar laureles en las puertas de las casas y encender luminarias durante los festivales de invierno. Los romanos adornaron las calles durante las Saturnales, pero fueron sobre todo los celtas quienes decoraron los robles con frutas y velas durante los solsticios de invierno. Era una forma de reanimar el árbol y asegurar el regreso del sol y de la vegetación. Desde tiempos inmemoriales, el árbol ha sido un símbolo de la fertilidad y de la regeneración.
Parece generalmente aceptado que la tradición se inició en tierras alemanas durante el Medievo. Y es que los germanos en la Edad Media pensaban que tanto la Tierra como los Astros pendían de un árbol gigantesco, el Divino Idrasil o Árbol del Universo, cuyas raíces estaban en el infierno y su copa, en el cielo. Para celebrar el solsticio de invierno decoraban un roble con antorchas y bailaban a su alrededor. En la copa de este árbol se hallaba Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín, y en las raíces más profundas estaba Helheim (el reino de los muertos).
Pero según cuenta una popular tradición alemana, sería San Bonifacio, “el apóstol germánico” (675-754), un obispo inglés que viajó hasta Frisia y Germania para evangelizar a sus habitantes, el precursor de esta historia. En sus viajes por esas tierras, viendo la dificultad de erradicar la tradición nórdica, pues los germanos habían vuelto a su antigua idolatría y se preparaban para celebrar el solsticio de invierno sacrificando a un joven bajo el sagrado roble de Thor, se vio decepcionado y presa de su enfado tomó un hacha y decidió talar aquel árbol, posiblemente un roble un roble que era la representación del Árbol del Universo. Parece ser que una fuerte ráfaga de viento derribó al instante el roble, lo que provocó que los lugareños, sorprendidos y atemorizados, reconocieron la intervención de la mano de Dios en tal suceso. Bonifacio señaló entonces un abeto, que habría sobrevivido a la fuerte ráfaga de viento, y que al ser de hoja perenne, que sería estimado como un símbolo del amor de Dios. Además, este árbol, siguiendo la tradición pagana de adornar sus casas con hojas y ramas, debería ser decorado, para celebrar la Navidad con adornos consistentes en manzanas, que simbolizaban el pecado original y las tentaciones, y con velas que representarían la luz de Jesucristo.
Para otros autores, los árboles no aparecerían hasta el siglo XVI en tierras de Tallín y Riga, ciudades de Estonia y Letonia, en la actualidad. De hecho hay una leyenda, según la cual en año 1510 un gremio mercantil, denominado “Casa de los Cabezas Negras”, instaló un abeto en la plaza del mercado de Riga, lo decoraron con rosas artificiales y los jóvenes bailaron en torno a él, hasta que finalmente le prendieron fuego. Por ello, se tomó la tradición de iluminar un árbol para las fechas navideñas. Similar relato es alegado por la leyenda que hace referencia a la ciudad de Tallín. Los historiadores han arrojado dudas sobre ambas afirmaciones. Gustavs Strenga, de la Biblioteca Nacional de Letonia en Riga, contó al New York Times en 2016 que es probable que las festividades del gremio no estuvieran vinculadas a la Navidad. Pero eso no ha impedido que ambos países luchen por su derecho a presumir. De hecho, en la plaza del ayuntamiento de Riga hay una placa que conmemora el lugar donde se colocó el primer árbol de Navidad.
Se cuenta que el teólogo Martin Lutero puso unas velas sobre las ramas de un árbol de Navidad porque centelleaban como las en la noche invernal.
Pero lo cierto es que según los registros históricos parece ser que se colocó un árbol de Navidad en la catedral de Estrasburgo en el año 1539 y que la tradición se popularizó tanto en la región que la ciudad de Friburgo prohibió talar árboles para Navidad en 1554.
Pero lo más probable es que hubiera que esperar hasta inicios del siglo XVII en Alemania para ver por primera vez el árbol tal y como se conoce en la actualidad. Según las fuentes, el primer árbol navideño “moderno” se colocó en Alemania en 1605.
En 1878, en Núremberg, Alemania, se colocó el primer árbol de Navidad en la calle, para disfrute de todos. Fue en el contexto del famoso mercadillo que la ciudad monta cada año.
Los primeros árboles se decoraban con objetos comestibles, tales como pan de jengibre, manzanas cubiertas de oro, rosas recortadas de papel de colores, obleas y dulces. Con el paso del tiempo, los fabricantes de vidrio elaboraban pequeños adornos.
Es sabido que el cristianismo adoptó y transformó las costumbres paganas relacionadas con el culto a los árboles sagrados.
Para la Iglesia el árbol de Navidad era un ritual pagano y con gran cantidad de errores en la simbología. Sin embargo, la tradición obtuvo tal impacto que rebasó las creencias de la Iglesia, convirtiéndose en un éxito, principalmente en las regiones alemanas de Alsacia, Renania-Palatinado y Baden en el siglo XVII.
Los fieles protestantes acuñaron la iniciativa del abeto argumentando que fue Martín Lutero quien propuso e inició la tradición de adornar con velas, manzanas y dulces el árbol de navidad, en representación de las muchas bendiciones que Jesucristo otorga a sus devotos. Llegado el año de 1774, la historia del árbol de navidad no tenía vuelta de hoja. La Iglesia no pudo frenar esta tradición, que incluso se abrió paso hasta la literatura más famosa de la época, a manos de Johann Wolfgang Von Goethe en su obra “Las Penas del joven Werther”, haciendo referencia al ahora famoso árbol de navidad.
Al principio de la existencia del árbol de Navidad, se colgaban de sus ramas rosas de papel, dulces, pan de oro, manzanas y golosinas de azúcar. Parece que el religioso agustino Martín Lutero, promotor de la Reforma protestante en Alemania añadió las velas, costumbre por otra parte de procedencia supersticiosa antigua: las luces encendidas representan las almas de los antepasados muertos.
En un texto del siglo XVII que aún hoy se conserva, escrito por un clérigo alemán llamado Dannhauer, se puede leer: “Por estos días se dispone en las casas de familias cristianas unos árboles donde se fijan objetos que lucen y pequeños juguetes que atraen y gustan a los niños, que sabiéndolo se abalanzan sobre ellos el día de Navidad”.
El folclore ofrece varias explicaciones diferentes sobre el significado del árbol. Algunos sugieren que se inspiró en el árbol Simarouba glauca, un símbolo del Jardín del Edén que aparecía en una obra medieval sobre Adán y Eva. Otros creen que el árbol de Navidad evolucionó a partir de las pirámides de Navidad, estructuras de madera decoradas con ramas perennes y figuras religiosas. Aunque no parece que estas teorías tengan fundamento ni muchos defensores.
Con todo, la tradición arraigó entre las familias alemanas y evolucionó poco a poco con el paso de los años, convirtiéndose en la que conocemos ahora mismo. Cusack explica que normalmente se le atribuye al reformista protestante Martin Lutero el haber sido el primero en colocar luces en el árbol de Navidad —con velas en lugar de las luces eléctricas actuales, inventadas en 1882— tras un paseo nocturno por el bosque con las estrellas centelleando en el cielo. Los emigrantes alemanes llevaron estas tradiciones con ellos cuando se reasentaron en otros países.
En el caso de Alemania ya lo abordamos en apartados anteriores. Veamos que aconteció en otros lugares geográficos:
En Francia hay varias teorías. Unos fechan la llegada a finales del siglo XIX, durante la guerra franco-prusiana (1870-1871); otros manejan la opción de que fuera la princesa Helena von Meckeeburg quien lo llevara a París en 1837, sin embargo también se conoce la existencia de un árbol en el palacio de Tullerías en la Navidad de 1867, que habría sido mandado decorar por Eugenia de Montijo, consorte de Napoleón III.
En Inglaterra, parece ser que Jorge III, coronado como soberano de Inglaterra, en 1762, y su mujer, Carlota de Mecklemburgo-Strelitz, oriunda de Alemania, fueron los primeros en adornar su palacio con un abeto doméstico. Aunque sería en 1841, cuando la sociedad inglesa cayó hechizada por la idea de reproducir, en sus casas, lo que sus ojos habían visto en el palacio de Windsor habitado, entonces, por la soberana Victoria y su esposo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, un noble de origen alemán que introdujo el árbol como la última moda en las navidades de la sociedad victoriana, poco después de contraer matrimonio con la Reina, en 1840. Lo decoraron con juguetes, dulces, palomitas de maíz y pasteles.
En Escandinavia, desde el siglo XVII, las familias escandinavas han dedicado un día festivo a saquear los dulces que cuelgan en sus árboles de Navidad antes de tirarlos. El día de san Knut, el 13 de enero, lleva el nombre del rey Canuto, que gobernó en el siglo XI. La fiesta, que se celebra principalmente en Suecia, se considera el vigésimo y último día de Navidad, a diferencia de otros países, donde el periodo de navideño dura 12 días. Para celebrar el día de san Knut, las familias cuelgan galletas y otros dulces en los árboles de Navidad para que los niños los recojan. Cuando una familia ha terminado de despojar el árbol de sus adornos, la gente canta mientras lo tiran por la puerta. (En Noruega, el árbol se corta y se tira en la chimenea.)
En España, hay que decir que la costumbre del árbol navideño no llegaría hasta las últimas décadas del siglo XIX, y llegaría por medio de una princesa rusa, de nombre Sofía Troubetzkoy, viuda de un hermanastro de Napoleón y casada con el aristócrata, político y militar español José Osorio y Silva, marqués de Alcañices, que poco después se convertiría en uno de los artífices del régimen de la Restauración, impulsado por Cánovas del Castillo. Pues bien, la princesa Sofía fue la primera que colocó un árbol de Navidad, en el palacio de Alcañices (hoy en día sede del Banco de España), ubicado en el paseo del Prado.
En Grecia, antes se decoraban barcos de Navidad en lugar de árboles en honor a san Nicolás, el santo patrón del país y protector de los marineros. Las familias no solo colocaban barquitos de madera en sus casas como símbolo de un agradecido regreso de la vida en el mar, sino que los barcos iluminados ocuparon el lugar de honor en las plazas públicas de ciudades como Tesalónica.
En Rusia, los árboles de Navidad han sido una tradición durante años. Con todo, los árboles decorados que iluminan la plaza de la Catedral del Kremlin cada diciembre no son para celebrar la Navidad. Son árboles de Año Nuevo, o yolka, una tradición que surgió debido a la prohibición de los árboles de Navidad tras la Revolución rusa.
Pero el hecho más significativo sería el promovido por Maximiliano de Habsburgo y su esposa que tras su llegada a México en el año 1864, tras ser nombrado Emperador de México con el apoyo de Napoleón III de Francia. Ellos fueron quienes instalaron el primer árbol navideño en el castillo de Chapultepec, aunque la costumbre duró poco: justo hasta la caída del monarca.
Pocos años después, en 1878, el general Miguel Negrete quiso retomar la tradición, y colocó un gran árbol en su casa. En poco tiempo empezaron a verse arbolitos por las calles y en las casas de todo el país, y prácticamente de todo Latinoamérica.
En Argentina, el árbol se acostumbra a colocar el día 8 de diciembre, la celebración de la Inmaculada Concepción, debiendo mantenerlo hasta el día 6 de enero, festividad de Reyes. Según la tradición, el árbol debe de ser un pino,
A América del Norte la tradición habría llegado a través de los colonos alemanes del siglo XVII.
La llegada de la tradición a los Estados Unidos fue bastante más temprana que en la parte sur del continente. En 1776, George Washington estaba en guerra contra los alemanes hessianos (una especie de mercenarios al servicio del gobierno británico). Esta contienda tuvo lugar precisamente durante la época navideña, y para esa fecha los germanos ya tenían bien arraigadas sus costumbres, y le daban tanta importancia a la organización de los festejos navideños, que prácticamente le costaron la guerra.
Un error imperdonable que George Washington aprovechó para sigilosamente atravesar sus líneas y atacar al enemigo. Tras la guerra, muchos de los alemanes derrotados se quedaron en Estados Unidos, y con ellos sus tradiciones, y entre ellas cómo no, la del árbol de Navidad.
A finales de siglo, en 1882, Edward H. Johnson —vicepresidente de la Compañía Eléctrica de Edison—, creó en su hogar el primer árbol de navidad iluminado con electricidad; y en 1912 se produjo la inauguración del encendido del gran árbol de navidad de Nueva York.
En un principio este árbol estaba limitado en altura con un máximo de 2,4 m, mientras que su decoración era con muñecos colgando y en ocasiones, con dulces de azúcar. Poco a poco, esta tradición fue calando en la población norteamericana y surgió la necesidad de establecer un mercado de árboles de Navidad.
En un principio, la sociedad americana, muchos de ellos puritanos, veían en el árbol un símbolo pagano y quisieron poner fin a esta venta y colocación de árboles para celebrar la Navidad. Con el fin del puritanismo a principios del siglo XX, los árboles de Navidad se convirtieron en una tradición decorándose con palomitas de maíz de colores y otros tipos de elementos caseros que embellecían las ramas.
Por otro lado reseñar que, como es obvio, el árbol elegido para adornar la Navidad varía según la zona geográfica en que nos situemos. Así en Chile encontramos la araucaria, un ejemplar perteneciente al género conífera, en Nueva Zelanda el majestuoso pohutukawa, o mirto, con su intenso color rojo o el castaño de indias en la zona de Grecia y Bulgaria.
Decorar el árbol de Navidad en familia es una de las tradiciones que todavía se conservan en muchos hogares cuando llega el mes de diciembre.
El árbol de Navidad recuerda al árbol del Paraíso de cuyos frutos comieron Adán y Eva y también representa al árbol de la Vida o vida eterna. La forma triangular del árbol representa a la Santísima Trinidad.
Desde su origen, el árbol de Navidad ha sido adornado con diferentes objetos, los cuales han variado en cada época y lugar. Esto es un resumen no exhaustivo de los adornos más utilizados:
- Ángeles: se suelen colocar en lo alto del árbol, para representar al arcángel Gabriel, que participó de la Anunciación de María.
- Bolas o esferas navideñas: simbolizan las gracias y virtudes concedidas por Dios a los hombres. También simbolizarían los rezos que se hacen durante el Adviento. Inicialmente serían manzanas que representarían la abundancia y la fecundidad. Dependiendo del color tendrían un significado más concreto. Así si eran rojas eran peticiones; las plateadas era una forma de agradecimiento; las doradas simbolizaban la alabanza y las azules el arrepentimiento.
- Campanas: sirven para ahuyentar los malos espíritus, así como recordar la alegría por el anuncio del nacimiento de Jesús. Antiguamente, se consideraba que eran utilizadas para ahuyentar a los malos espíritus, pero en la actualidad su signo es positivo: su repicar navideño es solo motivo de alegría.
- Estrellas: también se colocan en lo alto del árbol (en vez del ángel), para representar la estrella (cometa) que guió a los Reyes Magos hacia el pesebre de Belén.
La estrella en la punta del árbol significaría la fe que debe guiar la vida del cristiano. La historia de la estrella de Navidad en el árbol está vinculada al nombre del fundador del protestantismo: el alemán Martín Lutero, impulsor y líder de la Reforma:
Una noche de Navidad, mientras Lutero paseaba por la calle, observó las brillantes estrellas del firmamento nocturno. Había tantas en el cielo por la noche que se veían como lucecitas pegadas a las copas de los árboles. Cuando volvió a casa, engalanó un pequeño abeto con manzanas y encendió velas. En lo alto del árbol colocó una estrella para simbolizar la Estrella de Belén, que fue la que anunció a los Reyes Magos el nacimiento del Niño Jesús.
- Guirnaldas: son adornos bastante más actuales, que aparte de dar vistosidad, representan la unión familiar y de los seres queridos.
- Herradura: sinónimo de suerte
- Lazos: mismo sentido que las guirnaldas.
- Luces: son la versión moderna de aquellas primeras velas que se colocaban para alumbrar el árbol, y representar la luz de Jesucristo, iluminar el camino de la fe. Ahora son de muchos colores y con efectos especiales, así que el sentido que tenían originalmente se ha perdido bastante.
- Simbolizan el pecado original y las tentaciones, así como la fecundidad de la Tierra y los espíritus sagrados de la Naturaleza.
- Piñas o piñones de Navidad: signo de esperanza e inmortalidad y unidad familiar.
Conclusiones
Es indudable que el origen del árbol de Navidad es pagano y fue adoptado por el cristianismo.
El árbol de Navidad representa al dador de regalos, la abundancia, y por lo tanto es un principio del mundo.
Aunque Carlomagno y otros trataron de erradicar esta costumbre, la costumbre se volvió aún más viva, como lo demuestran las historias de las fiestas cristianas en Alemania en 1570, y el árbol se decoraba gradualmente con manzanas, nueces, hasta el día de hoy y el concepto materialista de regalo.
Por otro lado hay que insistir en que aunque generalmente se tiende a creer que el origen del árbol de Navidad procede de Estados Unidos, llegando a Europa con posterioridad, lo cierto es justamente lo contario.
Como conclusión podemos decir que el árbol de Navidad es un claro ejemplo de sincretismo, pues en él confluyen factores tanto paganos como cristianos —el fuego, la luz duradera, el verdor perenne, etc.—. Su relación con el solsticio hace que se le asocie con la fertilidad, la luz y el renacer del curso natural, conceptos adaptados y reinterpretados por el cristianismo —manzanas: pecado; luz: Cristo; forma triangular del árbol: Santísima Trinidad—.
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Referencias
El árbol religioso en España. De García Pérez, G.
Breve historia de la Navidad. De Gómez, F.J.
https://costumbresytradicionescom
Https://www.nationalgeographic.es
https://www.sandiegored.com/